La mano izquierda de Dios (29 page)

BOOK: La mano izquierda de Dios
6.05Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Qué habéis dicho? —Cale sabía que debía permanecer consciente y seguir hablando.

—Que dónde están los demás.

—Por allí. —Intentó levantar la mano para señalar lejos de IdrisPukke, pero volvió a perder la conciencia. Otra piedra, otro despertar sobresaltado.

—¿Qué? ¿Qué...?

—Decidme dónde están u os meteré la siguiente flecha entre las ingles.

—Son veinte... conozco al Padre Bosco... él me ha enviado.

El redentor había tensado el arco, pensando que no sacaría nada en limpio de Cale, pero la mención de Bosco lo dejó petrificado. ¿Cómo podía haber oído hablar sobre el Padre Militante alguien de fuera del Santuario? Bajó el arco, y eso fue bastante.

—Bosco dice... —Cale empezó a murmurar palabras como si fuera a desvanecerse otra vez, y el redentor, de manera inconsciente, avanzó unos pasos para oírle mejor. Entonces Cale proyectó su brazo izquierdo, que era el sano, y lanzó una piedra que le dio al redentor en la frente. El redentor puso los ojos en blanco, abrió la boca, y se desplomó. Cale volvió a desvanecerse.

IdrisPukke siguió aguardando en el espacio pequeño y más o menos circular rodeado en tres de sus lados por arbustos tan espesos que ni él podía ver al otro lado, ni le podían ver. Detrás de él se hallaba la caída de nueve metros al fondo de la cual aguardaba también Arbell Materazzi, o al menos eso esperaba IdrisPukke. Oyó un débil susurro de hojas al otro lado de los arbustos. Levantó el arco, tensándolo al máximo, y aguardó. Una piedra cayó en el círculo, y él estuvo a punto de dejar escapar la flecha, que era lo que pretendía el vigía. Moviendo el arco a un lado y otro, para cubrir una posible entrada, gritó con voz temblorosa:

—¡Acercaos y tendréis la mitad de posibilidades de encontraros una flecha en las tripas! —Se desplazó tres pasos de lado, para desorientar sobre su posición. Una flecha atravesó los arbustos y salió al borde de la hondonada, fallando su objetivo por justamente aquellos tres pasos.

—Idos ahora y no os perseguiremos. —Se agachó y se desplazó de nuevo hacia un lado. Otra flecha, que de nuevo pasó casi exactamente por el punto en el que se había encontrado antes. Había sido un error hablar. Pasaron veinte segundos. La respiración de IdrisPukke sonaba tan fuerte en sus oídos que estaba convencido de que revelaba con claridad su posición.

A unos doscientos metros de distancia, se oyó un agudo grito de terror. Después el silencio. Todo pareció detenerse durante varios minutos salvo el viento que atravesaba las hojas.

—Ese fue vuestro amigo, redentor. Ahora solo quedáis vos. —Otra flecha, otro fallo—. Marchad ahora y no iremos detrás. Ese es el trato, tenéis mi palabra.

—¿Por qué iba a confiar en vos?

—A mi compañero le costará dos o tres minutos llegar hasta aquí. El responderá por mí.

—De acuerdo, acepto el trato. Pero perseguidme y voto a Dios que antes de irme me llevaré a uno de vosotros.

IdrisPukke decidió quedarse allí, en silencio. Estando allí Cale, claramente vivo y de muy malas pulgas, todo lo que tenía que hacer era esperar. De hecho Cale había vuelto a perder el sentido después de matar al redentor, y no se encontraba como para hacer nada, mucho menos rescatar a IdrisPukke. Pero diez minutos después, durante los cuales su ansiedad había ido en aumento, Cale le habló, en voz baja, desde la derecha, al otro lado de los arbustos:

—IdrisPukke, voy a entrar y no me gustaría que me volarais la cabeza cuando lo haga.

«Gracias a Dios», se dijo IdrisPukke a sí mismo, agachando el arco y aflojando la tensión de la cuerda.

Tras un buen rato de torpe deambular entre las hojas, apareció Cale delante de él.

IdrisPukke se sentó, resopló y empezó a revolver en el interior de su bolsillo en busca del tabaco.

—Creí que estaríais muerto.

—Ya veis que no —respondió Cale.

—¿ Y el vigía?

—El sí lo está.

IdrisPukke se rio con tristeza.

—Con vos hay que andarse con cuidado.

—No importa. —IdrisPukke terminó de liar el tabaco y lo encendió—. ¿Queréis uno? —dijo gesticulando con el cigarrillo.

—La verdad —explicó Cale— es que no me siento muy bien. —Y tras decir esto, se desplomó boca abajo, completamente inconsciente.

Durante las tres semanas siguientes, Cale no despertó y se encontró al borde de la muerte en más de una ocasión. En parte, eso se debía a la infección causada por la punta de la flecha que se había alojado en el hombro, pero también, y sobre todo, por el tratamiento médico otorgado por los caros médicos que lo atendían día y noche, y cuyos métodos ruinosamente tontos (sangrías, friegas y defosculación) habían estado a punto de lograr lo que no había conseguido una vida entera de brutalidades en el Santuario. Al abrir los ojos, confuso y desorientado, Cale se encontró cara a cara con un anciano tocado con un solideo de color rojo.

—¿Quién sois vos?

—Soy el doctor Dee —explicó el anciano, volviendo a poner un cuchillo afilado y no muy limpio en una vena del antebrazo de Cale.

—¿Qué estáis haciendo? —preguntó Cale, retirando el brazo.

—Tranquilo —dijo el anciano con voz que inspiraba confianza—. Tenéis una herida grave en el hombro, que se ha infectado. Hay que sangraros para sacar el veneno. —Aferró el brazo de Cale e intentó inmovilizarlo.

—¡Dejadme en paz, viejo lunático! —gritó Cale, aunque estaba tan débil que el grito fue poco más de un susurro.

—¡Estaos quieto, maldita sea! —gritó el doctor, y afortunadamente esta exclamación atravesó la puerta y llegó a los oídos de IdrisPukke.

—¿Qué sucede? —preguntó desde el umbral. Entonces, viendo que Cale estaba despierto, exclamó—: ¡Gracias a Dios! —Se acercó al lecho y se inclinó sobre el muchacho—. Me alegro de veros.

—Decidle a este imbécil que se vaya.

—Es vuestro médico. Está aquí para curaros.

Cale volvió a liberar el brazo. Entonces hizo un gesto de dolor.

—Alejadlo de mí —pidió Cale—. O voto a Dios que le cortaré el cuello a ese viejo bastardo.

IdrisPukke le indicó al doctor que saliera, algo que él hizo dando muchas muestras de dignidad ofendida.

—Quiero que me miréis la herida.

—Yo no sé nada de medicina. Dejad que la mire el médico.

—¿He perdido mucha sangre?

—Sí.

—Entonces no necesito que ningún imbécil me haga perder más. —Se volvió hacia su lado derecho—. Decidme de qué color es.

Con cuidado, aunque no sin causarle a Cale considerable dolor, IdrisPukke retiró la mugrienta venda.

—Hay mucho pus de color gris claro. Y alrededor está rojo.

Su rostro se ensombreció. Había visto antes heridas como aquella, que habían resultado mortales.

Cale lanzó un suspiro.

—Necesito larvas.

—¿Qué?

—Larvas. Sé lo que digo. Necesito unas veinte. Lavadlas cinco veces en agua limpia, agua potable, y traédmelas.

—Dejadme que busque a otro doctor.

—Por favor, IdrisPukke. Si no me hacéis caso, soy hombre muerto. Os lo ruego.

Y así, veinte minutos después y albergando muchos recelos, IdrisPukke regresó con veinte larvas cuidadosamente lavadas, que había sacado de un cuervo muerto que había encontrado en una acequia. Con la ayuda de una doncella, siguió las detalladas instrucciones de Cale:

—Lavaos las manos, después lavad con agua hirviente... Poned las larvas en la herida. Usad una venda nueva y sujetadla bien a la piel. Aseguraos de que me mantengo bocabajo. Hacedme beber toda el agua posible. —Después de eso, volvió a perder la conciencia y tardó otros cuatro días en despertar.

Cuando volvió a abrir los ojos, tenía ante él a un aliviado IdrisPukke.

—¿Cómo os encontráis?

Cale respiró hondo varias veces.

—No estoy mal. ¿Tengo fiebre?

IdrisPukke le puso la mano en la frente.

—No mucha. Los dos primeros días estabais ardiendo.

—¿Cuánto tiempo llevo durmiendo?

—Cuatro días. Aunque no habéis descansado mucho. Hacíais mucho ruido. Era difícil sujetaros bocabajo.

—Echad un vistazo bajo la venda. Me escuece.

Algo inseguro, IdrisPukke retiró el borde de la venda. La nariz le temblaba, anticipando el disgusto de lo que esperaba encontrarse. Lanzó un gruñido de desagrado.

—¿Está mal? —preguntó Cale, nervioso.

—¡Santo Dios!

—¿Qué?

—Ya no hay pus, ni rojez. O queda muy poca, desde luego. —Retiró más la venda. Las larvas, que habían engordado mucho, cayeron sobre las sábanas en grupos de dos y tres—. No había visto nunca nada parecido.

Cale suspiró, inmensamente aliviado.

—Deshaceos de ellas... las larvas. Después traed más y repetid la operación. —Y diciendo eso, volvió a sumirse en un profundo sueño.

22

Tres semanas después, IdrisPukke y Cale, que todavía estaba amarillento, se dirigían hacia el gran castillo de Menfis. Para sus adentros, Cale había esperado algún tipo de recibimiento oficial y, aunque no lo reconocía ni siquiera ante sí mismo, era lo que deseaba. Al fin y al cabo, había matado a ocho hombres sin ayuda de nadie y librado a Arbell Cuello de Cisne de una muerte horrenda. No es que él quisiera gran cosa a cambio de afrontar tales peligros: hubiera bastado con unos miles de personas gritando su nombre y tirándole flores, y al final el recibimiento de la hermosa Arbell, con lágrimas en los ojos, sobre un estrado decorado con sedas, y a su lado un padre infinitamente agradecido y tan emocionado que no le salieran las palabras.

Pero no había nada, solo Menfis entregada a su incesante actividad de ganar y gastar dinero, aquel día bajo un cielo que amenazaba tormenta. Cuando estaban a punto de atravesar las grandes puertas del castillo, a Cale le dio un vuelco el corazón, pues en ese instante empezaron a sonar las campanas de la gran catedral, a las que hicieron eco las campanas del resto de las iglesias de la ciudad. Pero IdrisPukke defraudó todas sus ilusiones.

—El tañido de las campanas —explicó, señalando con un gesto de la cabeza las nubes que traían la tormenta—, es para alejar los rayos.

Diez minutos después desmontaban ante el palacio del Señor Vipond. Ante ellos, para recibirlos, había un solo criado.

—Hola, Stillnoch —saludó IdrisPukke al criado.

—Bienvenido de nuevo, señor —dijo Stillnoch, un hombre tan viejo y con la cara tan profundamente arrugada y agrietada que a Cale le recordó el viejo roble que había en el campo de entrenamiento del Santuario: un árbol tan viejo que era difícil decir qué parte de él seguía viva, y qué parte estaba muerta. IdrisPukke se volvió hacia el muchacho, que estaba exhausto pero profundamente decepcionado:

—Tengo que ir a ver a Vipond. Stillnoch os conducirá a vuestra habitación. Nos vemos esta noche en la cena.

Y diciendo eso, se fue caminando hacia la puerta principal. Stillnoch le hizo un gesto indicando una puerta más pequeña que había al final del palacio.

«Será algún cuarto apestoso», pensó Cale para sí, sintiendo que su resentimiento alcanzaba la plenitud.

Pero lo cierto fue que su habitación, o habitaciones, resultaron ser sumamente agradables. Había una zona de estar, con un blando sofá y una mesa de roble, un cuarto de baño con todas sus cosas, algo de lo que él había oído hablar, aunque había supuesto que sería una loca fantasía. Y, naturalmente, un dormitorio con una cama grande y un colchón relleno de plumas.

—¿Os gustaría tomar un ágape, señor? —preguntó Stillnoch.

—Sí —respondió Cale, pensando que seguramente tendría algo que ver con comida. Stillnoch hizo una inclinación. Cuando volvió, veinte minutos después, con una bandeja en la que había cerveza, pastel de cerdo, huevos cocidos y patatas fritas, Cale estaba dormido en la cama.

Stillnoch había oído lo que decían de él. Posó la bandeja y contempló con detenimiento al durmiente. Con la piel amarillenta y su aspecto demacrado producido por la infección que había estado a punto de acabar con él, Cale no parecía gran cosa, pensó Stillnoch. Pero si le había dado a aquel bastardo presumido de Conn Materazzi una buena paliza, merecía respeto y admiración. Y con ese pensamiento, tapó al durmiente con la colcha, cerró las cortinas y se fue.

—Atravesó el campamento como la misma Muerte. He visto asesinos en mi vida, pero nada parecido a ese muchacho.

IdrisPukke estaba sentado frente a su hermanastro, tomando una taza de té, y parecía claramente atribulado.

—¿Y eso es todo lo que es... un asesino?

—Para ser sincero, si todo lo que hubiera visto en él fuera eso... bueno, me habría alejado de él lo antes posible. Y os aconsejaría que le pagarais y os deshicierais de semejante persona.

Vipond lo miró con sorpresa.

—Santo Dios, os habéis vuelto un viejo muy sentimental. Ese tipo de gente es muy útil, ya lo creo. Pero os preguntaba si es algo más que un matón asesino.

IdrisPukke lanzó un suspiro.

—Yo diría que mucho más. Y si me hubierais preguntado antes de la lucha del paso de la Cortina, si es que puede llamarse lucha a aquello, os hubiera dicho que era un gran hallazgo. Ha sufrido mucho, pero tiene cerebro e ingenio, aunque lamentablemente lo ignora todo sobre muchas cosas. Y os habría dicho que tiene un buen corazón. Pero me quedé impresionado con lo que sucedió después. Y eso es todo lo que os puedo decir. No sabría qué hacer con él. Para ser franco: me gusta, pero también me asusta.

Vipond se apoyó contra el respaldo, pensativo.

—Bien —dijo al fin—, pese a vuestras dudas, él os ha granjeado aprecios a vos, y, para ser justo, también a mí. Y Dios sabe que no os vienen nada mal. El Mariscal Materazzi ha perdonado todas vuestras faltas, y ahora disfrutáis de su favor. —Miró a IdrisPukke sonriendo—. Por supuesto, si no fuera por la necesidad de mantener en secreto este asunto, se os habría recibido a ambos con honores, con una banda y todo eso... —Vipond sonrió, esta vez de manera burlona—. Os hubiera gustado, ¿no?

—Desde luego —admitió IdrisPukke—. ¿Cómo no? Dios sabe que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien se alegró de verme.

—¿Y de quién es la culpa?

—Mía, hermano querido —dijo IdrisPukke riéndose—. Solamente mía.

—Tal vez debierais explicarle al muchacho por qué su recepción ha sido tan silenciosa.

—La verdad es que no creo que le importe un comino. Para él, salvar a Arbell Cuello de Cisne ha sido solo un medio de lograr un fin. Pensó que le interesaba arriesgar la vida, y eso es todo. Ni una vez ha preguntado por ella. Cuando, con todos mis recelos, elogié su valor, me miró como si yo fuera idiota. Solo quiere dinero y un viaje seguro por el mar hacia el lugar más alejado posible de sus antiguos amos. No le importan un comino las alabanzas ni las reprobaciones. La opinión que los demás tengan de él, eso le da igual.

BOOK: La mano izquierda de Dios
6.05Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

In the Heart of Forever by Jo-Anna Walker
Blue Skies by Helen Hodgman
Whispering Spirits by Rita Karnopp
Good Year For Murder by Eddenden, A.E.
Death Trap by John D. MacDonald
Because of Ellison by Willis, M.S.
The Secret of Ferrell Savage by J. Duddy Gill & Sonia Chaghatzbanian