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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (4 page)

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
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Sé cómo se llama. Mis hermanas van a esa escuela
.

3

E
velyn, de diez años, fue la primera en verla. Sus ojos se abrieron de par en par cuando Elena se despidió del ángel que la había escoltado hasta aquel lugar por la vía más rápida y desplegó las alas para mantener el equilibrio durante el aterrizaje en el patio delantero de la elegante escuela de primaria. Tan solo unas cuantas hojas marrones errantes alteraban la perfección del césped, de un verde aterciopelado. Su descenso originó diminutos tornados verdes y castaños, pequeños remolinos airados.

Tras replegar las alas, Elena saludó a la más pequeña de sus medio hermanas con una inclinación de cabeza. Evelyn hizo ademán de levantar una mano para devolverle un saludo titubeante, pero Amethyst, tres años mayor, sujetó aquella mano y tiró de Evelyn para situarla a su lado. Sus ojos azul oscuro, tan parecidos a los de su madre, le advirtieron a Elena que guardara las distancias.

La cazadora entendía aquella reacción.

Después de que la echara de casa, Jeffrey y ella no habían hablado durante más de una década. No habían hablado hasta poco antes de que tuvieran lugar los violentos sucesos que la habían llevado a despertarse con unas alas con los tonos de la medianoche y el amanecer. Y antes de ser repudiada, Elena había pasado un tiempo encerrada en un internado. En consecuencia, no había tenido ningún contacto con sus medio hermanas. Sabía de su existencia, al igual que ellas sabían de la suya, pero más allá de eso eran desconocidas.

Ni siquiera había semejanzas en su aspecto que insinuaran algún lazo familiar: Elena tenía el cabello casi blanco, la piel del tono del atardecer marroquí y una estatura elevada; las niñas, en cambio, poseían el exquisito cabello negro azabache y la constitución menuda de su madre; además, tenían una preciosa piel color crema que habría quedado a la perfección en las rosas inglesas. Evelyn tenía una figura aún infantil, más regordeta, pero su estructura ósea era la de Gwendolyn, elegante y aristocrática.

Las dos esposas de Jeffrey habían dejado su marca en sus descendientes.

Tras apartar la vista de los dos pequeños rostros que la observaban con una mezcla de recelo y acusación, se fijó en el resto de las personas que llenaban el porche. Había unas cuantas chicas agrupadas justo detrás de Evelyn y Amethyst, todas vestidas con el uniforme blanco y marrón del colegio. También había algunos adultos, que debían de ser profesores. Elena no vio ni rastro de Rafael por ningún sitio, lo que significaba que o bien estaba en el interior del impresionante edificio de ladrillos color crema, o bien se encontraba al otro lado de sus muros cubiertos de hiedra, en el enorme patio interior que las niñas solían utilizar para jugar, sentarse en el césped o almorzar.

Elena lo sabía porque lo había investigado. El hecho de que ellas tres solo tuvieran en común los frígidos lazos de la sangre de Jeffrey carecía de importancia. Evelyn y Amethyst eran sus hermanas, y debía cuidar de ellas. Si alguna vez la necesitaban, podrían contar con ella… algo que Ari y Belle no habían podido hacer.

Con el corazón cubierto por un millar de esquirlas de metal, cada una como una puñalada, empezó a dirigirse hacia la entrada. Fue entonces cuando vio que Evelyn daba un tirón para desprenderse de la mano de su hermana y corría hacia las escaleras delanteras para reunirse con ella.

—No eres un vampiro.

Elena se meció sobre los talones cuando oyó el tono desafiante de aquella pequeña de expresión rebelde y puños apretados.

—No —replicó.

Tras un abrasador instante de intercambio de miradas, ambas grises, Elena tuvo la sensación de que la estaban evaluando.

—¿Quieres saber lo que ha ocurrido? —preguntó Evelyn al final.

Elena frunció el ceño, echó un vistazo al porche y no vio a nadie que hiciera ademán de avanzar. Los adultos parecían tan traumatizados como la mayoría de las niñas. Volvió a concentrarse en su hermana y tuvo que luchar contra el impulso de tocarla, de abrazarla.

—¿Hay algo que quieras contarme?

—Fue horrible. —Un susurro. No había otra cosa que horror en aquel rostro delicado que todavía era el de una niña, y no el de la mujer en la que se convertiría un día—. Entré en el dormitorio y había sangre por todas partes, y Celia no estaba allí, aunque se suponía que habíamos quedado. Y no pude encontrar a Bets…

—¿Fuiste tú quien descubrió lo ocurrido? —Una necesidad de protección brutal desnudó sus dientes. No, pensó, no… Los monstruos no le robarían a otra hermana—. ¿Qué fue lo que viste? —Tenía un nudo en las entrañas, y la bilis ascendía por su garganta.

—Después de eso, nada —confesó Evelyn, y Elena se sintió tan aliviada que se dejó caer de rodillas—. La señora Hill me oyó gritar y me arrastró fuera casi de inmediato. Luego nos obligaron a quedarnos aquí fuera, y oí unas alas… pero no vi a tu arcángel.

En aquel instante, Elena vislumbró un destello de astucia en esos ojos grises que le recordó la de Jeffrey. Aquello le provocó un doloroso pinchazo en el pecho… porque ella también era hija de su padre, al menos en alguna parte de su alma.

—Me encargaré de todo —prometió—. Pero necesito que regreses con Amethyst y te quedes con ella hasta que averigüe qué es lo que ocurre. —Si Rafael la había avisado, estaba claro que se trataba de un vampiro renegado.

Evelyn se dio la vuelta y corrió hacia el porche, donde se situó junto a la rígida figura de su hermana.

Rafael
.

Por un instante, lo único que oyó fue un silencio infinito. Ninguna voz teñida con la arrogancia propia de alguien que ha vivido más de mil años. Ni el susurro del viento, ni la lluvia en su cabeza. Poco después, restalló el trueno con tal fuerza y poder que estuvo a punto de tambalearse. Aquel era el poder de Rafael.

Vuela sobre el primer edificio y

No puedo. Ya he aterrizado
.

Elena aún no estaba lo bastante fuerte para realizar un despegue vertical, algo que requería no solo una considerable fuerza física, sino también una gran destreza.

Entra por la puerta principal. Encontrarás el camino
.

La certeza que teñía la voz de Rafael (y saber qué era lo único que podía haberle dado aquella certeza) hizo que Elena enderezase la espalda y notara un retortijón en el estómago. Tuvo que realizar un esfuerzo considerable para rechazar aquellas sensaciones y concentrarse en la caza que tenía pendiente. Pegó las alas a la espalda a fin de que no rozaran de forma inadvertida a ninguno de los que se amontonaban en el porche, subió los escalones y recorrió un suelo antiguo construido con ladrillos idénticos a los del edificio en sí.

Los susurros la rodeaban por todas partes.

—Creí que había muerto…

—… vampiro…

—¡No sabía que se podían crear ángeles!

Luego oyó los chasquidos que anunciaban la puesta en marcha de las cámaras de los teléfonos móviles. Aquellas imágenes llenarían la web en cuestión de minutos, o de segundos, y los medios informativos no vacilarían a la hora de atacar después de eso.

—Bueno —murmuró entre dientes—, al menos servirá para anunciar mi presencia. —Ahora solo tendría que enfrentarse al follón de los medios, que a buen seguro la arrollarían como un puñetero tornado.

Susurros de hierro en el aire.

Levantó la cabeza de pronto, ya que sus sentidos se habían agudizado para rastrear aquel vestigio que hablaba de sangre y violencia. Lo siguió y avanzó por el pasillo desierto, que tenía una alfombra de color borgoña y las paredes cubiertas por fotografías que mostraban clases de décadas anteriores, con remilgados estudiantes apiñados. Continuó hasta unas escaleras que se curvaban de forma sinuosa hacia la izquierda.

Si bien el edificio era antiguo y de cimientos fuertes, el pasillo estaba lleno de luz. Y descubrió el motivo de tanta iluminación cuando se detuvo en el primer escalón y alzó la mirada. En el techo había una magnífica claraboya abovedada de cristal, ribeteada en oro y cubierta por unas cuantas ramas de hiedra. Las hojas parecían esmeraldas incrustadas en el cristal. Sin embargo, no fue eso lo que llamó su atención.

Hierro de nuevo, tan denso, potente e intenso que solo podía proceder de una cosa.

Muerte.

—Arriba.

Sorprendida, Elena se volvió y se encontró a una mujer esquelética ataviada con un elegante traje de un color entre el verde oliva claro y el gris. Aquel tono resultaba casi duro en contraste con su piel pálida, blanca como el papel.

—Soy Adrienne Liscombe, la directora —dijo la desconocida al ver la mirada interrogante de Elena—. Estaba revisando el edificio para asegurarme de que todas las niñas habían salido ya.

Tras fijarse en las señales de las puertas que se abrían en el lado derecho del pasillo, Elena dijo:

—¿Este es el edificio de las oficinas?

—Esta planta —respondió la señora Liscombe con palabras rápidas y precisas—. La segunda planta alberga la biblioteca y aulas de trabajo para las chicas. Más arriba se encuentran algunos dormitorios, y en la cuarta planta hay más dependencias. Somos un hogar para muchas de nuestras alumnas, y las oficinas del personal son como pequeños apartamentos, ya que una parte significativa de nosotros también vivimos aquí. Una chica puede bajar desde su habitación en cualquier momento para hablar con un miembro del personal.

Elena comprendió que, pese a su correcta pronunciación, su traje inmaculado y sus elegantes joyas de oro, la directora estaba divagando. Muy consciente de lo que podía haber reducido a semejante estado a una mujer que parecía ser dueña de una naturaleza fuerte, dijo:

—Gracias, señora Liscombe. —Ahogada como estaba en la acerba esencia de la sangre, y de otros fluidos más espesos y viscosos, le costó bastante conseguir que su voz sonara agradable—. Creo que las chicas necesitan sus consejos allí fuera.

Un brusco asentimiento que arrancó destellos plateados al brillante cabello de la mujer.

—Sí. Sí, debería marcharme.

—Espere. —Tenía que hacerle la pregunta—. ¿Cuántas de sus pupilas han desaparecido?

—Todavía no ha podido realizarse un recuento completo. Lo haré ahora mismo. —La mujer enderezó los hombros y recuperó la calma profesional en respuesta a aquel cometido concreto—. Algunas de las chicas han salido de excursión, y tenemos el número habitual de ausencias, de modo que realizaré una verificación y haré una lista.

—Por favor, háganosla llegar en cuanto sea posible.

—Por supuesto. —Una pausa—. Celia… debería estar aquí.

—Comprendo. —Al subir los escalones de madera barnizada que hablaban de otra época anterior a la de los pasos amortiguados de la directora, Elena recordó que debía mantener las alas alzadas. Todavía no le resultaba un gesto natural, pero ya se le daba mucho mejor que cuando despertó del coma. Al principio, su motivación había sido no arrastrarlas por la suciedad de las calles de Manhattan.

Aquel día necesitaba recordarlo por una razón mucho más siniestra.

Cuando entró en el pasillo de la tercera planta, pasó por alto los exquisitos cuadros al óleo que evidenciaban dinero y clase para rastrear el hedor del hierro y el miedo hasta la habitación del fondo, una habitación en la que había un arcángel con unos ojos de un color azul despiadado.

—Rafael.

Se detuvo e intentó respirar. La intensidad del empalagoso aroma amenazó con asfixiarla cuando se fijó en las sábanas manchadas de sangre, en el charco oscuro ribeteado de rojo que había en el suelo, en el indescriptible graffiti carmesí de las paredes.

—¿Dónde está el cadáver? —Porque tenía que haber un cadáver. Un ser humano no podía perder tanta sangre y sobrevivir.

—En el bosque —respondió él en un tono que le erizó el vello de la nuca. Era un tono muy, muy calmado—. La arrastró hasta allí para darse un festín, pero derramó la mayor parte de la sangre en este lugar.

Elena enderezó la espalda para librarse de la sensación de lástima. La compasión ya no le serviría de nada a Celia… y a ella le impediría realizar bien su trabajo, hacer justicia.

—¿Por qué me pediste que entrara? —Si debía rastrear al vampiro, lo mejor sería empezar por el último lugar donde había estado.

—Descubrieron el cadáver flotando en un pequeño estanque. Es probable que el vampiro se lavara allí antes de marcharse.

Elena levantó la cabeza de inmediato.

—¿Me estás diciendo que «piensa»? —Porque el agua era lo único que podría confundir los agudizados sentidos de un cazador nato. Los vampiros atrapados en la sed de sangre (lo único que podía explicar la bestialidad de aquel ataque) no pensaban. Se comportaban con una violencia incontrolable y a menudo eran capturados mientras se regodeaban con la sangre de sus víctimas—. ¿Es… otro Uram? —concluyó, consciente de que el más oscuro de los secretos angelicales no podía pronunciarse en voz alta, no allí.

—No. —La voz de Rafael fue, si eso era posible, incluso más dulce.

Crueldad envuelta en terciopelo, pensó Elena. El arcángel cabalgaba sobre el afilado filo de la furia.

—Encuentra su esencia, Elena. Este debe de ser el lugar donde es más intensa.

Tenía razón. Cualquier olor que descubriera en las cercanías del estanque estaría más diluido. Allí, donde el asesino había matado, quizá quedara algún rastro de su propia sangre, siempre que la víctima hubiese logrado arañarlo mientras luchaba por su vida. Tras respirar hondo, Elena descartó todo pensamiento —incluida la horrible idea de que el cadáver podría haber sido el de una de sus hermanas— y se concentró en los ricos matices de la esencia que saturaba la habitación.

Lo más fácil fue identificar a Rafael, su ancla.

Luego distinguió el beso metálico de la sangre. Y una esencia tormentosa teñida de fuego.

Abrió los ojos al instante.

—¿Jason ha estado aquí? —Su habilidad para rastrear a los ángeles seguía siendo un don errático, más veces ausente que presente, pero conocía aquella combinación de notas, y sabía también que era muy raro que el ángel de alas negras apareciera a plena luz del día.


.

Alarmada por la forma en la que el arcángel clavaba la vista en el charco de sangre, dejó a un lado la cuestión de por qué el jefe de espías de Rafael había pasado por allí —por qué, de hecho, estaba el arcángel de Nueva York en un escenario que debería estar lleno de policías y cazadores— y se concentró en sus sentidos una vez más. Fue sorprendente lo poco que le costó aislar el aroma del vampiro. A diferencia de la mayoría de los lugares de la región, aquella escuela no tenía, al parecer, empleados vampiros. Era una zona tan solo para humanos.

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
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