La puta de Babilonia (25 page)

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Authors: Fernando Vallejo

BOOK: La puta de Babilonia
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Con cara tomatuna y epiléptico, Impío Nono se caracterizaba además por ser un devoto del 8 de diciembre. Ese día en 1854 promulgó el dogma de la Inmaculada Concepción de María en su epístola apostólica Ineffabilis Deus. Ese día en 1864 promulgó la encíclica Quanta cura, a la que le anexó el Syllabus. Y ese día en 1869 instaló el Primer Concilio Vaticano, para que lo declarara infalible. ¡Pero para qué, si ya lo era! Cuando promulgó el dogma de la Inmaculada Concepción lo hizo como tal o de lo contrario esa promulgación no habría sido dogma sino una simple opinión papal. La novedad era grande entonces pues desde el Concilio de Nicea de 325 sólo los concilios generales habían decidido qué era dogma y qué no. Dogma o no dogma, decir que María fue concebida sin pecado echaba en todo caso por la borda la doctrina paulista de la pasión de Cristo entendida como expiación por el pecado original de Adán y Eva que manchó a todo el género humano sin excepción. Hasta el siglo XII la doctrina de los Padres de la Iglesia había sido que sólo Jesús fue concebido virginalmente y nadie más, ni siquiera su madre. Una cosa es que María fuera virgen cuando tuvo a Jesús y otra que hubiera sido "sin pecado concebida". Cuando en el siglo XII los canónigos de Lyón establecieron una nueva fiesta religiosa para celebrar la Inmaculada Concepción de la Virgen, San Bernardo de Claravalles hizo ver horrorizado que entonces habría que aplicarles también a los progenitores de María y a todos sus antepasados el mismo criterio de que habían sido concebidos sin mancha, siendo así que en todo acto sexual hay pecado, que es la eterna tesis de la Puta. Puesto que María nació a través de la cópula sexual tenemos que deducir que fue concebida pecaminosamente. Lo que había que celebrar entonces, les recomendaba San Bernardo a los lioneses, era el nacimiento de María, no su concepción. Y en las décadas que siguieron, el "Magister Sententiarum" Pedro Lombardo, el "Doctor Seráfico" San Buenaventura y el "Doctor Angélico" Santo Tomás de Aquino estuvieron de acuerdo con él. Y cómo no lo iban a estar si San Bernardo era el autor de las Alabanzas a la Virgen Madre, el gran tratado de "mariología" o ciencia que trata de la Virgen María (y que no hay que confundir con la "malacología", que es el estudio científico de los moluscos). Pero ay, poco después vino Duns Scotto, el "Doctor Sutil", a apoyar a los de Lyón en su fiesta para aguarles a sus colegas teólogos la suya proponiendo la tesis de que María fue inmunizada contra el pecado original antes de ser concebida. Y en esta sutil idea del Doctor Sutil se apoyó siglos después Pío Nono para imponer su dogma. Y, preguntará usted, ¿se puede inmunizar, como con una vacuna, a quien todavía no ha nacido? ¡Claro! Así como Pío Nono pudo ser infalible quince años antes de que el Primer Concilio Vaticano lo declarara tal, del mismo modo la Virgen María antes de existir fue vacunada contra el pecado original. Dos dogmas pues, íntimamente unidos, marcan la vida de Pío Nono, a quien en nuestros días el canonizador de la mano rota Wojtyla beatificó: el de la Inmaculada Concepción y el de la infalibilidad del papa, que casi entierran a la Puta de tanta indignación que causaron en el mundo civilizado, por fuera del rebaño.

El 18 de julio de 1870 entre truenos y relámpagos, en medio de una tempestad horrísona que vapuleaba a la Basílica de San Pedro como si se estuviera desfondando arriba de ella el Padre Eterno, 531 obispos contra dos que se opusieron (el resto de los conciliares se había escapado de Roma en los días anteriores para no tener que votar ni en un sentido ni en el otro) declararon infalible a Pío Nono. Tormenta más iracunda no había visto la Ciudad Eterna. ¿Estaba Dios molesto con sus prelados por lo que iban a hacer? "No —dijo el cardenal Manning (un converso anglicano)-, así fue en el Sinaí cuando los diez mandamientos". El Concilio Vaticano Primero fue un concilio suicida pues si el papa era infalible, ¿para qué convocar más concilios de centenares de obispos que hay que traer, alojar y alimentar, si con la sola palabra del Vicario de Cristo basta?

Pero donde Pío Nono se supera en estupidez es en su Syllabus erroroum o "Lista de los principales errores de nuestro siglo", una colección de ochenta verdades que había ido condenando a lo largo de los años, presentándolas como falsedades en alocuciones consistoriales, cartas apostólicas y encíclicas, y que le anexó a su encíclica Quanta cura. He aquí textualmente citados algunos de esos errores que condenaba la Puta:

1. No existe ningún Ser Supremo sapientísimo y providentísimo distinto del universo, y Dios es idéntico a la naturaleza misma de las cosas y por lo tanto está sujeto a cambios.

3. La razón humana es el único juez de lo verdadero y de lo falso, del bien y del mal.

6. La fe en Cristo se opone a la razón, y la revelación divina no sólo no sirve para nada sino que incluso es dañina para el perfeccionamiento del hombre.

7. Las profecías y milagros de las Sagradas Escrituras son ficciones y en los libros del Antiguo y el Nuevo Testamento hay muchos mitos, siendo el mismo Jesucristo uno de ellos.

12. Los decretos de la Santa Sede impiden el progreso de la ciencia.

15. Todo hombre es libre de abrazar la religión que le plazca.

21. La Iglesia católica no tiene la potestad de definir dogmáticamente que es la única y verdadera religión.

26. La Iglesia no tiene derecho legítimo de adquirir y poseer nada.

38. Con su conducta arbitraria los pontífices romanos contribuyeron a la división de la Iglesia en oriental y occidental.

40. El Magisterio de la Iglesia católica es contrario al bienestar y a los intereses de la sociedad.

53. Hay que abolir las leyes que protejan a las órdenes religiosas.

55. Conviene que la Iglesia esté separada del Estado.

80. El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la moderna civilización.

¡Cómo van a ser errores semejantes verdades! Si acaso, serán verdades a medias pues, por ejemplo, respecto a la proposición 53 lo que hay que abolir son las órdenes religiosas y no las leyes que las protegen; respecto a la 55 lo que conviene es que no haya Iglesia; y respecto a la 80 el Romano Pontífice simplemente no tiene por qué existir. Lo que necesitamos es que la humanidad tome conciencia del caso y se arme de valor y un revólver, como el turco Ali Agca. Y punto. Muerto el perro se acabó la rabia.

Tal fue el rechazo que produjo en el mundo civilizado el Syllabus y tal el odio que se hizo tomar en Roma por sus bellaquerías el Impío que lo concibió, que tres años después de su muerte y cuando la clerigalla follona trasladaba de San Pedro a escondidas en la noche los restos del papa epiléptico para enterrarlos en la iglesia de San Lorenzo Extramuros, al pasar la atemorizada comitiva con el ataúd por el puente Sant'Angelo la turba romana, advertida del suceso, se les echó encima y lo quisieron tirar al Tíber. ¡Como si no estuvieran en 1878 con máquinas de vapor y ferrocarriles y condones y homosexualismo y demás progresos que trae la edad moderna sino mil años atrás, excretando a la intemperie en los tiempos oscuros del papa Formosus! Menos mal que no lograron su empeño. Habrían contaminado no sólo el río sino a Roma, a Italia, a Europa, el Mar Océano y el Universo Mundo.

—¿Sirvió de algo el dogma de la Inmaculada Concepción de María?

—Sí, compadre. Curó de su epilepsia al epiléptico.

—¿Y cómo fue eso?

—Muy simple: la Virgen le mandó la Muerte, que lo cura todo, y santo remedio.

—¡Qué bueno que descansó!

—Sí, pero el alcahueta Wojtyla, el papa de la mano suelta, el de la diarrea canonizadora, lo beatificó.

—Ah viejo asqueroso. ¡Lo hubiera matado el turco!

—Compadre, no diga barbaridades. De "hubieras" está llena la eternidad que ya pasó.

Muerto y enterrado Pío Nono, la mayordomía de la Puta pasó a Gioacchino Vincenzo Pecci, alias León XIII. Con ochenta y seis encíclicas en su haber más un hijo que engendró en Bélgica cuando era nuncio de la Puta en Bruselas, fue el papa más enciclípedo. Su leonina encíclica de 1891 Rerum novarum (De las cosas nuevas) causó furor. Los católicos de su tiempo la ponderaron en los términos más hiperbólicos (que ni que fuera la carta de Cristo al toparca de Edesa) y todavía hoy siguen cacareándola. En 1931 Pío XI hasta le dedicó otra encíclica, la Quadragesimo anno, para conmemorar los cuarenta años de su aparición. ¡Cabrones! Estabais celebrando un flato. La Rerum novarum es una encíclica hipócrita, verbosa, mierdosa, digna de la bimilenaria Puta esclavista aliada siempre de los poderosos, y que con ella renovaba la esclavitud alcahueteada por Cristo y predicada por Pablo disfrazándola de justicia social para los nuevos esclavos de la tierra, los de la revolución industrial. "Es mal capital en la cuestión que estamos tratando —decía el marrullero en su encíclica— suponer que una clase social sea espontáneamente enemiga de la otra, como si la naturaleza hubiera dispuesto a los ricos y a los pobres para combatirse mutuamente en un perpetuo duelo. Esto es tan ajeno a la razón y a la verdad que, por el contrario, es lo más cierto que como en el cuerpo se ensamblan entre sí miembros diversos, de donde surge aquella proporcionada disposición que justamente podríase llamar armonía, así ha dispuesto la naturaleza que, en la sociedad humana, dichas clases gemelas concuerden armónicamente y se ajusten para lograr el equilibrio. Ambas se necesitan en absoluto: ni el capital puede subsistir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital. El acuerdo engendra la belleza y el orden de las cosas". Sí. Y los evangelios son cuatro porque lo más usual es que las mesas tengan cuatro patas, como las tiene el perro. Ahora bien, si las clases sociales son como los miembros diversos en la armonía del cuerpo, me habría gustado preguntarle a Pecci: ¿Y el tubo digestivo con su escape a cuál clase social corresponde? ¿A la alta o a la baja? Digo que me "habría gustado" porque ya de este santo varón no queda sino polvo en el pudridero de los papas.

Y sigue diciendo la encíclica: "Deberes de los ricos y patronos: no considerar a los obreros como esclavos; respetar en ellos, como es justo, la dignidad de la persona, sobre todo ennoblecida por lo que se llama el carácter cristiano. Que los trabajos remunerados, si se atiende a la naturaleza y a la filosofía cristiana, no son vergonzosos para el hombre, sino de mucha honra, en cuanto dan honesta posibilidad de ganarse la vida. Que lo realmente vergonzoso e inhumano es abusar de los hombres como si fueran cosas de lucro y no estimarlos en más que cuanto sus nervios y músculos pueden dar de sí". ¿Y cuándo, laborioso Pecci, en tus noventa y tres años lavaste una letrina atascada para honra tuya y ganarte la vida? Mascalzone! Comías como rey, bebías como rey, dormías como rey, vivías como rey, con criados mal pagados, o no pagados, cuales eran los curas y las monjas que te servían. Cuando fuiste nuncio en Bruselas ante Leopoldo I te echaron de Bélgica por meterte en política. El primer ministro te hizo echar. Yo te habría mandado al cadalso. Eras traidor y bellaco. >Apoyaste a Inglaterra contra los irlandeses, tus correligionarios católicos, buscando restablecer con ella las relaciones diplomáticas. Nada lograste, te quedaste con el pecado y sin el género. E igual te pasó con Polonia la católica, cuya lucha libertaria contra Rusia traicionaste para granjearte la buena voluntad de los zares (a ver si desbancabas de su favor a la Iglesia Ortodoxa rusa) ofreciéndoles la promesa de imponerle a tu rebaño polaco, como si de un deber se tratara, el sometimiento incondicional a esos tiranos. A través de tus obispos polacos lo pensabas hacer, como tu Secretario de Estado el cardenal Rampolla te aconsejaba. ¡Qué simpatía despertaste en el zar Alejandro II con tu encíclica Quod apostolici numeris en que condenabas la subversión socialista y comunista que tanto temía! Nada lograste, empero, ni con él ni con su hijo y sucesor Alejandro III. No pudiste enganchar a la Puta de Oriente a tu yunta. El felón de Pío XII, uno de tus sucesores, habría de repetir tu traición a la católica Polonia cuando al estallar la Segunda Guerra Mundial, calculando que con su silencio aplacaba al vesánico, dejó que Hitler la arrasara sin emitir una sola palabra de protesta. Tener de aliado a la Puta es como meter un áspid en la cama. De todos modos, por más que vaya y venga el péndulo al final se impone la justicia de Dios que lo sabe todo. Dios castigó a los polacos con los rusos y los nazis no por lo que hubieran hecho sino por lo que iban a hacer: parir al endriago Wojtyla que por veintiséis años, diez meses y diecisiete días cabalgó día y noche con deleite indecible a la Puta y le aumentó a la humanidad dos mil millones. Eso no tiene perdón del cielo. Un pueblo capaz de producir semejante alimaña, y que después la aclama y la pasea en triunfo, es una raza perversa sin redención que Israel debe destruir ipso facto. Salvo que esté guardando todas sus bombas atómicas para el Islam...

—Pero dígame una cosa, compadre. Cuando usted dice "la Puta", ¿a cuál se refiere? ¿A la de Oriente, o a la de Occidente? ¿A la católica, o a la protestante?

—A todas juntas a la vez y a ninguna al mismo tiempo.

—Ah, qué bueno que me lo aclara porque así sí me queda muy claro el asunto.

Pero no interrumpamos la encíclica. Sigue hablando el leonino: "Y de igual modo, el fin de las demás adversidades no se dará en la tierra, porque los males consiguientes al pecado son ásperos, duros y difíciles de soportar y es preciso que acompañen al hombre hasta el último instante de su vida. Así, pues, sufrir y padecer es cosa humana, y para los hombres que lo experimenten todo y lo intenten todo no habrá fuerza ni ingenio capaz de desterrar por completo estas incomodidades de la sociedad humana". ¿Y entonces para qué padeció Cristo? ¿No nos redimió pues del pecado? No. Jesucristo no suprimió en modo alguno con su copiosa redención las tribulaciones diversas de que está tejida casi por completo la vida mortal, sino que hizo de ellas estímulo de virtudes y materia de merecimientos, hasta el punto de que ningún mortal podrá alcanzar los premios eternos si no sigue las huellas ensangrentadas de Cristo". Entonces no pudo haber sido tan "copiosa" su redención si nuestras tribulaciones continuaron y el pecado lo tenemos que pagar con sangre. Cristo no sirvió para un carajo. Sirven más las bombas de Israel o las tetas de los hombres. ¿Y cuánta sangre derramaste tú, Gioacchino Vincenzo Pecci, en tus 93 años bien cumplidos? "Dios no creó al hombre —dice— para estas cosas frágiles y perecederas, sino para las celestiales y eternas, dándonos la tierra como lugar de exilio y no de residencia permanente. Y, ya nades en la abundancia, ya carezcas de riquezas y de todo lo demás que llamamos bienes, nada importa eso para la felicidad eterna". ¿Por qué te empeñabas entonces, durante tu pontificado, en recuperar a Roma y los Estados Pontificios como si de una residencia permanente se tratara y no de una estación de paso en el camino al cielo? Autócrata hipócrita. No respetabas hombres ni animales. En tus jardines vaticanos tumbabas pájaros con escopeta. Al monstruo de Tomás de Aquino lo desenterraste y le fundaste una academia de teología en Roma. No te privaste ni de propagar tus genes, pero al hijo que engendraste no tuviste el valor de reconocerlo. Y para sacar dinero a 1900 lo declaraste año del jubileo y le consagraste el género humano entero al Sagrado Corazón de Jesús. De entonces le viene a Colombia nuestra incurable cardiolatría. "Es la Iglesia la única que tiene verdadero poder, ya que los instrumentos de que se sirve para mover los ánimos le fueron dados por Jesucristo y tienen en sí eficacia infundida por Dios". Pruébamelo. Pruébame que Jesucristo te dio algún instrumento. No te lo pudo haber dado porque no existió, así como Dios tampoco y por lo tanto no puede infundir ninguna eficacia. ¡Basta de ordeñar a ese par de vacas!

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