Nora no se lo podía creer. Menudo descaro, ahora el trajecitos quería ligar. Le miró bien por primera vez. Estaba perfectamente vestido —ese traje tenía mucha más pinta de ser de Armani que de Pull and Bear—, perfectamente peinado, con la barba cuidadamente descuidada y, mirando sus manos, Nora juraría que incluso se hacía la manicura. Olía a algún perfume exclusivo hecho de madera y especias. «Qué trabajazo de producción lleva este hombre encima», se dijo Nora. «No quiero saber cuántas horas dedica al día a estar así, aunque el resultado no está mal del todo…».
—No, no soy actriz. Ni modelo, y gracias por llamarme gorda, aunque de una manera muy fina y elegante. Ahora mismo soy camarera, aunque estudié cine en Estocolmo, y estoy preparando mi primer corto.
Nada más decirlo se arrepintió. Seguramente él era un superempresario y ahora ella acababa de quedar como una de las miles de camareras/lo-que-sea de las que se nutría la noche barcelonesa, la ciudad donde ningún camarero joven y guapo es en realidad camarero, sino un diseñador/modelo/actor/guionista esperando poder dedicarse en breve a «lo suyo».
Su interlocutor se rio con ganas.
—Perdona, no me río de lo que dices, sino de la cara que has puesto. Como de «tierra trágame», estabas muy graciosa.
—Mira, creo que voy a dar esta conversación por finalizada y voy a seguir emborrachándome y aburriéndome por ahí. No soy nadie, ya lo has visto, gracias y hasta luego —se giró, dispuesta a irse.
—¡Eh, no te vayas! Yo también estoy aburrido y tampoco soy nadie. Supongo que a mi manera también estoy empezando en el mundo del cine.
Nora se relajó un poco, y dejó de apretar el vaso que tenía en la mano y que parecía a punto de estallar bajo tanta presión.
—¿Cómo has venido a la fiesta? ¿Quién te ha invitado?
—Invitar no es la palabra. Más bien me han obligado. En concreto me ha obligado a venir bajo amenazas de muerte mi padre, Xavier Dalmau sénior, que da la casualidad de que es el productor de este tostonaco de película.
Nora se volvió a poner tensa, esta vez todavía más.
—Claro, estás empezando, solo que no tienes que poner copas para vivir, tienes un ático en Pedralbes, dos masajistas, un Porsche y, a ver si lo adivino, entrenador personar de tenis. Igual que yo. Lo mismito. ¿Te gusta vacilar a las camareras del dinero que tienes? Felicidades, a mí no me impresionas. Las cosas materiales caras no me impresionan. Ni los coches, ni las casas, ni las joyas.
—Menudo discursito. Entendido, el dinero no te impresiona. ¿Qué te impresiona a ti, entonces?
—El talento. La gente capaz de hacer las cosas en las que cree, de luchar por ellas, de conseguir lo que quiere por sí misma. Claro que me gustan algunas cosas materiales. Me gustan las flores, y el chocolate, y los gatitos pequeños para abrazar, aunque después se hagan grandes y lo dejen todo lleno de pelos. Esas cosas sí me gustan, los pequeños detalles…
—Entiendo. Entonces das por hecho que yo, como hijo de un productor de renombre con Porsche (por cierto, es un Mercedes) y ático en la zona alta de Barcelona, no tendré que luchar nunca por nada y no tengo capacidad de impresionarte. ¿Es así?
—Lo has dicho tú, no yo —contestó Nora desdeñosa—. De momento, te voy a invitar a otra copa, primero, para no deberte nada y segundo, para que veas que ser camarera también tiene sus ventajas.
—¿Otra? Aún no he terminado esta… ¿No bebes un poco demasiado deprisa?
Nora suspiró.
—Si tuviera una corona sueca por cada vez que alguien me ha dicho eso, ya me habría comprado el palacio de Drottningholm.
Siguieron hablando unos minutos más, mientras Nora se daba cuenta de que Xavier le atraía y repelía a partes iguales. Era un pijazo como pocos, eso estaba claro, lo que le daba una seguridad en sí mismo con un punto pedante que le repugnaba. Por otro lado, era un buen interlocutor: sus respuestas eran rápidas y creativas, su mente era ágil y aceptaba unos niveles de toma y daca bastante altos sin enfadarse ni venirse abajo, lo que le podía convertir en un
sparring
bastante divertido. Su aspecto físico era impecable, sin duda era sexy —«aunque tal vez un poco bajito», pensó Nora, por buscarle algún fallo—, pero no era su estilo. A Nora le gustaba más la belleza natural, la gente como Carlota, capaz de estar guapa con una camiseta roñosa y que creía que
spa
eran las siglas de alguna agencia espacial americana.
Cuando Nora fue a buscar la tercera copa y volvió, su nuevo amigo (o enemigo, todavía no lo tenía muy claro) estaba hablando con otro hombre. Aunque estaba de espaldas, sus sentidos arácnidos se pusieron en alerta. Su altura, el tamaño de sus hombros, el pelo ondulado y la piel morena hicieron que se le dispararan todas las alarmas. Llevaba unos chinos color caqui y una camiseta negra, algo de naturalidad que se agradecía entre tanto encorsetamiento. Muerta de ganas de verle la cara, recuperó su mejor sonrisa y se apresuró a entregarle la copa a Xavier, esperando a que le presentara a su atractivo interlocutor.
—Matías, esta es Nora. No le gustan las joyas. Le gustan los gatos sin pelo, el chocolate y la gente con talento, así que no tienes nada que hacer. Aún no lo sabe, pero se va a casar conmigo.
Nora saludó a Matías con dos besos que duraron un segundo más de lo necesario.
—Encantada. Lo que ha dicho es verdad, excepto lo de casarme con él, que no pasará más que en sus sueños. También me gusta que me traigan el desayuno a la cama, especialmente el zumo de naranja y los cruasanes.
De frente era todavía más atractivo. Moreno, de ojos claros y grandes labios que invitaban a morderlos. Perfectamente afeitado, no llevaba perfume, si acaso se percibía el ligero aroma de un gel de baño o alguna loción hidratante.
—Encantado de conocerte.
No dijo nada más. Ni una palabra. Su acento le hizo sospechar a Nora que era sudamericano, y más tarde descubriría que Matías era argentino.
A Nora le fascinó la posibilidad de conocer a un argentino, siempre le habían intrigado. Él se quedó allí al lado, escuchando la conversación de Xavi y Nora, cada vez más agresiva por parte de ella, que tenía ganas de llamar la atención de su interlocutor pasivo y, por qué no decirlo, ya estaba lo suficientemente borracha como para montar un numerito sin darse demasiada cuenta. Incluso a Xavi, que parecía tener una coraza que le hacía inmune a todo, parecía empezar a incomodarle la situación.
Nora aprovechó un momento de silencio para decirles que por qué no iban un rato a la pista. Entre aquella mezcla de horrores y placeres culpables de los ochenta, sonó una canción que siempre le había encantado: «Super Freak», de Rick James. De alguna manera se sentía identificada con la protagonista de la canción, y la melodía era perfecta para bailar haciendo el payaso. Xavier secundó la moción, y Matías siguió en su papel de tótem, sin hablar y casi sin moverse, pero junto a ellos todo el rato, mirando a Nora sin parar. A ella esto estaba empezando a ponerla nerviosa… en el buen sentido. Siempre le había generado mucha curiosidad la gente que no hablaba, porque creía que, cuando lo hacían, contaban cosas realmente interesantes y que valía la pena escuchar. Aunque, por desgracia, alguna vez también se había encontrado con alguien que callaba porque no tenía nada que decir, pero eran casos aislados.
Bailaron, volvieron a beber, volvieron a hablar. Hablaron de música, de viajes y de cine, el único momento en el que Matías participó realmente en la conversación. Aunque no lo dijo directamente —no parecía de los que dicen nada directamente—, Nora dedujo de sus explicaciones que se dedicaba a la dirección de fotografía. El lenguaje gestual de Xavi cada vez dejaba más claras sus intenciones con Nora. Le ponía una mano en la pierna disimuladamente (ella la apartaba, pero se reía), giraba su cuerpo hacia donde ella estuviera y usaba todos esos tics habituales en un proceso de seducción. Nora, aparentemente inmune a sus encantos, escuchaba con atención a Matías, que hablaba de un documental que había estado rodando el mes anterior en Santiago de Chile.
El resto de la noche la pasaron alrededor de una mesa, hablando de películas que les gustaban y otras que no les gustaban tanto, de planes que se quedaron por el camino y de lo que harían en el futuro. Matías hablaba poco —pero cuando lo hacía, Nora se bebía sus palabras— y Xavi tal vez demasiado. Sus juegos de seducción iban bajando de intensidad, ya que Nora los esquivaba como una experta boxeadora.
Cuando las luces se encendieron y los de seguridad los invitaron amablemente a abandonar el local, Nora se dio cuenta de que hacía más de una hora que no iba a ver a Henrik. Fue a la barra a buscar la chaqueta y el bolso y, completamente borracha, le dijo que se quedara a dormir con ella y comieran patatas fritas y vieran una película. A Henrik le pareció un buen plan, pero todavía le quedaba un rato de trabajo.
—Espérame fuera, borrachita. Te veo en un rato.
Ya en la puerta, Xavi le dio una tarjeta con sus datos, y le pidió la suya. Nora evidentemente no tenía, y garabateó su teléfono en un trozo de papel que tenía al fondo del bolso. No se encontraba bien, se sentía mareada y los zapatos estaban destrozándole los pies. Matías, quieto y silencioso como una especie de figura sagrada extraña, fumaba un cigarrillo de liar.
—¿Te acompaño a casa? Me viene de camino.
Xavi jugó su última carta con habilidad. Pero no contaba con que Nora hiciera lo mismo con la suya.
—No, gracias. Creo que yo le voy a acompañar a él. ¡Nos vemos pronto!
Plantó un sonoro beso en cada mejilla del alucinado aspirante a productor y cogió de la mano a su silencioso acompañante, llevándole directo a un taxi libre que pasaba en ese momento.
Matías dio una dirección al taxista (de la que Nora solo entendió «Ramblas») y se metieron en el coche. Nora se acurrucó contra Matías, tan borracha que no sabía qué decir, aunque quería decirle muchas cosas. Estaba tan a gusto con él… Matías la despertó cuando llegaron. Se había dormido en el taxi. Del resto de la noche no tenía demasiados recuerdos. Unas escaleras por las que Matías tuvo que ayudarla a subir. Quitarse los zapatos. Tumbarse en el sofá y que él le trajera una manta. Un perro salchicha le ladraba y quería subirse encima de ella, pero Matías no le dejaba.
—Noooo, llévame a la cama, a la cama contigo.
Unos brazos fuertes la levantaron a peso y la llevaron sin aparente esfuerzo. Una vez en la cama, un beso en la frente y un «que duermas bien, linda». Nora no tuvo fuerzas ni para quejarse, y se quedó profundamente dormida.
Un rayo de sol le daba directamente en la cara, y conseguía entrar en sus ojos a pesar de que tenía los párpados cerrados. El balance de daños era positivo, no parecía estar especialmente perjudicada, pensó. Había dormido plácidamente, algo que le sorprendió mucho porque pocas veces le había pasado en una cama ajena y en compañía de un extraño. La habitación era sobria pero cálida, con muebles de madera envejecida, libros y algún cuadro —Nora se fijó especialmente en uno que representaba una mujer desnuda, preguntándose quién sería y si había alguna historia detrás, y sintiendo incluso un punto de celos—, pero pocos detalles decorativos más. A su lado dormía Matías, ligeramente encogido y de lado, con un mechón de pelo tapándole la frente. Todavía estaba dispuesta a acostarse con él, aunque sospechaba que era una persona con auténticos problemas mentales (¿tal vez algún trauma sexual?), o simplemente un gay haciendo el experimento de su vida. La idea le daba pena y rabia a la vez, y no entendía por qué su sexto sentido —bastante desarrollado a la hora de diferenciar a los frikis de verdad de los hombres interesantes-pero-con-un-puntito-genial-de-locura— no le había avisado esta vez.
«Si no quería nada conmigo, ¿por qué me trajo aquí? ¿Por qué me sedujo, o hizo ver que se dejaba seducir por mí, o lo que fuera que pasó ayer?», se preguntaba Nora, mirando cómo Matías sonreía entre sueños a su derecha y dudando entre despertarle para pedirle explicaciones, irse silenciosamente sin decirle nada o ahogarle con una de sus propias almohadas.
A medida que se iba enfadando más y más la tercera opción iba cogiendo fuerza, pero desgraciadamente era bastante ilegal, así que, en un ataque de furia, optó por empujarle haciendo palanca con las piernas, con tanta fuerza —y mala suerte— que Matías se deslizó por el borde de la cama y cayó al suelo a plomo, con un ruido sordo.
Pero no se despertó ni hizo ningún amago de levantarse. «¿Y si se ha dado un golpe en la cabeza?», pensó Nora. «¿Y si le he matado sin querer?». Saltó de la cama, enredándose con las sábanas, casi cayéndose al suelo. Tropezó con sus propios zapatos, un puf de cuero estilo marroquí y un teckel regordete —que le gruñó, como la noche anterior— antes de rodear la cama y llegar donde Matías estaba tendido en el suelo, aparentemente inconsciente. Nora empezó a sacudirle, a golpearle y a gritar.
—¡No te mueras! Solo era una broma, estaba enfadada porque no me hacías caso y quería despertarte, no te puedes morir, ¡yo no quería hacerlo! ¡Esto no puede ser verdad!
En ese momento, cuando Nora ya estaba empezando a dudar si su amante estaba haciendo comedia o si estaba de verdad inconsciente, Matías abrió los ojos, le cogió de las muñecas para que dejara de sacudirle y, en menos de cinco segundos, le hizo una especie de llave con la que la tumbó de espaldas en el suelo, poniéndose encima de ella e inmovilizándola con las piernas y su propio peso.
—Qué mal despertar tienes. ¿Dónde han quedado aquellos cafés, aquellos zumos, los cruasanes y magdalenas y bocadillos de queso caliente que me prometiste ayer? ¿Qué he hecho para que esa promesa de desayuno maravilloso se convierta en un empujón para tirarme de la cama? ¿Has tenido una pesadilla, te he dado patadas mientras dormía, tenía los pies fríos?
Nora se rio entre aliviada y contenta, como una niña juguetona.
—Estás tan guapa cuando te ríes. Se te suben los pómulos hacia arriba y se te cierran los ojos casi del todo… Pareces un bebé de puerquito, tierno, suave y sonrosado.
Nora no se creía lo que acababa de oír. Era sin duda el piropo más raro que le habían dirigido nunca. Si es que era un piropo… Pero ¿y si no lo era? ¿La estaría vacilando otra vez?
—Mira, ayer me gustaste mucho. Pero… no… no entiendo nada de lo que me dices. No sé si eres un tío encantador o un loco peligroso. Yo solo quería acostarme contigo, me parecía un plan divertido y sin complicaciones. Tú… tú me has hecho creer que te había matado, y ahora la verdad es que casi me arrepiento de no haberlo hecho. Mírame, aquí tirada en el suelo, inmovilizada, con un perro chupándome los pies y sin haber follado todavía. Desde luego, ayer no era mi día. ¿Por qué me pasa esto a mí? Es una conspiración mundial para volverme loca…