La formación de Inglaterra (22 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

BOOK: La formación de Inglaterra
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La minuciosidad de Guillermo se extendió también en otra dirección. Sabía muy bien, por su experiencia personal de joven, cuán turbulenta puede ser una aristocracia. Cada señor hacía que sus subordinados jurasen fidelidad a él no al rey. Los subordinados tenían, a su vez, subordinados, y así sucesivamente. En tal serie de estratos, característica del feudalismo, era fácil rebelarse. Si un gran señor rompía su juramento y luchaba contra el rey, podía instar a sus vasallos a que mantuviesen su juramento y luchasen con él. Los vasallos no eran traidores porque no habían hecho ningún juramento al rey directamente.

Guillermo el Conquistador no admitió nada de eso. En cambio siguió aplicando el sistema que había establecido como duque de Normandía. Por ello, reunió a los terratenientes de todos los rangos en una asamblea realizada en Salisbury, a ciento treinta kilómetros al oeste de Londres, en 1086. Allí hizo prestar a todos, grandes y pequeños un juramento de fidelidad personal a él. Después de esto, si un señor se rebelaba, sólo podía obtener el apoyo de sus vasallos instándolos a romper sus juramentes, cosa que podían resistirse a hacer. (Si el rey de Francia hubiese utilizado tal sistema, la misma trayectoria de Guillermo como vasallo arrogante y obstinado de este rey quizás habría sido imposible.)

Con el Domesday Book y el juramento de Salisbury, Guillermo creó la estructura para un reino centralizado y bien ordenado. A diferencia de otras naciones de Europa Occidental, raramente Inglaterra estuvo en serio peligro de disgregarse por la pugna de facciones rivales de la aristocracia.

Guillermo también asumió el control del clero. Cuando recibió la bendición papal para su proyectada invasión de Inglaterra, parece que se abrigaron algunas esperanzas, por parte del papa, de que Guillermo pondría a Inglaterra bajo la soberanía del Pontífice. Pero Guillermo, ciertamente, se negó a ello. Hasta el gran Gregorio VII halló en Guillermo una roca imposible de mover. Guillermo estableció con firmeza la norma de que, en Inglaterra, la política eclesiástica debía tener su aprobación, y fue el papa quien tuvo que ceder.

En general, Guillermo -el primero de los normandos- fue considerado un cruel tirano por aquellos earls sajones a quienes había desposeído de sus tierras. Sin embargo, siempre que fue posible, Guillermo mantuvo las costumbres y los códigos de leyes de Eduardo el Confesor. Más aún, estableció un gobierno eficiente y razonablemente justo, y la situación material de Inglaterra siguió mejorando. Guillermo convirtió a Inglaterra de un reino desorganizado y atrasado en uno de los reinos mejor gobernados de Europa y, aunque habría sido imposible que un sajón de la época lo creyera, la conquista normanda fue, a largo plazo, un gran bien para Inglaterra.

Pero Guillermo el Conquistador tenía casi sesenta años por la época del Juramento de Salisbury, se había entregado a la buena vida y engordado hasta la obesidad.

Sin embargo, conservaba su temperamento impetuoso. Había conquistado el Condado del Maine, al sur de Normandía, en 1073, como consecuencia de lo cual libró una guerra desordenada contra el rey Felipe I de Francia. Cuando, en 1087, oyó que el rey había hecho una broma grosera a propósito de su gordura, el Conquistador montó en cólera. Decidió hacer incursiones por el territorio del rey de modo de borrarle la sonrisa del rostro.

Sus hombres avanzaron sembrando la destrucción e incendiaron la ciudad de Mantes, que estaba a mitad de camino entre la capital normanda, Ruán, y la capital francesa París. Guillermo hizo avanzar su caballo para contemplar la destrucción y el caballo pisó cenizas calientes, tropezó y lanzó pesadamente al Conquistador contra la perilla de la silla de montar. Quedó malherido.

Fue llevado de vuelta a Ruán, agonizante, y allí murió el 9 de septiembre de 1087, a los sesenta años. Fue enterrado en la iglesia de San Esteban de la ciudad normanda de Caen. Había sido duque de Normandía durante cincuenta y dos años y rey de Inglaterra durante veintiuno.

9. Los hijos de Guillermo

La sucesión

Una fuente de posibles problemas para Inglaterra, coma resultado de la conquista normanda, residía en el hecho de que la isla se hallaba ahora firmemente ligada al Continente. Guillermo fue gobernante tanto de Inglaterra como de Normandía, y ésta era su hogar para él. Estaba vitalmente interesado en las querellas de Normandía con Anjou y con el rey de Francia, y a ellas subordinaba los intereses de Inglaterra.

Sin embargo, por un momento pareció que esa situación podía terminar al morir el Conquistador, pues tenla tres hijos sobrevivientes y el Reino fue dividido entre dos de ellos.

En realidad, cabría suponer que Guillermo se hubiese mostrado más renuente a dividir sus dominios. La división de la herencia entre los hijos era una antigua costumbre germánica, y los reyes francos, que gobernaron lo que es ahora Francia y Alemania, lo hablan hecho durante cinco siglos, pero el resultado de esta costumbre había sido continuas guerras civiles y una debilidad en aumento.

Guillermo el Conquistador luchó denodadamente para crear un reino fuerte y centralizado a toda costa, y no vaciló en romper con las costumbres feudales para conseguirlo, como en el juramento de Salisbury. ¿Por qué no trató, pues, de mantener el reino unido?

La respuesta parece hallarse en las fricciones familiares. Los tres hijos sobrevivientes de Guillermo eran Roberto, Guillermo y Enrique. (Un cuarto hijo había muerto en vida de Guillermo.)

El hijo mayor, Roberto, era un jovencito de doce años en el momento de la invasión de Inglaterra, y Guillermo, antes de cruzar el Canal, dejó como regente a su esposa Matilde, quien se desempeñó muy eficientemente, y, además, tomó la precaución de hacer que los nobles jurasen fidelidad a Roberto como su sucesor… por las dudas.

Pero a medida que Roberto iba haciéndose hombre, se opuso a su padre en todo aspecto, y Guillermo, de mal genio y que estaba envejeciendo, halló fácil devolver con intereses la aversión.

No es en modo alguno raro que un rey y su sucesor inmediato sean enemigos, pese a la relación entre padre e hijo. Este, a fin de cuentas, no puede por menos de desear ser rey, y sólo puede serlo por la muerte de su padre. Si el padre vive largo tiempo, la impaciencia del hijo aumenta. En tiempos de Guillermo, era raro que los hombres vivieran mucho más allá de los cuarenta, y cuando Guillermo entró en los cincuenta y tantos, la irritación de Roberto debe de haber aumentado. ¿Moriría él antes que su padre, duro como una roca? ¿Se vería privado de la oportunidad de alcanzar la realeza?

También es habitual que los funcionarios de la corte de un rey que envejece tengan en cuenta la posibilidad de la muerte del rey. Es necesario asegurarse de que se está en buenos términos con el hijo que ha de heredar el trono. Así, el heredero puede formar casi una corte de oposición, y los miembros de tal grupo pueden estar tan impacientes como el mismo heredero por ver al viejo rey muerto.

E1 viejo rey, por su parte, al ver a los buitres revolotear a su alrededor, puede sentir un amargo resentimiento contra su hijo y contra los que lo rodean. Cuando el resentimiento del rey crece y se hace obvio, es probable que los cortesanos calculadores insinúen al hijo que si no emprende una acción rápida, el rey puede poner en prisión o hasta hacer ejecutar al hijo.

Esto ha ocurrido una y otra vez en la historia de las monarquías y de nada vale indignarse por la conducta «poco filial» de los hijos. Es parte del precio del sistema monárquico de gobierno.

Naturalmente, si el rey tiene un segundo hijo, es probable que éste se ponga del lado del rey. Después de todo, si algo ocurre con el primer hijo, es probable que el heredero sea el segundo.

Esa fue la situación en 1077, cuando Roberto, ya con veintidós años de edad, se lanzó finalmente a la rebelión abierta, después de pelearse con su hermano menor, Guillermo.

Roberto tenía cierto talento militar, que parecía consistir más en mera bravura que en visión estratégica. (Esa bravura era común en los guerreros normandos y a veces les brindaba el triunfo.) Sin embargo, era muy bajo de estatura y se lo llamaba Roberto Curthose («Pantalones cortos»).

El segundo hijo del Conquistador, Guillermo, habitualmente llamado Guillermo el Rojo por su piel rojiza, tampoco era físicamente atractivo. Tenía cuello de toro, rostro desabrido, tartamudeaba y, más tarde, engordó mucho. Pero se alineó con su padre y se ganó el afecto del Conquistador.

Roberto fue derrotado y exiliado. Luego logró obtener el perdón de su padre, pero como el viejo rey siguió viviendo tenazmente, Roberto se rebeló de nuevo en 1082. Nuevamente, fue derrotado y exiliado. Aún estaba en el exilio cuando murió el Conquistador.

Si Roberto hubiese estado en su patria y gozado del favor de su padre, Guillermo quizá lo hubiese coronado rey y nombrado duque en su propia presencia, y luego hubiese obligado a la nobleza (cuyos miembros fueron llamados «los barones» en la historia de Inglaterra posterior a la conquista) a prestarle juramento de fidelidad.

Ocurrió que Roberto volvió apresuradamente a Normandía y logró hacerse nombrar duque con el nombre de Roberto II, pero nada más. Guillermo el Rojo había zarpado con igual premura a Inglaterra y allí se hizo coronar rey, con el nombre de Guillermo II, por el arzobispo Lanfranco. Pudo hacerlo porque, en su lecho de muerte, el Conquistador había dicho que deseaba que su amado segundo hijo lo sucediera en Inglaterra. Así, el reino de Guillermo quedó dividido. Enrique, el hermano menor, recibió un pago en efectivo de cinco mil libras de plata, para que no se sintiese demasiado desposeído al no recibir ninguna parte del Reino.

A fin de cuentas, era una división justa, si el Reino debía quedar dividido. Podría parecer que el segundo hija obtuvo la mejor parte, con el título superior y el territorio más grande, pero no parecía así por la época. Normandía era la tierra conquistadora, el ámbito imperial. Inglaterra era un país de siervos hoscos. Normandía era «la patria»; Inglaterra, el «exilio».

Por ello, no fue el duque Roberto de Normandía quien se sintió burlado, sino el rey Guillermo de Inglaterra. No pasó mucho tiempo sin que Guillermo el Rojo pensara en invertir la hazaña del Conquistador e invadir y conquistar Normandía.

Hizo más tentadora esta idea el hecho de que Roberto no fuese un duque capaz. La mera valentía no era suficiente cuando se trataba de gobernar un ducado vigoroso y turbulento, y la nobleza normanda, sujetada por el firme gobierno de Guillermo el Bastardo, se hizo nuevamente difícil de manejar bajo Roberto Pantalones Cortos, o Curthose, de cómica apariencia.

Sin embargo, a los barones tampoco les agradaba la división del Reino. La mayoría de ellos tenían propiedades en Normandía y en Inglaterra, y si las dos tierras eran gobernadas separadamente, con frecuencia los barones podían verse en una situación en la que habría conflicto de intereses. Tenían que hacer opciones que les significaba la pérdida de tierras en un lugar u otro. Los barones querían un solo gobierno, pues, y, si tenían que hacer una elección, preferían con mucho al incapaz pero amable Roberto a Guillermo el Rojo, quien tenía tan mal genio como su padre pero era más cruel y mucho más codicioso.

Así, el plan de Guillermo el Rojo para invadir Normandía fue frustrado, no por nada que hiciese su hermano mayor, sino por un levantamiento de los barones contra él. Los rebeldes estaban conducidos por Odón, obispo de Bayeux y medio hermano de Guillermo el Conquistador. Odón había combatido valientemente en Hastings (blandiendo una maza en vez de una espada o una lanza, porque su condición de eclesiástico le impedía derramar sangre, aunque a una mente moderna se le escapa por qué es mejor la muerte por el cráneo roto).

Odón ocupó importantes cargos durante el gobierno de su hermano, y probablemente fue él quien encargó el tapiz de Bayeux. Pero hacia el final del reinado había caído en desgracia y, sin duda, uno de sus motivos para repelarse era recuperar el poder perdido.

Si la guerra se hubiese librado sencillamente entre barones contra barones, Guillermo el Rojo habría perdido, pues pocos de los barones estaban de su parte. Pero Guillermo halló que podía contar con la valiente ayuda de pus súbditos ingleses, no porque amasen a Guillermo, pino porque odiaban profundamente a los rapaces y arrogantes barones normandos, quienes los abrumaban de impuestos y los maltrataban. Además, Guillermo les prometió concesiones (que luego nunca les hizo). Los barones fueron derrotados y se le permitió a Odón retirarse u Normandía, donde permaneció al servicio de Roberto.

Mientras la revuelta estaba en marcha, Roberto de Normandía tuvo una gran oportunidad de aprovecharla, invadiendo la isla y asumiendo el liderazgo de las fuerzas contrarias a Guillermo. Pero no asumió el riesgo; carecía del clon de la decisión veloz y la acción rápida.

Pero Guillermo no creyó en sus buenas intenciones. Aunque Roberto no había emprendido ninguna acción, la revuelta se había realizado en su nombre, y esto era suficiente para el torvo Guillermo. Invadió Normandía en 1091, y siguieron años de combates en pequeña escala, que llegaron a su fin por una extraña razón.

Aventura en el Este

En el decenio 1090-1099, al parecer, hubo gran entusiasmo en Europa Occidental por una guerra contra los turcos que tenían en su poder Jerusalén y Tierra Santa. Esa proyectada guerra en nombre del cristianismo y la cruz fue llamada una «Cruzada». En verdad, habría una cruzada tras otra durante dos siglos, pero la predicada en el decenio de 1090-1099 fue la «Primera Cruzada», la que inspiró mayor entusiasmo, la que daría origen a las mayores locuras y el mayor heroísmo, y la que más captaría la imaginación de generaciones posteriores.

La Iglesia instó al cese de las guerras entre jefes cristianos y a volcar todos los esfuerzos contra los turcos. Con respecto a los reyes de Europa Occidental, el pedido cayó en oídos sordos, pero buena parte de la nobleza menor aprovechó la oportunidad para escapar de los estrechos horizontes y limitadas esperanzas domésticos y viajar a un vago y brumoso Este adonde la salvación y los reinos parecían llamarla.

El individuo de mayor rango que oyó el llamado de la Iglesia fue el duque Roberto II de Normandía. Estaba hastiado de tratar de dominar a sus nobles con la mitad de sus limitadas energías y de combatir con su hermano con la otra mitad. No estaba hecho para ser un gobernante; era un aventurero militar, y aventura militar sin responsabilidades administrativas cotidianas era exactamente lo que las Cruzadas ofrecían.

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