Entonces Afreyt gritó en tono vibrante el nombre sagrado: «¡Skama!» y todos empezaron a cantar, sus voces acompasadas con la danza de su avance. Así decía la primera canción para la diosa:
Doce caras tiene nuestra Señora de la Oscuridad
cuando camina de noche por su parque estrellado:
Nieve, Lobo y Luna de Semilla, Brujas, Espectros y Cuchillo,
la insignia del Asesino; otras seis de oscuridad y luz:
Trueno, Lujuria, Cosecha, la segunda vida de las Brujas;
y acaba el año con la Helada y el brillo de los Amantes.
Reina de la Noche y Señora de la Oscuridad
con tus velos negros y tu ceñida camisa de plata.
Todos callaron durante cinco latidos de corazón, Afreyt gritó de nuevo «¡Skama»! e iniciaron su segunda canción, con pasos más largos y deslizantes adaptados al cambio de ritmo:
Sean éstos tus sellos, temible Señora del Misterio:
el arco iris y la burbuja, la llama y la estrella,
la abeja nocturna y la avispa brillante,
el volcán, la fría luz del candil de leviatán,
cosas que son indicios de lejanas maravillas;
cometas, granizo y extraños giros de la historia,
Reina de la Oscuridad y Lámpara de la Noche,
Amante del Terror, cruel y sororal...
Bruja, Muchacha y Madre, ¡álzate en tu blancura!
Una pausa de cuatro latidos, un nuevo grito de «¡Skama!» por parte de Afreyt y su danza se hizo
rápida,
pisoteando el suelo, como si avanzaran a los sones de un tambor:
Luna de la Nieve, Luna del Lobo, Luna de la Simiente, Luna de la Bruja;
Luna del Espectro, Luna del Cuchillo, Luna de la Tempestad, Luna de la Lujuria;
Hoz, Bruja Segunda, Luna Helada, Luna de la Cópula.
Skama te hace señales, Skeldir desciende
por el estrecho camino de piedra a oscuras,
enterrada a la manera de la Escarcha, con los pies por delante;
enfrentada valientemente a monstruos venenosos,
pisando serpientes con sus pies descalzos;
a través de la tierra seca y la roca sólida;
se hunde como un espectro en el granito;
a Skeldir le falla el valor, titubea...
cuando observa la luna por debajo de ella,
¡luz en el corazón de la tiniebla!
Esta vez Afreyt dejó que transcurrieran veinte latidos antes de pronunciar su invocación, y la congregación, cogida de las manos, inició una repetición de las tres canciones mientras proseguía su serpenteante avance hacia el oeste. A poca distancia hacia el norte se alzaba la Torre de los Duendes, una aguja de roca y brezos pálida y robusta, a cuyo extremo cuadrado no podía llegar la flecha lanzada con el arco más potente. Dos lunas atrás, el fatídico Día del Pleno Verano, todos ellos, excepto Dedos y Ourph, habían celebrado allí un festín. Hacia el sur se iniciaba una serie de colinas bajas y ondulantes, al principio meras protuberancias en el mar de hierba iluminada por la luna. Y hacia aquellas colinas Mayo empezó a dirigir ahora a la hilera de danzantes, efectuando un giro en dirección al sur.
Durante la segunda repetición de las canciones aparecieron islas de aulaga y retama en el mar de hierba. Mayo les condujo hacia una colina algo más alta.
—¿Nuestro destino? —preguntó Dedos a Brisa, tarareando la pregunta para que no desentonara de la canción que todos entonaban.
—Sí —respondió Brisa y, moviéndose al ritmo de la canción, explicó en murmullos entrecortados—: En el pasado se alzaba ahí el patíbulo. Luego fue la colina del espectral dios Odín cuando aconsejaba a tía Afreyt. Yo era una de sus doncellas.
dedos: ¿Qué tenías que hacer?
brisa: Entre otras cosas, podríamos decir que era una camarera de a bordo.
dedos: ¿De verdad? Has dicho que era un espectro. ¿Era lo bastante sólido para tales cosas?
brisa: Lo suficiente. Le gustaba toda clase de toqueteos, hacerlos y que se los hicieran.
dedos: Los dioses son igual que los hombres. ¿Y tu tía te dejaba?
brisa: Estaba consiguiendo de él una información muy importante. Contribuyó a la salvación de la isla. Además, le trenzaba lazos corredizos. Quería que nos los pusiéramos alrededor del cuello.
dedos: Eso da miedo y parece peligroso.
brisa: Lo era. Fue así como el tío Fafhrd perdió la mano izquierda. Llevaba todos los lazos alrededor de la muñeca izquierda en aquella batalla de la que te hablé. Cuando Odín y el patíbulo se desvanecieron en el cielo, los lazos se corrieron por sí solos y salieron disparados tras él... llevándose la mano del tío Fafhrd.
dedos: Da miedo de veras. Si los hubierais tenido alrededor del cuello...
brisa: Sí. Más tarde, cuando tía Cif y la madre Grum purificaron la colina y derribaron el emparrado donde Mayo, Mará y yo habíamos acariciado al viejo dios, le cambiaron el nombre y el Patíbulo pasó a ser la Colina de la Diosa. Aquí estamos celebrando los ritos veraniegos de la luna llena.
mará: ¿Qué estáis cuchicheando? Tía Afreyt os mira con el ceño fruncido.
Las dos niñas reanudaron la canción, que ya era otra.
—¡Criaturas demoníacas! —susurró Afreyt a Fafhrd, aunque no en tono irritado.
El norteño se volvió hacia ella y asintió, pero incluso menos preocupado que ella, de la misma manera que unas veces cantaba y otras no, según le apetecía en cada momento.
El frío aire estaba muy quieto y tenía una nitidez fantástica. Fafhrd pensó que nunca en toda su vida había visto a la luna llena brillar con tal intensidad, ni siquiera desde Stardock. En aquel instante, como si alguien hubiera pulsado astutamente una oculta cuerda de debilidad en sus entrañas, sintió que le sobrevenía un vahído, tuvo una sensación de insustancialidad, como si el mundo estuviera a punto de desvanecerse, o él del mundo. A duras penas lograba mantenerse erguido y no echarse a temblar.
Cuando la extraña sensación disminuyó un poco, Fafhrd miró a lo largo de la curvada hilera de rostros brillantemente iluminados por la luna para ver si se trataba de algo que había afectado a otros. Las cinco niñas ya habían llegado a la mitad de la colina y seguían adelante, cantando arrobadas. Dedos, que era, después de Brisa, la más próxima a ellos, le miró, pero serena, como si sencillamente hubiera notado que él la estaba mirando. El siguiente que estaba más cerca de las muchachas, Pshawri, cantaba obedientemente, o por lo menos movía los labios. Finalmente, a menos de cinco pies de distancia, el Ratonero, que ni siquiera fingía cantar, parecía ensimismado pero muy tranquilo, se había echado atrás la capucha, exponiendo al aire frío la cabeza con el pelo cortado casi al cero, mientras que Fafhrd se tapaba las orejas.
Miró al otro lado y vio, en ordenada sucesión y absortos en la ceremonia, a Afreyt, Groniger, Skullick, el viejo mingol Ourph, Cif, la obesa madre Grum, la bruja, y Rill, la prostituta.
Y entonces Fafhrd miró a Cif de nuevo (ella debía de haber empezado) y vio que ella estaba mirando más allá de él, su pálido rostro contorsionado de súbito con una expresión de horror incrédulo.
Giró sobre sus talones y vio que a su lado había un rostro menos que antes. Mientras había estado mirando en la otra dirección, el Ratonero había ido a alguna parte y sus decios habían soltado el gancho que era la mano izquierda de Fafhrd sin que éste lo notara.
Observó también que Pshawri, con una expresión en el rostro similar a la de Cif, contemplaba las rodillas del norteño como si el joven lugarteniente del Ratonero Gris fuese testigo estupefacto de algún horrendo milagro. ¡Fafhrd bajó la vista y vio qué le había ocurrido al Ratonero! Había penetrado con los pies por delante en la helada tierra, en la que estaba enterrado hasta la cintura y, así, no era más alto que un enano. ¡Imposible! Pero así era.
En aquel instante, como si algún ser subterráneo que agarrase los tobillos del Ratonero le hubiese dado otro potente tirón, el camarada de Fafhrd se hundió rápidamente otra media vara, con lo que quedó enterrado hasta el mentón, como un mingol traidor a quien sus vengativos compañeros despachan lentamente arrojándole piedras y cráneos cargados de plomo a la cabeza, pero sólo después de que sus concubinas hayan sido autorizadas (u obligadas) a besarle por tumo una vez en los labios.
El Ratonero miró a Fafhrd, muy abiertos los ojos iluminados por la luna, come; dándose cuenta de su atroz apuro, diciendo lastimeramente entre jadeos: «¡Ayudadme!». Y su alto camarada no pudo hacer más que mirarle y estremecerse.
Fafhrd oyó a sus espaldas el ruido de pisadas precipitadas, de botas que resonaban en la tierra helada. Por un momento le pareció que podía ver el terreno iluminado por la luna a través de la cabeza del Ratonero, como si el hombrecillo se hubiera hecho transparente, insustancial. ¿O era tan sólo que volvía a experimentar aquella extraña sensación? ¿Era un efecto de sus ojos húmedos?
Como si aquellas manos subterráneas dieran otro tirón, el Ratonero volvió a moverse hacia abajo rápidamente.
Desde detrás del norteño, Cif se abalanzó al suelo helado cuan larga era, sus manos extendidas tratando de aferrar la cabeza que desaparecía.
Fafhrd recuperó su capacidad de movimiento y echó un rápido vistazo a su alrededor, por si el espectro del Ratonero estaba flotando en alguna otra dirección. El aire parecía lleno de movimiento, pero cuando el norteño deslizó a uno y otro lado su aguda mirada no vio nada sustancial.
Con tres excepciones, todo el mundo miraba a Cif o se dirigía apresuradamente hacia ella. La mujer restregaba ahora la escasa hierba helada, como si buscara frenética una joya que se le había caído allí. Afreyt y Groniger miraban con fijeza hacia la Torre de los Duendes. La mujer alta señaló algo y el pausado hombre hizo un gesto de asentimiento.
Entretanto, Dedos miraba a Fafhrd con una fría expresión acusadora, como preguntándole: «¿Por qué no has salvado a tu amigo?».
Desde el punto de vista del Ratonero, lo que había sucedido era lo siguiente:
Había estado contemplando la luna, totalmente ajeno al frío y la ceremonia, sumido en la perplejidad porque se sentía al mismo tiempo tan pesado —como si estuviera muerto de cansancio y apenas pudiera mantenerse erecto, víctima de una extraña fiebre sin calor— y, al mismo tiempo, tan lánguido e insustancial, como si se estuviera adelgazando para convertirse en un fantasma al que la brisa más ligera podría llevarse por los aires. Las dos sensaciones eran contradictorias, pero ambas reales.
Sin previa advertencia, experimentó un extraño vahído, como el de Fafhrd pero más intenso, hasta tal punto que perdió por completo el sentido. Era como si el suelo se hubiera abierto bajo sus pies. Cuando recuperó la conciencia, alzó la vista para mirar a su camarada norteño, el cual nunca le había parecido tan alto.
Se dijo que debía de haberse desmayado y caído de espaldas. Pero cuando trató de incorporarse descubrió que no podía mover las manos ni los pies, ni tampoco doblar la cintura o las rodillas. ¿Estaba paralizado? Por todas partes del cuello hacia abajo algo le aferraba fuertemente, y cuando restregó los pulgares con los demás dedos (tenía ambas manos aprisionadas a los costados, por lo que no podía extender los dedos o cerrar el puño), notó que aquel
algo
era sospechosamente granuloso, como tierra removida.
En la más horrenda reorientación que había experimentado jamás en el transcurso de una vida llena de acontecimientos, la postura de estar tendido boca arriba se convirtió en la situación de estar enterrado hasta el cuello. ¡Oh, consternación! Y era tan increíble que no podría decir realmente si era el mundo o él quien se había movido para efectuar el terrible cambio.
Algún mecanismo mental de asombrosa rapidez exploró casi al instante las presiones en todo su cuerpo. ¿Eran ligeramente mayores alrededor de los tobillos? Como si llevara grilletes, como si algo o
alguien le
agarrase de ambas piernas..., como las ondinas de las arenas movedizas contra las que Sheelba le había advertido en el Gran Pantano Salado. ¡Oh, Mog, no!
Alzó la mirada hacia Fafhrd, que parecía alto como un pino, y pronunció entre jadeos su angustiosa súplica...
y el gran patán se limitó a mirarle con los ojos como platos y hacerle muecas, mohines y lagrimeo a la luz de la luna, no sólo negándole su ayuda, ¡sino también como si ignorase por completo el inapreciable privilegio que tenía de permanecer de pie sobre el suelo en vez de estar hundiéndose en él!
Más allá de Fafhrd vio que Cif corría directamente hacia él. ¡Si no se detenía le daría con su bota en la cara, la ménade loca! Instintivamente trató de echarse a un lado y sólo logró torcerse el cuello. Entonces notó que el tirón de sus tobillos se intensificaba y la fría tierra le subía hasta el mentón, como si tirasen de todo su ser hacia abajo. Apretó los labios con fuerza para evitar que le entrara tierra en la boca, aspiró hondo y trató de estrechar las fosas nasales. Finalmente, al ver que la tierra seguía engulléndole, cerró fuertemente los ojos. Lo último que vio fue la luna. Al tiempo que el resplandor grisáceo transmitido a través de sus párpados se desvanecía hacia arriba, notó los rasguños y pellizcos de la tierra en la cabeza. Entonces incluso eso desapareció y quedó tan sólo una frialdad granulienta que tiraba hacia arriba de sus mejillas. Entonces, extrañamente, pareció caldearse un poco y aflojarse también un poco, de modo que pudo exhalar parte del aire atrapado en la boca contra las mejillas. La textura del material que las rasguñaba pasó de tierra a lana y nuevamente a tierra. Se dio cuenta de que su capucha, que tenía alrededor del cuello, había sido arrastrada hacia arriba y quedado enterrada por encima de él. Entonces el áspero deslizamiento pareció detenerse. Una cosa más tenía que admitir: la sensación de pesadez que le había atenazado durante tanto tiempo había desaparecido por completo. Por confinado que estuviera, ahora tenía más bien la sensación de estar flotando.
Aquel rápido mecanismo mental sometió a su consideración una lista de los seres que podrían odiarle lo suficiente para desearle tan horrorosa condena y que probablemente tenían el poder mágico necesario para llevarla a cabo. Los magos Quarmal de Quarmall, Khahkht, el mago del hielo, el gran Oomforafor, Hisvin, el rey rata, su propia mentora, Sheelba, que se hubiera vuelto contra él, la querida y diabólica Hisvet, los dioses Loki y Mog. La lista era interminable.