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Authors: Arturo Barea

La forja de un rebelde

BOOK: La forja de un rebelde
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La forja de un rebelde
, de Arturo Barea, se compone de tres novelas autobiográficas:
La forja
,
La ruta
y
La llama
. El primer tomo cubre su infancia y juventud; el segundo, sus primeras experiencias literarias y, sobre todo, su servicio militar en Marruecos; el tercer tomo, por último, trata del período justamente anterior a la guerra civil y de la misma. Caracterizada por su estilo directo, su recreación casi fotográfica de los lugares, acontecimientos y sentimientos, su lenguaje coloquial, sus conocimientos locales y, quizá sobre todo, su gran honestidad y falta de rencor, La forja de un rebelde ha sido aclamada como una "obra maestra". Muchos consideran la trilogía como el retrato de primera mano más vivo y estremecedor sobre la guerra civil y sus antecedentes. Un crítico inglés llegó al punto de exclamar: "Es tan esencial para entender la España del siglo XX, como indispensable es la lectura de Tolstói para comprender la Rusia del siglo XIX. " Sin duda,
La forja de un rebelde
se mantiene como una de las contribuciones más importantes para la comprensión de la mayor tragedia de la España del siglo XX.

Arturo Barea

La forja de un rebelde

ePUB v1.0

Bercebus
13.04.12

Prólogo

por Luis Antonio de Villena

El caso de Arturo Barea (1897-1957) es singular y raro. Hasta la Guerra Civil fue un perfecto desconocido. Un hombre de origen popular —extremeño que, desde muy niño, vivió en Madrid— y que ejerció diversos oficios, algunos con fortuna. Aunque autodidacto, en la adolescencia acudió a cafés literarios, con un amigo, Alfredo Cabanillas, que luego seria periodista... Pero el carácter independiente, anarquizante y, al parecer, algo hosco de Barea, no estaba hecho para aquella vida de café. En 1920 fue llamado a filas y participó en la guerra de Marruecos —en cierto modo, la última guerra colonial española—. Dejó el ejército en 1924, como oficial en la reserva. De ideas izquierdistas, aunque poco amigo de partidos y sindicaciones —pasó fugazmente por la UGT—, el propio Barea dijo que fueron los bombardeos a la Telefónica (en el Madrid asediado de fines de 1936) los que lo lanzaron a escribir. Con el apoyo del PCE —del que concluiría distanciándose— Barea entró a trabajar, en agosto de 1936, en la Oficina de Censura de Prensa Extranjera, situada en el edificio de la Telefónica. Allí conocería a la que sería su segunda mujer y en verdad, la mujer de su vida: Iba Kulcsar, una socialista austríaca, bajita, inteligente, judía, gran activista política y con una gran facilidad para las lenguas... Presa de desengaños y crisis nerviosas, los Barea (fieles siempre a la República que ya veían perdida) se marcharon de España, casados, a mediados de 1938. Arturo se había hecho un famoso locutor (a instancias del general Miaja) como
La voz incógnita de Madrid
en charlas en las que mezclaba literatura y propaganda. En ese tiempo escribió un libro de cuentos,
Valor y miedo
, que se publicaría en Barcelona, en 1938, cuando los Barea habían abandonado ya España. Es hoy una gran rareza bibliográfica, pues se editó —finalizando ese año— poco antes de que los nacionales entraran en Barcelona.

Tras pasar por París, Arturo Barea y su mujer llegan a Inglaterra (donde vivirán ya siempre) en marzo de 1939. Alto, cenceño, de rasgos afilados y muy típicamente españoles, Barea (que vivió en diferentes pueblos ingleses, algo protegido por lord Faringdon, al que conoció durante la guerra de España) se adaptó perfectamente bien a la vida británica y, a pesar de su regular inglés, frecuentaba los pubs y charlaba con la gente más popular. (Esa otra Inglaterra, tan poco conocida en el Continente.) Desde 1940 hasta su muerte, Barea trabajó para los servicios de la BBC en español, singularmente con destino a América Latina, donde la voz de Barea (sus charlas escritas hablando de Inglaterra, de libros, de vida y, sólo indirectamente, de política) llegó a ser muy famosa. Aunque escribió artículos, cuentos y otra novela posterior,
La raíz rota
, la gran obra de Arturo Barea son las tres novelas que redactó en Inglaterra entre 1940 y 1945, y que al publicarse juntas se titularon
La forja de un rebelde
. Totalmente desconocido en España, y tenido por las autoridades franquistas (que conocían su trabajo en la BBC) como el inglés Arturo Beria, en alusión al secretario de Stalin y al pasado comunista del escritor,
La forja de un rebelde
(The Forging of a Rebel)
se publicó —como casi toda la obra de Barea— primero en inglés, magníficamente traducida por Ilsa, su mujer.
La forja
—la primera de las tres novelas— se editó en 1941. Las otras fueron
La ruta
(1943) y
La llama
(1946). Las tres formaron
La forja de un rebelde
que, en castellano, se publicó por primera vez en Buenos Aires, en 1951. El éxito de la obra en inglés fue enorme, hasta el punto de que se pensó en Barea —a fines de los cuarenta— para el premio Nobel. Y lo cierto es que muchas de las traducciones que se hicieron de la novela provenían de la versión inglesa. Es decir, de la prosa de Ilsa Barea, cuyo inglés —según Gerald Brenan— era maravilloso. Más clásico, desde luego, que el estilo directo, más duro, más real, y acaso más emocional, que el español del propio Barea.
La forja de un rebelde
no se publicó en España hasta 1978, y la mejor edición es la realizada en el 2000 por Nigel Townson, que publicó también ese año las imprescindibles
Palabras recobradas
, buena muestra de la hasta ahí casi inédita obra dispersa de nuestro autor.

Con
La forja de un rebelde
en inglés, Arturo Barea se hizo célebre en Inglaterra, en los Estados Unidos o en Dinamarca, donde le homenajearon. Más tarde —y ya con la edición en español— también en la Argentina, adonde viajó, con gran éxito y con pasaporte británico, en 1956. Pues desde 1948 los Barea (Arturo e Ilsa) habían adquirido esa nacionalidad.

La forja de un rebelde
(autobiografía, pero que según el propio Barea retrata más lo colectivo que lo individual) narra en el primer tomo la niñez y adolescencia de un chico del pueblo, cuya madre es lavandera en el Manzanares. El segundo tomo (para algunos el menos logrado, dentro de la alta calidad del conjunto) habla de la guerra en Marruecos, y el tercero se dedica a la Guerra Civil. La idea de Arturo Barea era explicar narrativa y novelísticamente cómo se había llegado a esa guerra fatídica, tras la miseria, la dictadura y el caos... Un Baroja que no es Baroja y un Sender que tampoco es Sender, Arturo Barea logró un libro único, en un estilo directo, fibroso, realista, fuerte, melancólico, que no evita las palabras coloquiales y hasta el madrileñismo... En cierto modo
La forja de un rebelde
es la obra excepcional de alguien que luchó por un mundo mejor, que no llegó a conocer. Arturo Barea murió de un infarto, en Inglaterra, en diciembre de 1957. Ilsa —que volvió a Viena— murió en 1972. Hablando de él no se le debe olvidar a ella, que tanto le apoyó y ayudó. En el prólogo a una edición inglesa de
La forja
dice Barea: «Después de todo, la España que quiero enseñar al lector británico ha de ser un día parte de la paz mayor». Un destino insólito y una gran novela personal.

La forja

A dos mujeres:

la señora Leonor (mi madre)

e Ilsa (mi mujer)

Primera parte
Capítulo 1

Los doscientos pantalones se llenan de viento y se inflan. Me parecen hombres gordos sin cabeza, que se balancean colgados de las cuerdas del tendedero. Los chicos corremos entre las hileras de pantalones blancos y repartimos azotazos sobre los traseros hinchados. La señora Encarna corre detrás de nosotros con la pala de madera con que golpea la ropa sucia para que escurra la pringue. Nos refugiamos en el laberinto de calles que forman las cuatrocientas sábanas húmedas. A veces consigue alcanzar a alguno; los demás comenzamos a tirar pellas de barro a los pantalones. Les quedan manchas, como si se hubieran ensuciado en ellos, y pensamos en los azotes que le van a dar por cochino al dueño.

Por la tarde, cuando los pantalones están secos, ayudamos a contarlos en montones de diez hasta completar los doscientos. Los chicos de las lavanderas nos reunimos con la señora Encarna en el piso más alto de la casa del lavadero. Es una nave que tiene encima el tejado doblado en dos. La señora Encarna cabe en medio de pie y casi da con el moño en la viga central. Nosotros nos quedamos a los lados y damos con la cabeza en el techo. Al lado de la señora Encarna está el montón de pantalones, de sábanas, de calzoncillos y de camisas. Al final están las fundas de las almohadas. Cada prenda tiene un número, y la señora Encarna los va cantando y tirándolas al chico que tiene aquella docena a su cargo. Cada uno de nosotros tenemos a nuestro lado dos o tres montones, donde están los «veintes», los «treintas» o los «sesentas». Cada prenda la dejamos caer en su montón correspondiente. Después, en cada funda de almohada, como si fuera un saco, metemos un pantalón, dos sábanas, un par de calzoncillos y una camisa, que tienen todos el mismo número. Los jueves baja el carro grande, con cuatro caballos, que carga los doscientos talegos de ropa limpia y deja otros doscientos de ropa sucia.

Son los equipos de los soldados de la Escolta Real, los únicos soldados que tienen sábanas para dormir.

Todas las mañanas pasan por el puente del Rey los soldados de la escolta, a caballo, rodeando un coche abierto, donde va el príncipe y a veces la reina. Primero sale del túnel un caballerizo que avisa a los guardias del puente y éstos echan a la gente. Después pasa el coche con la escolta, cuando el puente ya está vacío. Como somos chicos y no podemos ser anarquistas, los guardias nos dejan en el puente cuando pasan. No nos asustan los soldados de la escolta a caballo, porque estamos hartos de ver sus pantalones.

El príncipe es un niño rubio con ojos azules, que nos mira y se ríe, poniendo cara de bobo. Dicen que es mudo y que se pasea en la Casa de Campo entre un cura y un general con bigotes blancos, que le acompañan todos los días. Estaría mejor aquí, en el río, jugando con nosotros. Además, le veríamos en pelota cuando nos bañamos, y sabríamos cómo es un príncipe por dentro. Pero parece que no le dejan. Una vez se lo dijimos al tío Granizo, el dueño del lavadero, porque él tiene confianza con el guarda mayor de la Casa de Campo que a veces habla con el príncipe. El tío Granizo nos lo prometió y luego nos dijo que el general no le dejaba.

Estos militarotes son todos igual. A casa de mi tío José va un general que estuvo en las Filipinas. Se trajo de allí a un chino muy viejo que me quiere mucho, un bastón de una madera de color rosa, que él dice que es la espina de un pescado que llaman manatí y mata a quien dan un palo con ella, y una cruz que no es una cruz, es una estrella verde con muchos rayos. La lleva en todas partes: bordada en el chaleco y en la camisa, y además en un botón de esmalte en la solapa de la americana.

El general, cuando va a casa, gruñe carraspeando y me pregunta «si soy un hombrecito». En seguida me empieza a regañar: «Niño, estáte quieto, los hombrecitos no hacen esto». «Niño, deja el gato, ya eres un hombre.» Me suelo sentar entre las piernas de mi tío y ellos charlan de política y de la guerra de los rusos y los japoneses. La guerra acabó hace años, pero al general le gusta hablar de ella, porque ha estado en China y en el Japón. Cuando hablan de esto, los escucho, y cada vez que oigo cómo los japoneses les zumbaban a los rusos, me alegro. Tengo una rabia loca a los rusos. Tienen un rey muy bestia que es el zar, y un jefe de policía que se llama Petroff, «el capitán Petroff», y es un bárbaro que lleva a la gente a latigazos. Todos los domingos, mi tío me compra las
Aventuras del capitán Petroff
. Le tiran muchas bombas, pero no le matan.

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