Read La puta de Babilonia Online
Authors: Fernando Vallejo
Desde el Génesis queda pues consagrado el atropello a los animales. Por algo dice Yavé el sexto día de la creación: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza y que tenga autoridad sobre los peces del mar y las aves del cielo, sobre los animales del campo, las fieras salvajes y los reptiles que se arrastran por el suelo" (Génesis 1:26). Las leyes referentes al sacrificio de animales del Levítico no hacían más que sancionar la injusticia. He aquí resumidas, sin las descripciones detalladas y sangrientas de que van acompañadas, algunas de ellas: "Si todo el pueblo de Israel peca por inadvertencia, en cuanto se dé cuenta de su pecado ofrecerá un becerro como sacrificio de expiación" (Levítico 4:13-21). "Si el que peca es el sumo sacerdote, le ofrecerá a Yavé un becerro sin defecto" (Levítico 4:3-12). "Si el que peca es un jefe, traerá como ofrenda un macho cabrío y lo degollará en el lugar de los holocaustos" (Levítico 4:22-26). "Quien toca por inadvertencia inmundicias humanas o pronuncia un juramento insensato, como sacrificio de reparación le llevará a Yavé una hembra de oveja o de cabra y el sacerdote hará expiación por él" (Levítico 5:3-6). "Si un hombre yace con una esclava, ambos serán azotados y él le ofrecerá a Yavé un carnero como expiación por su culpa (Levítico 19:20,21). Y esta perla de la infamia: "Si un hombre se ayunta con un animal, morirán él y el animal. Y si una mujer se deja cubrir por un animal, los dos morirán también. Son responsables de su propia muerte" (Levítico 20:15,16). ¡Carajo, yo jamás he visto a un pobre burro persiguiendo a una puta vieja para cubrirla! Y ésta es la Ley que no venía a abolir Cristo (Mateo 5:17), sino a darle su plenitud. Porque a la mujer le vino la regla, porque dio a luz una niña, por lo uno, por lo otro, por lo otro van cayendo degollados becerros, chivos, corderos, carneros, cabras, tórtolas, vacas, ovejas, pichones, para después ser quemados en el altar del Monstruo. Manual de los carniceros, el Levítico se lo destinó Yavé a los de la tribu de Leví, su preferida, los levitas, a quienes eligió como sus sacerdotes y de quienes proviene la estirpe rezandera e hipócrita de curas, pastores, popes, rabinos y ayatolas que después de milenios siguen estafando al mundo.
Y a las leyes contra los animales del Levítico se le suman las de Números: cada día, "ofrecidos en holocausto de calmante aroma para Yavé", se le sacrificarán dos corderos de un año sin defecto, uno por la mañana y otro al atardecer; el sábado serán dos corderos; el primer día de cada mes, siete más un carnero; el día de la pascua, lo mismo; y lo mismo el día de las primicias, "además de un macho cabrío para que expíe por vosotros"; el día 15 del séptimo mes, trece novillos, dos carneros y catorce corderos sin defecto. Y así los capítulos 28 y 29 de Números van haciendo la larga lista de los animales que hay que sacrificarle a Yavé en tal fiesta o en tal día "como sacrificio por el pecado". Mayor infamia imposible. Ni siquiera el libro genocida de Josué es tan vil como el Levítico y Números. En Josué, el sexto libro del mamotreto, está el famoso pasaje en que durante la batalla de los israelitas contra los amorreos Yavé detiene el sol en medio del cielo sobre Gabaón para que se tarde en ponerse de suerte que su esbirro pueda completar a cabalidad el exterminio de sus enemigos. En el curso de su campaña de guerra santa y tierra arrasada por las montañas, las planicies y las lomas de Canaán, la tierra prometida, que Josué recorre sin dejar vencido vivo, pasándolos a todos a cuchillo y asolándolo todo, los israelitas atacan por sorpresa a los amorreos y los vencen. "Y mientras los amorreos huían de los israelitas y ya alcanzaban la bajada de Bet-Horón, Yavé les lanzaba desde lo alto del cielo grandes piedras de hielo, y fueron más los que murieron por ellas que los que cayeron bajo la espada de los israelitas" (Josué 10:11,12). ¡Qué imagen grotesca! El creador del mundo lanzándoles piedras desde lo alto del cielo, a mansalva y sobre seguro corno rufián de la más baja ralea, a unos vencidos que huyen... Pero ni Josué existió, ni es historia el libro que lleva su nombre: es simple imaginación genocida de unos escribas de los tiempos del rey Josías. No hubo ninguna conquista de Canaán. Los antepasados de quienes escribieron la Biblia no llegaron desde Egipto a Canaán; en Canaán estaban desde siempre, en ese erial semidesértico. No hay un solo testimonio arqueológico de su estadía en Egipto ni de su pretendida conquista de la tierra prometida. Los israelitas eran los cananeos. Y tanto mejor para Israel que así haya sido, que la arqueología lo exima por lo menos de esa sangre humana que no derramó pues con la de los animales basta. De esa infame religión de carniceros surgió la infame religión cristiana. Para desgracia de la tierra faltaba sin embargo por venir lo peor, esta otra maldita raza carnívora y sin prepucio de los secuaces de Mahoma que hoy, convertidos en bombas excretoras, andan en plena campaña de destrucción del mundo acabando hasta con el nido de la perra.
Mahoma (c570-632) es uno de los seres más dañinos y viles que haya parido la tierra. Una máquina de infamias que ni de la reproducción se privó: tuvo seis hijos con Jadiya, la viuda rica con que se casó para quedarse con su herencia, y otro con su concubina María la copta. De los 25 a los 45 años este mercader taimado que habría de fundar la religión mahometana (una plaga peor que el sida y la malaria) se pasaba cada año el mes sagrado del Ramadán encerrado en una cueva del monte Hira en las afueras de La Meca, durante el cual el arcángel Gabriel le aterrizaba encima y le hacía "revelaciones": que Alá, le decía, era grande, y que él era su Profeta. Y en el árabe más puro, el coránico, que en esos instantes mismos nacía limpísimo, intocado, libre de anacolutos y moscas y de todo excremento humano o de perro, el enviado de Alá el clemente y misericordioso le iba dictando a su Profeta los luminosos versículos de los justicieros suras del Corán: "Si teméis no ser equitativos con los huérfanos, no os caséis más que con dos, tres o cuatro mujeres" (sura 4, versículo 3). "En el reparto de los bienes entre vuestros hijos Alá os manda dar al varón la porción de dos hijas" (sura 2, versículo 12). 'Jamás le ha sido dado a un profeta hacer prisioneros sin haberlos degollado ni cometer grandes sacrificios en la tierra" (sura 8, versículo 68). "Felices son los creyentes que limitan sus goces a sus mujeres y a las esclavas que les procuran sus manos diestras" (sura 23, versículo 6). "¿Hemos creado acaso ángeles hembras?" (sura 37, versículo 150). "Las peores bestias de la tierra ante Alá son los mudos y los sordos, que no entienden nada. Si Alá hubiese visto en ellos alguna buena disposición, les habría dado el oído. Pero si lo tuviesen, se extraviarían y se alejarían de él" (sura 8, versículos 22 y 23). Hagan de cuenta las bellaquerías del Éxodo, el Levítico, el Deuteronomio y Números que ya cité. En crueldad y maldad, en misoginia y esclavismo, el Corán compite con la Biblia.
Muerta Jadiya y dueño de su herencia, el flamante Profeta se entregó de lleno a la cópula con mujeres, y montándose a horcajadas en el monoteísmo poligínico se dio a propagarlo por el mundo con la espada. Llegó a ser el hombre más poderoso de la península arábiga, donde instaló su reino del terror y mató a millares. No obstante su reciente poder, el socarrón seguía recibiendo las visitas del ángel, que le hacía nuevas revelaciones: las que necesitara para justificar su lujuria rapaz y sanguinaria. Como en el aura de un ataque de epilepsia oía campanitas, entraba en trance y entonces se le aparecía su compinche alado y le dictaba, por ejemplo, el versículo 4 del sura 33 autorizándolo a disponer sin reparos de conciencia, como bien quisiera, de Zaynab, la bella joven esposa de su hijo Zaid, porque éste no era hijo propio sino adoptivo. Cuando sus bandidos de Medina asaltaron en el mes sagrado, en que la costumbre prohibía el derramamiento de sangre, una caravana que iba de La Meca a Siria y en el asalto mataron a uno, el iluminado volvió a oír campanitas y su Gabriel alcahueta le dictó el versículo 214 del sura 2 para justificar el crimen: "A los que te interroguen sobre la guerra y la carnicería en el mes sagrado diles que es pecado grave, sí, pero que es mucho más grave la idolatría y apartarse de la senda de Alá". Y tras embolsarse la quinta parte del botín, el Profeta santo y noble, cuyos secuaces hoy se sienten autorizados a volar torres con aviones y a matar en su nombre a cuantos se les atraviesen, aceptó cuarenta onzas de oro de rescate por cada prisionero.
Otro versículo de otro sura le dictó el ángel alcahueta para legalizarle su concubinato con María la Copta, criada de su mujer Hafsa. Porque además de ]adiya, Zaynab y Hafsa y las esclavas, que no cuentan, tuvo otras once mujeres legítimas (contabilizadas), entre las cuales Aisha, que tenía 9 años cuando él, de 53, la estupró. ¡Más pederasta que cura de la diócesis de Boston! Si hoy viviera, lo condecoraríamos con la cruz de los Legionarios de Cristo del padre Marcial Maciel. Parece que en esta ocasión el remilgado poligínico no necesitó de versículo especial: violó a Aisha y de paso se ganó la voluntad de su padre, Abu Bakr, quien habría de sucederlo como primer califa no bien Alá llamó a su seno a su Profeta. Cuando Aisha creció comentaba con sentido del humor que cada vez que a su multi compartido marido se le presentaban problemas de conciencia, el Mensajero de Alá oía campanitas: venía el arcángel Gabriel, le dictaba su versículo ad hoc y santo remedio. Para males de conciencia no hay medicina mejor que un espíritu celeste del octavo coro.
Al poeta Abu Mak, del clan Khazrajite y de cien años de edad, lo mandó asesinar mientras dormía por haberse atrevido a criticarlo en unos versos. Y por motivo igual mandó matar a la poetisa Asma ben Marwan, de la tribu de los Aws, a quien su esbirro Umayr ibn Adi, azuzado por él, fue a buscarla a su casa y allí, en momentos en que la joven amamantaba a su niño de pecho, la asesinó clavándole una espada. Al judío Kab ibn al Asharaf, que se atrevió a llorar en verso a unas víctimas del Profeta, el sanguinario también lo mandó matar, y cuando sus esbirros le echaron la cabeza de Kab a sus pies los alabó por sus buenas acciones en pro de la causa de Alá. A los judíos de la tribu de Nadir los expulsó de Medina para apoderarse de sus bienes y después los masacró, como masacró, en el 627, a los judíos del clan de los Koreidha, que tuvieron la temeridad de quedarse en la ciudad: a todos los hombres (entre setecientos y ochocientos) los ejecutó, y a las mujeres y a los niños los vendió como esclavos. Los crímenes, atrocidades y bellaquerías de esta máquina imparable de matar y fornicar dan para todo un compendio de la infamia: su biografía.
La Biblia y el Corán aprueban pues, explícitamente, la esclavitud. En cuanto a Cristo, al no desligarse de la ley antigua de la que dijo que no venía a abolirla sino a perfeccionarla, implícitamente la acepta. Y así, con la bendición de ambos libros y la aprobación tácita de Cristo, hubo en el mundo esclavitud declarada hasta mediados del siglo XIX en los Estados Unidos, país cristiano, y hasta mediados del siglo XX (si no es que hasta hoy subrepticiamente) en Arabia Saudita y Yemen, países mahometanos. Después de lo dicho, ¿se podrá esperar compasión para un cordero de parte de los secuaces de Alá y Mahoma, de Jehová y Moisés, de Dios y Cristo? Lo más que se puede pedir es que al Padre y al Hijo no les dé por comerse la paloma del Espíritu Santo, el Paráclito, porque entonces ahí sí va a ser el Armagedón. ¿Se imaginan un cónclave sin Espíritu Santo? ¿Quién va a inspirar a los purpurados? ¿Quién va a poner de acuerdo a los tonsurados? ¿Quién va a evitar el zafarrancho de los travestidos la próxima vez que se junten para elegirle pastor a la grey carnívora? Al Padre y al Hijo desde aquí les hago un comedido llamado: por el bien de la humanidad no se nos vayan a comer al Paráclito.
Autorizados por la Biblia, los evangelios y el Corán, hoy dos mil millones de cristianos, mil cuatrocientos millones de musulmanes y diez millones de judíos se sienten con el derecho divino consagrado en el Génesis de disponer como a bien les plazca de los animales: de enjaularlos, de rajarlos, de cazarlos, de befarlos, de torturarlos, de acuchillarlos, en las granjas-fábricas, en los cotos de caza, en las plazas de toros, en los circos, en las galleras, en los mataderos, en los laboratorios y en las escuelas que practican la vivisección. "Dios es amor" dicen los protestantes. No. Dios es odio. Odio contra el hombre, odio contra los animales. E infames las tres religiones semíticas que invocan su nombre.
Al alemán Hermann Samuel Reimarus (1964-1768), profesor de lenguas orientales, se le considera el padre de la investigación histórica sobre Jesús de Nazaret, entendido éste como un simple hijo de carpintero y no como el Hijo de Dios. Dos libros publicó en vida Reimarus: Abhandlunge von den vomehmsten Wahrheiten der natürlichen Religion (Tratado de las principales verdades de la religión natural) en 1754, y Die Vernun Jhlhehre (Doctrina de la razón) en 1756, en los que negaba la revelación y la posibilidad del milagro, que consideraba como un acto absurdo contrario a la idea de un Dios creador de un mundo perfecto, y en los que proponía una religión natural contrapuesta a las religiones semíticas reveladas. Poca cosa, en verdad, y ni siquiera original pues la imposibilidad del milagro ya la había sostenido Spinoza, y la propuesta de una religión natural surgida de la razón y no de la revelación era la del deísmo de su siglo, el del Voltaire y la Ilustración y el de Thomas Paine, quienes veían a Dios como creador del mundo pero no como un ser providente que lo conservara ni como fuente de la religión. Pero la importancia de Reimarus no está en sus dos libros publicados sino en otro, extensísimo, Apologie oda Schutzschrijtfür die vemunjtigen Verehrer Gottes (Apología o defensa de los adoradores racionales de Dios), que le tomó veinte años escribir, que dejó inédito y del que póstumamente, entre 1774 y 1777, Gotthol Lessing dio a conocer siete fragmentos. Uno de ellos, el titulado "Van dem Zweckejesu und seinerJünger" (Las intenciones de Jesús y sus discípulos), se considera hoy como el principio de la investigación del Jesús histórico contrapuesto al Cristo de la fe. En él Reimarus sostiene que Jesús fue un hombre tocado en sueños mesiánicos y que a su muerte sus discípulos se robaron su cadáver y lo escondieron para poder sostener el cuento de su resurrección. Yo habría preferido que Reimarus, Paine y los filósofos de la Ilustración en vez de refugiarse en el deísmo hubieran negado simplemente la existencia de Dios, así les hubieran endilgado el feo epíteto de ateos, y que no se hubieran limitado a negar al Cristo de la fe que hizo milagros sino también al Jesús histórico que no los hizo. Y es que respecto al origen del mundo, si es que lo tuvo, no nos queda más remedio que aceptar que nunca sabremos cómo ocurrió y que Dios es una explicación necia que no explica nada pues es tan difícil imaginar la eternidad suya como la de la materia. Dios es la vuelta del bobo: lo postulamos para explicar cuanto no entendemos, pero sin entenderlo a Él. En cuanto al robo del cadáver de Jesús por sus discípulos no pudo haber ocurrido pues Jesús no existió y el que no existe no deja cadáver ni discípulos. Pero en fin, algo es algo y peor es nada. Prefiero mil veces a Reimarus que al engendro de Tomás de Aquino.