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Authors: José Saramago

Tags: #Ciencia Ficción

La caverna (22 page)

BOOK: La caverna
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Al día siguiente, por la mañana muy temprano, como siempre, Cipriano Algor llevó a Marcial al Centro en la furgoneta. Le había dicho al salir de casa, No sé cómo agradecerte la ayuda que me has dado, y Marcial le respondió, Hice lo que pude, ojalá todo siga bien, Estoy convencido de que las próximas figuras darán menos quehaceres, he encontrado unos cuantos trucos para simplificar el trabajo, es la ventaja que tiene acumular experiencia, creo que los trescientos de la nueva hornada podrán estar en las tablas de secado en una semana, Si de aquí a diez días, en mi próximo permiso, ya están en condiciones de meterlos en el horno, cuente conmigo, Gracias, quieres que te diga una cosa, tú y yo, si no fuese por esta maldita crisis del barro, podríamos formar una buena pareja, dejabas de ser guarda del Centro y te dedicabas a la alfarería, Podría ser, pero es tarde para pensar en eso, además, si lo hubiéramos hecho, estaríamos ahora los dos sin trabajo, Yo todavía tengo trabajo, Es verdad. Más adelante, ya en la carretera de la ciudad, y después de un largo silencio, Cipriano Algor dijo, tengo una idea, quiero saber qué piensas de ella, Dígame, Llevar al Centro, en cuanto se seque la pintura, estos primeros trescientos muñecos, así el Centro vería que estamos trabajando en serio y comenzaría a vender antes de la fecha prevista, sería bueno para ellos y mejor para nosotros, excusaríamos pasar tanto tiempo esperando resultados, y, si todo sale como se espera, podríamos preparar con más tranquilidad la producción futura, sin precipitaciones, como ha sido esta vez, qué tal te parece la idea, Creo que sí, creo que es una idea buena, dijo Marcial, y en ese momento le vino a la memoria que también había encontrado buena la idea de entregar el perro a los cuidados de la vecina del cántaro, Después de acercarte a tu puesto voy a hablar con el jefe de compras, tengo la seguridad de que estará de acuerdo, dijo Cipriano Algor, Ojalá, respondió Marcial, y reparó en que otra vez repetía una palabra pronunciada poco antes, es lo que nos sucede siempre con las palabras, las repetimos constantemente, pero en algunos casos, no se sabe por qué, se nota más. Cuando la furgoneta entraba en la ciudad Marcial preguntó, Quién va a pintar ahora los muñecos, Marta insiste en querer pintarlos, argumenta que yo no podré estar, al mismo tiempo, en misa y repicando, no lo dijo con estas palabras, pero el sentido era el mismo, Padre, las pinturas intoxican, Sí que intoxican, Y en el estado en que Marta se encuentra me parece inconveniente, Yo me ocuparé de la primera mano, puedo usar la pistola, es cierto que dispersa la pintura en el aire pero compensa por la rapidez, Y luego, Luego se pintará con pincel, no perjudica, Se debería haber comprado al menos una mascarilla, Era cara, murmuró Cipriano Algor, como si tuviera vergüenza de sus propias palabras, Si conseguimos encontrar dinero para alquilar la camioneta que sacó del Centro lo que quedaba de cacharrería, también se encontrará el necesario para comprar la mascarilla, No lo pensamos, dijo Cipriano Algor, después enmendó, contrito, No lo pensé. Iban ya por la avenida que los conducía en línea recta al Centro, a pesar de la distancia podían leerse las palabras del gigantesco anuncio que habían colocado,
USTED ES NUESTRO MEJOR CLIENTE, PERO, POR FAVOR, NO SE LO DIGA A SU VECINO
. Cipriano Algor no hizo ningún comentario, a Marcial lo sorprendió un pensamiento, Se divierten a nuestra costa. Cuando la furgoneta estacionó frente a la puerta del Servicio de Seguridad, Marcial dijo, Después de haber hablado con el jefe del departamento de compras pase por aquí, voy a ver si le consigo una mascarilla, Para mí no es necesario, ya te lo he dicho, y Marta sólo utilizará los pinceles, La conoce tan bien como yo, en la primera ocasión que se distraiga ocupará su lugar y cuando se quiera dar cuenta de lo sucedido será tarde, No sé cuánto tiempo emplearé en el departamento de compras, pregunto por ti aquí o entro y te busco, No entre, no merece la pena entrar, dejaré la mascarilla a mi colega de la puerta, Como quieras, Hasta dentro de diez días, Hasta dentro de diez días, Cuídeme a Marta, padre, La cuidaré, sí, vete tranquilo, mira que no la quieres más que yo, Si es más o si es menos no lo sé, la quiero de otra manera, Marcial, Dígame, Dame un abrazo, por favor. Cuando Marcial salió de la furgoneta llevaba los ojos húmedos. Cipriano Algor no se dio ningún puñetazo en la cabeza, sólo se dijo a sí mismo con una media sonrisa triste, A esto puede llegar un hombre, verse implorando un abrazo, como un niño carente de amor. Puso la furgoneta en marcha, dio la vuelta a la manzana, ahora más extensa como consecuencia de la ampliación del Centro, Dentro de poco ya nadie se acordará de lo que existía aquí antes, pensó. Quince minutos más tarde, sintiéndose extraño como alguien que, tras regresar a un lugar después de una larga ausencia, no encuentra mudanzas que objetivamente justifiquen ese sentimiento, que tampoco puede ignorar, descendía la rampa del subterráneo. Tras avisar al guarda de la entrada de que venía a pedir una información, y no para descargar, estacionó la furgoneta en la vía lateral. Ya había una fila larga de camiones a la espera, algunos enormes, aún faltaban casi dos horas para que el servicio de recepción de mercancías abriese. Cipriano Algor se acomodó en el asiento e intentó dormir. La última mirada que había echado por la mirilla, antes de venir a la ciudad, mostraba que el proceso de cocción ya había terminado, ahora sólo tenía que dejar que el horno enfriara a su gusto, sin prisas, paulatinamente, como quien va por su propio pie. Para dormirse se puso a contar los muñecos como si estuviese contando borregos, comenzó por los bufones y los contó a todos, después pasó a los payasos y consiguió llegar también al final, cincuenta de ésos, cincuenta de éstos, de los que sobraban, el remanente para estropicios, no se interesó, luego quiso pasar a los esquimales, pero se le adelantaron, sin explicación, las enfermeras, y, en la lucha que tuvo que entablar para repelerlas, se durmió. No era la primera vez que veía terminar su sueño de la mañana en el subterráneo del Centro, no era la primera vez que lo despertaba, amplificado y multiplicado por los ecos, el estruendo de los motores de los camiones. Bajó de la furgoneta y avanzó hacia el mostrador de atención personal, dijo quién era, dijo que venía para una aclaración, a hablar con el jefe, si fuera posible, Es un asunto importante, añadió. El empleado que lo atendía lo miró con aire de duda, era más que evidente que no podrían ser importantes ni el asunto ni la persona que tenía delante, salida de una miserable furgoneta que decía por fuera Alfarería, por eso respondió que el jefe estaba ocupado, En una reunión, precisó, y ocupado iba a seguir toda la mañana, que dijese por tanto a qué venía. El alfarero explicó lo que tenía que explicar, no se olvidó, para impresionar al interlocutor, de aludir a la conversación telefónica que tuvo con el jefe del departamento, y finalmente oyó al otro decir, Voy a preguntar a un subjefe. Temió Cipriano Algor que le saliese el malvado que le había amargado la vida, pero el subjefe que apareció era educado y atento, concordó que era una excelente idea, Buena ocurrencia, sí señor, es bueno para ustedes y todavía mejor para nosotros, mientras van fabricando la segunda entrega de trescientos y preparando la producción de los restantes seiscientos, en dos tiempos, como en el presente caso, o de una sola vez, nosotros iremos observando la acogida del público comprador, las reacciones al nuevo producto, los comentarios explícitos e implícitos, incluso nos daría tiempo a promover unos sondeos, orientados según dos vertientes, en primer lugar, la situación previa a la compra, es decir, el interés, la apetencia, la voluntad espontánea o motivada del cliente, en segundo lugar, la situación resultante del uso, es decir, el placer obtenido, la utilidad reconocida, la satisfacción del amor propio, tanto desde un punto de vista personal como desde un punto de vista grupal, sea familiar, profesional, o cualquier otro, la cuestión, para nosotros esencialísima, consiste en averiguar si el valor de uso, elemento fluctuante, inestable, subjetivo por excelencia, se sitúa demasiado por debajo o demasiado por encima del valor de cambio, Y cuando eso sucede, qué hacen, preguntó Cipriano Algor por preguntar, a lo que el subjefe respondió en tono condescendiente, Querido señor, supongo que no está a la espera de que le vaya a descubrir aquí el secreto de la abeja, Siempre he oído que el secreto de la abeja no existe, que es una mistificación, un falso misterio, una fábula que no terminaron de inventar, un cuento que podía haber sido y no fue, Tiene razón, el secreto de la abeja no existe, pero nosotros lo conocemos. Cipriano Algor se retrajo como si hubiese sido víctima de una agresión inesperada. El subjefe sonreía, insistía complaciente en que la idea era buena, muy buena, que quedaba a la espera de la primera entrega y después le daría noticias. Oprimido, bajo una inquietante impresión de amenaza, Cipriano Algor entró en la furgoneta y salió del subterráneo. La última frase del subjefe le daba vueltas en la cabeza, El secreto de la abeja no existe, pero nosotros lo conocemos, no existe, pero lo conocemos, lo conocemos, lo conocemos. Vio caer una máscara y percibió que detrás había otra exactamente igual, comprendía que las máscaras siguientes serían fatalmente idénticas a las que hubiesen caído, es verdad que el secreto de la abeja no existe, pero ellos lo conocen. No podría hablar de esta su perturbación a Marta y a Marcial porque no lo entenderían, y no lo entenderían porque no habían estado allí con él, en la parte de fuera del mostrador, oyendo a un subjefe de departamento explicar qué es el valor de cambio y el valor de uso, probablemente el secreto de la abeja reside en crear e impulsar en el cliente estímulos y sugestiones suficientes para que los valores de uso se eleven progresivamente en su estimación, paso al que seguirá en poco tiempo la subida de los valores de cambio, impuesta por la argucia del productor a un comprador al que le fueron retirando poco a poco, sutilmente, las defensas interiores que resultaban de la conciencia de su propia personalidad, esas que antes, si es que alguna vez existió un antes intacto, le proporcionaron, aunque fuera precariamente, una cierta posibilidad de resistencia y autodominio. La culpa de esta laboriosa y confusa explanación es toda de Cipriano Algor que, siendo lo que es, un simple alfarero sin carné de sociólogo ni preparación de economista, se ha atrevido, dentro de su rústica cabeza, a correr detrás de una idea, para acabar reconociéndose, como resultado de la falta de un vocabulario adecuado y por las graves y patentes imprecisiones en la propiedad de los términos utilizados, incompetente para trasladarla a un lenguaje suficientemente científico que tal vez nos facilitara, por fin, comprender lo que él había querido decir en el suyo. Quedará para los recuerdos de Cipriano Algor este otro momento de desconcierto de vida y de desacierto en la comprensión de ella, cuando, habiendo ido un día al departamento de compras del Centro para hacer la más simple de las preguntas, de allí regresó con la más compleja y oscura de las respuestas, y tan tenebrosa y oscura era, que nada era más natural que perderse en los laberintos de su propio cerebro. Al menos queda salvada la intención. En su defensa Cipriano Algor siempre podrá alegar que hizo todo lo que estaba al alcance de su condición de alfarero para intentar desentrañar el sentido oculto de la sibilina frase del subjefe sonriente, y si incluso para él mismo era evidente que no lo había conseguido, al menos dejó bien claro a quien detrás viniese que, por el camino que él había tomado, no se llegaba a ninguna parte. Estas cosas son para quien sabe, pensó Cipriano Algor, sin conseguir callar su desasosiego interior. En todo caso, decimos nosotros, otros hicieron menos y presumieron de más.

El paquete que Marcial había dejado al guarda de la puerta contenía dos mascarillas, no una, para el caso de que se averíe el sistema purificador del aire en alguna, decía la nota. Y nuevamente la petición, Cuídeme de Marta, por favor. Era casi la hora del almuerzo, una mañana perdida, pensó Cipriano Algor, acordándose de los moldes, del barro que esperaba, del horno que perdía calor, de las filas de muñecos allí dentro. Después, en medio de la avenida, conduciendo de espaldas a la pared del Centro donde la frase,
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, trazaba con descaro irónico el diagrama relacional en que se consumaba la complicidad inconsciente de la ciudad con el engaño consciente que la manipulaba y absorbía, se le pasó por la cabeza, a Cipriano Algor, la idea de que no era sólo esta mañana la que perdía, que la obscena frase del subjefe había hecho desaparecer lo que quedaba de la realidad del mundo en que aprendió y se habituó a vivir, que a partir de hoy todo sería poco más que apariencia, ilusión, ausencia de sentido, interrogaciones sin repuesta. Dan ganas de estrellar la furgoneta contra un muro, pensó. Se preguntó por qué no lo hacía y por qué nunca, probablemente, lo llegaría a hacer, después se puso a enumerar sus razones. Pese a que ésta se encuentra dislocada en el contexto del análisis, por lo menos en principio, las personas se suicidan precisamente porque tienen vida, la primera de las razones fuertes de Cipriano Algor para no hacerlo era el hecho de estar vivo, luego en seguida apareció su hija Marta, y tan junta, tan ceñida a la vida del padre, que fue como si hubiese entrado al mismo tiempo, después vino la alfarería, el horno, y también el yerno Marcial, claro, que es tan buen mozo y quiere tanto a Marta, y Encontrado, aunque a mucha gente le parezca escandaloso decirlo y objetivamente no se pueda explicar, hasta un perro es capaz de agarrar a una persona a la vida, y más, y más, y más qué, Cipriano Algor no encontraba ningunas otras razones, sin embargo tenía la impresión de que todavía le estaba faltando una, qué será, qué no será, de súbito, sin avisar, la memoria le lanzó a la cara el nombre y el rostro de la mujer fallecida, el nombre y el rostro de Justa Isasca, por qué, si Cipriano Algor lo que estaba buscando eran razones para no estrellar la furgoneta contra un muro y si ya las había encontrado en número y sustancia suficientes, a saber, él mismo, Marta, la alfarería, el horno, Marcial, el perro Encontrado y además el moral, por olvido no mencionado antes, era absurdo que la última, esa inesperada razón de cuya existencia inquietamente se había apercibido como una sombra o una provocación, fuese alguien que ya no pertenecía a este mundo, es verdad que no se trata de una persona cualquiera, es la mujer con quien estuvo casado, la compañera de trabajo, la madre de su hija, pero, aun así, por mucho talento dialéctico que se ponga en la olla, será difícil de sustentar que el recuerdo de un muerto pueda ser razón para que un vivo decida seguir vivo. Un amante de proverbios, adagios, anejires y otras máximas populares, de esos ya raros excéntricos que imaginan saber más de lo que les enseñan, diría que aquí hay gato encerrado con el rabo fuera. Con disculpa de lo inconveniente e irrespetuoso de la comparación, diremos que la cola del felino, en el caso a examen, es la fallecida Justa, y que para encontrar lo que falta del gato no sería necesario más que doblar la esquina. Cipriano Algor no lo hará. No obstante, cuando llegue al pueblo, dejará la furgoneta ante la puerta del cementerio donde no ha vuelto a entrar desde aquel día, y se dirigirá a la sepultura de la mujer. Estará allí unos minutos pensando, tal vez para agradecer, tal vez preguntando, Por qué apareciste, tal vez oyendo preguntar, Por qué apareciste, después levantará la cabeza y mirará alrededor como buscando a alguien. Con este sol, hora de almorzar, no será probable.

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