Canalizar hacia el mundo la obra del marido que, sin ella, se dispersaría en la oscuridad.
Cuando se repuso de la impresión, Rosa hizo pedazos la carta y los echó por el inodoro. Rápidamente, decidió lo que había que hacer. Se sentó al pequeño escritorio de la cocina, sacó un papel de carta en blanco y escribió:
«Estimado señor Gursky: Lamento tener que comunicarle que Zvi, mi marido, no puede contestar a su carta porque se halla muy enfermo. Le ha alegrado mucho recibir noticias suyas y saber que está vivo. Desgraciadamente, su manuscrito resultó destruido en una inundación que sufrimos en casa. Espero pueda perdonarnos».
Al día siguiente, Rosa preparó una cesta de comida y dijo a Litvinoff que se iban de excursión a la montaña. Añadió que, después de todo el ajetreo de la publicación del libro, él necesitaba distraerse. Supervisó la carga de las provisiones en el coche. Cuando Litvinoff puso en marcha el motor, Rosa se dio una palmada en la frente.
—Casi olvido las fresas —dijo, y entró corriendo en la casa.
Una vez dentro, fue directamente al estudio de Litvinoff, retiró la llavecita pegada con esparadrapo a la parte inferior de la mesa, la introdujo en el cajón y sacó un fajo de hojas arrugadas y sucias que olían a moho. Las puso en el suelo.
Luego, para mayor seguridad, trasladó el manuscrito escrito en yidis de puño y letra de Litvinoff, del estante más alto al más bajo. Al salir, abrió el grifo del lavabo y tapó el desagüe. Esperó hasta que el agua empezó a rebosar. Entonces cerró la puerta del estudio, tomó la cesta de las fresas de la mesa del recibidor y corrió hacia el coche.
1. EL DESEO QUE EXISTE ENTRE LAS ESPECIES
Cuando el tío Julian se marchó, mi madre se volvió más retraída, o quizá desvaída sería la palabra, como huidiza, borrosa, distante. A su alrededor se acumulaban tazas de té vacías, y a sus pies caían páginas de diccionario.
Abandonó el jardín, y los crisantemos y las margaritas que confiaban en vivir hasta las primeras heladas gracias a sus cuidados, agachaban la cabeza empapada de lluvia. Llegaban cartas de los editores, preguntando si le interesaría traducir tal o cual libro. Quedaban sin respuesta. Las únicas llamadas que aceptaba eran las del tío Julian, y cuando hablaba con él cerraba la puerta.
Cada año, los recuerdos que tengo de mi padre se hacen más huidizos, borrosos y distantes. Hubo un tiempo en que eran cercanos y reales, luego parecían fotografías y ahora son como fotografías de fotografías. Pero también hay momentos en los que un recuerdo suyo se presenta con tanta fuerza y claridad que todos los sentimientos que he estado sumergiendo durante años salen a flote bruscamente, con el ímpetu de un muñeco de resorte. Entonces me pregunto si es eso lo que le pasa a mi madre.
2. AUTORRETRATO CON PECHOS
Cada martes por la tarde, yo cogía el metro para ir a la ciudad, a la clase de Dibujo del Natural. Durante la primera clase descubrí lo que esto quería decir, y era dibujar a personas desnudas al cien por cien, a las que se pagaba para que estuvieran quietas en el centro de un círculo que nosotros formábamos con las sillas. Todos los alumnos eran mucho mayores. Yo me esforzaba por aparentar naturalidad, como si hiciera años que dibujaba a personas desnudas. La primera modelo era una mujer con los pechos caídos, el pelo rizado y las rodillas coloradas. Yo no sabía adónde mirar. Alrededor, todo el mundo estaba inclinado sobre su bloc, dibujando con ímpetu. Tracé unas líneas vacilantes.
—No olvidemos los pezones, chicos —dijo la profesora, paseándose alrededor del círculo. Yo añadí pezones. Cuando llegó a mi lado, dijo—:
¿Permites? —Y levantó mi dibujo enseñándolo a la clase. Hasta la modelo se volvió a mirar—. ¿Sabéis qué es esto? —preguntó señalando el papel. Algunos negaron con la cabeza—. Es un
frisbee
con pezón.
—Lo siento —murmuré.
—No lo sientas —dijo ella poniéndome una mano en el hombro—. ¡Sombrea! —Y entonces demostró a la clase cómo convertir mi
frisbee
en un pecho enorme.
La modelo de la segunda clase se parecía mucho a la de la primera. Cuando la profesora se acercaba a mí, yo me inclinaba sobre el papel y sombreaba con todo mi afán.
3. CÓMO IMPERMEABILIZAR A TU HERMANO
Empezó a llover a últimos de septiembre, unos días antes de mi cumpleaños.
Estuvo lloviendo sin parar una semana, y cuando ya parecía que por fin iba a salir el sol hubo de esconderse otra vez, y volvió la lluvia. Había días en los que caía con tanta fuerza que Bird tenía que abandonar el trabajo en su torre de trastos, a pesar de que había extendido un hule en lo alto, encima de lo que empezaba a parecer una cabaña. Quizá construía un centro de reuniones para
lamed vovniks
. Dos paredes estaban formadas por tablas viejas, y las otras dos por cajas de cartón puestas una encima de otra. No tenía otro techo que el hule encharcado. Una tarde, me detuve al verlo bajar por la escalera de mano apoyada en un lado de la torre, cargado con un gran trozo de chatarra. Yo deseaba ayudarlo pero no sabía cómo.
4. CUANTO MÁS LO PENSABA MÁS ME DOLÍA EL ESTÓMAGO
La mañana en que cumplía quince años, me despertó la voz de Bird gritando: «¡Arriba y al ataque!», seguido de
Es una chica excelente
, canción que nuestra madre solía cantarnos en los cumpleaños cuando éramos pequeños y que Bird se empeña en seguir cantando. Poco después entró ella y puso sus regalos encima de la cama, al lado de los de Bird. Había buen ambiente, hasta que abrí el regalo de Bird y vi que era un chaleco salvavidas naranja Se hizo el silencio, mientras yo miraba sin pestañear el chaleco, metido en una caja.
—¡Un chaleco salvavidas! —exclamó mi madre—. Una gran idea. ¿Dónde lo has encontrado, Bird? —preguntó palpando el arnés con admiración—. Muy práctico.
¿¿Práctico??, hubiera gritado yo de buena gana. ¡¿Práctico?!; Empezaba a estar seriamente preocupada. ¿Y si la religiosidad de Bird no era una fase pasajera sino un estado de fanatismo permanente? Mi madre pensaba que era su manera de tratar de superar la muerte de papá y que se le pasaría cuando creciera. Pero ¿y si con los años se hacían más fuertes sus creencias, a pesar de las pruebas en contra? ¿Y si nunca llegaba a hacer amigos?
¿Y si se convertía en un tipo estrafalario que deambulaba por la ciudad con un abrigo mugriento, repartiendo chalecos salvavidas y dando la espalda al mundo porque no se ajustaba a sus sueños?
Busqué su diario, pero ya no lo guardaba detrás de la cama, y tampoco estaba en los otros sitios en que miré. Sí encontré, debajo de mi cama y entre ropa sucia,
La calle de los cocodrilos
, de Bruno Schulz, que debería haber devuelto dos semanas atrás.
5. UNA VEZ
Pregunté a mi madre si había oído hablar de Isaac Moritz, el escritor del que el portero del número cuatrocientos cincuenta de la calle Cincuenta y dos Este me había dicho que era hijo de Alma. Ella estaba sentada en el banco del jardín, mirando un membrillo como si esperase que de un momento a otro fuera a decirle algo. Al principio no me oyó.
—¿Mamá? —repetí. Ella se volvió, con un sobresalto—. Te decía si sabes algo de un escritor que se llama Isaac Moritz.
Dijo que sí.
—¿Has leído algún libro suyo? —pregunté.
—No.
—¿Crees que existe la posibilidad de que merezca el Nobel?
—No.
—¿Cómo puedes saberlo si no has leído ningún libro suyo?
—Suposiciones —dijo, porque ella nunca reconocerá que sólo otorga el Nobel a escritores muertos. Y se quedó otra vez mirando fijamente el membrillo.
En la biblioteca, tecleé «Isaac Moritz» en el ordenador. Aparecieron seis títulos. Del que más ejemplares tenían se titulaba
El remedio
. Anoté la referencia y, cuando encontré el sitio, saqué el libro del estante. En la contraportada aparecía la foto del autor. Producía una sensación extraña contemplar su cara, sabiendo que debía de parecerse a la persona cuyo nombre me habían puesto.
Tenía el pelo rizado y pobre y unos ojos castaños que parecían pequeños y miopes detrás de las gafas con montura de metal. Abrí el libro por la primera página y leí: «Capítulo 1. Jacob Marcus esperaba a su madre en Broadway esquina Graham».
6. LO LEO OTRA VEZ
«Jacob Marcus esperaba a su madre en Broadway esquina Graham».
7. Y OTRA
«Jacob Marcus esperaba a su madre»
8. Y OTRA
«Jacob Marcus»
9. OSTRAS
Miré la foto. Después leí toda la primera página. Después miré la foto, leí otra página, después miré la foto. ¡Jacob Marcus no era más que un personaje de novela! El hombre que escribía a mi madre era el escritor Isaac Moritz. El hijo de Alma. Firmaba sus cartas con el nombre del protagonista de su novela más famosa. Recordé una frase de su carta: «A veces, incluso finjo que escribo, pero no engaño a nadie».
Había llegado a la página 58 cuando cerraron la biblioteca. Ya había anochecido. Me quedé en la puerta con el libro debajo del brazo, viendo llover y tratando de comprender la situación.
10. LA SITUACIÓN
Aquella noche, mientras mi madre traducía
La historia del amor
para el hombre que ella creía que se llamaba Jacob Marcus, yo terminé la novela que trataba de un personaje llamado Jacob Marcus, escrita por un hombre llamado Isaac Moritz que era hijo del personaje Alma Mereminski, que también había sido una persona de carne y hueso.
11. ESPERANDO
Cuando terminé la última página, llamé a Misha, dejé sonar el teléfono dos veces y colgué. Era la señal que usábamos cuando queríamos decirnos algo durante la noche. Hacía más de un mes que no hablábamos. Yo había hecho en la libreta una lista de todas las cosas suyas que echaba de menos. Su manera de arrugar la nariz cuando piensa era una de ellas. Otra era su manera de sostener las cosas. Pero ahora necesitaba hablar con él y la lista no me servía de nada.
Sentía un peso en el estómago mientras esperaba al lado del teléfono. Durante aquel rato podría haberse extinguido una especie entera de mariposas o un gran mamífero con unos sentimientos como los míos.
Pero él no llamó. Probablemente, eso significaba que no deseaba hablar conmigo.
12. LOS AMIGOS QUE HE TENIDO EN TODA MI VIDA
Mi hermano estaba dormido en su cuarto del final del pasillo, con la
kippah
en el suelo. Impreso en letras doradas en el forro se leía: «Boda de Marsha y Joe, 13 de junio de 1987». Bird aseguraba haberla encontrado en la alacena del comedor y estaba convencido de que era de papá, pero nosotras nunca habíamos oído hablar de Marsha ni de Joe. Me senté a su lado. Lo noté caliente, muy caliente.
Pensé que, si yo no me hubiera inventado tantas cosas acerca de papá, quizá Bird no lo adoraría tanto ni se sentiría obligado a ser también él alguien extraordinario.
La lluvia tamborileaba en las ventanas.
—Despierta —susurré.
Él abrió los ojos y gruñó. Entraba luz del pasillo.
—Bird —dije poniéndole la mano en el brazo.
Él me miró bizqueando y se frotó un ojo.
—Tienes que dejar de hablar de Dios, ¿vale?
Él no dijo nada, pero yo estaba casi segura de que ya estaba despierto del todo.
—Pronto cumplirás doce años. Deja ya de hacer ruidos raros y de tirarte desde sitios peligrosos y hacerte daño. —Estaba suplicándole, pero me daba igual—. Deja de mojar la cama —susurré y, en la semipenumbra, vi el gesto de dolor de su cara—. No tienes más que enterrar tus sentimientos y tratar de ser normal. Si no…
Apretó los labios pero no dijo nada.
—Procura hacer amigos.
—Ya tengo un amigo —susurró.
—¿Quién?
—El señor Goldstein.
—Deberías tener más de uno.
—Tú no tienes más de uno —repuso él—. Sólo te llama Misha.
—Sí que tengo. Tengo muchos amigos —dije, y hasta que oí mis propias palabras no comprendí que no eran verdad.
13. EN OTRA HABITACIÓN, MI MADRE DORMÍA ACURRUCADA AL CALOR DE UN MONTÓN DE LIBROS
14. YO PROCURABA NO PENSAR EN
7. Misha Shklovsky
8. Luba la Grande
9. Bird
10. Mi madre
11. Isaac Moritz
15. YO DEBERÍA
Salir más, hacerme de varios clubs. Debería comprarme ropa, teñirme el pelo de azul, dejar que Herman Cooper me llevara de paseo en el coche de su padre, que me besara y quizá hasta que tocara mis pechos inexistentes. Debería hacer cosas útiles, como aprender a hablar en público, a tocar el violonchelo eléctrico, a soldar, consultar a un médico sobre el dolor de estómago, buscarme un héroe que no sea un hombre que escribió un cuento para niños y se estrelló con su avión, dejar de intentar montar la tienda de papá en tiempo récord, tirar mis cuadernos, erguir la espalda y abandonar la costumbre de contestar a los saludos como una colegiala inglesa remilgada que cree que la vida no es más que una larga preparación para tomar unos emparedados con la reina.
16. MIL COSAS PUEDEN CAMBIARTE LA VIDA
Abrí el cajón de mi escritorio y lo vacié, buscando el papel en que había copiado la dirección de Jacob Marcus que en realidad era Isaac Moritz. Debajo de un boletín de calificaciones encontré una vieja carta de Misha, una de las primeras.
«Querida Alma: ¿Cómo es que me conoces tan bien? Somos dos almas gemelas. Es verdad que John me gusta más que Paul. Pero también tengo gran respeto por Ringo».