Es cierto que la escena se había visto mil veces en algunas películas americanas, pero, bien mirado, daba gusto ver cómo la estaban improvisando. En aquel momento, como en un guión, le correspondía hablar a Ingrò.
—¡No os vayáis! —suplicó éste—. ¡Os lo diré todo! ¡Confesaré! ¡Salvadme!
Fazio pegó un brinco y sujetó a Montalbano mientras Augello inmovilizaba a Ingrò. Fazio y el comisario fingieron forcejear y, al final, el primero ganó la partida. Augello se hizo cargo de la situación.
—¡Colócale las esposas! —ordenó.
Pero el comisario aún tenía que dar otras órdenes, era absolutamente necesario que se pusieran de acuerdo y siguieran una línea de actuación común. Agarró por la muñeca a Fazio, el cual se dejó desarmar como si lo hubiera pillado por sorpresa. Montalbano efectuó un disparo ensordecedor y huyó. Augello se libró del profesor, que se había agarrado a sus hombros llorando, y salió en persecución del comisario. Montalbano ya había llegado al final de la escalera cuando tropezó con el último peldaño y cayó boca abajo. Se le escapó un disparo. Sin dejar de gritar «alto o disparo», Mimì lo ayudó a levantarse. Salieron de la casa.
—Se ha cagado de miedo. Está hecho polvo —dijo Mimì.
—Muy bien —dijo Montalbano—. Llevadlo a la Jefatura Superior de Montelusa. Por el camino, os detendréis para mirar a vuestro alrededor, como si temierais una emboscada. Cuando se encuentre en presencia del jefe superior, deberá confesarlo todo.
—¿Y tú?
—Yo me he escapado —contestó el comisario, efectuando un disparo al aire de propina.
Iba otra vez hacia Marinella, pero se lo pensó mejor, dio media vuelta con el coche y se dirigió a Montelusa. Tomó el cinturón de ronda y se detuvo delante del número 38 de Via de Gasperi. Allí vivía su amigo, el periodista Nicolò Zito. Antes de apretar el timbre del portero electrónico, consultó el reloj. Eran casi las cinco de la madrugada. Tuvo que llamar tres veces y largo rato antes de oír la voz de Zito, medio enfurecida y medio adormilada.
—Soy Montalbano. Tengo que hablar contigo.
—Espera que bajo yo; si no, me vas a despertar a toda la casa.
Poco después, sentado en un peldaño, Montalbano se lo contó todo mientras Zito lo interrumpía de vez en cuando.
—Espera, por Dios —le decía.
Necesitaba alguna pausa, el relato le estaba cortando la respiración y lo asfixiaba.
—¿Qué tengo que hacer? —preguntó cuando el comisario hubo terminado.
—Esta misma mañana harás una edición extraordinaria. No concretes demasiado. Dices que el profesor se ha entregado porque, al parecer, está implicado en un siniestro caso de tráfico de órganos... Tienes que magnificar la noticia para que ésta llegue a los periódicos, a las cadenas nacionales.
—¿De qué tienes miedo?
—De que lo silencien todo. Ingrò tiene amigos muy importantes. Y otro favor: en la edición de la una, saca otra historia; di, manteniéndote también en el plano de la vaguedad, que corren rumores de que el prófugo de la justicia Jacopo Sinagra, llamado Japichinu, ha sido asesinado. Al parecer, formaba parte de la organización que tenía a sus órdenes al profesor Ingrò.
—Pero ¿es verdad?
—Creo que sí. Y estoy casi seguro de que éste es el motivo de que su abuelo Balduccio Sinagra lo haya hecho matar. No por escrúpulos morales, que conste, sino porque su nieto, gracias a su alianza con la nueva mafia, habría podido liquidarlo cuando quisiera.
* * *
Eran las siete de la mañana cuando finalmente se pudo ir a dormir. Había decidido pasarse toda la mañana durmiendo. Por la tarde iría a Palermo a recoger a Livia a su llegada de Génova. Consiguió dormir un par de horas, pero después lo despertó el teléfono. Era Mimì. Pero fue él quien habló primero.
—¿Por qué me habéis seguido esta noche a pesar de que yo...?
—... ¿de que tú intentaste tomarnos el pelo? —replicó Augello, terminando la frase—. Pero Salvo, ¿cómo se te puede pasar por la cabeza que Fazio y yo no adivinemos lo que piensas? Le ordené a Fazio que no se alejara de las inmediaciones de la casa, a pesar de que era una contraorden. Más tarde o más temprano, tú aparecerías. Y, cuando saliste de casa, yo te seguí. Creo que hicimos bien.
Montalbano lo encajó y cambió de tema.
—¿Qué tal ha ido?
—Un follón que no veas, Salvo. Han venido todos corriendo, el jefe superior, el fiscal jefe... Y el profesor que no paraba de hablar... No conseguían hacerlo callar... Nos vemos después en la comisaría y te lo cuento todo.
—Mi nombre no ha sido mencionado para nada, ¿verdad?
—No, quédate tranquilo. Hemos explicado que pasábamos casualmente por delante de la casa, vimos la verja y la puerta principal abiertas y sospechamos algo. Por desgracia, el criminal ha conseguido escapar. Nos vemos luego.
—Hoy no iré al despacho.
—El caso es —dijo azorado Mimì— que yo mañana no estaré.
—¿Adónde vas?
—A Tindari. Puesto que Beba tiene que ir para su trabajo de costumbre...
Aquél era capaz de comprarse una batería de cocina durante el viaje.
De Tindari, Montalbano recordaba el pequeño y misterioso teatro griego y la playa en forma de mano con dedos de color rosa... Si Livia se quedara unos cuantos días, quizá pudieran hacer una excursión a Tindari.
Todo el contenido de este libro, nombres, apellidos (sobre todo, apellidos), situaciones, es absolutamente inventado. Si hubiera alguna coincidencia, ello se debe a que mi fantasía es limitada.
Este libro está dedicado a Orazio Costa, mi maestro y amigo.
Andrea Camilleri (Porto Empedocle, Sicilia, 6 de septiembre de 1925), es un guionista, director teatral y televisivo y novelista italiano.
Entre 1939 y 1943 estudia en el bachiller clásico Empedocle di Agrigento donde obtiene, en la segunda mitad de 1943, el diploma. En 1944 se inscribe en la facultad de Letras, no continúa los estudios, sino que comienza a publicar cuentos y poesías. Se inscribe también en el Partido Comunista Italiano.
Entre 1948 y 1950 estudia Dirección en la Academia de Arte Dramático Silvio d'Amico y comienza a trabajar como director y libretista. En estos años, y hasta 1945, publica cuentos y poesías, ganando el «Premio St. Vincent». En 1954 participa con éxito en un concurso para ser funcionario en la RAI, pero no fue empleado por su condición de comunista. Sin embargo, entrará a la RAI algunos años más tarde.
En 1957 se casa con Rosetta Dello Siesto, con quien tendrá 3 hijas. En 1958 empieza a enseñar en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma. Durante cuarenta años fue guionista y director de teatro y televisión. Camilleri se inició con una serie de montajes de obras de Luigi Pirandello, Eugène Ionesco, T. S. Eliot y Samuel Beckett para el teatro y como productor y coguionista de la serie del inspector Maigret de Simenon para la televisión italiana o las aventuras del teniente Sheridan, que se hicieron muy populares en Italia.
En 1978, debuta en la narrativa con El curso de las cosas («Il corso delle cose»), escrito 10 años antes y publicado por un editor pagado: el libro fue un fracaso. En 1980 publica en Garzanti Un hilo de humo («Un filo di fumo»), primer libro de una serie de novelas ambientadas en la ciudad imaginaria siciliana de Vigàta, entre fines del siglo XIX e inicios del siglo XX.
En 1992 retoma la escritura luego de 12 años de pausa y publica La temporada de caza («La stagione della caccia») en Sellerio Editore: Camilleri se transforma en un autor de gran éxito y sus libros, con sucesivas reediciones, venden un promedio de 60.000 mil copias cada uno.
En 1994 se publica La forma del agua («La forma dell'acqua»), primera novela de la serie protagonizada por el Comisario Montalbano (nombre elegido como homenaje al escritor español Manuel Vázquez Montalbán). Gracias a esta serie de novelas policiacas, el autor se convierte en uno de los escritores de más éxito de su país. El personaje pasa a ser un héroe nacional en Italia y ha protagonizado una serie de televisión supervisada por su creador.
Bibliografía:
Serie de Montalbano
Fuente:
Wikipedia.
La enciclopedia libre.