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Authors: Chris Kuzneski

Tags: #Intriga, #Policíaco

La señal de la cruz (52 page)

BOOK: La señal de la cruz
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María, aun sin querer, sonrió ante aquellos recuerdos. Eran otros tiempos, una vida distinta, cuando era feliz y las cosas eran mucho más simples.

El despacho estaba tal como lo recordaba. Un escritorio antiguo colocado a mano izquierda y una chimenea a la derecha. Un sofá de cuero, dos sillas y una mesa de cristal que ocupaba el espacio central. Estanterías y pinturas alineadas en las paredes, junto con una gran variedad de reliquias expuestas en los pedestales de mármol. Una alfombra de colores cubría el suelo y hacía que en la habitación uno se sintiera bien acogido. El efecto le parecía irónico a María, considerando a quién pertenecía la habitación.

—Tomad asiento —dijo Dante, señalando el sillón. Después se volvió hacia los guardias—. Caballeros, a partir de ahora yo me encargaré de nuestros invitados. Por favor, esperen en el pasillo.

Cerraron la puerta, y dejaron a Dante a solas con María y Boyd por primera vez en toda la noche.

—Sé que los dos tenéis muchísimas preguntas. —Dante se quitó la chaqueta y la dejó sobre una de las sillas. Su pistolera y la pistola quedaron a la vista, duplicando la tensión—. Ha sido una semana muy agitada para todos.

María apartó la mirada. No podía imaginar por qué Dante había querido quedarse allí con ellos. Eran adversarios, no aliados.

—Antes que nada —le dijo Dante a Boyd—, permitidme que me disculpe por nuestra escasa comunicación. Cuando dejasteis Orvieto me fue imposible comunicarme con vosotros.

La cara de Boyd reflejó alivio.

—Te quería llamar, pero el ataque me desconcertó. No tenía manera de saber quién estaba detrás de aquello —dijo.

—Os ruego, de nuevo, que me disculpéis. No sabía nada de sus planes hasta el lunes por la noche, cuando dejasteis las Catacumbas. De haber sabido lo que estaban planeando, os hubiera advertido.

María se quedó perpleja. Su hermano estaba hablando con Boyd como si fueran socios. La conversación fue tan inespera da que tardó un momento en reaccionar.

—Dios mío, ¿qué está pasando aquí? ¿
Professore
? Estáis lia blando como si fueseis amigos.

—¿Por qué no habríamos de serlo? Él nos dio el permiso para excavar.

—Sí —vaciló, buscando las palabras adecuadas—, pero ahora va a matarnos.

—¿Mataros? —se rió Dante—. ¿Por qué demonios crees que iba hacer una cosa así? Si acabo de salvaros.

—¿Salvarnos? Si nos sacaste de allí a punta de pistola. ¡Eso no es salvarnos!

—Lo es si consideras cuánta gente te quiere muerta.

—Sí, pero…

Boyd le dio una palmadita en el hombro, conminándola a que se calmara.

—En defensa de María, debo admitir que yo tampoco es taba seguro de tus intenciones hasta hace un momento. ¡Tu rostro inexpresivo es muy convincente!

—También debo disculparme por eso. No olvidéis que los guardias trabajan para mi padre, no para mí. Si queremos que todo salga bien, debo continuar con esta farsa el mayor tiempo posible.

—¿De qué estás hablando? ¿Qué farsa? —preguntó María.

—Una farsa donde yo estoy ayudando a papá. —Y pronunció la palabra con un tono de amargura que antes no había empleado, de manera que lo que hizo fue casi escupir la palabra—. Nadie debería saberlo mejor que tú.

—Pero… —tartamudeó, tratando de encontrar las palabras.

Boyd levanto la mano para pedirle que se detuviera.

—Podéis hablar de vuestro odio común hacia él después. Ahora hay asuntos mas importantes que discutir.

Dante fijó sus ojos en María. Quería decirle muchas cosas, pero sabía que no eran el momento ni el lugar apropiados.

—Tiene razón, ¿sabes? Nuestra agenda está muy llena y hay un secreto de familia que debo contarte.

El chófer aparcó la limusina en la puerta principal de la villa. Benito estaba sentado en el asiento trasero, reflexionando sobre todo lo ocurrido. La violencia en Orvieto, los acontecimientos del Vaticano, la muerte de su hijo. Aunque de alguna manera, a pesar de todo eso, tenía el presentimiento de que la fortuna le esperaba a la vuelta de la esquina, y estaba a punto de ser recompensado por todo aquel arduo trabajo. Claro que nunca se imaginó que fuera a ser recompensado de aquel modo.

Boyd y María miraban a Dante mientras él caminaba hacia el escritorio. Después, como si el secreto que guardaba fuese un objeto pesado, suspiró y tomó asiento en la silla de su padre antes de decir:

—Hace mucho tiempo que sabía que algo estaba ocurriendo. Cuando yo entraba en la habitación, papá dejaba de hablar con Roberto en seguida. Al principio pensaba que estaban hablando de mí. Después, con el tiempo, supe que se trataba de algo más importante.

Levantó una baratija del escritorio y la miró fijamente, como si tratase de evitar el contacto visual de sus invitados.

—Comencé a trabajar en los archivos, y decidí revisar dos veces todo lo que me pedían que hiciera, hasta que encontré algo extraño en relación con Orvieto. Había guardias de más y fondos adicionales. Algo estaba ocurriendo y yo no estaba al corriente. —Frustrado, arrojó la baratija a un lado—. Llegó un momento en el que tenía tanta curiosidad, que fui a ver a papá y le pregunté qué era lo que pasaba, le rogué que me dijera la verdad sobre las Catacumbas y sobre todo el dinero que estábamos gastando. Lo único que hizo fue burlarse de mí y exigirme que lo dejara en paz. ¿Podéis creerlo? Me ignoró. De inmediato me di cuenta de que nunca iba a contarme nada.

Se detuvo un segundo y después miró a Boyd:

—Entonces fue cuando decidí procurarme un socio.

—¿Qué quieres decir con socio? —preguntó María.

—Sé que esto va a disgustarte, pero he estado pendiente de ti desde hace años. Tus estudios, tu estilo de vida y tus es casas relaciones sociales. Eres mi hermana, a pesar de todo No tenía ninguna intención de olvidarme de ti. Aunque no quieras.

María no dijo ni una palabra. Se quedó quieta, confundída, tratando de absorber toda la información.

—Así conocí al doctor Boyd. Estaba investigando sobre ti y descubrí su pasión por las Catacumbas. Ai principio me pa recio un milagro que te hubiera traído con él. Después me di cuenta de que no era una casualidad. Tú fuiste a Dover por una razón: para aprender cosas sobre Orvieto. Te convertiste en su alumna porque eras igual de curiosa que yo.

Las lágrimas cayeron de los ojos de María. Trató de limpiárselas antes de que alguien lo advirtiera, pero Dante reparó en ellas y sonrió. Sabía que eso significaba que estaba yendo por buen camino, que a pesar de todo el tiempo que había transcurrido, él conocía bien a su hermana.

—Hace un año estaba clasificando peticiones para permisos de excavación cuando apareció la del doctor Boyd. Pensé que era la excusa perfecta para hablar con él, así que lo llamé por el asunto de las Catacumbas.

—¿Habló con Dante hace un año y no me dijo nada?

—Te prometo que yo no sabía que era tu hermano. Dijo que su nombre era Dante y que era el asistente de tu padre. Eso era todo lo que yo sabía. De verdad.

—Es cierto. No quería que supieras nada porque, en ese caso, saldrías corriendo en otra dirección. Sé lo terca que puedes llegar a ser. Lo he sabido siempre.

El enojo de María se disipó y se volvió lentamente hacia Dante.

—Durante varios meses he estado intercambiando información con el doctor Boyd. El me informaba de lo que había descubierto, y yo le correspondía con la esperanza de lograr una excavación exitosa. Yo sabía que no me podría reunir con él en Orvieto (no hubiera podido ocultar un movimiento así) pero pensaba que uno de los dos tenía que estar allí. Que al menos tú pudieras estar ya era muy bueno para mí.

María empezó a llorar de nuevo:

—¿Eso es lo que has estado ocultando? ¿Ése es el secreto de familia?

A Dante le hizo gracia su inocencia:

—No, en absoluto. Papá ha estado ocultándonos algo a los dos toda nuestra vida, algo que nos debió haber dicho hace mucho tiempo. Te juro que no lo supe hasta ayer. Cuando papá se enteró de que Roberto había muerto, me llamó aparte y me lo contó todo. Me dijo la verdad sobre las Catacumbas, la crucifixión y nuestro árbol genealógico. Verás, las Catacumbas de Orvieto fueron construidas para nosotros. Para nuestra familia. Fueron construidas para honrar a uno de nuestros parientes.

—¿De qué estás hablando? ¿Quién es nuestro pariente?

En lugar de responder con palabras, Dante señaló la pintura que su padre había traído poco después de su primera visita a las Catacumbas. La imagen era similar, aunque más pequeña que la que Boyd y María encontraron en la primera cámara de las Catacumbas. La que María sabía que había visto antes pero que no podía ubicar en su memoria. De repente, entendió la causa. Su subconsciente lo había estado bloqueando.

—El hombre que se ríe —dijo ella asombrada—. ¿Soy pariente del hombre que ríe?

Dante frunció el cejo.

—¿Quién es el hombre que ríe?

—Ése —dijo ella—. Así es como lo hemos estado llamando, porque no hemos logrado averiguar su nombre. Su imagen está por todos lados. En las Catacumbas, en las paredes, en las esculturas, en la urna. Hemos estado buscando quién es desde entonces.

—Pues la búsqueda ha terminado, porque ahora ya sabes su nombre.

—¿Lo sé?

—Sí, porque él también llevaba tu apellido.

—¿Mi apellido? ¿Qué quieres decir? ¿Fue un Pelati?

—No —dijo Dante—. El se apellidaba Pilatos.

—¿Pilatos?

—Como Poncio Pilatos —asintió—. Era nuestro antepasado. Somos sus descendientes.

—¿Somos sus qué? —Miró fijamente a Dante. Después a Boyd. Y otra vez a Dante—. ¿De qué estáis hablando?

—Nuestro apellido no es Pelati… sino Pilatos. El nombre fue modificado para proteger a nuestra familia.

—¿Poncio Pilatos era el hombre que se ríe?

Dante asintió:

—Y también nuestro antepasado.

Pasó un tiempo antes de que María pudiera asimilar la información. Luego dejó escapar un suave sollozo que indicaba que la habían cogido a contrapié. Ella quería argumentar, quería pelear, pero en su corazón sabía que su hermano no podía mentir en algo así. Todo lo que había dicho era cierto.

Eran parientes del más célebre asesino de todos los tiempos.

Despacio, con un gesto de desesperación, se volvió hacia el doctor Boyd:

—¿
Professore
? ¿Es posible? ¿Todo esto es posible?

Boyd cerró los ojos y reflexionó sobre la historia:

—Sí querida, sí puede ser posible.

—Pero… ¿cómo?

Respiró profundamente, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

—Por extraordinario que parezca, sabemos muy poco sobre Poncio Pilatos. Muchos historiadores coinciden en que fue nombrado procurador de Judea en el año 26 y que su mandato terminó diez años después. Y aunque no sabemos nada cierto sobre su nacimiento ni sobre su muerte, para ambos acontecimientos abundan las teorías.

»Algunos historiadores creen que Pilatos fue ejecutado por orden del Senado romano poco después de la muerte de Tiberio, en el año 37. Otros argumentan que se suicidó, ahogando sus penas en un lago cercano a Lucerna, en Suiza, en un lago que está ubicado en el monte Pilatos. Pero las leyendas alemanas insisten en que Pilatos vivió feliz muchos años en Viena Allobrogum (Vienne-sur-le-Rhóne) donde todavía se puede visitar un monumento de quince metros que se considera la tumba de Poncio Pilatos.

»A pesar de todas estas dudas, hay varios hechos relacionados con Pilatos de los que sí podemos estar seguros. El más interesante implica a su mujer, Claudia Prócula. Y es que, aunque poca gente lo sepa, la esposa de Pilatos era la nieta de Augusto e hija adoptiva del emperador Tiberio.

—¡¿Qué?! —María parpadeó varias veces.

—¿Tiberio era el suegro de Pilatos?

Boyd asintió:

—Apuesto a que no te enseñaron esto en tus clases de catequesis, ¿verdad?

—No —contestó atónita. De repente, la idea de que Pilatos y Tiberio trabajaran juntos se había convertido en algo posible Aquellos hombres eran más que aliados políticos. Eran parientes.

—¿Sabías que la Iglesia copta ortodoxa de Egipto y la Iglesia abisinia de Etiopía siempre han sostenido que Poncio y Claudia se convirtieron al cristianismo antes de la crucifixión? —prosiguió Boyd—. De hecho, cada veinticinco de junio los honran como si fueran santos.

Dante lo interrumpió:

—Doctor Boyd, creo que nos estamos alejando del tema. Esto realmente no tiene importancia. Debemos concentrarnos en la crucifixión y en nada más.

—¡Precisamente ahí voy! —respondió él un poco molesto—. Durante años, pensé que estaban chiflados cuando honraban a Poncio Pilatos como si fuera un héroe y tomándolo por un cristiano. Ahora veo que tenían razón. ¡Santo cielo!

Precisamente él fue quien inició la religión. Me siento como un tonto.

—¿Se siente como un tonto? —dijo ella—. ¿Y cómo cree que me siento yo? Me acabo de enterar de que he estado recorriendo toda Europa buscando a mi pariente. ¡Y que la pintura del hombre que ríe estaba colgada en la pared del despacho de mi padre! —Respiró hondo, tratando de calmarse—. ¿Cómo pudimos olvidarnos de Pilatos? Es un candidato tan obvio. Debimos haberlo considerado.

—Venga, venga, querida —la animó Boyd—. No estás sola en esto. Todos nosotros ignoramos a Pilatos como sospechoso. ¡Alégrate! No es el fin del mundo.

—Sí, lo es —dijo una voz en la entrada. Los tres se volvieron sobresaltados y vieron a Benito Pelati y a cuatro guardias armados entrando en la habitación—. A Dante.

Las palabras fueron seguidas de dos disparos. Del pecho de Dante salió un volcán de sangre que salpicó la pintura de Pilatos y toda la pared. Después, como a cámara lenta, su cuerpo inerte resbaló de la silla de cuero hasta la alfombra. La visión llenó a María de una rabia asesina que le hizo dar un salto hacia su padre y tratar de arrebatarle el arma de las manos. Pero un guardia intervino, bloqueándole el paso con su cuerpo.

No se desanimó y la emprendió entonces con él, arañándole la cara con nervio y dándole bofetadas y puñetazos. El guardia fue luego castigado, pero acabó con el ataque de María dándole un cabezazo en la nariz. A continuación le soltó un gancho de derecha directo a la barbilla; un golpe que la hizo estrellarse contra la mesa de cristal que tenía detrás.

Impresionado por su espíritu peleón, Benito miró fijamente a María:

—¿Quién lo hubiera imaginado? De todos mis hijos, la que más pelotas tiene es la niña.

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