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Authors: Alfredo del Barrio

La reliquia de Yahveh (13 page)

BOOK: La reliquia de Yahveh
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A partir de aquí vino el establecimiento del estado judío de Israel, los problemas con los palestinos, las guerras con los países vecinos, de las que Egipto no se había librado, y la constante tensión política en la zona que podía derivar en otro conflicto armado en cualquier momento. Cuando Yusuf pensaba en las bombas atómicas que tenía almacenadas el estado israelí se le ponían rígidos los blancos alambres de sus pobladas cejas.

El coronel, veterano de la Guerra de los 6 Días, aquella en la que los israelitas conquistaron la península del Sinaí en una operación relámpago, sabía del potencial bélico hebreo y del magnífico entrenamiento de sus soldados. El militar también participó seis años después, ya como oficial, en la Guerra del Yom Kipur, otro fracaso egipcio; aunque los éxitos militares iniciales y las cesiones israelíes en la posterior negociación auspiciada por la ONU sirvieron para que la propaganda egipcia la convirtiese en un triunfo psicológico. Fue recibido en El Cairo como un héroe, aunque Yusuf nunca se falsificó a sí mismo el verdadero resultado de la contienda.

Actualmente Egipto convivía placidamente con sus vecinos judíos, habían recuperado casi todos los territorios ocupados en 1967 y habían salido relativamente mejor parados que Jordania o Siria. A pesar de todo la calma era tensa y el huracán se podía desencadenar en cualquier momento y por cualquier razón.

También estaba seguro, si los sionistas acertaban a saber que el Arca estaba en manos egipcias usarían todo su poder para recuperarla, y no precisamente el diplomático. Yusuf sabía que no se detendrían ante nada. Un tercer Templo reconstruido, con el Arca en su trono sagrado, era una tentación demasiado fuerte para unos radicales judíos que también estaban imbuidos de un misticismo absolutista y excluyente de la peor especie. Sí, un tercer Templo significaría un auge del imperialismo israelí que los llevaría a todos vertiginosamente al callejón sin salida de la guerra total en Oriente Próximo.

En resumidas cuentas, el Arca sería un objetivo terrorista prioritario, la tenga quien la tenga; y su destrucción, ya sea en Egipto o en Israel, conllevaría un peligro cierto de guerra para la castigada zona. Había pues que sacarla de esa tumba en secreto y trasladarla a marchas forzadas a una región "menos caliente".

El táctico Yusuf dejó de pensar en silencio y volvió la vista a la mesa llena de papeles. Sus interlocutores, aparentemente tranquilos, aguardaban a que reanudase su exposición. Alí continuaba ojeando las fotos con visible interés, Ayman y Osama simplemente esperaban. Yusuf no sabía cuánto tiempo había estado meditando.

—El plan que nos hemos marcado para evitar injerencias poco deseables, ya sean nacionales o extranjeras, es muy simple —prosiguió el coronel—. El objetivo es explorar esa tumba lo más rápidamente posible, comprobar si tiene algún artefacto parecido a un Arca en su interior y, si la respuesta es afirmativa, trasladar este objeto a un avión que saldrá con destino a Ginebra, ciudad que como ustedes saben está situada en la neutral Suiza; allí se guardará o se expondrá hasta que este vestigio arqueológico pueda regresar a Egipto sin miedo a posibles atentados, robos y demás imponderables.

Yusuf miró a los presentes y vio que Alí le miraba fijamente, señal de que quería decirle algo.

—¿Alguna pregunta señor Khalil? —dijo amistosamente.

—Sí, sí, desde luego, tengo muchas preguntas —dijo el confuso conservador.

—Bueno, empiece cuando quiera, usted será la pieza clave de esta operación, debe tener las ideas diáfanamente claras.

—Me ha quedado claro —empezó a decir Alí— que debo recuperar un objeto de una tumba y meterlo en un avión rumbo a centroeuropa, pero el resto de antigüedades que habrá en esa tumba ¿qué hago con ellas? Debe haber cientos si la sepultura está intacta, como parece por estas fotografías.

—Usted y los otros dos arqueólogos fijarán su objetivo sólo en el Arca —ordenó Yusuf—. Toda otra pieza que se encuentre quedará in situ para que otra expedición posterior, ya más tranquilamente, opere siguiendo los procedimientos arqueológicos habituales. Quizá, si todo sale como está previsto, sea usted el que la supervise en calidad de director plenipotenciario de la investigación.

El viejo ardid de prometer premios si un trabajo se efectuaba correctamente era uno de los más utilizados por Yusuf. Por su larga experiencia había comprobado que, cuando se tiene poco que perder, el amenazar con castigos no servía de mucho. El astuto coronel prefería tentar la ambición de cada individuo y sus esperanzas de prosperar. Esta artimaña funcionaba con pobres y ricos por igual.

—Y, cuando dijo que debíamos darnos prisa, ¿a qué se refería? —preguntó de nuevo Alí.

—Pues a eso mismo, deben encontrar el Arca lo más rápidamente posible y sacarla de allí. Esta operación es hasta ahora un secreto, pero puede dejar de serlo en cualquier momento. Me han asegurado que las personas que tienen cierto conocimiento del asunto están bajo control, pero nunca se sabe. No quiero que entren en la tumba con una excavadora, eso llamaría mucho la atención, pero deben actuar resueltamente y sin demasiados miramientos.

Alí nunca supo si lo de la excavadora lo dijo Yusuf en serio o en broma.

El coronel continuó con sus interminables recomendaciones.

—Simulen ser una expedición científica más, otra de las muchas que escudriñan el desierto en busca de tesoros. Para más seguridad, únicamente ustedes, los miembros de la expedición, conocerán el lugar exacto de la prospección, no me fío ni de mis propios hombres, los israelíes tienen informadores hasta en los servicios municipales de basura de El Cairo.

Yusuf río su propia gracia y Ayman Khalil le hizo los coros, el diamantino Osama se limitó únicamente a sonreír.

—Solamente la doctora Mariette conoce las coordenadas del enterramiento, ésa será la mejor manera de mantenerlo a salvo de miradas y oídos indiscretos. En la reunión que tendrá esta tarde con ella y con el arqueólogo inglés acordarán los materiales y pertrechos que puedan necesitar, el teniente Osama se encargará de conseguirlos y de proporcionarles los vehículos de transporte que necesiten. Todo tiene que estar listo para el martes, o sea mañana. Saldrán ustedes tres hacia el lugar y permanecerán allí hasta completar su labor.

El coronel sacó de nuevo el pañuelo con el que se había limpiado las gafas y se secó el sudor de la cara. Ante la sorpresa de Alí era Osama el que ahora hablaba.

—Señor —dijo repiqueteando con el dedo índice de la mano derecha encima de la mesa—, creo que se le olvida…

—¡Ah sí! Gracias Osman —Yusuf guardó el pañuelo—. El teniente Osman estará con ustedes en la reunión de esta tarde en calidad de responsable de suministros y jefe del personal nativo que, inevitablemente, tendrán que contratar para hacer los trabajos de desescombro más pesados. Él se ocupará de estar en contacto conmigo y de tenerme informado de todos sus progresos, será el cuarto integrante de la sociedad.

Yusuf miró a Alí y creyó conveniente seguir con las aclaraciones. Su frase de cabecera era: si quieres que las cosas salgan como tú quieres, ocúpate de que los demás sepan cómo quieres las cosas.

—El señor Osman es un hombre de mi total confianza, él se encargará, también, de la seguridad de la excavación y su perímetro. Acate sus órdenes y haga caso de sus recomendaciones en todo momento; aunque, claro, científicamente, usted y sus camaradas egiptólogos llevarán la voz cantante.

—De acuerdo —dijo Alí con voz neutra, no creía que estuviese en disposición de discutir nada.

—Otra cosa… —dudó Yusuf que no sabía cómo enunciar la siguiente frase—, digamos que… los otros miembros del equipo todavía no saben que el señor Osman va a formar parte del grupo, deberán decírselo en la reunión que mantendrán esta tarde. Puede que pongan alguna pega, sobre todo la francesa, pero ustedes sabrán convencerles de que necesitan a alguien que compre provisiones y vele por la seguridad del campamento. No me importa que les confiesen que el señor Osman es teniente del ejército, de todas formas se le nota a tres kilómetros, así que mejor descubrirlo desde el principio para no levantar recelos. ¿De acuerdo?

—Sí, sí, por mí no hay ningún problema —contestó Alí.

—Muy bien, pues buena suerte a los dos —dijo Yusuf sin dar opción a más preguntas o aclaraciones y levantándose para salir.

Mientras, Ayman Khalil había empezado a recoger todos los papeles de la mesa que había desparramado Yusuf al-Misri, incluidas la copia de las tres fotos de la entrada a la tumba.

El eficaz Yusuf se acercó a Alí y le estrechó otra vez la mano para despedirse.

—No se preocupe, seguro que todo saldrá bien, su tío y yo estaremos pendientes de que esto sea así. Suerte —le dijo de nuevo y salió por la puerta sin esperar a nadie.

Ayman Khalil terminó de meter todos los papeles en la cartera de cuero y se acercó a su sobrino.

—Bien, ¿qué te parece el trabajito que te he buscado? —preguntó con un guiño a su sobrino—. Ya te dije ayer que era algo importante. Ésta es tu oportunidad de encontrar algo grande. Y no te tomes en serio todas las cosas que ha dicho el coronel, piensa demasiado y cree que todo el mundo practica el mismo deporte que él. Nos veremos a la vuelta.

Alí apretó con fuerza la mano de su tío, sabía que estaba bien conectado con los resortes de poder, pero nunca presintió hasta qué punto.

El último en abandonar la habitación fue Osama, quien aprovechó para dirigirse a Alí cuando se quedaron solos.

—La cita de esta tarde es en el Hotel Ramsés, a las siete, pregunte por mí en recepción y le llevarán hasta el lugar de la reunión, aquí tiene el número de mi móvil por si surgiera algún imprevisto. Encantado de conocerlo —dijo para terminar a modo de despedida.

Alí se quedó un minuto más en el despacho. Volvió la mirada a las paredes cubiertas de piedra, abstraído. Ahora que era consciente que tenía que adentrarse de nuevo en una tumba los relieves se tornaron distintos, los viejos dioses aparentaban tener un aire más amenazante que cuando había entrado en la habitación. Todavía no sabía si estaba contento ante esta oportunidad que le brindaba el destino o se sentía triste por dejar su confortable puesto de conservador del Museo de El Cairo para embarcarse en una aventura que le parecía bastante confusa e incierta. Malos presagios le secuestraban los pensamientos.

Miró el reloj, hora de comer, pero no tenía mucha hambre. Necesitaba poner en orden algunas cosas antes de emprender un viaje hacia no sabía dónde: llamar a su casero para decirle que iba a faltar unos días, avisar a algún amigo y… por lo visto a su jefe, el señor Mohamed Galeel, no tendría que prevenirle.

Alí le venía venir por el pasillo a través de la puerta abierta, caminaba todo lo raudo que le permitía su voluminosa figura. Era evidente que le pediría mil explicaciones, tendría que contarle alguna historia lo suficientemente verosímil como para dejarle manso y tranquilo. No le preocupaba excesivamente, ya lo había hecho en alguna ocasión. Le diría que la excavación estaba en pleno centro de la finca particular de un alto miembro del gobierno que no quería ningún tipo de publicidad.

Eso tendría que bastar, Galeel siempre era muy respetuoso con todos los asuntos que flotan por las altas esferas.

El gran Hotel Ramsés Hilton era uno de los más importantes de Egipto, un auténtico rascacielos erguido a orillas del Nilo, un coloso de 36 pisos y más de 800 habitaciones con soberbias vistas al río y a todo El Cairo, incluso a las pirámides. Por supuesto, su fachada exterior era de un terroso color gris, para armonizar con el resto del polvoriento paisaje urbano.

Los edificios más altos y ostentosos solían construirse en las riveras del Nilo, siempre había sido así. El río, durante 5.000 años, había visto a innúmeras generaciones de hombres afanándose por alinear piedra sobre piedra, aspirando a levantar los más sobresalientes monumentos a su paso. Los turistas que realizaban los típicos cruceros fluviales por el inmenso curso plagado de tumbas, templos, monolitos y restos de viejas capitales siempre descubrían algún sitio donde posar la vista.

Un cauce de agua de tal magnitud, rodeado de inmensas llanuras desérticas, era un poderoso imán que atraía y absorbía todas las miradas. Todo el mundo quería vivir junto al río, y los habitantes de El Cairo no eran una excepción, hacían que la ciudad se estirase como una enorme excrecencia alargada que succionaba su aliento vital del líquido elemento. Sin embargo, las parcelas mejor situadas solían reservarse para levantar establecimientos turísticos igual de prominentes que el Hotel Ramsés, lo suficientemente altos como para poder observar la cercana llanura de Gizeh y sus famosas pirámides simplemente con asomarse a una ventana.

Marie Mariette, John Winters, Alí Khalil y Osama Osman estaban cómodamente sentados en un amplio reservado de uno de los restaurantes del hotel, el situado en el piso más elevado de la torre, el de la planta 36. La
Ventana del Mundo
era el nombre por el que se conocía ese comedor. Desde tan orgullosa atalaya se contemplaba todo el centro de El Cairo; el blanco edificio de la Opera, que era tan reciente que todavía no había tenido tiempo de impregnarse del color apropiado; los dominantes hoteles ribereños, con el gran río lamiendo sus cimientos; los esbeltos minaretes sostenidos por las corpulentas mezquitas; la ciudadela medieval y, sobre todo, las lejanas pirámides, iluminadas por entero con grandes focos de luz fosfórica que las convertían en más inexplicables todavía.

Los cuatro miembros de la expedición disfrutaban de la correcta pero anodina cena del menú internacional del restaurante, todos pensaban en otras cosas y no podían concentrarse en la comida. Habían concluido la reunión de trabajo de esa tarde hacía media hora y habían decidido subir a cenar para conocerse un poco mejor, todo apuntaba a que pasarían mucho tiempo juntos a partir de ahora.

Marie había puesto muchas pegas a la incorporación
in extremis
de Osama Osman, pero al final había aceptado el envite del gobierno egipcio. Sabía que iban a necesitar personal de apoyo, aunque ella en un principio había pensado contratarlo personalmente en algún pueblo cercano. Los nativos siempre estaban más que dispuestos a trabajar en cualquier excavación, ganaban en un mes más dinero del que podían reunir en un año dedicándose a sus ocupaciones habituales: cuidar cabras o plantar judías.

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