La mano izquierda de Dios (31 page)

BOOK: La mano izquierda de Dios
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Cale lo miró.

—Dije que sus asesinos son invulnerables a los hombres de Menfis. —Sonrió—. No dije que fueran invulnerables a mí. Yo soy mejor que ningún soldado que hayan entrenado nunca los redentores. No estoy fanfarroneando: es un hecho. Si no me creéis, Señor —dijo mirando al Mariscal—, preguntad a vuestra hija y a Idris-Pukke. Y si no os bastan ellos, preguntadle a Conn Materazzi.

—Refrenad vuestra lengua, pequeño —le dijo Vipond, en quien la ira estaba reemplazando a la curiosidad—. No podéis hablarle en ese tono al Mariscal Materazzi.

—Me han dicho cosas peores —repuso el Mariscal—. Si podéis proteger a mi hija, os haré rico y podréis hablar conmigo en privado siempre que os venga en gana. Pero espero que sea cierto lo que decís. —Se levantó—. Para mañana por la tarde quiero tener en mi mesa por escrito un plan para su protección. ¿De acuerdo?

Cale asintió.

—De momento, hasta el último soldado de la ciudad está de servicio. Ahora, si no os importa dejarnos... Id con él, IdrisPukke.

Los dos se levantaron, hicieron un gesto con la cabeza, y salieron.

—Esa ha sido una buena actuación —comentó IdrisPukke al tiempo que cerraba la puerta—. ¿ Hay algo de cierto en todo lo que habéis dicho?

Cale se rio pero no respondió.

Si le hubiera dado una respuesta a IdrisPukke, habría sido que apenas nada de sus funestas predicciones tenía otro fundamento que el deseo de obligar a Arbell Cuello de Cisne a prestarle atención. Estaba furioso por su ingratitud, y la amaba más que antes. Pero Arbell se merecía un castigo por tratarle como lo había hecho, y ¿qué mejor castigo que poder decidir cuándo quería verla y contar con un sinfín de oportunidades para entristecerle la vida con su presencia? Naturalmente, el hecho de que esa presencia le resultara a ella tan desagradable era un duro golpe para su corazón, pero él no era menos capaz de vivir con semejantes contradicciones dolorosas que cualquier otro.

La preocupación por su hija le hacía al Mariscal temer lo peor, de manera que era presa fácil para las ominosas predicciones de Cale. Por el contrario, Vipond no estaba más convencido que IdrisPukke. Por otro lado, tampoco veía ningún problema en lo que proponía Cale. Y la idea de que los redentores pudieran intentar matarla no era descabellada. En cualquier caso, eso haría pensar al Mariscal que algo se hacía mientras Vipond trabajaba día y noche intentando llegar a la raíz de las intenciones de los redentores. Estaba convencido de que sería inevitable una guerra de algún tipo, y estaba resignado a prepararse para ella, aunque fuera de manera subrepticia. Pero para Vipond, luchar en cualquier guerra sin saber qué es lo que buscaba exactamente el enemigo era un desastre en su misma concepción. Y por eso se alegraba de que Cale hiciera lo que estuviera haciendo, aunque tampoco era difícil intuir de qué se trataba. Era evidente que Cale no sabía nada de los motivos que se ocultaban tras el secuestro, pero ponerlo de escolta de Arbell Materazzi era la mejor manera de protegerla. A su manera, menos paternal que la de su padre, Vipond se sentía tan agradecido a Cale por el rescate como el propio Mariscal: no cabía la posibilidad de pensar en las implicaciones políticas de tener al miembro más adorado de la familia real en las manos de un régimen tan asesino y brutal como el de los redentores. Las noticias que llegaban del frente oriental sobre el enconado punto muerto en que se hallaba la guerra entre redentores y antagonistas eran terribles, tan terribles, de hecho, que serían difíciles de creer si no fuera porque el número lamentablemente pequeño de los que escapaban por las fronteras hasta territorio de los Materazzi coincidían en contar exactamente la misma historia, que confirmaba de manera horrible los informes que a su vez le enviaban sus agentes. Si había guerra contra los redentores, prometía no parecerse a ninguna otra.

24

—Decidme todo lo que sepáis sobre la guerra de los redentores contra los antagonistas.

Vipond miraba a Cale muy serio desde el otro lado de su gran mesa. IdrisPukke estaba sentado junto a la ventana, como si tuviera más interés en el jardín.

—Los antagonistas son los antirredentores —explicó Cale—. Odian al Redentor y a todos sus seguidores, y quieren destruirle y barrer su bondad de la faz de la tierra.

—¿Eso es lo que creéis vos? —preguntó Vipond, sorprendido al ver que Cale había pasado de su tono normal de voz a un monótono recitado.

—Eso es lo que nos mandaban recitar en misa dos veces al día. Yo no creo en nada de lo que dicen los redentores.

—Pero ¿qué sabéis de los antagonistas, de sus creencias?

Cale se quedó desconcertado y pensativo durante un momento.

—Nada. Nunca nos dijeron que los antagonistas creyeran en nada. Lo único por lo que se preocupaban era por destruir la Única Fe Verdadera.

—¿Y no preguntasteis?

Cale se rio.

—No se hacen preguntas sobre la Única Fe Verdadera.

—Si sabíais que los antagonistas odiaban tanto a los redentores, ¿por qué no intentasteis escapar al este?

—Habríamos tenido que recorrer dos mil quinientos kilómetros por tierra de redentores, y después intentar cruzar más de mil kilómetros de trincheras en el frente oriental. Y aunque hubiéramos sido lo bastante tontos como para intentarlo, se nos decía siempre que los antagonistas martirizaban a un redentor en cuanto lo veían. Siempre nos estaban hablando del Santo Padre Jorge, que fue hervido vivo en orines de vaca, o del Santo Padre Pablo, al que volvieron del revés (lo de dentro para afuera y lo de fuera para dentro) por el procedimiento de meterle un gancho por la garganta, y después lo ataron a un tiro de caballos. Nunca dejaban de hablar de mazmorras, sangre y fuego, ni de cantar sobre los mismos temas. Como os he dicho, no se me pasó nunca por la cabeza que los antagonistas creyeran realmente en nada salvo en matar redentores y destruir la Única Fe Verdadera.

—¿Piensan igual todos vuestros compañeros acólitos?

—Algunos piensan como yo; muchos no. Para la mayoría, eso era todo lo que sabían, no se preguntaban si era verdad. Para ellos el mundo era así. Pensaban que se salvarían si creían, y que si no creían, arderían en el infierno por toda la eternidad.

Vipond empezó a impacientarse.

—La guerra contra los antagonistas empezó doscientos años antes de que vos nacierais. Lo que me habéis dicho todo el tiempo es que, aparte de pertenecer a la Única Fe Verdadera, lo único para lo que se os preparaba (y a vos en especial) era para luchar, y sin embargo no sabéis nada sobre victorias ni derrotas ni tácticas, ni de cómo se había ganado o perdido esta o aquella batalla en concreto. Me parece difícil de creer.

El escepticismo de Vipond estaba completamente justificado. La verdad era que Cale había repasado con el Padre Bosco cada batalla y cada escaramuza que había habido entre redentores y antagonistas, y que Bosco estaba pendiente de él y le pegaba con el cinturón cada vez que cometía un error en sus análisis sobre lo que habían hecho bien o mal. Cale se había empapado de las batallas en el este cuatro horas al día durante diez años. Pero sí que era cierto que no sabía nada sobre las creencias de los antagonistas. Su decisión de mentir sobre lo que sabía al respecto de la guerra se basaba tanto en el instinto como en el cálculo, pues pensaba que si había guerra entre los Materazzi y los redentores, se abatiría sobre ellos la desgracia y la muerte en terribles proporciones. Él no quería formar parte de aquello, y si admitía todos sus conocimientos, entonces Vipond le arrastraría a la guerra a cualquier precio.

—Lo único de lo que nos hablaban era de gloriosas victorias y de derrotas debidas a la traición. Solo había historias, no nos contaban detalles. No hacíamos preguntas. Yo —siguió mintiendo—, yo solo me entrenaba para matar gente. Eso es todo: combate cuerpo a cuerpo y muerte en tres segundos. No sé nada más.

—Por el amor de Dios —preguntó desde la ventana Idris-Pukke—, ¿qué es eso de muerte en tres segundos?

—Pues muerte en tres segundos —repuso Cale—. Una verdadera lucha a muerte se decide en tres segundos y eso es lo que hay que buscar. Cualquier otra cosa, como todas esas artes que enseñan en el Mond, no es más que una gilipollez. Cuanto más se prolonga una lucha, más posibilidades aparecen. Uno tropieza; su contrincante, pese a ser más débil, tiene un golpe de suerte; o bien descubre tu punto débil en tanto que resulta que él tiene un punto fuerte. Por eso lo que hay que hacer es matar en tres segundos, o atenerse a las consecuencias. Los redentores en el paso de la Cortina murieron como perros porque no les di la oportunidad de hacerlo de otra forma.

Cale estaba resultando impactante a propósito. Desde que era un niño pequeño había mostrado tanta habilidad en la mentira como ahora mostraba en el asesinato. Y por el mismo motivo: era necesario para sobrevivir. Lo que estaba haciendo ahora era desviar el interés que mostraban ellos por determinado aspecto de su pasado del que él no quería hablar, admitiendo la verdad en otro aspecto. Y, por supuesto, cuanto más impactante resultara, incluso para hombres tan experimentados como Vipond e IdrisPukke, mejor. Si los Materazzi pensaban que él era solo un joven asesino desalmado y nada más, entonces a Cale le convenía alimentar esa impresión. Y de hecho, eso era bastante cierto, lo que hacía que sus palabras resultaran persuasivas, pero no era toda la verdad ni mucho menos.

Vipond le hizo algunas otras preguntas pero, creyera o no a Cale enteramente, parecía claro que el muchacho no iba a revelar nada más, y así pasó a los planes para la seguridad de Arbell Cuello de Cisne.

Quedaba claro, tanto por sus disposiciones escritas para protegerla como por las respuestas a las preguntas de Vipond, que Cale era tan hábil en prevenir la muerte como en suministrarla. Satisfecho finalmente con las respuestas de Cale, al menos en este asunto, Vipond cogió del escritorio una gruesa carpeta y la abrió.

—Antes de que os vayáis, quiero preguntaros otra cosa. He recibido unas cuantas noticias procedentes de refugiados antagonistas, agentes dobles y documentos incautados, sobre una táctica de los redentores a la que llaman la Dispersión. ¿Habéis oído algo al respecto?

Cale se encogió de hombros.

—No.

Esta vez, Cale puso una cara de desconcierto que convenció a Vipond plenamente.

—Esas noticias —prosiguió Vipond— tratan sobre algo llamado Actos de Fe. ¿Este término os resulta familiar?

—Son ejecuciones públicas por crímenes contra la religión, presenciadas por los fieles.

—Se dice que hasta mil antagonistas capturados a la vez son llevados al centro de las ciudades de los redentores para ser quemados vivos. Aquellos que se retractan de la herejía antagonista se benefician de su misericordia, y son estrangulados antes de ser quemados en la pira. —Hizo una pausa durante la cual observó a Cale con detenimiento—. ¿Pensáis que puede ser cierto?

—Sí, claro.

—Hay otras declaraciones, que parecen respaldadas por los documentos incautados, que aseguran que esas ejecuciones no son más que el principio. Esos documentos se refieren a la Dispersión de todos los antagonistas. Algunos entre los míos opinan que es un plan para desplazar después de la victoria a toda la población antagonista a la isla de Malagasia. Pero algunos refugiados antagonistas aseguran que la Dispersión proyecta, después de desplazarlos allí, matarlos a todos para eliminar para siempre esa herejía. Esto me resulta difícil de creer, pero vos tenéis más experiencia que ninguno de nosotros sobre la naturaleza de los redentores. ¿Qué pensáis de un proyecto semejante? ¿Creéis que es posible?

Durante un rato Cale permaneció en silencio, claramente desgarrado entre su aversión a los redentores y la enormidad de lo que se le preguntaba.

—No lo sé —respondió al fin—. No he oído nunca tal cosa.

—Mirad, Vipond —dijo IdrisPukke—, está claro que los redentores son un hatajo brutal, pero recuerdo que hace veinte años, durante el alzamiento del Mont, había toda clase de rumores sobre cómo, en cada ciudad que tomaban, cogían a todos los bebés, los tiraban al aire delante de sus madres y los atravesaban con la espada. Todo el mundo se lo creyó, pero no eran más que cochinas mentiras. Nada de eso ocurrió realmente. Según mi experiencia, por cada atrocidad real se inventan otras diez.

Vipond asintió con la cabeza. El encuentro no había resultado productivo, y se sentía al mismo tiempo frustrado e inquieto por las historias procedentes del este. Pero algo más trivial le incomodaba en aquel instante. Miró a Cale con recelo.

—Habéis estado fumando. Lo noto en vuestro aliento.

—¿Eso os importa?

—A mí me importa lo que yo decido que me importe, niño insolente. —Dirigió la mirada a IdrisPukke, que seguía mirando por la ventana y sonriendo. Después volvió a mirar a Cale—. Pensaba que tendríais demasiado juicio como para imitar en todo a IdrisPukke. Deberíais contemplarlo como ejemplo de lo que no se debe hacer. En cuanto a fumar, eso es una afectación infantil, un hábito desagradable a la vista, odioso a la nariz, dañoso para el cerebro y peligroso para los pulmones, que vuelve el aliento apestoso, y afeminado al hombre que abusa de él. Y ahora marchaos, los dos.

25

Cuatro horas después, Cale, Kleist y Henri el Impreciso se establecían en sus cómodas estancias, en la zona del palacio en que vivía Arbell Materazzi.

—¿Y si se enteran de que no tenemos ni idea de cómo ser escoltas? —preguntó Kleist, mientras se sentaban a comer.

—Bueno, yo no se lo pienso decir a nadie —repuso Cale—. ¿Y tú? De todas formas, ¿qué dificultad puede haber? Mañana recorreremos el lugar y lo verificaremos todo. ¿Cuántas veces has practicado eso? Después pararemos a cualquiera que pretenda entrar, y uno de nosotros la acompañará a dondequiera que vaya. Si sale de aquí, aunque la desanimaremos a que haga tal cosa, iremos con ella dos de nosotros más una docena de guardias, y aun así no podrá dejar el castillo. Y eso es todo.

—¿Por qué no aceptamos una recompensa por haberla salvado y nos vamos?

La pregunta de Kleist tenía sentido, porque era exactamente lo que Cale pensaba que deberían hacer, y si no fuera por los sentimientos que le inspiraba Arbell Cuello de Cisne, sería lo que hubieran hecho.

—Estamos más seguros aquí que en ningún otro lugar —fue todo cuanto respondió—. Recibiremos la recompensa prometida, más el dinero por el trabajo que realizamos aquí. Esto es dinero regalado, y la verdad es que aquí tenemos a todo un ejército para protegernos de los redentores. Si sabéis algún sitio mejor al que ir, adelante.

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