La formación de Inglaterra (23 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

BOOK: La formación de Inglaterra
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Por ello, en 1095 anunció que acudiría a la Cruzada, y Guillermo el Rojo convino en concretar una tregua. No haberlo hecho le habría granjeado la desaprobación papal y enajenado la opinión pública de Europa. Además, librarse de Roberto en una cruzada de la que podía no volver era muy conveniente, y el tacaño Guillermo hasta estuvo dispuesto a pagar a Roberto diez mil marcos para financiar su marcha. Indudablemente, Guillermo le deseaba mala suerte de todo corazón. Como era típico de él, Guillermo obtuvo los diez mil marcos mediante nuevos impuestos, no de sus arcas privadas. Odón de Bayeux, al no poder quedarse a merced del implacable Guillermo, acompañó a Roberto, pero murió en el camino y nunca llegó a Tierra Santa.

Roberto Curthose no fue en modo alguno el primer normando que se dirigió al Este. Su abuelo Roberto el Diablo había hecho una peregrinación a Tierra Santa sesenta años antes, y los nobles normandos que hacían peregrinaciones similares comúnmente se quedaban en Italia, donde la situación turbulenta hacía al país propicio para las aventuras militares y la posible obtención de principados.

En 1030 llegaron al sur de Italia los hijos de un noble normando de la pequeña nobleza, Tancredo de Hauteville, ciudad situada a unos sesenta y cinco kilómetros al oeste de Bayeux. Esos hijos eran una banda de rudos combatientes, y el más notable de ellos fue Roberto, el mayor de siete hijos que tuvo Tancredo de su segunda mujer (había tenido cinco del primer matrimonio). Más adelante fue llamado Roberto Guiscardo, esto es, «Roberto el Astuto».

Un medio hermano mayor de Roberto ya había conseguido un ducado en Apulia, el «dedo del pie» de Italia, y Roberto hizo lo mismo en Calabria, el «talón» de Italia. Cuando su medio hermano murió en 1057, Roberto se apoderó también de Apulia, y en 1060 el Imperio Bizantino sólo poseía algunas fortalezas aisladas en el sur de Italia. Todo el resto de la región era de Roberto.

Luego Roberto puso la mira en Sicilia y confió su conquista a su hermano Roger, el más joven de los doce hijos de Tancredo, que había acudido a unirse a Guiscardo en. 1057. Roger había ayudado a Guiscardo a derrotar a los bizantinos en Calabria y en 1060 el joven hermano condujo una expedición a Sicilia. Comenzó una lenta conquista de la isla, ganando terreno constantemente durante veinte años.

Mientras tanto, en la misma Italia, Roberto Guiscardo tomó Bari en 1071, la última fortaleza bizantina en Italia. Luego persiguió a los bizantinos del otro lado del mar, desembarcando en la costa noroccidental de los Balcanes en 1081 e iniciando un avance tierra adentro por la región hoy llamada Albania. Quizás habría llegado al Egeo y se habría anexado grandes partes de los Balcanes, de no haber sido llamado de vuelta a Italia para defender a su aliado, el papa.

Los normandos de Italia eran leales defensores del papa en teoría, aunque a menudo en la realidad combatían contra él. El papa de ese entonces era Gregorio VII, quien, cuando todavía era el monje Hildebrando, había apoyado la invasión de Inglaterra por el duque Guillermo. Gregorio en un principio se opuso a los normandos, cuando parecía que se estaban haciendo demasiado poderoso en el sur de Italia, pero su principal enemigo era el emperador alemán Enrique IV. Gregorio VII se vio obligado a buscar la ayuda normanda, y Roberto Guiscardo tomó lealmente las armas contra los alemanes. En 1084, se apoderó de Roma, expulsó a las fuerzas de Enrique y restauró al papa en su cargo (a quien antes Enrique habla expulsado de la ciudad).

Roberto Guiscardo murió en 1085, en el apogeo de su éxito.

Hay un notable paralelismo entre las vidas de Guillermo el Conquistador y Roberto el Astuto. Ambos eran normandos, fueron contemporáneos, ambos conquistaron grandes dominios ajenos y ambos crearon un gobierno eficiente y un notable linaje de gobernantes.

La hazaña de Guiscardo, en realidad, fue la más notable de las dos, pues no tenía una poderosa organización militar que lo respaldase como la había tenido Guillermo. Por el contrario, él y sus hermanos comenzaron como poco más que jefes de bandidos e incrementaron su poder poco a poco por todos los medios, desde la violencia hasta el engaño.

Y, por último el Reino de Guiscardo era aún más rico y más cultivado que el de Guillermo. Sin duda, Guiscardo tuvo la ventaja de actuar en una parte de Europa que estaba más cerca de, y en conexión más directa con, las antiguas fuentes de civilización, pero él supo sacar partido de ello. Bajo el hábil gobierno de Guiscardo y sus sucesores, el Reino Normando del sur de Italia y de Sicilia se convirtió en el más rico y culto de Europa. Nunca antes ni después (hasta hoy) fue la región tan afortunada.

Y puesto que una exigua aristocracia normanda gobernaba sobre una complicada mezcla de otras razas -griegos, italianos y musulmanes- se desarrolló en el país una tolerancia religiosa y nacional que fue totalmente atípica de ese período de la historia de Occidente.

Es bastante extraño, pues, que las hazañas de Guillermo el Conquistador hayan sido tan famosas en todas las generaciones posteriores, mientras que las de Roberto el Astuto hayan quedado ocultas en la oscuridad. Una de las razones de esto, indudablemente, es el hecho de que los descendientes de Guillermo han gobernado desde entonces sobre un país que ha dejado una profunda huella en la historia.

En Italia, en cambio, la dominación directa de los normandos sólo duró un siglo, y luego esos dominios cayeron en manos de los alemanes, los franceses y los españoles, por turno, y todos tuvieron su parte de culpa en el mal gobierno de la región que la sumió en una pobreza y miseria permanente.

Mientras Guiscardo estaba embrollado en los asunto del papa en Italia, su ejército de Albania estaba comandado por su hijo mayor, Bohemundo. Este tuvo menos éxito que su padre y fue rechazado por los bizantinos.

También en lo interno salió perdiendo. Cuando Guiscardo murió, su hermano menor, Roger (tío de Bohemundo retuvo el dominio de Sicilia. Sólo parte de las posesiones normandas en Italia permanecieron dentro del linaje de Guiscardo, y esa parte fue tomada por un hijo menor, también llamado Roger.

Bohemundo quedó totalmente en la estacada, y un intento de rebelión por su parte fracasó. Todo lo que pudo obtener fue el dominio de la ciudad de Tarento, en el «empeine» de Italia. Esto no era mucho, y cuando sonó el canto de sirena de la aventura, en la forma de la Primera Cruzada, se apresuró a sumarse a ella. Se marchó con su sobrino Tancredo y se convirtió en uno.de los más notables y fascinantes aventureros del Este.

De este modo, Guillermo el Conquistador y Roberto el Astuto también se asemejaron en otros aspectos, después de la muerte. Roberto Curthose, hijo mayor del primero, y Bohemundo, hijo mayor del segundo, se contaron entre los jefes de la Primera Cruzada.

Los sucesos de la Primera Cruzada están fuera del alcance de este libro, pero los tres jefes normandos se cubrieron de lo que pasaba por gloria en aquellos días. Bohemundo tuvo una actuación destacada en la captura de la ciudad siria de Antioquía y se convirtió en su príncipe. Tancredo reemplazó a su tío en Antioquía, cuando éste fue derrotado y hecho prisionero, y durante un tiempo gobernó vastas regiones de Siria.

Roberto II de Normandía también se distinguió, combatiendo bravamente en numerosas batallas y estando presente (como Tancredo) en el triunfal asedio y captura de Jerusalén, en 1099. Tuvo la oportunidad de convertirse en rey de Jerusalén (al fin y al cabo, era el noble de más alto rango que había allí). Pero prefirió retornar a Occidente. Fue uno de los pocos jefes que lo hizo.

El segundo Guillermo

Mientras Roberto estaba fuera corriendo sus aventuras orientales, Guillermo el Rojo retuvo firmemente el dominio de Inglaterra. También mantuvo a Normandía en una especie de hipoteca, por los diez mil marcos con los que había financiado la cruzada de su hermano. En los últimos años de su reinado, pues, gobernó sobre el reino unido de su padre.

El rey de Escocia después de la muerte del Conquistador seguía siendo Malcolm III, hijo de Duncan, el asesinado. La permanencia de Malcolm, cuando joven, en la corte de Eduardo el Confesor como refugiado y su casamiento con Margaret Atheling se sumaron para dar origen a una fuerte anglicanización de Escocia. Había rendido homenaje a Guillermo el Conquistador en 1072, con lo cual conservó el gobierno de Escocia a costa de comprometer su independencia. Hasta había entregado a su hijo Duncan como rehén, para garantizar su buena conducta, y no creó problemas durante la vigorosa carrera del Conquistador.

Pero, muerto el Conquistador y con Guillermo el Rojo enredado en los problemas de Normandía, Malcolm pensó que las condiciones ahora lo favorecían. Empezó a hacer correrías por el norte de Inglaterra. Cuando llegó demasiado lejos en sus acciones, Guillermo el Rojo volvió con premura y cólera a Inglaterra y marchó hacia el Norte. Malcolm rápidamente renovó su homenaje en 1093. Cuando ese mismo año intentó más tarde efectuar una nueva invasión, al caer enfermo Guillermo, fue enfrentado en batalla campal en Alnwick, a unos cuarenta y cinco kilómetros al sur de la frontera. Allí Malcolm y su hijo mayor, Eduardo, fueron muertos. El reinado de treinta y cinco años de Malcolm llegó a su fin, y su esposa, Margaret, murió muy poco después.

Había un fuerte partido anti-inglés en Escocia para el cual Malcolm y su reina sajona se habían divorciado demasiado de las antiguas costumbres escocesas, para su gusto. Por ello, la muerte de Malcolm provocó una reacción céltica que puso en el trono a su hermano menor, Donalbane, mientras los hijos restantes de Malcolm se vieron obligados a buscar refugio en Inglaterra. (Durante el reinado de Macbeth, Donalbane se había refugiado en la Irlanda Céltica, no en la Inglaterra Sajona.)

Durante los cinco años de su reinado, Donalbane estuvo demasiado preocupado por conservar el poder contra las perturbaciones internas para intentar aventuras extranjeras. Por eso, en lo que respecta a lo que le quedaba de reinado a Guillermo el Rojo, Escocia permaneció en calma y, pese al transitorio triunfo celta, estuvo dócilmente sometida a la soberanía del rey normando de Inglaterra.

Guillermo tuvo menos éxito en una invasión de Gales como respuesta a las rebeliones que se produjeron allí contra la dominación que su padre había impuesto al país. Los galeses, como era su costumbre desde hacía tiempo, no se opusieron directamente a la invasión. Se retiraron a las montañas y libraron una guerra de guerrillas que agotó a los caballeros normandos y les infligió una muerte lenta. Guillermo el Rojo tuvo que abandonar Gales y contentarse con construir una fuerte línea defensiva de castillos en la frontera (a lo largo de lo que había sido la «Tapia de Offa», tres siglos antes) para impedir que hiciesen correrías por los distritos occidentales.

Pero en lo interno Guillermo provocó el odio cada vez mayor de todos sus súbditos, ingleses y normandos, legos y clericales, por la codicia que le hacía someterlos a todos a brutales extorsiones que eran casi insoportables.

Sin embargo, la codicia y la frugalidad de Guillermo le permitieron reunir un gran tesoro central que llevó a la creación de un régimen financiero estable y que estimuló el comercio y aumentó la prosperidad. Emitió monedas de buen peso y de plata genuina, contento de que quisiesen aceptarla los comerciantes extranjeros. Algunas de esas monedas estaban marcadas con pequeñas estrellas («steorling» en inglés antiguo). La palabra «sterling» (esterlina) quizá provino de esto, para representar plata de elevada calidad, primero en monedas, y luego de cualquier otra forma.

Guillermo el Conquistador había insistido en mantener el control sobre la Iglesia de Inglaterra aun contra los deseos del papa, pero lo había hecho con habilidad y diplomacia y había utilizado al hábil Lanfranco como una especie de conciliador y compromisario entre él y el papa.

Guillermo el Rojo no mostró tal habilidad en sus tratos con la Iglesia, sino que casi se deleitó ostentosamente en hacer lo que se le antojaba de la manera más ruda posible. Cuando Lanfranco murió, en 1089, Guillermo II tranquilamente se negó a nombrar un sucesor. Esto no obedecía a una convicción religiosa de ningún género, sino más bien a que, mientras no hubiese arzobispo de Canterbury, podía disponer de las vastas rentas del cargo. Lo mismo hizo con otros obispados que quedaron vacantes por una u otra razón.

Nada podía haber enfurecido más a las cabezas de la Iglesia. Sin embargo, sólo en 1093 pudo persuadirse a Guillermo a que modificara su política, y ello gracias a los terrores de la superstición. Cuando Guillermo el Rojo cayó gravemente enfermo (la enfermedad que provocó la invasión final de Malcolm de Escocia), los sacerdotes le informaron de inmediato que era un castigo por sus acciones contra la Iglesia. Era absolutamente seguro, decían, que sería arrojado al Infierno en el momento de su muerte. Guillermo, convencido de que estaba agonizando, nombró a un sacerdote llamado Anselmo para que fuese el trigésimo quinto arzobispo de Canterbury.

Fue una excelente elección. Anselmo había nacido en Aosta, en el noroeste de Italia, en 1033. Llegó a Normandía en 1056 para prestar servicios en el monasterio de Bec, a unos cincuenta kilómetros al sudoeste de Ruán, entonces presidido por su compatriota Lanfranco. En 1078, Anselmo fue designado abad del monasterio y lo convirtió en un centro del saber, pues él era el teólogo más destacado de su tiempo.

Anselmo propuso el llamado «argumento ontológico» para demostrar la existencia de Dios (es decir, un argumento que parte de la naturaleza misma de Dios), que ejerció gran influencia durante siglos. El argumento reza así:

Todo el mundo tiene una idea de Dios. Hasta una persona que afirma temerariamente que no hay Dios alguno tiene una idea de aquello cuya existencia niega. La idea de Dios es la idea de un Ser perfecto, un Ser que tiene, todos las propiedades posibles requeridas para la perfección. Pero una de las propiedades debe ser la existencia, pues un Dios que no existe sería inferior a un Dios que existiese, por idénticos que fuesen en todo lo demás. Por lo tanto, se desprende de la naturaleza misma de Dios como Ser perfecto que Dios debe existir. (Este argumento fue refutado en el siglo XVIII por el filósofo alemán Immanuel Kant, pero entrar en las oscuridades filosóficas de las doctrinas de Kant nos llevaría demasiado lejos.)

Anselmo, que por entonces tenía sesenta años, no aceptó de buena gana la pesada carga del arzobispado de Canterbury. Prefería su existencia tranquila y dedicada al saber en Bec. Pero vio la oportunidad de introducir reformas eclesiásticas en Inglaterra e impuso una serie de condiciones a Guillermo, que el monarca moribundo aceptó malhumoradamente.

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