La espía que me amó (26 page)

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Authors: Christopher Wood

Tags: #Aventuras, #Policíaco

BOOK: La espía que me amó
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—¡Sí, señor!

Coyle dio la vuelta y empezó a bramar a través de un megáfono.

Bond miró a su alrededor buscando una radio.

—Debemos comunicar al mundo exterior lo que está sucediendo. Esos dos submarinos saltando por los aires habrán puesto a todo el mundo en estado de alerta nuclear. Dios sabe cuando daño habrán causado.

Carter asintió con la cabeza sombríamente.


Okay
, yo supervisaré el embarque. ¡No se retrase demasiado!

Tuvo que gritar las últimas palabras, pues en ese momento se produjo una oleada de explosiones, y las llamas saliendo por una de las rejas de los ventiladores. La pintura del mamparo delantero se estaba empezando a levantar. Bond se abrió camino a través del fuego, y encontró un emisor de VHF. El aparato estaba caliente al tacto. Empezó a transmitir la señal de llamada especial, que sería captada inmediatamente por la Estación Zonal más próxima de Universal Export. Las luces comenzaban a apagarse y los generadores iban disminuyendo su zumbido hasta casi enmudecer. «¡Vamos, malditos bastardos! ¿Qué estáis haciendo? ¿Escuchando cómo tintinean los cubitos de hielo en vuestros vasos?»

—…Estación Y. Dicte su mensaje. Cambio.

¡Gracias a Dios! Bond se inclinó sobre el micrófono.

—Bajo ningún concepto, pongan en práctica Revancha Roja. Repito. Bajo ningún concepto pongan en práctica Revancha Roja. Seguirán explicaciones. 007 para Londres. Corto.

Bond dejó a la voz pidiendo más información y empezó a correr hacia la galería. El calor y el humo estaban convirtiendo ya la sala de control en una cámara de muerte. El petrolero estaba escorando fuertemente hacia estribor. Resultaba difícil mantenerse de pie.

Una violenta explosión arrasó la sala de control y proyectó a Bond contra la cubierta. El gigantesco globo cayó aplastándose contra la consola y se desintegró. Algunos alambres chisporroteándose furiosamente en la oscuridad llena de humo. Bond empezó a ponerse trabajosamente de pie, e hizo una mueca de dolor cuando un trozo de vidrio roto le cortó la mano hasta el hueso.

—¿James? —Carter casi cayó sobre él antes de cogerle del brazo y arrastrarle hasta la abertura situada entre las persianas—. Las puertas de proa no se abren. ¡Tendremos que abrirnos paso a bombazos!

Bond corrió tropezando hacia la galería y miró a través del humo al muelle. El agua había subido rápidamente, y el lado de estribor del muelle estaba sumergido. La proa del
Wayne
flotaba libremente, y los hombres estaban nadando para alcanzar la escotilla delantera. El agua alrededor del barco estaba atestada de miembros de las tripulaciones de los submarinos británico, norteamericano y ruso tratando de ayudar a sus camaradas heridos a subir a bordo. Los hombres de Stromberg eran mantenidos a distancia a punta de pistola. Ea una escena de desesperación y confusión que lindaba con el pánico. Humo, llamas y el olor de la batalla y la carne quemada. Los hombres heridos que tenían miedo de ser abandonados estaban gritando y tratando de izarse por sí mismos a bordo del
Wayne
. Los otros estaban luchando por evitar el agua que subía.

Bond encontró a uno de los hombres de Talbot que estaba todavía vivo y empezó a ayudarle a bajar las escaleras. Debajo de él, vio dos ratas nadando a través del agua y encaramándose sobre un cadáver flotante. Era como
El Infierno
de El Bosco. ¿Era esa degradante carnicería lo que Stromberg tenía en su mente cuando planeaba el fin del mundo? Bond llegó al pie de las escaleras y el agua se arremolinó sobre sus pies. El hombre que llevaba en sus brazos estaba balbuceando incoherentemente y empezaba a tambalearse. Bond luchó por mantenerse en pie. Otra explosión sacudió al petrolero, y la inclinación se hizo más pronunciada. El agua le llegaba ahora a la cintura, y corría salvajemente como si estuviera preocupada por liberarse de sus cadenas de metal. Dentro del calabozo se arremolinaba, agarrando los vestigios de las seis horas de lucha y golpeándolos contra las paredes de acero. Las luces se iban apagando una a una, y el humo iba depositándose sobre el agua en medio de la penumbra, como en la laguna Estigia. Bond recordó la esquela de defunción que había redactado para él mismo: «
Ahogado, enterrado y quemado
». A cada instante, la cosa resultaba más verosímil. Sujetando fuertemente al hombre en sus brazos, avanzaba precariamente hacia el invisible muelle. Las últimas cuerdas de amarre del
Wayne
habían sido soltadas, y la nave flotaba ahora libre del sumergido malecón. Carter se había encaramado a la popa y estaba mirando hacia atrás.

El barco siguió escorándose, y Bond sintió que la cubierta se deslizaba bajo sus pies. Arañó el suelo tratando de encontrar un borde, como el esquiador en una pendiente escarpada, y luego perdió pie completamente. Pedaleó en el agua durante un instante y luego se hundió hasta que sintió una superficie firme bajo sus pies. Dándose impulso, salió a la superficie y se abrió camino a través del agua como un nadador que inicia una carrera de espalda. El superviviente del raid de Talbot estaba todavía con él, aunque inconsciente. Los hombros de Bond golpearon contra el costado del
Wayne
, y unas fuertes manos le agarraron por el cuello de su guerrera. Fue izado por el costado abombado del submarino, y Bond no soltó la presa de su compatriota hasta que vio que lo sujetaban con seguridad los miembros de la tripulación del
Wayne
.

—Llévenlos abajo.

Carter desapareció a través de la escotilla principal de acceso, y Bond hizo un esfuerzo para ponerse en pie y seguirle. Abajo, era como una escena de multitudes en un film de Eisenstein
[28]
. Los hombres se apretaban hombro contra hombro, y los heridos encontraban espacio entre sus pies. Carter luchó por abrirse camino hasta la sala de control y se abalanzó contra el sistema de altavoces.

—Todo el personal bajo cubierta. Cierren escotillas. Inmersión.

Los ojos de Bond miraban fijamente a las paredes de metal llenas de gente que le rodeaba. Se preguntó si no habría cambiado una tumba por un ataúd.

—Todo el personal a bordo, señor —hubo una incómoda pausa—. Todos los que han quedado, claro. El submarino está listo para zarpar.

Los labios de Carter temblaron y luego habló con urgencia.

—Sala de torpedos. Control. Carguen tubo uno con torpedo Mark 46. Sala de máquinas. Control. Mantengan rumbo firme.

Bond miró las caras que le rodeaban. Todos parecían estar sudando. La tensión se mostraba en cada rasgo de aquellos hombres obsesionados por la muerte.

—Sala de torpedos. Control. Abran portilla exterior del tubo uno.

Un hombre cerró los ojos y sus labios empezaron a murmurar una plegaria.

—Control. Salta de torpedos. Abierta portilla exterior de tubo uno.

La voz tenía acento tejano. Sonaba firme. Algo —o alguien— chocó contra el costado del casco. El puño de Carter se apretó.

—Igualen marcaciones y disparen.

El hombre que estaba rezando apretó un pequeño crucifijo de oro entre el índice y el pulgar. Bond se dio cuenta de que el objeto piadoso mostraba señales de desgaste por el manoseo. Dos voces respondieron desde la sala de control.

—Listos.

—¡Fuego!

El
Wayne
se estremeció y Bond se tensó. Transcurrieron unos segundos, y luego una gigantesca marejada zarandeó al submarino. La proa se levantó en el aire, y los hombres se agarraron a cualquier soporte que se les presentó. Bond observó como la cubierta se inclinaba ante él y oyó que los heridos gritaban de dolor y de pánico al ser pisoteados. Casi instantáneamente, una segunda ola de choque golpeó al
Wayne
, cuando rebotó contra el muelle. Bond fue lanzado contra la espalda de Carter, y los dos hombres cayeron sobre la cubierta. Carter fue el primero en ponerse de pie, y manejó los mandos que izaban el periscopio. Sus manos agarraron las asas, y su espalda se arqueó. Cuando se dio la vuelta, su cara mostraba una expresión de triunfo rayana en la emoción.

—Eche una ojeada —dijo a Bond.

Bond aplicó sus ojos al visor. Frente a él, las grandes puertas colgaban como sujetalibros torcidos. Una hendidura dentada mostraba el lugar por donde el torpedo se había abierto camino. Bond podía ver el cielo a través del enorme agujero. Detrás de él, la voz de Carter gritaba triunfalmente.

—¡Sáquenlo fuera!

23. Saliendo a respirar

—¿Bien? —preguntó Bond.

Carter dio un golpectio al papel que tenía en su mano.

—La orden has sido confirmada por Washington. «
Destruya el laboratorio de Stromberg con la mayor rapidez posible
».

Bond le miró escéptico.

—Si todavía está ahí. Ya se lo dije; no está anclado al fondo marino. Puede trasladarse.

Carter frunció el ceño, notando la extraña falta de entusiasmo en la voz de Bond.

—Estaba allí hace una hora. He recibido un informe del reconocimiento aéreo. No hay signos de vida. Ningún helicóptero, tampoco.

—Deben de haberse marchado.

¿Estaba Bond equivocado, o realmente se sentía aliviado de que Anya pudiera no estar allí?

—¿Cómo va usted a destruirlo?

—Torpedos. Si el lugar es como usted lo describió, nos abriremos paso a través de la abertura de la caldera. Oficialmente, será una erupción espontánea de lo que se consideraba un volcán extinto. La marina italiana llegará y cerrará el área. Su gobierno ha sido informado.

—Muy pulcro.

—¿De qué se trata, James? ¿No está usted hirviendo de entusiasmo? ¿No quiere coger a Stromberg?

Bond se tranquilizó.

—Por supuesto que quiero. Sólo deseo pedirle un favor. Antes de destruir Atlantis, me gustaría tener la oportunidad de subir a bordo por mi cuenta.

Carter levantó su cabeza hacia el cielo en un gesto de exasperación.

—¡Diablos, James! ¿Está usted loco? Ya le he dicho cuales son mis órdenes: ¡Destruir Atlantis con la mayor rapidez posible! Eso no procedía de la Seewtbrush PTA
[29]
.

—Una hora —la voz de Bond era tranquila pero había en ella cierta dureza—. Si no estoy de regreso dentro de una hora puede usted mandar toda la estructura al fondo del océano.

La replica de Carter ocultó su preocupación por Bond.

—Está usted tratando de que me formen un consejo de guerra, James.

La cara de Bond no se iluminó. El tono siguió siendo firme. No había ni sombra de súplica.

—Una hora. Es todo lo que necesito.

Carter miró a los duros ojos gris oscuro veteados con rojas líneas de dolor y fatiga.

—¿De qué se trata, James? ¿De Stromberg o de la chica?

La apretada, cruel, línea de la boca de Bond se dividió como una trampa que se abriera.

—Digamos que de ambos.

Bond jamás descubrió la velocidad con que atravesaron el estrecho de Gibraltar y pasaron frente a las Baleares, pero calculó que debía de sobrepasar los cuarenta nudos. Pudo, sin embargo, enterarse de algunas noticias importantes ocurridas en el mundo por la radio del buque. Un misterioso maremoto había azotado la costa occidental de Irlanda causando daños considerables, aunque, afortunadamente, pocas muertes. Se habían perdido algunos barcos. Un fenómeno de naturaleza similar en la zona de las islas Windward había arrasado la costa este de Barbados y causado grandes daños en las islas de Santa Lucía, Martinica y Dominica. Se creía que ambos trastornos eran el resultado de erupciones sísmicas ocurridas en el lecho del océano, y demostraban que, cuando se excitaba, la Naturaleza podía reproducir un cataclismo de proporciones casi humanas. Bond se pregunto con guasa si la opinión científica informada sería capaz de vincular esas erupciones con la que iba a tener lugar a corto plazo en la costa nordeste de Cerdeña. Entre unos desastres naturales de semejante magnitud, el informe del hundimiento de uno de los mayores y más nuevos petroleros del mundo, el
Lepadus
, apenas mereció atención. Bond sabía que la visión del gran ataúd de hierro hundiéndose en el mar permanecería para siempre con él. Pese al maligno propósito para el que había sido construido, había una grandeza en el
Lepadus
, tanto en la concepción como en la ejecución, que exigía respeto. Ver morir un poderoso buque siempre resultaba triste, especialmente bajo una densa cortina de humo negro y un mar de llamas.

Penetraron en el estrecho de Bonifacio cuando amanecía, y el
Wayne
, todavía bajo el agua, viró a estribor. Bond estaba sentado en el camarote de Carter, llevando un traje impermeable de neopreno y comprobando su equipo de inmersión. El traje le estaba bien ajustado. Lo suficientemente apretado para mostrar el bulto de la Walther PPK en su bolsa de hule situada contra el hombro derecho. Bond ajustó el regulador al gollete de la escafandra autónoma, apretó la palometa que lo sujetaba a su sitio, y abrió la válvula de aire. Aspiró algunas veces para asegurarse de que el botellón suministraba aire, y levantó la mirada hacia Carter que se encontraba de pie en la puerta.

—Creo que hemos llegado. Haría bien en ir a echar una ojeada.

Bond agarró el botellón, los pies de pato y la máscara, y siguió a Carter a la sala de control. Allí cogió las asas del periscopio y contempló la familiar silueta de la costa rocosa. Visto desde lejos y con el ángulo adecuado, el contorno circular dentado de la caldera era fácilmente reconocible. La blanca espuma de los rompientes señalaba la entrada a través de las rocas. Bond se estremeció y giró el periscopio a babor. Una pequeña cala penetraba entre los acantilados, y parecía divisarse un trozo de blanca arena. Una ascensión empinada, y estaría en el borde de la caldera. Soltó el periscopio.

—Eso es. Tienen instalado un dispositivo de alarma en la entrada del puerto, así que voy a dirigirme a la cala que hay al lado. ¿Puede acercarme un poco más? Hay bastante corriente.

Carter miró al brazo herido de Bond y meneó su cabeza.

—Si existiera una medalla para la estupidez, se la concedería inmediatamente.

Bond empezó a levantar el botellón, y Carter se adelantó para sostenerlo de manera que pudiera pasar los brazos por las correas.

—Recuerde lo que le dije. Una hora después de que usted abandone el buque, atacaré. Tendrá que esperar a que la marina italiana se haga cargo de usted. Yo tengo órdenes estrictas de no salir a la superficie. No queremos informes de pescadores que hayan visto submarinos en el momento de la erupción.

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