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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

La espada y el corcel (14 page)

BOOK: La espada y el corcel
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Sactric escudriñó el rostro inmóvil e inexpresivo del enano sidhi.

–La criatura se parece a aquel con quien deseo volver a encontrarme –admitió–. ¿Y se halla completamente bajo tu poder?

–Completamente.

Calatin mostró la bolsita de cuero que Corum recordaba muy bien de cuando él mismo había hecho un trato con el hechicero. Era la bolsita dentro de la que había escupido Goffanon, la bolsita que Corum había entregado a Calatin y cuyo contenido había sido utilizado por el hechicero para obtener su poder actual sobre el gigantesco enano. Corum contempló aquella bolsita y se sintió lleno de un odio hacia Calatin todavía más intenso que el que había sentido antes, pero el odio que sentía hacia sí mismo era aún más fuerte, y acabó enterrando el rostro en las manos mientras dejaba escapar un gemido. Ilbrec carraspeó y le habló en un murmullo intentando consolarle, pero Corum no pudo oír las palabras.

–Entonces entrégame la bolsita que contiene tu poder.

La mano semiputrefacta se alargó hacia Calatin, pero el hechicero volvió a ocultar la bolsita dentro de los pliegues de su túnica y sonrió.

–Como ya sabéis, el poder debe ser transferido voluntariamente o de lo contrario dejará de existir. Antes debo estar seguro de que cumpliréis con vuestra parte del trato, Sactric.

–Los malibann rara vez damos nuestra palabra –respondió secamente Sactric–, y cuando la damos estamos obligados a ser fieles a ella. Solicitaste nuestra ayuda para destruir lo que queda de la raza de los mabden primero, y para aprisionar a los Fhoi Myore en una ilusión de la cual serán incapaces de escapar después, dejándote así en libertad de utilizar este mundo como te plazca. Te comprometiste a traernos a Goffanon y a prestarnos tu ayuda a fin de que pudiéramos abandonar este plano para siempre. Bien, nos has traído a Goffanon y eso es bueno... Debemos confiar en que posees el poder necesario para ayudarnos a abandonar este mundo y encontrar otro lugar más agradable en el cual vivir. Naturalmente, si no lo consigues te castigaremos... Eso también lo sabes.

–Lo sé, Emperador.

–Entonces dame la bolsita.

Calatin mostró una considerable reluctancia ante la orden y tardó todo lo posible en volver a sacar la bolsita de cuero de sus ropajes, pero acabó entregándosela a Sactric, quien la aceptó con un siseo de placer.

–¡Y ahora escucha a tu amo Calatin, Goffanon! –dijo Calatin mientras los amigos del enano le contemplaban con profunda consternación–. Ahora tienes un nuevo amo... Es este gran hombre, este emperador llamado Sactric. –Calatin dio un paso hacia delante, tomó la enorme cabeza de Goffanon entre sus dedos enjoyados y la hizo girar de tal manera que los ojos quedaron vueltos hacia Sactric–. Ahora Sactric es tu amo y le obedecerás tal como me has obedecido a mí.

Cuando respondió, la voz de Goffanon sonó pastosa y las palabras se pegaron las unas a las otras haciendo pensar en el discurso balbuceante de un idiota, pero todos oyeron lo que dijo.

–Ahora Sactric es mi amo –dijo el enano sidhi–. Le obedeceré tal como he obedecido a Calatin.

–¡Excelente! –Calatin retrocedió un poco, y la expresión presuntuosa que había en su apuesto rostro indicaba con toda claridad lo satisfecho de sí mismo que se sentía–. Y ahora, Emperador Sactric, ¿cómo pensáis libraros de mis dos enemigos? –Señaló a Ilbrec y Corum–. ¿Me permitiréis concebir una manera de...?

–Aún no estoy seguro de si deseo librarme de ellos –dijo Sactric–. ¿Por qué matar a unos buenos animales antes de que sea necesario comérselos?

Corum vio que Ilbrec palidecía un poco ante la elección de términos que había hecho Sactric, y él también encontró bastante inquietantes sus palabras. Hizo un esfuerzo desesperado para dar con un método de capturar a Sactric, pero sabía que Sactric era capaz de entrar y salir de su cuerpo momificado a voluntad, y que podía invocar ilusiones letales cuando quisiera y hacer que apareciesen en un instante. Había muy poco que él o Ilbrec pudieran hacer, aparte de rezar para que Calatin no consiguiera imponer su voluntad.

Calatin se encogió de hombros.

–Bien, deben morir en algún momento –dijo–. Corum, en particular...

–No hablaré del asunto hasta que haya puesto a prueba a Goffanon. –Sactric volvió a concentrar su atención en el herrero sidhi–. ¿Te acuerdas de mí, Goffanon?

–Te recuerdo. Eres Sactric. Ahora eres mi amo –retumbó la voz del enano, y Corum gimió para sus adentros al ver a su amigo en una situación tan humillante.

–¿Y recuerdas que ya estuviste aquí antes en una ocasión..., en esta isla a la que llamas Ynys Scaith?

–Estuve en Ynys Scaith antes de ahora. –El enano cerró los ojos y un gemido ahogado escapó de sus labios–. Lo recuerdo. El horror...

–Pero te fuiste. Lograste superar todas las ilusiones que enviamos contra ti y saliste de la isla...

–Escapé.

–Pero te llevaste algo contigo. Lo usaste para protegerte hasta que pudieras marcharte de la isla. ¿Qué ha sido de aquello que te llevaste?

–Lo escondí –dijo Goffanon–. No deseaba verlo.

–¿Dónde lo escondiste, enano?

–Lo escondí. –El rostro de Goffanon estaba iluminado por una sonrisa de idiota–. Lo escondí, gran Sactric.

–Ese objeto era mío, como tú muy bien sabes, y tiene que serme devuelto. Debo volver a tenerlo en mi poder antes de que nos marchemos de este plano. No me iré de aquí sin él... ¿Dónde lo escondiste, Goffanon?

–¡No lo recuerdo, amo!

Cuando volvió a hablar, la voz de Sactric contenía ira y algo que Corum pensó casi parecía desesperación.

–¡Debes recordarlo! –Sactric giró sobre sí mismo y alzó un dedo del que la carne polvorienta se desprendía incluso en aquellos momentos para señalar a Calatin–. ¡Calatin! ¿Me has mentido?

Calatin se alarmó considerablemente. Su aire de complacencia anterior había desaparecido para ser sustituido por una expresión entre nerviosa y preocupada.

–Majestad, os juro que tiene que saberlo... ¡El conocimiento está allí aunque se halle enterrado en su memoria!

Sactric puso su mano parecida a una garra sobre el ancho hombro de Goffanon y sacudió al enano.

–¿Dónde está, Goffanon? ¿Dónde está el objeto que me robaste?

–Enterrado... –balbuceó Goffanon–. Enterrado en algún sitio... Lo puse a buen recaudo. Había un hechizo para asegurar que nunca volvería a ser encontrado salvo por mí...

–¿Un hechizo? ¿Qué clase de hechizo?

–Un hechizo...

–¡Sé más preciso, esclavo! –La voz de Sactric se había vuelto estridente y temblorosa–. ¿Qué hiciste con el objeto que me robaste?

A Corum ya le resultaba evidente que el Emperador de Malibann no deseaba revelar al resto de los presentes qué era lo que le había robado Goffanon, y el príncipe vadhagh empezó a comprender que si escuchaba con mucha atención quizá conseguiría descubrir alguna debilidad en aquel hechicero aparentemente invulnerable.

La respuesta de Goffanon volvió a ser vaga.

–Me lo llevé, amo. Ella...

–¡Silencio! –Sactric volvió a girar sobre sí mismo para dirigirse de nuevo a Calatin–. Calatin, me diste tu palabra de que me entregarías a Goffanon, y por eso te ayudé a crear el karach y te ayudé a infundirle vida tal como tú deseabas, pero ahora descubro que me has engañado...

–¡Os juro que no lo he hecho, gran Sactric! No puedo explicar la incapacidad para responder a vuestras preguntas de que da muestra el enano... Debería hacer cuanto le ordenéis sin la más mínima vacilación...

–Entonces me has engañado..., y además también te has engañado a ti mismo. Algo ha muerto en el cerebro de este sidhi, y tu magia ha demostrado ser muy poco sutil. Sin su secreto no podemos abandonar este plano... Sin él no deseamos abandonar este plano, y por lo tanto nuestro trato termina...

–¡No! –gritó Calatin poniéndose en pie y viendo cómo la terrible muerte que le aguardaba aparecía de repente en los gélidos ojos llameantes de Sactric–. Os lo juro... Goffanon posee el secreto... Dejad que hable con él... Goffanon, escucha a Calatin. Dile a Sactric lo que desea saber...

–Ya no eres mi amo, Calatin –respondió Goffanon con voz átona e inexpresiva.

–Muy bien –dijo Sactric–. Debes ser castigado, hechicero...

El pánico se adueñó de Calatin.

–¡Karach! ¡Karach! –gritó–. ¡Destruye a Sactric! La figura encapuchada se levantó al instante, se arrancó la gruesa capa que había ocultado sus rasgos y desenvainó la gran espada que colgaba de su cinto, y lo que vio entonces hizo que Corum lanzara un grito lleno de miedo.

El karach tenía un rostro vadhagh. Sólo tenía un ojo visible, y el otro estaba cubierto por un parche. Tenía una mano que relucía como si fuera de plata y otra de carne y hueso. Llevaba una armadura que era casi idéntica a la de Corum, y un casco puntiagudo de forma cónica alrededor del cual estaba escrito un nombre en letras vadhagh, y el nombre era «Corum Jhaelen Irsei» y esas palabras significaban Corum, el Príncipe de la Túnica Escarlata.

Y la Túnica Escarlata, la Túnica del Nombre de Corum, flotó y onduló alrededor del cuerpo del karach mientras avanzaba hacia Sactric.

Y el rostro del karach era idéntico en todos los detalles importantes al de Corum.

Y Corum comprendió por qué Artek y sus seguidores le habían acusado de haberles atacado en Ynys Scaith, y comprendió por qué los mabden habían podido ser engañados para que pensaran que había luchado al lado de los Fhoi Myore y en su contra, y también comprendió por qué Calatin había hecho aquel trato con él y había aceptado que le entregara la Túnica de su Nombre. Calatin ya llevaba mucho tiempo planeando todo aquello.

Y al contemplar aquel rostro que no era el suyo, Corum se estremeció y se le helaron las venas.

Sactric desdeñó usar su magia contra el karach, el doble (o quizá su magia fuese inútil contra una criatura que, en sí misma, no era más que una ilusión) y se volvió hacia su nuevo servidor.

–¡Goffanon! –gritó–. ¡Defiéndeme!

El gigantesco enano saltó obedientemente hacia delante para interponerse en el camino del karach mientras hacía girar su hacha.

Y Corum, fascinado y lleno de miedo, contempló el combate creyendo que por fin estaba viendo al «hermano» de la profecía de la anciana, aquel a quien debía temer.

–¡Ahí está el karach, Corum! –le estaba gritando Calatin–. Ahí está aquel destinado a matarte y ocupar tu lugar... ¡Ahí está mí hijo! ¡Ahí está mi heredero! ¡Ahí está el karach inmortal!

Pero Corum ignoró a Calatin y contempló la batalla mientras el karach, su rostro inexpresivo y su cuerpo aparentemente incansable, lanzaba un mandoble tras otro contra Goffanon, quien los detenía con su hacha de guerra de doble filo, el hacha de guerra de los sidhi. Corum pudo percatarse de que Goffanon estaba empezando a cansarse y de que ya se hallaba exhausto antes de llegar a la isla, y comprendió que el enano no tardaría en caer ante la espada del karach, y fue entonces cuando Corum desenvainó su espada y corrió hacia su doble mientras Sactric se echaba a reír.

–¿Tú también te apresuras a defenderme, príncipe Corum? –le preguntó el líder de los malibann con voz burlona.

Corum lanzó una rápida mirada llena de odio a la forma putrefacta del líder de los malibann antes de descargar su espada, la espada forjada con dos metales que Goffanon había creado para él, sobre el hombro del karach haciendo que la criatura se volviese en su dirección.

–¡Lucha conmigo, sustituto! –gruñó Corum–. Fuiste creado precisamente para eso, ¿no?

Y lanzó una estocada contra el corazón del karach, pero la criatura se hizo a un lado, y Corum no pudo controlar su inercia y la hoja pasó junto al cuerpo del karach y acabó enterrándose en la carne, mas no en la carne del karach.

La espada había encontrado la carne de Goffanon y Goffanon gimió cuando la hoja le atravesó el hombro, mientras Corum lanzaba un jadeo de horror ante lo que había hecho involuntariamente. Goffanon se desplomó hacia atrás y la espada debía haberse clavado en un hueso, pues el movimiento del enano al caer arrancó la espada de la mano de Corum y le dejó sin armas; y el karach fue hacia él con una terrible sonrisa inmóvil en el rostro y un brillo gélido en su único ojo sin alma, y se dispuso a acabar con el príncipe vadhagh.

Ilbrec desenvainó su reluciente espada Vengadora y se lanzó en ayuda de Corum, pero antes de que pudiera recorrer la distancia que les separaba Calatin pasó corriendo junto a él e inició una frenética huida colina abajo. Estaba claro que el hechicero había abandonado toda idea de derrotar a Sactric y albergaba la esperanza de llegar a su bote antes de que el líder de los malibann se percatase de que había desaparecido.

Pero Goffanon vio a Calatin, y alzó su mano para aferrar la espada que había forjado y que había acabado sobresaliendo de su hombro por un extraño encadenamiento de casualidades –e incluso entonces se abstuvo de tocar la empuñadura–, y la arrancó de su herida y la hizo girar, la sostuvo en su mano y la lanzó con gran fuerza en pos del hechicero que huía a la carrera.

La espada color de luna silbó por los aires cruzando la distancia que separaba a Goffanon de Calatin, y la punta hirió al hechicero entre los omóplatos.

Calatin siguió corriendo unos instantes más, pareciendo no haberse dado cuenta de que la espada había atravesado su cuerpo. Después vaciló y se tambaleó, y acabó cayendo al suelo.

–¡Karach! ¡Karach! –graznó–. Véngame... ¡Véngame, único heredero mío! ¡Véngame, hijo mío!

El karach giró sobre sí mismo y su expresión se suavizó un poco, y buscó el origen de aquellas palabras y bajó la espada dejando que colgara fláccidamente junto a él. Su ojo acabó encontrando a Calatin –quien aún no había muerto, y estaba intentando ponerse a cuatro patas y arrastrarse hacia la orilla y el bote en el que había navegado triunfalmente hacía tan poco tiempo–, y Corum estuvo seguro de que había detectado una auténtica tristeza en la expresión del karach cuando comprendió la desesperada situación de su amo agonizante.

–¡Véngame, karach!

Y el karach empezó a bajar por la colina con paso rígido y tambaleante hasta que llegó al cada vez más debilitado Calatin, cuya hermosa túnica adornada con símbolos de lo oculto ya había quedado manchada por su propia sangre. La distancia hizo que Corum tuviera la impresión de que era él mismo quien se detenía junto al hechicero y envainaba su espada. Era como si estuviera contemplando una escena del pasado o del futuro en la que él fuese el protagonista; era como si estuviera soñando, pues se sentía incapaz de moverse mientras contemplaba cómo su doble, el karach, el sustituto, se inclinaba sobre el rostro de Calatin con expresión asombrada y se preguntaba por qué su amo gemía y se retorcía de aquella manera. El karach extendió una mano para rozar con la punta de los dedos la espada que sobresalía de entre los omóplatos de Calatin, pero la retiró al instante como si la espada estuviera muy caliente y volvió a parecer perplejo. Calatin estaba jadeando más palabras al karach, palabras que quienes contemplaban la escena no podían oír, y el karach inclinó la cabeza a un lado y le escuchó con gran atención.

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