La decadencia del ingenio (3 page)

BOOK: La decadencia del ingenio
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—La verdad es que ha perdido peso —le dijo el pediatra y no sin razón, ya que no me veía tan orondo y blandito como antes—. Creo que sería buena idea darle un complemento vitamínico, para que recupere el apetito.

—Disculpe, doctor —le dije—, creo que se equivoca. No necesito ningún comp…

—A ver si así comes más, ¿eh?

—Como lo necesario. No veo por qué hay que acelerar el desagradable proceso de crecimiento. Además, sigo siendo blandito y redondo.

—Vas a crecer y vas a hacerte fuerte y grandote, ¿verdad?

No pude contestar a esa amenaza. Jamás me he considerado un cobarde, al menos no hasta hace unos meses, pero aquel pediatra había confirmado mis peores temores, apuntando que no me libraría de la decadencia de la edad adulta. Al fin y al cabo, aquel tipo era un viejo desagradable, pero algo debía saber de niños, aunque sólo fuera por observación.

Me mareé. Y no por el hambre.

Justamente el hambre fue uno de los efectos de aquellas vitaminas. Me conferían apetito, cierta vitalidad, ganas de moverme y, con el movimiento, aún más apetito. El frasco me duró dos meses y, según mis cálculos, durante aquella época comí lo necesario para un año y medio.

Fue prácticamente un suicidio.

Y eso que cuando ni Noelia ni mi padre miraban, en lugar de tragar las píldoras, las guardaba en un bolsillo o las plantaba en una maceta.

Aquel ficus podría haber ganado algún premio.

Qué belleza, qué exuberancia.

Comienzo a gatear y nace mi efímero interés por la política

Por aquel entonces aprendí a gatear. Primero iba marcha atrás, cosa que me frustraba no poco, y luego fui capaz de dirigir mi cuerpo hacia adelante. Así comprobé que a pesar de todo, crecer tenía sus ventajas y ésta era una, y no menor. Podía desplazarme por casa a mis anchas, sin tener que pedirle a mi padre que me acercara una revista o a Noelia que me pasara mi vaso de leche. Además, gatear no supuso una merma de mis capacidades mentales, como temía que iría ocurriendo a medida que fuera creciendo. Esto fue sin duda un motivo para sentirme optimista: igual la decrepitud no me llegaría o, al menos, tardaría más en llegarme de lo que temía.

De todas formas, tenía más que claro que corría el riesgo de convertirme en un inútil con el paso de los años y estaba ya por tanto decidido a hacer algo grande, a cambiar el mundo antes de que el mundo me cambiara a mí.

El problema, claro, era que no sabía qué hacer. Querer cambiar el mundo es un deseo comprensible, sobre todo teniendo en cuenta el mal estado del mundo en cuestión. Pero no es una tarea fácil y por tanto hay que fijarse un objetivo concreto. De todas formas, mi aún escasa experiencia no me permitía delimitar el objeto de lo que podría llamarse mi revolución. Con lo que temía que la experiencia llegara al mismo tiempo que la pérdida de facultades. Bonita forma de enfrentarse a la vida: facultades sin experiencia o experiencia sin facultades.

Le transmití mis preocupaciones a Lucas, una tarde que estaba en el parque y mientras Noelia hablaba por teléfono. A pesar de que ya llevaba un tiempo intercambiando impresiones con este gran hombre, lo cierto era que a Noelia no le gustaba que hablara con él y tenía que hacerlo con disimulo. Le expliqué lo que pensaba y él estuvo de acuerdo.

—Yo de joven hacía otras cosas. Trabajaba. Movía mucho los brazos y todo el mundo hacía ruido. Pero me puse enfermo por culpa de la gente. La gente me miraba y me decía cosas y me pedía que fuera al fútbol con ellos, pero a mí no me gusta el fútbol, no me gusta nada, y por eso me puse enfermo y me fui. Pero no sirvió de nada porque hay gente por todas partes. En moto por la acera o con la bici, casi me atropellan ayer. Uno no puede librarse de la gente, se te engancha, te escupe, te insulta, te ignora, te pide dinero, hagas lo que hagas todos te piden dinero, todo cuesta algo, nadie hace nada gratis. Y por eso me fui, pero en todas partes es igual, y por eso volví. Mi hermano murió ya te lo dije que murió pero mi hermana sigue viva, ya es mayor, ya es mayor. No sé dónde estará. Barcelona es una buena ciudad, pero sólo si tienes dinero, muejejejejé, malditos catalanes, todos podridos de dinero y yo durmiendo en un banco, malditos hijos de puta…

Normalmente y llegado lo que vendría a ser el momento cumbre de su discurso —lo que los adultos llaman calentón—, Lucas hacía una de estas dos cosas: o se quedaba dormido o se ponía a gritar, acabando así con nuestra conversación. Y es que si se dormía, ya no había forma de despertarle, mientras que si se ponía a gritar, Noelia nos veía, se asustaba y me llevaba bien lejos.

—Lucas, por favor, tranquilo.

—Cabrones de mierda, todos los catalanes sois unos hijos de la gran…

—Sé que tienes motivos para estar molesto…

—… puta, ¡cerdos, sois todos unos cerdos!

—… teniendo en cuenta tu dura e incomprendida vida…

—¡Os deberían degollar a todos!

—… y cómo se ha comportado tu hermana contigo, pero creo que deberías relajarte.

Por mucho que hablara, ya no había nada que hacer. De hecho, Noelia ya había levantado la cabeza y soltado un “pero bueno, otra vez el loco este molestando al niño”. De todas formas, lo que no esperaba era que aparecieran de la nada un par de policías y con un “venga, tranquilo”, se lo llevaran de allí a rastras, agarrándolo cada uno de un brazo.

—Disculpen, agentes, pero creo que se están excediendo.

Los policías ni se giraron a mirarme.

—¡Mis cosas, mis cosas… ! —Gritaba Lucas.

—Noelia, se están llevando a Lucas.

—Pues bien hecho —dijo ella—. A ver si así hacen algo por el pobre hombre.

—Pero qué le van a hacer.

—Le ducharán y le darán un plato caliente. Luego le darán ropa limpia, le tendrán un par de días en un albergue y le conseguirán un trabajo.

Sinceramente, jamás hubiera pensado que nadie fuera tan cruel como para hacerle algo así a un semejante. No tenía ni tengo nada en contra de las duchas y de los platos calientes, pero aquello de conseguirle un trabajo al pobre Lucas, una de las mentes más privilegiadas de Barcelona, me parecía absolutamente desproporcionado.

—Pero ¿por qué los policías han venido justamente hoy? Porque ayer no estaban. Ni antes de ayer. ¿Y mañana? ¿Mañana estarán? ¿Y Lucas regresará mañana?

—Huy, mira, cuánta gente hay allí. Vamos a echar un vistazo.

Noelia empujó el carrito hasta un grupo de unas cincuenta personas que se habían arremolinado detrás de la cancha de baloncesto. Había fotógrafos, gente tomando notas, turistas preguntando en inglés qué ocurría y un par de vecinos con pancartas.

Como no veía nada y ante mi insistencia, Noelia me cogió en brazos. Tampoco es que la niñera fuese muy alta, pero al menos algo sí alcanzaba a otear. Por lo que vi, la gente se había concentrado alrededor de un cuadrilátero de tierra cercado por una vallita de madera y protegido por seis policías bien armados.

Pronto un murmullo se fue desplazando por la modesta multitud: “Que viene, que viene”. Y todos giraron sus cabezas hacia la derecha, donde al final de todo se veía un coche negro aparcando en la calle. De él bajó un tipo de unos tres o cuatro metros, lo que sería un adulto hipertrofiado, que abrió la puerta de atrás. Por esa puerta salió otro tipo, no muy alto y gordote, sonriendo mucho y con el pelo totalmente blanco. Se abrió camino entre la gente estrechando manos y dando las gracias, hasta llegar al frente del cuadrilátero. Fue entonces cuando se dispararon los flashes de las cámaras.

Comenzó a hablar.

—Queridos vecinos. Es para mí un motivo de honda satisfacción poder reunirme con vosotros en un día tan alegre y significativo para el barrio y para la ciudad. Después de diecisiete años de lucha vecinal, gracias a la rápida actuación del ayuntamiento que presido y a pesar de las inquinas y conspiraciones de la oposición, declaro inaugurado este pipicán.

Entonces fue interrumpido por aplausos y flashes.

—Gracias, gracias… Y aunque sé que son los vecinos quienes deberían estrenarlo, me voy a permitir ese lujo con vuestro permiso.

Me pareció exagerado que todo un alcalde se pusiera a mear en medio del parque y así se lo iba a comentar a Noelia, cuando vi que el gorila que había abierto la puerta del coche se abría paso entre la multitud con un chihuahua.

El alcalde cogió la correa del chucho, abrió la valla y permitió que el perro orinara y defecara entre los “ohhh, qué bonito” del público.

—Y como es un pipicán —siguió el alcalde—, no hace falta recoger las caquitas —risas del público—. Pero, eso sí, cuando no voy a un pipicán y mi Carlitos tiene que hacer sus cositas en la calle, las recojo siempre. Si alguien quiere comprobarlo, llevo todos los zurullos en el maletero del coche —más aplausos—. ¿Pero qué es lo que ven mis ojos? ¡Un niño!

Todos se giraron hacia donde el alcalde miraba. Y, claro, me miraba a mí, ya que los demás niños habían preferido seguir tirados por la arena o dormitar en sus carritos antes que prestar atención al pulso político actual. El matón abrió entonces un pasillo entre el alcalde y Noelia. Lo abrió a puñetazos y empujones, con un enternecedor desinterés por la integridad de los agredidos.

Entonces el alcalde se me acercó y entre sonoros “oh, qué tierno” de los asistentes, me plantó un reverente beso en la mejilla. Sonreí de satisfacción ante tal muestra de aprecio por mi dignidad por parte de un adulto.

—Gracias a todos —dijo—, y ahora a disfrutar del pipicán.

Los gorilas lo escoltaron hasta el coche y yo me quedé reflexionando mientras Noelia me devolvía al carrito y los vecinos obligaban a sus perros a hacer sus cosas fuera de horas.

Así que en esto consistía la política. En atender las necesidades de los ciudadanos y de los perros. En acercarse a la gente, esos adultos mediocres, y decirles: “Aquí tenéis lo que necesitáis. No me deis las gracias, es mi trabajo”. Además, con el beso que me había dado a pesar de no ser familiar mío ni conocerme de nada, aquel hombre había demostrado un respeto por los bebés digno de admiración o, mejor dicho, muestra de su admiración. Había sido una forma de decirle a quienes estaban allí reunidos: “Aquí tenéis a nuestro pasado, nosotros fuimos tan grandes como él, recordadlo a modo de solaz para los momentos tristes”.

Pero, por otro lado, no se me escapaba que si los policías se habían llevado a Lucas, posible y aterradoramente para darle un trabajo, había sido por culpa de la visita del alcalde. Era comprensible: tenía miedo de que yo le comparara con Lucas, ya que el alcalde no era un adulto extraordinario, sino sólo un adulto consciente de lo que era un niño. Que no era poca cosa, desde luego, y que le alzaba por encima de los demás, pero que desde luego ni siquiera le acercaba a Lucas.

Quizá ahí estaba eso tan grande que yo quería hacer: la política. Enseñarle a todo el mundo que se puede seguir haciendo pipicanes y farolas sin necesidad de maltratar a genios como Lucas. Al contrario, aprovechándole tanto a él como a quienes como yo parece que seremos genios sólo por unos años.

Pero, claro, tenía que hablar de todo esto justamente con Lucas. Él tenía experiencia y conservaba sus facultades. Él era un afortunado. Quizá él podría decirme si era buena idea, si lo podría hacer a tiempo, y, ya de paso, si pensaba que yo sería como él con el paso de los años o si mi cuerpo y mente se irían deteriorando. Igual sabía algo al respecto.

Pero igual ya no le veía nunca más. Igual se lo habían llevado a trabajar y lo metían en una oficina a hacer fotocopias o en una coctelería a preparar margaritas. La sola idea me hizo llorar a grito pelado.

—Ay, ay –me calmaba Noelia—que al niño le ha asustado el alcalde feo.

Acerca de cómo volví a ver a Lucas y lo que supe sobre su hermana

Pasaron varios días hasta que volví a ver a Lucas. Fueron días largos, en los que pasaba las horas que estuviera por el parque buscando a mi amigo y guía con la mirada.

Regresó un sábado. Aquel día, como todos los fines de semana, quien me había acompañado en el paseo matutino era mi padre, que me dejaba sentado en el carrito mientras él leía el diario. Al contrario que Noelia, casi nunca se preocupaba por mis conversaciones con Lucas.

Toda una ventaja.

El caso es que cuando le vi me dio un vuelco el corazón; tras la impresión, me puse a reír como un loco de la alegría. Él también me vio y también se puso a reír. Claro que en seguida me di cuenta de lo mal que lo debía haber pasado.

Se le notaba la piel más clara y apenas percibía su olor acre. Es decir, le habían lavado a conciencia. Esto igual no estaba mal del todo: al menos mi pituitaria lo agradecía. Pero lo que mis ojos no eran capaces de agradecer era lo que le habían hecho en la cara: ya no tenía esa barba rala y desaliñada. Se la habían afeitado. Sí, sólo era cuestión de tiempo que le volviera a crecer y por supuesto ya se le notaban puntitos negros y brillantes en las mejillas o en lo que quedaba de ellas tras una vida dedicada al intelecto y no a la carne. Pero la impresión fue desagradable y descorazonadora. Y lo mismo con el resto del pelo de la cabeza, ya que le habían cortado los cabellos al uno, como si el pobre Lucas fuera un militar o un delincuente. O ambas cosas. No tengo nada en contra de… No, espera, sí que tengo mucho en contra de los militares: son exageradamente adultos, tan adultos que parecen una caricatura. Y a Lucas lo habían dejado justamente como una caricatura.

También le habían cambiado de ropa, pero eso apenas se le notaba al pobre, la verdad.

Al menos parecía que se había escapado justo a tiempo, es decir, justo antes de que le encontraran un trabajo.

—Lucas —le dije—, no sabes lo mal que lo he pasado.

—Y yo, y yo… Nada de vino, como si tuviera otra cosa, pero al final me dejaron marchar, siéntese, señor, siéntese, y yo no me siento y no me llame señor, que se está riendo de mí. Se estaba riendo de mí. Sí. Pero al final me dejaron marchar.

—Temí que te hubieran buscado un trabajo.

—Trabajo, trabajo… Trabajo. Ya no trabajo. Trabajé, pero no estoy bien para trabajar. Se lo dije a esa gente, pero nadie me hizo ni caso, mi hermana decía que lo que me pasaba era que tenía mucho cuento, mi hermana, no sé dónde está mi hermana, pero es mi hermana al fin y al cabo, y digo yo que me podrá ayudar, que para eso están los hermanos. Perdí a mi hermana, ya no sé dónde está.

—Sin duda. Pero yo quería hacerte una consulta, y perdona que cambie de tema.

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