La Hermandad de las Espadas (20 page)

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: La Hermandad de las Espadas
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Hablaba (aunque con un ligero acento ceceante) el mismo bajo lankhmarés que habían usado las demás, y que era la lengua franca comercial común en la mayor parte de Nehwon. Entonces extendió hacia él con la palma hacia abajo la esbelta y pálida mano derecha.

Él la cogió sin apretarla y la apoyó sobre sus dedos extendidos mientras la observaba pensativamente.

—Dedos —dijo con lentitud, como si saborease la palabra—. Bueno, es un nombre raro para una princesa.

—No soy ninguna princesa, señor —respondió ella al instante—. Eso es algo que dije a las sacerdotisas cuando bajé de la
Comadreja,
para asegurarme de que harían caso de mi advertencia.

Las otras niñas la miraron como si se sintieran traicionadas, pero el Ratonero Gris se limitó a asentir con semblante reflexivo, y alzó la mano de la muchacha como para apreciarla.

—Eso encaja mejor con lo que veo aquí —le dijo—, de la misma manera que tu acento me suena a Ilthmar y no a Tovilyis. Observa —siguió diciendo, como si estuviera dando una lección— que, aunque estrecha, ésta es una mano trabajadora fuerte y eficaz, que ha llevado a cabo una considerable actividad aferrando, exprimiendo, restregando, golpeando, retorciendo y aguijando, dando palmaditas y acariciando, danzando con los dedos, etcétera. —Le dio la vuelta, de modo que la palma quedó hacia arriba, y la frotó con el pulgar, trazando círculos—. Y, no obstante, a pesar del trabajo que ha realizado, está húmeda y es agradablemente suave. Eso se debe al aceite en la lana de cordero de los guantes. Estoy seguro de que ese extraño velo beneficia igualmente a sus mejillas, labios y bonito mentón, dotándoles de una excelente suavidad. —Se abstrajo en sus pensamientos y suspiró. Entonces siguió diciendo—: ¡Acércate, Mayo! Tiende la mano. —La rubia muchacha obedeció, extrañada. Dejó caer en ella la mano que había sostenido y se volvió hacia Klute, que sonreía maliciosa—. ¿Cómo está mi sobrina favorita?

Las otras niñas parecieron buscar rabiosamente algo que decir. Fafhrd se volvió hacia el Ratonero, mientras Dedos parecía tranquila, cuando de súbito Afreyt gritó desde lo alto de la escalera:

—¡Basta de juegos en el sótano y de esconderse en el castillo de proa! ¡Todos a cubierta y a ganaros vuestras cenas!

Klute y el Ratonero precedieron a los demás, chismorreando frívolamente, y él prestaba toda su atención a la niña. Mará y Brisa les seguían con cierta displicencia. Fafhrd corrió al lado de Mayo y Dedos, que seguían donde el Ratonero las había dejado, cogidas de la mano y, dando un brazo a cada una de ellas, cerró la retaguardia.

—Mi compañero capitán tiene unas maneras un tanto avinagradas —les explicó jovialmente—. Pondría en duda las credenciales de la Reina del Cielo, pero se sentiría celoso de una ardilla que atrajera la atención. Aprecia un insulto por encima de cualquier otra cosa.

5

La cocina de Cif era ancha y de techo bajo, ventilada y algo enfriada por una brisa vespertina que producía una corriente de aire entre las dos puertas abiertas en paredes opuestas, aunque los rayos del sol bajo todavía penetraban en la pieza.

La alta Afreyt, rubia plateada, y la flexible Cif de ojos verdes llevaban puestas todavía sus largas túnicas de sacerdotisas, aunque ambas se habían quitado los velos. Tras abrazar al Ratonero, Cif dio instrucciones a éste y a Fafhrd para que llevaran las dos mesas y unos bancos al exterior, a la sombra del edificio. Las niñas se reunieron ansiosas alrededor de Afreyt. Mayo y Brisa se apresuraron a hablarle en voz baja, mirando de vez en cuando por encima del hombro.

A su regreso, los dos hombres encontraron a las sacerdotisas de la Luna una al lado de la otra. Se habían puesto unas túnicas más alegres y escotadas, de color violeta con franjas amarillas y verde moteado de marrón. Las niñas, quienes al parecer ya habían recibido instrucciones, trajeron manteles y bandejas con condimentos y cubiertos.

—¿Os han presentado ya a nuestra nueva huésped? —preguntó Cif.

—¿Y os han contado el señalado servicio que ha hecho a vuestras sobrinas e incluso a toda la isla? —añadió Afreyt.

—Así es, en efecto —respondió Fafhrd—. Y supongo que ya habéis tomado medidas contra los ruines que capitaneaban y tripulaban la
Comadreja.

—En efecto —afirmó Afreyt—. El consejo fue convocado con toda rapidez y se le persuadió rápidamente para tratar el asunto a la manera de la isla... Les han impuesto una multa considerable, por cargos distintos al intento de secuestro: que el maderamen de la
Comadreja
presentaba agujeros sospechosamente similares a los practicados por el gusano berbiquí que con tanta facilidad infesta otras naves, y ordenaron que el infame mercante se marchara de inmediato.

—Hemos invitado al jefe de tráfico portuario Groniger a cenar con nosotros —informó Cif—, pero se ha ido al cabo para asegurarse de que esa pestilente
Comadreja
ha zarpado como juró que lo haría y prosigue su ruta.

—Y bien, mi querido Ratonero Gris —dijo Afreyt en tono mesurado—. ¿A qué obedece tu reconvención a la pobre niña haciendo caso omiso de que es una novicia de la diosa e incluso negándote a cogerle la mano?

El Ratonero se irguió y, cruzándose de brazos y mirándola fijamente a los ojos, incluso volviendo a inclinarse un poco hacia atrás, replicó a gritos:

—¡Pobre niña, ciertamente! No es ninguna princesa, como ha confesado con presteza, y juraría que tampoco es una novicia lunar de Tovilyis a la que raptaron. Ignoro cuál es su juego, aunque podría suponerlo, pero lo cierto es que no es más que una camarera de a bordo venida de Ilthmar, donde adoran a la rata, al ser más inferior entre los inferiores, una vulgar y comente prostituta naval infantil alquilada para el solaz erótico de toda la tripulación, indigna de compartir tu techo, señora Afreyt, o acompañar a tus inocentes primas o las de Cif excepto para corromperlas. ¡Todo apunta a que estoy en lo cierto! Su mismo nombre es ya una prueba, como Fafhrd confirmaría en seguida si no estuviera perdido en fantasías románticas, encantado de jugar al caballero y la princesa ante un público infantil sea cual fuere el riesgo. ¡Ésa es su principal debilidad, puedes estar segura!

Los demás adultos trataron de hacerle callar o replicarle, las niñas escucharon con los ojos muy abiertos, haciendo con más lentitud sus tareas, pero el Ratonero mantuvo su diatriba hasta el final, y entonces la rubia y plateada Afreyt, sus ojos azules fulminándole, habló con la rapidez de una flecha.

—Hemos confirmado algo de manera incuestionable, hombre de mente mezquina, y es que se trata de una auténtica novicia de la diosa: conoce las palabras crípticas y los signos secretos.

—Conoce el color —se apresuró a añadir Cif—. Lleva las prendas y el velo.

—¿Y los guantes? —preguntó imperturbable el Ratonero—. Nunca os he visto ni a ti ni a Afreyt llevar guantes de ningún color en verano. Incluso en invierno sólo usáis mitones. Y, por supuesto, lo mismo puede decirse de las niñas.

—Nosotras, las isleñas de la Escarcha, no somos más que una ramita de la hermandad —replicó Cif— Es indudable que en Tovilyis tienen distintas costumbres.

El Ratonero sonrió.

—Querida señora, eres demasiado inocente y tu vida isleña te limita el conocimiento. Hay más mal en los guantes del que podrías imaginar jamás, y un velo tiene más usos que una insignia de pureza o el anuncio de la posesión de un hombre o una máscara. Entre las más sagaces camareras de a bordo de Ilthmar (¡y ésta no es ninguna novicia, te lo aseguro!) existe la práctica de usar tales cosas para conservar suaves las manos, los labios y el cutis, mientras que sus partes más íntimas están bien cubiertas por la lana aceitada, además de haber sido depiladas desvergonzadamente. Debes saber que en los barcos de Ilthmar las camareras de a bordo deleitan a los tripulantes sólo con sus manos, mediante la hábil y corta danza de sus dedos flexibles. De otro modo correrían demasiado riesgo de sufrir daños, y, como ellos dicen, no hay árboles marinos en los que crezcan camareras de a bordo frescas. Por cierto, ése es el motivo por el que su nombre es una prueba. Los maestres y oficiales de rango inferior pueden disfrutar del rostro y las tetas, todo por encima de la cintura, mientras que la parte inferior está exclusivamente reservada a su eminencia el capitán, aparte de todo lo demás que él quiera. Pero, como el capitán es el más sensato de todos, toma las medidas necesarias para no dejarla embarazada. Es un arreglo rápido, eficiente y práctico... y ayuda a mantener tanto la disciplina como el rango.

Por entonces todas las niñas se habían agrupado a su alrededor, cuatro de ellas con los ojos tan abiertos que parecían salir—les de las órbitas, mientras que Dedos escuchaba con respetuosa atención.

—Pero ¿es cierto lo que dice? —le preguntó Afreyt a Fafhrd con cierta indignación—, ¿Existen tales camareras de a bordo y unas prácticas tan licenciosas?

—Quisiera enojarme por su grosería —respondió el norteño—, pero debo confirmar que existen tales prácticas y camareras de a bordo, y no sólo en los barcos de Ilthmar. En la mayoría de los casos, sus padres las venden para que se dediquen a ese oficio. Algunas llegan a ser diestros marineros, o se casan con un pasajero, aunque eso es infrecuente.

—Todos los hombres son unos bestias —observó Cif sombríamente—. Cada vez hay más pruebas de ello.

—Mucho podría decirse también de la bestialidad o animalidad de las mujeres —añadió el Ratonero sotto voce.

Afreyt meneó la cabeza y luego miró a Dedos, la cual, ¡ay!, parecía haber escuchado todas esas enormidades con una frialdad considerable.

—¿Qué dices a todo esto, niña? —le preguntó Afreyt sin ambages.

—Todo lo que el capitán Ratonero ha dicho es bastante cierto —replicó sencillamente Dedos, haciendo una ligera mueca que aumentaba el atractivo de su rostro—, quiero decir acerca de las camareras de a bordo y esas cosas, aunque yo sólo sé lo que aprendí sirviendo a bordo de la
Comadreja,
contra mi voluntad. Pero en las primeras leguas de nuestra travesía, hubo una camarera dos años mayor que yo, la cual desembarcó en Ool Plenas, y que me enseñó mucho. Mi madre no me alquiló ni vendió para el oficio. Me arrebataron de su lado... por eso afirmé que me habían raptado. Pero no os hablé de esas cosas, señoras Afreyt y Cif, cuando huí y os comuniqué mi advertencia, eligiéndoos porque llevabais el color y el velo, pues no creí que fuesen asuntos vitales.

El Ratonero intervino entonces, con evidente satisfacción.

—De modo que la
Comadreja
era una nave de esclavos, ¿eh? Su cuento es inverosímil.

—¡En ningún momento nos dijo que se tratara de un barco de esclavos! —le espetó Afreyt.

—Perdieron a una camarera en Ool Plerns —añadió con vehemencia Cif—. ¿No sería natural que esos brutos trataran de raptar aquí a una sustituía? Pues que me aspen si hay alguna en alquiler. Todas las mujeres de esta isla que sirven a los marineros deben ser adultas.

El Ratonero volvió a intervenir con la misma satisfacción.

—Pero sin duda, señora Afreyt, ni tú ni Cif podéis haber tomado muy en serio este cuento de múltiples esclavitudes y raptos. De lo contrario no habríais dejado zarpar a la
Comadreja
sin haberla sometido a un minucioso registro en busca de posibles prisioneros.

—Te equivocas de nuevo —le dijo irritada la alta dama—. Los dos hombres enviados a bordo para descubrir agujeros practicados por los gusanos berbiquíes registraron la nave a fondo antes de que encontraran a esos bichos.

—¿No había otras muchachas a bordo de la
Comadreja?
—inquirió cándidamente el Ratonero—. ¿Ninguna mujer? —Ambas damas asintieron, mirándole furibundas—. Entonces no hay ninguna prueba de la teoría del rapto —concluyó imperturbable.

—Pero la sugerencia de Cif acerca de su deseo de una segunda camarera de a bordo..., o tal vez cuatro... —empezó a decir Afreyt con exasperación.

—Perdona, querida —la interrumpió Fafhrd sin alzar la voz pero en tono autoritario—. ¿No sería mejor que tuviéramos la cortesía de dejar que nuestra invitada nos contase el resto de su historia sin más interrupciones? ¡Sobre todo si son taimadas y controvertidas! —Y dirigió al Ratonero una mirada muy dura—. La cuenta bien, habla concisamente. —Sonrió a la muchacha.

—Eso es juicioso —admitió indulgentemente Afreyt—. Pero antes de hacerlo, puesto que el calor aquí es opresivo, salgamos afuera, donde ella podrá hablar y nosotros escucharla cómodamente. Serviremos más tarde la cena. No se estropeará. Sí, niñas, podéis venir —añadió al ver sus expresiones— y sentaros a la misma mesa. Las tareas pueden esperar, pero nada de cuchicheos.

6

Afuera el verdor sin árboles del verano de la isla se extendía hasta el mar y el cabo cercano, todavía iluminado por el sol, interrumpido tan sólo por algunos afloramientos rocosos y unas pocas ovejas que pastaban, y, como el escudo redondo de un gigante abandonado en la hierba, la planicie bronce oscuro de un gran disco lunar que señalaba la morada de una bruja blanca trazaba la trayectoria de la luna de Nehwon a través de las constelaciones del ancho zodíaco nehwoniano: las varias parejas de brillantes estrellas de los amantes, las estrellas mortecinas de los Espectros y el delgado y largo triángulo del Cuchillo, en cuya punta brillaba una estrella roja como la sangre. La misma luna espectral, a punto de entrar en la fase de nueva, se cernía baja sobre el líquido horizonte oriental, por detrás del cual había emergido poco antes. La fresca brisa crepuscular les acariciaba suavemente. La casa de la que acababan de salir les ocultaba al sol, que pronto se hundiría en el mar occidental, salvo donde incidían los rayos rojizos que atravesaban la puerta abierta de la cocina y las ventanas a sus espaldas.

Los cuatro adultos tomaron asiento alrededor de Dedos. Las otras cuatro niñas se asomaron entre los cuatro espacios intermedios.

—Nací en Tovilys, empezó a decir la muchacha, donde mi madre era funcionaría del Gremio de Mujeres Libres y, además, sacerdotisa de la luna. No llegué a conocer a mi padre, cosa corriente entre los hijos de las mujeres del gremio. Allí me convertí en novicia de la luna, que realmente usan guantes blancos, aunque no de piel de cordero. —Se tocó los suyos bajo el cinturón—. Cuando el gremio atravesó tiempos difíciles, viajé durante una temporada con mi madre y nos establecimos en Ilthmar, donde trabajamos como tejedoras, y por mi destreza en esa ocupación, así como en tocar la flauta y el tamboril y los juegos de la cunita y la creación de formas con la sombra recibí el sobrenombre de Dedos, que más tarde se revelaría como muy ominoso. Mi madre y yo adquirimos los acentos de Ilthmar. Encajamos allí, como decía mi madre. Incluso rendíamos culto de dientes afuera a la Rata y en sus festividades hacíamos sacrificios en su templo junto al muelle en el Mar Interior. Bajo el pórtico bajo y oscuro de ese templo, una noche me metieron en un saco, como deduje más tarde, al despertar y encontrarme a bordo de la
Comadreja,
en medio del agitado Mar Interior, sintiéndome mareada y con dolor de cabeza. Estaba más que desnuda, pues me habían afeitado y depilado todo el pelo de mi cuerpo excepto las cejas y las pestañas. Y uno de sus oficiales y aquella muchacha dos años mayor que yo, llamada Mano Caliente, me instruyeron en las artes del primero, que en modo alguno se ejercitaban siempre en los camarotes. Cuando me resistía a algunas de sus instrucciones y exigencias, me aplicaban gusanos berbiquíes al cuerpo.

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