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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de Inglaterra (24 page)

BOOK: La formación de Inglaterra
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Entonces Anselmo aceptó el cargo, y Guillermo, quizá para su propia sorpresa, se recuperó de su enfermedad. El rey podía haber considerado esta recuperación como el resultado directo de su retorno a la obediencia de la Iglesia, pero es más probable que haya pensado, con resentida contrariedad, que se habría recuperado de todos modos y que había sido inducido por temor a ceder una fuente de ingresos muy lucrativa.

La prueba de ello es que Guillermo pronto exigió a Anselmo una enorme suma como precio de su cargo, suma que Anselmo se negó a pagar. Inmediatamente surgió otra seria disputa. Anselmo era un firme defensor de la supremacía papal y no aceptaba recibir las insignias del cargo de mano de Guillermo. Quería viajar al Continente para recibirlas del papa.

Guillermo dio todos los pasos posibles para impedirlo y halló fácil pretexto para tal fin. Había dos pretendientes a la silla papal por entonces. Uno de ellos era Urbano II, quien había lanzado el llamado que dio origen a la Primera Cruzada y a quien Anselmo reconocía como el verdadero papa. El otro era un pretendiente que se hacía llamar Clemente III y que era reconocido por algunos monarcas. Guillermo adoptó sardónicamente la actitud de que él no podía decidir en tales cuestiones teológicas abstrusas y no apoyó a ninguno de ellos. Esto lo libraba del control papal y le permitía argüir que Anselmo debía permanecer en Inglaterra y recibir las insignias de manos del rey.

Durante el resto del reinado de Guillermo el Rojo hubo una continua guerra entre el rey y el arzobispo, que se reveló hasta en cuestiones secundarias. El arzobispo lanzaba invectivas contra lo que él consideraba costumbres disolutas en el arreglo personal, como los zapatos puntiagudos y el uso de cabellos largos. Logró que los normandos, en general, se cortasen el cabello, pero Guillermo demostró su hosca oposición conservando su larga cabellera.

Sólo en 1098 Anselmo logró, finalmente, escabullirse de Inglaterra, después de lo cual juzgó prudente no retornar mientras Guillermo estuviese en el trono.

Fuera de la Iglesia, Guillermo siguió estableciendo impuestos de toda clase y recaudando multas cada vez mayores por todo género de infracciones. Aumentó el rigor de le ley; así, mientras Guillermo el Conquistador había castigado con la ceguera a quienes cazaban ciervos y otros animales, Guillermo el Rojo los castigó con la muerte. (Cazar ciervos era un deporte real, y no se permitía a los campesinos llenar sus estómagos hambrientos con animales que el rey podía desear matar, prohibición que contribuye al suspense de los cuentos de Robin Hood, cuando los proscriptos mataban venados.)

En 1100, el rey salió a cazar en el Bosque Nuevo. Esta era una región que el Conquistador había creado cerca de su residencia favorita, en Winchester (la vieja capital de Alfredo). Primero, Guillermo había vaciado deliberadamente la zona de personas y demolido los edificios sin ninguna compensación, con desprecio de los grandes sufrimientos que ello causó. Se permitió que una región que tenía la mitad de nuestro Estado de Rhode Island volviera a cubrirse de bosques para que el rey pudiese ir a cazar allí.

La población perjudicada halló alivio en atribuir un mal supersticioso a los oscuros rincones del bosque. Decían, con hórrido deleite, que estaba frecuentado por el Diablo, quien infligía un fatídico destino a los príncipes normandos que cazaban en él. Tales supersticiones, desde luego, eran un excelente pretexto para quienes trataban de ayudar al Diablo en su planeada venganza contra los normandos.

Por ejemplo, Ricardo, el segundo hijo del Conquistador, murió en un accidente de caza en el Bosque Nuevo, en vida del Conquistador. Luego, en mayo del 1100, otro Ricardo, un hijo ilegítimo de Roberto de Normandía, murió de una herida de flecha, cuando también cazaba en el Bosque Nuevo.

Un hijo y un nieto del Conquistador habían muerto allí; es decir, un hermano mayor y un sobrino de Guillermo el Rojo. Y de una cosa podemos estar seguros, independientemente de los cuentos: no fue el Diablo quien tensó los arcos que lanzaron las fatales flechas.

Sin embargo, en agosto de 1100, apenas tres meses después de la segunda muerte, Guillermo el Rojo se preparó para una alegre partida de caza en el Bosque Nuevo.

Un miembro de la partida era el hermano menor de Guillermo, Enrique, el hijo más joven de Guillermo el Conquistador. Había nacido en Inglaterra en 1068, el único de los hijos que nació después de la Conquista. En las guerras civiles entre sus hermanos, Enrique había estado a veces de una parte y a veces de otra. Pero habla terminado por ponerse del lado de Guillermo.

Puesto que Guillermo no estaba casado y no tenía hijos Enrique era el heredero natural del trono, siempre que Roberto Curthose, hermano mayor de Guillermo y de Enrique, permaneciera en el Este y, preferiblemente, muriese allí.

Pero en 1100 tal vez llegaron a Inglaterra noticias de que Roberto, cubierto de gloria por sus hazañas en Tierra Santa y totalmente sano y salvo, había emprendido el regreso.

Esto planteaba al joven Enrique un problema. Si Guillermo moría antes del retorno de Roberto, Enrique, sin duda, se convertiría en rey de Inglaterra. Si Guillermo moría después de que Roberto retornase, éste o un hijo suyo podían disputar la sucesión.

Pero, ¿cómo podía Guillermo morir antes de que retornase Roberto? Guillermo tenía cuarenta y cuatro años, edad bastante avanzada para la época, pero su salud era excelente y su padre había vivido hasta los sesenta. Y Enrique tenia veintidós años; ya no era un jovencito, según los patrones de la época.

Enrique, como el hermano más joven, había sido despachado con nada más que un pago en dinero a la muerte del primer Guillermo. ¿No iba a obtener nada tampoco con la muerte del segundo Guillermo? No si éste moría pronto.

No se sabe en qué medida Enrique pensaba en todo esto, pero parece razonable suponer que no pudo evitar tales pensamientos. La cuestión es: ¿actuó de acuerdo con ellos?

Guillermo el Rojo fue acompañado el bosque por su compañero de caza favorito, Walter Tyrrel. La partida se separó en busca de la caza y, según el relato que más tarde se hizo corriente, Guillermo el Rojo y Walter Tyrrel dieron caza a un ciervo solamente. El rey tensó su arco, pero lo cuerda se rompió. No tenia otro arco a mano, y ordenó apresuradamente a Tyrrel que tirase para no perder el ciervo. Tyrrel lo hizo lo más rápidamente posible, pero la flecha fue desviada por un árbol y se hundió en el corazón de Guillermo. El rey murió inmediatamente.

Tyrrel contempló un momento al rey muerto, comprendió que toda pretensión de inocencia no tenía ninguna probabilidad de ser escuchada y partió inmediatamente hacia la costa para dirigirse a Normandía, luego Francia y Tierra Santa, donde, esperaba, no pudiera alcanzarlo la venganza. El cuerpo del rey abandonado no fue encontrarlo hasta más tarde. Un campesino dio con él, lo cargó en su burro y lo llevó a Winchester.

Tan pronto como tuvo noticia de la muerte de su hermano, Enrique se abalanzó a Winchester y se apoderó del tesoro real. (Esto era importante, porque quien tuviese el dinero tenía los medios de pago y, por ende, la lealtad de la guardia de corps real.) Tres días después fue coronado como Enrique I de Inglaterra.

El hermano menor

La cuestión, ahora, era la siguiente: ¿qué tenia que hacer Enrique con respecto a la muerte de su hermano?

Se había producido en un momento ideal para él, y el cuento de la flecha desviada accidentalmente parecía tener muy poca consistencia. ¿No era más probable que Tyrrel hubiese sido comprado por Enrique y que hubiese matado deliberadamente al rey? Es tentador creerlo así, pero probablemente nunca se sabrá la verdad.

Roben Curthose estaba en Italia cuando le llegaron las noticias de la muerte de su hermano Guillermo. Volvió a Normandía a toda velocidad, seguro de que sus laureles de cruzado lo convertirían en el tipo de figura atrayente a la que afluiría la nobleza normanda.

Pero Enrique actuó con perfecta eficiencia y habilidad, como si estuviese preparado en un todo para la muerte de Guillermo y actuase según un plan cuidadosamente elaborado.

Envió una carta conciliadora al arzobispo Anselmo de Canterbury, instándolo a retornar y prometiéndole su amistad. De este modo, se ganaba el poderoso apoyo de la Iglesia y de su más elocuente representante en Inglaterra. Hizo arrestar a Ranulf Flambard, el favorito del viejo rey y el que había llevado a cabo las exacciones financieras reales. Flambard era el hombre más odiado por los plebeyos, por lo cual la medida fue enormemente popular. A continuación, Enrique prometió que no habría nuevas exacciones y que gobernaría de acuerdo con las leyes de Eduardo el Confesor (quien era recordado con reverencia por el campesinado y cuyo reinado era considerado retrospectivamente como los «buenos viejos tiempos».)

Más tarde, Enrique otorgó cartas a Londres y otras ciudades de ciertas dimensiones, garantizándoles ciertos derechos y permitiéndoles negociar colectivamente en caso de disputas. Las ciudades, así liberadas de la interferencia de los barones y en posesión de una capacidad de negociación que podían usar con provecho, florecieron. La población aumentó, el comercio se desarrolló y el dinero se acumuló. El rey se benefició, pues las ciudades pagaban más impuestos a medida que se enriquecían, y fueron un útil contrapeso frente a la nobleza a medida que se hicieron más poderosas.

Con el tiempo, Enrique llevó la organización de las finanzas del Reino a una nueva altura de cuidadosa eficiencia. Dos veces al año, un grupo de funcionarios reales se reunía alrededor de una mesa para recibir las rentas reales y revisar cuidadosamente los libros de los diversos sheriffs recaudadores de impuestos. La mesa, según la tradición, estaba cubierta por un paño a cuadros [checkered] Este hecho trivial dio origen al uso del término exchequer para designar el tesoro público.

Otra medida popular de Enrique fue casarse con Edith, una princesa escocesa. Era hija del viejo rey Malcolm III y su reina inglesa, Margaret Atheling. Así, Edith era tataranieta de Ethelred el No Preparado. El pueblo inglés tenía la creencia de que si sus hijos subían al trono, la sangre de Alfredo el Grande fluiría otra vez por las venas de los reyes ingleses. El matrimonio fue hecho más aceptable para la nobleza normanda recurriendo a un cambio de nombre. La reina abandonó el nombre sajón de Edith y adoptó el nombre normando de Matilde (que había sido el nombre de la madre de Enrique). También es conocida por el diminutivo de este nombre: Maud.

Enrique tampoco descuidó a los barones. Prometió mantenerse dentro de las leyes feudales y evitar ser tan autoritario como Guillermo el Rojo. Claro que, una vez que estuvo firmemente en el trono, Enrique gobernó a los barones con mano de hierro y los mantuvo tan totalmente bajo su control como los había tenido el Conquistador, pero lo hizo con una apariencia de justicia y sin la ofensiva arrogancia de Guillermo el Rojo.

Las concesiones de Enrique a los barones y al pueblo, hechas por aquel entonces para asegurarse la sucesión contra su hermano mayor, tuvieron profundas repercusiones en las posteriores generaciones. Fueron un reconocimiento de que el rey tenía que obedecer a ciertas reglas, que su poder no era ilimitado. Muchos monarcas ingleses de épocas posteriores lo ignoraron o trataron de ignorarlo, pero los barones y, más tarde, las clases medias, nunca lo olvidarían. Las concesiones de Enrique I (como las de Ethelred el No Preparado un siglo antes) fueron precedentes que llevarían a las exigencias de la Carta Magna, un siglo más tarde.

La sabiduría de Enrique en todo esto fue una expresión de su inteligencia natural y de su educación, que no era como la del tipo común de noble normando. La nobleza tendía a ser vigorosa en cuanto a valentía y acción, pero débil en la consideración calma. No así Enrique. No es casual que, en tiempos posteriores, los cronistas lo llamasen Enrique Beauclerc («buen sabio»). Fue el primer rey inglés culto desde Alfredo el Grande,

Cuando Roberto Curthose llegó a Normandía, el programa de Enrique estaba en marcha y el mismo Roberto completamente descartado. Sin embargo, su inveterada lentitud lo hizo postergar aún más toda acción, mientras cada mes que pasaba hacia su situación cada vez menos favorable. Cuando finalmente invadió Inglaterra, en 1101, su posición era totalmente insostenible. Los barones ingleses estaban firmemente del lado de Enrique, y lo mismo la Iglesia y el pueblo. Era inútil luchar. Hasta el poco brillante Roberto pudo darse cuenta de que no había futuro para él en Inglaterra. Con el garbo al que pudo apelar, aceptó un don de 3.000 marcos de Enrique, renunció a todos los derechos al trono de Inglaterra y volvió a Normandía.

Pero no iba a haber todavía una paz permanente entre los dos hermanos. Flambard, el viejo y odiado favorito de Guillermo el Rojo, había escapado de la prisión y se había marchado a Normandía, donde constantemente intrigó contra Enrique. Peor aún, el débil gobierno de Roberto en Normandía engendró anarquía y querellas entre los barones, y los derrotados buscaron la ayuda de Enrique.

En 1106, cuarenta años exactos después de la batalla de Hastings, un ejército normando cruzó el Canal de la Mancha en la dirección opuesta y desembarcó en Normandía. La batalla se libró, según relatos, el 28 de septiembre en Tinchebray, ciudad situada a sesenta y cinco kilómetros al sur de Bayeux.

Enrique puso sitio a la ciudad, y Roberto llevó a sus fuerzas en su ayuda. La batalla fue dura, pero terminó con una completa victoria para Enrique. Roberto fue tomado prisionero y fue llevado a Inglaterra, donde vivió en el ocio impotente y donde permaneció hasta su muerte, a la patriarcal edad de ochenta años, en 1134.

También fue hecho prisionero en esta batalla un hombre que era un resto patético del pasado: Edgar Atheling, nieto de Edmundo el Valiente. Durante toda su vida aventurera, había sido una oscura esperanza para los sajones oprimidos (una especie de «Bonnie Prince Charlie» de su tiempo [referencia a Carlos Estuardo, llamado el joven Pretendiente, último de los pretendientes al trono de los Estuardos]), pero careció completamente de la capacidad para llevar a la victoria una empresa desesperada. Ahora, también él fue relegado a la prisión y el retiro. Murió en 1130, también a los ochenta, sesenta años después de pus pocos días como rey de Inglaterra.

Después de la Batalla de Tinchebray, Enrique fue aceptado por los barones normandos como duque de Normandía, y de este modo Inglaterra y Normandía fueron unidas de nuevo, por primera vez desde la muerte del Conquistador, veinte años antes.

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