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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

La espada y el corcel (15 page)

BOOK: La espada y el corcel
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Las manos agonizantes de Calatin encontraron una roca. El hechicero logró desplazarse al precio de un gran esfuerzo hasta quedar encima de la roca, y la espada color de luna salió de la herida y cayó al suelo. Después el karach envainó su espada y se inclinó para coger en brazos a su amo y creador y levantarlo del suelo.

Y Sactric habló desde detrás del árbol que se alzaba sobre la colina contemplando aquella escena.

–Sigo siendo tu amo, Goffanon –dijo–. Ve en pos del sustituto y destrúyelo.

Pero cuando respondió, Goffanon lo hizo con una voz muy distinta a la que había empleado hasta aquel momento, una voz que estaba llena de la adusta seguridad en sí mismo que siempre había distinguido al enano.

–Aún no ha llegado el momento de matar al karach –dijo Goffanon–. Además, no es mi destino matarle.

–¡Te lo ordeno, Goffanon! –gritó Sactric alzando la bolsita de cuero que contenía su poder sobre el herrero sidhi.

Pero Goffanon se limitó a sonreír y empezó a inspeccionar la herida que la espada que él mismo había forjado acababa de hacerle en el hombro.

–No tienes ningún derecho a dar órdenes a Goffanon –dijo.

–Ah, así que el hechicero mortal me ha engañado por completo –murmuró la voz muerta y reseca de Sactric con profunda amargura–. Nunca volveré a permitir que mi buen juicio se vea nublado de esta manera...

El doble de Corum estaba llevando a su amo a la playa, pero cuando llegó a ella no caminó hacia el bote sino que empezó a avanzar por entre las aguas, de tal manera que su túnica escarlata se alzó sobre la superficie del océano y rodeó tanto a la criatura como al hechicero agonizante igual que un enorme charco de sangre.

–El hechicero no quiso engañarte –dijo Goffanon–. Debes saber esa verdad, Sactric. Cuando llegué aquí, su poder tenía tan poco peso sobre mí como el tuyo. Permití que pensara que podía darme órdenes, pues deseaba descubrir si mis amigos seguían con vida y si podía ayudarles...

–No vivirán mucho tiempo –juró Sactric–, y tú tampoco, Goffanon, pues siento hacia ti el más profundo de los odios.

–He venido libremente y sin que nadie me obligara a ello, como ya te he explicado – siguió diciendo el enano sin prestar ninguna atención a las amenazas de Sactric–, pues estaba dispuesto a hablar contigo y hacer ese mismo trato que ha impulsado a Calatin en todos sus actos...

–¿Entonces sabes dónde escondiste aquello que me robaste?

La esperanza había vuelto a la voz de Sactric.

–Por supuesto que lo sé. No es algo que pueda olvidar con facilidad.

–¿Y me lo dirás?

–Si accedes a mis condiciones...

–Si son razonables, accederé a ellas.

–Conseguirás todo aquello que habías esperado conseguir de Calatin, y lo conseguirás de una manera que será mucho más honorable –dijo Goffanon.

El porte del enano había adquirido una renovada dignidad, a pesar de que resultaba evidente que su herida le estaba causando un gran dolor.

–¿Honor? Eso es un concepto de los mabden... –empezó a decir Sactric.

Goffanon le interrumpió con un gesto de la mano y se volvió hacia Corum.

–Bien, vadhagh, si quieres compensar todas las estupideces que has cometido, ahora tienes mucho que hacer –le dijo–. Ve a coger tu espada.

Y Corum obedeció sin apartar la mirada de su doble. El cuerpo del hechicero ya había quedado totalmente oculto bajo las olas, pero la cabeza y los hombros del sustituto aún podían distinguirse, y Corum vio que se había dado la vuelta para mirarle. Corum sintió que un estremecimiento incontrolable recorría todo su cuerpo cuando su único ojo se encontró con el único ojo del karach. Después el rostro del sustituto se contorsionó en una mueca horrible y abrió la boca, y lanzó un aullido tan repentino y espeluznante que Corum quedó paralizado de estupor y se detuvo junto a la roca sobre la que había caído su espada.

Y el karach siguió avanzando hasta que su cabeza hubo desaparecido bajo la superficie del océano. Corum pudo ver la túnica escarlata, la Túnica de su Nombre, resbalando sobre las aguas unos instantes más antes de que fuera arrastrada hacia las profundidades y el karach se esfumara por completo.

Corum se inclinó y cogió su espada, el regalo de Goffanon, y contempló la extraña blancura plateada de la hoja que había quedado manchada por la sangre de su viejo enemigo, pero se alegró por primera vez de empuñar la espada y comprendió que tenía un nombre para ella, aunque no era un nombre noble y no era el nombre que hubiese esperado darle. Pero era el nombre adecuado, y Corum lo supo tal como Goffanon le había dicho que lo sabría cuando por fin llegara el momento de dar un nombre a la espada.

Volvió con la espada a la cima de la colina sobre la que crecía el pino solitario, y alzó la espada hacia el cielo.

–Tengo un nombre para la espada, Goffanon –dijo en voz baja y lúgubre.

–Sé que lo tienes –replicó el enano, y su tono era tan oscuro y melancólico como el de Corum.

–Llamo a la espada
Traidora
–dijo Corum–, pues la primera sangre que derramó fue la de aquel que la había forjado, y la segunda sangre que derramó fue la de aquel que creía ser el amo de ese hombre. Llamo a mi espada
Traidora
.

Y la espada pareció arder con un resplandor más intenso, y Corum sintió que una energía renovada fluía por todo su cuerpo. (¿Había existido en otro tiempo otra espada como aquélla? ¿Por qué le resultaba tan familiar aquella sensación?) Corum miró a Goffanon y vio que Goffanon estaba asintiendo lentamente, y que Goffanon estaba satisfecho.


Traidora
–dijo Goffanon, y puso una mano enorme sobre la herida de su hombro.

–Ahora que ya tienes una espada con un nombre, necesitaras un buen caballo –dijo de repente Ilbrec, y sus palabras no parecían venir muy a cuento–. Son los primeros requisitos de un caballero que parte a la guerra.

–Sí, supongo que lo son –dijo Corum, y envainó la espada.

Sactric movió las manos con impaciencia.

–¿Cuál es el trato que pretendes hacer con los malibann, Goffanon? –preguntó.

Goffanon seguía mirando a Corum.

–Un nombre muy adecuado –dijo–, pero le has dado un poder oscuro, no un poder de la luz.

–Así debe ser –replicó Corum.

Goffanon se encogió de hombros y volvió su atención hacia Sactric.

–Tengo lo que deseas y será tuyo –dijo con firmeza–, pero a tu vez deberás acceder a ayudarnos contra los Fhoi Myore. Si triunfamos y si nuestro gran Archidruida Amergin sigue con vida, y si conseguimos recuperar el último de los tesoros mabden que todavía se encuentran en Caer Llud, entonces te prometemos que permitiremos que abandonéis este plano y encontréis otro que os resulte más acogedor.

Sactric inclinó su reseca cabeza momificada en un gesto de asentimiento.

–Si puedes cumplir con tu parte del trato, nosotros cumpliremos con la nuestra.

–Entonces debemos actuar con rapidez para cumplir la primera parte de nuestra tarea, pues el tiempo se está agotando para los maltrechos restos del ejército de los mabden – dijo Goffanon.

–¿Calatin dijo la verdad? –preguntó Corum.

–Dijo la verdad.

–Pero Goffanon, sabíamos que mientras el hechicero tuviera esa bolsita llena de saliva tú estarías total y absolutamente bajo su poder... –dijo Ilbrec–. ¿Cómo es posible que no estuvieras bajo su poder en ningún momento mientras veníais hacia aquí?

Goffanon sonrió.

–Porque la bolsita no contenía mi saliva...

Se disponía a dar más explicaciones cuando fue interrumpido por Sactric.

–¿Esperas que os acompañe al continente?

–Sí –dijo Goffanon–. Será necesario que lo hagas.

–Sabes que nos resulta muy difícil salir de esta isla.

–Sin embargo es necesario –dijo Goffanon–. Por lo menos uno de vosotros debe acompañarnos, y debería ser aquel en quien está concentrado todo el poder de los malibann..., y eso quiere decir que deberías ser tú.

Sactric pensó en silencio durante unos momentos.

–Entonces necesitaré un cuerpo –dijo por fin–. El que uso ahora nunca podría hacer semejante viaje. Más te vale que no intentes engañar a los malibann como ya les engañaste antes en una ocasión, Goffanon... –añadió, y su tono volvía a ser altivo.

–Esta vez no me beneficiaría en nada engañaros –replicó el enano–. Aun así, debes saber que tampoco me gusta nada tener que hacer tratos con vosotros, Sactric, y que si la decisión dependiera únicamente de mí, preferiría perecer antes que devolveros aquello que os robé. Pero el destino ya ha arrojado sus dados, y la única manera de evitar la catástrofe total es seguir adelante con lo que iniciaron mis amigos. Pero creo que cuando recobres todo tu poder algunos de nosotros lo lamentaremos...

Sactric encogió aquellos hombros marchitos que parecían ser de cuero muy viejo.

–No voy a negarlo, sidhi –dijo.

–Bien, todavía queda por resolver el problema de cómo se desplazará Sactric fuera de Ynys Scaith si el mundo exterior resulta tan hostil para él.

–Necesito un cuerpo.

Sactric contempló con expresión especulativa a los tres compañeros, y por lo menos Corum se estremeció.

–Muy pocos cuerpos humanos podrían contener aquello que es Sactric –dijo Goffanon–. Es un problema cuya solución podría llegar a requerir un acto de considerable autosacrificio por parte de uno de nosotros...

–Entonces permitid que ese uno sea yo, caballeros.

La voz pertenecía a alguien que acababa de añadirse a los presentes, pero era familiar. Corum giró sobre sí mismo y vio con gran alivio que el recién llegado era Jhary-aConel, tan jovial y seguro de sí mismo como siempre, y que estaba apoyado en una roca con su sombrero de ala ancha tapándole un ojo y su gatito alado blanco y negro encima de su hombro.

–¡Jhary! –Corum corrió hacia su amigo para abrazarle–. ¿Cuánto tiempo llevas en esta isla?

–He presenciado la mayor parte de lo que ha ocurrido hoy. Todo ha sido muy satisfactorio... –Jhary le guiñó un ojo a Goffanon–. Has sabido engañar a la perfección a Calatin.

–Nunca hubiese tenido la oportunidad de hacerlo de no haber sido por ti, Jhary-a-Conel –dijo Goffanon, y se volvió hacia los demás–. Fue Jhary quien, tan pronto como quedó claro que el curso de la batalla se estaba decantando en contra de los mabden, fingió que había decidido cambiar de bando y ofreció sus servicios a Calatin, quien los aceptó porque estaba orgulloso de su propia capacidad para la traición y pensaba que todos los hombres eran iguales que él en ese aspecto. La agilidad de sus manos permitió que Jhary sustituyera la bolsita que contenía la saliva por otra idéntica que sólo contenía un poquito de nieve derretida. Después de eso, para averiguar qué planeaba hacer Calatin en perjuicio de los mabden me bastó con fingir que seguía hallándome bajo su poder, mientras Jhary se esfumaba entre la confusión general que se produjo durante la retirada de Caer Llud, siguiéndonos discretamente a cierta distancia hasta que llegamos a Ynys Scaith...

–¡Así que realmente vi una vela más pequeña en el horizonte hace un rato! –exclamó Corum–. ¿Era tu esquife, Jhary?

–Indudablemente –dijo aquel que se hacía llamar Compañero de los Héroes–. Y ahora y volviendo al otro asunto, sé muy bien que en lo referente a contener las almas de otras criaturas, los gatos poseen cierta resistencia básica de la que carecen los hombres. Recuerdo una ocasión en la que mi nombre era distinto y mis circunstancias también lo eran, cuando un gato fue usado con gran éxito para contener y, en ese caso, aprisionar el alma de un poderosísimo hechicero... Pero ya he hablado lo suficiente... Bien, Sactric, mi gato te acogerá y te transportará, y creo que experimentarás muy pocas incomodidades...

–¿Un animal? –Sactric empezó a menear su cabeza momificada–. Como Emperador de Malibann, jamás podría...

–Sactric, sabes muy bien que a menos que logréis escapar de este plano tú y los tuyos no tardaréis en perecer por completo –le interrumpió secamente Goffanon–. ¿Deseas correr ese riesgo a causa de una insignificante cuestión de orgullo?

–Te tomas demasiadas familiaridades conmigo, enano –replicó ferozmente Sactric–. Ah, si no estuviera atado por mi palabra...

–Pero lo estás –dijo Goffanon–. Y ahora, emperador, ¿quieres entrar en el gato para que podamos marcharnos, o es que no necesitas recuperar aquello que te quité?

–Lo deseo y lo necesito más que la vida.

–Entonces debes hacer lo que sugiere Jhary, Sactric.

Pareció no haber ninguna reacción por parte de Sactric, salvo la de que clavó la mirada durante unos momentos en el gato blanco y negro y lo contempló con expresión desdeñosa. Un instante después se oyó un maullido estridente. El vello del felino se erizó y sus patas arañaron el aire, pero se calmó enseguida, y la momia de Sactric se derrumbó pesadamente al suelo y quedó inmóvil allí en un confuso montón de miembros marchitos.

–Partamos deprisa –dijo el gato–. Y recordad que no he perdido ninguno de mis poderes meramente porque ahora habite este cuerpo.

–Lo recordaremos –dijo Ilbrec, cogiendo la vieja silla de montar que había encontrado y quitándole el polvo.

El joven sidhi, el herrero herido llamado Goffanon, Corum de la Mano de Plata y Jharya-Conel, con el gato que había pasado a ser Sactric en equilibrio sobre su hombro, emprendieron el camino hacia la playa y el bote que les aguardaba allí.

Libro tercero

En el que mabden, vadhagh, sidhi, malibann y Fhoi Myore luchan por la posesión de la Tierra y en el que los enemigos se convierten en aliados y los aliados en enemigos. La Última Batalla contra el Pueblo Frío, contra el Hielo Eterno...

Primer capítulo

Lo que Goffanon robó a Sactric

El viaje había transcurrido sin acontecimientos dignos de mención, con Ilbrec cabalgando sobre
Crines Espléndidas
y guiando al navío en el curso más rápido posible hacia el continente. Ya habían desembarcado, y se encontraban sobre un acantilado al pie del cual atronaba un irritado océano blanco, y Goffanon alzó su hacha de guerra de doble filo sobre su cabeza usando su brazo sano, y después la hundió en la blanda capa de hierba, justo en el lugar que hasta hacía unos momentos había estado marcado por un pequeño túmulo de piedras.

Los ojos extraordinariamente inteligentes del gato blanco y negro observaban a Goffanon con gran atención, y había momentos en los que parecían arder con un resplandor tan rojo como el de un rubí.

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