La tierra de las cuevas pintadas (78 page)

BOOK: La tierra de las cuevas pintadas
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Ayla se sonrojó un poco ante tanto elogio.

—Sólo los hago tal y como me enseñaron —explicó—. No creía que tuvieran nada de especial.

Jondalar sonrió.

—Recuerdo la primera vez que estuvimos con los mamutoi. Se celebró una festividad en la que la gente intercambió regalos. Tulie y Nezzie se ofrecieron a darte cosas que tú a tu vez pudieras obsequiar, pero dijiste que ya tenías muchos posibles regalos que habías ido haciendo para mantenerte ocupada y querías volver a tu valle a buscarlos. Así que fuimos a por ellos. Creo que Tulie se sorprendió especialmente ante unos regalos tan hermosos y bien hechos. Y a Talut le encantó la túnica de bisonte que le obsequiaste. Haces cosas maravillosas, Ayla.

A esas alturas Ayla tenía ya el rostro como la grana y no sabía qué decir.

—Si no lo creéis, basta con que miréis a Jonayla —añadió Jondalar con una sonrisa.

—Eso no ha sido sólo obra mía. En Jonayla también hay mucho de ti —replicó Ayla.

—Eso espero —dijo Jondalar.

—No cabe duda de que la Madre usó tu espíritu para mezclarlo con el de Ayla —intervino Levela—. Eso se ve en los ojos de Jonayla. Son exactamente del mismo color que los tuyos, y ese tono de azul no es muy habitual.

—Todos de acuerdo, pues. Iremos al Mar del Sur en el camino de vuelta a casa —afirmó Willamar—. Y creo que deberías hacer esos cestos, Ayla. También puedes trocarlos por sal, no sólo por conchas.

—¿Cuándo vamos a conocer al hombre de las tallas? —preguntó Jondecam.

—Si este es un buen momento para hacer un alto y comer, podéis conocerlo ahora —respondió Willamar.

—Sólo me quedan unos trozos por cortar —dijo Levela.

—Podemos llevar un poco de carne de bisonte y asarla para nosotros o aportarla a la comida comunal —propuso Jondalar.

Cogió en brazos a Jonayla y se fueron todos con Willamar hacia el refugio de los zelandonia. Demoryn hablaba con un desconocido, y Amelana, obviamente embarazada y consciente de lo atractiva que estaba gracias a eso, le sonreía. Él le devolvía la sonrisa. Era bastante alto y fornido, con el cabello castaño y los ojos azules, un rostro cordial y agraciado, y Ayla percibió algo familiar en él.

—He traído al resto de nuestro grupo de viajeros —dijo Willamar, e inició las presentaciones. Cuando empezó con «Jondalar de la Novena Caverna de los zelandonii», el hombre pareció desconcertado al ver que Jondalar dejaba a Jonayla en el suelo para unir las manos con él—. Y esta es su compañera, Ayla de la Novena Caverna de los zelandonii, antes del Campamento del León de los mamutoi, Hija del Hogar del Mamut…

—Yo a ti te conozco —dijo el hombre—. O he oído hablar de ti. Soy Conardi, de los losadunai, y los dos estuvisteis con los losadunai hace unos años.

—Sí, estuvimos en la caverna de Laduni cuando regresábamos de nuestro viaje —respondió Jondalar con sincero entusiasmo. Aunque todos los que hacían un viaje por lo general se encontraban con mucha gente en el camino, rara vez volvían a verlos, ni a ellos ni a personas que los conocieran.

—Todos tuvimos noticia de vosotros en la siguiente Reunión de Verano. Causasteis sensación con los caballos y el lobo, recuerdo —comentó Conardi.

—Sí, los caballos están en nuestro campamento, y Lobo se ha ido a cazar —dijo Ayla.

—Y esta preciosidad debe de ser una incorporación a la familia. Se parece a ti —dijo Conardi al hombre alto y rubio con los ojos de un azul intenso. Parecía hablar zelandonii con pequeñas diferencias de construcción y un acento algo distinto, pero, como Ayla recordaba, sus lenguas eran muy parecidas. En realidad hablaba en zelandonii intercalando algunos rasgos del losadunai, su propia lengua.

—Dice Willamar que has traído tallas —señaló Jondalar.

—Sí. Aquí tengo unas muestras —contestó Conardi.

Desató una bolsa prendida de su cinturón, la abrió y echó unas cuantas figurillas de marfil de mamut en una bandeja vacía. Ayla cogió una. Era un mamut que llevaba dibujadas varias incisiones más de lo que era costumbre, y su sentido no quedaba claro, así que se lo preguntó.

—No lo sé —contestó él—, son todas así. Estas no las hicieron los antiguos, sino que imitan a las tallas de los antiguos, y son obra de jóvenes aprendices.

A continuación, Ayla cogió una figura esbelta y alargada, y al observarla con atención, vio que era un ave, algo así como un ganso volando en el aire. Pese a su sencillez, rebosaba vida. La siguiente figurilla parecía un león erguido sobre las patas traseras, o al menos la cabeza y la parte superior del cuerpo, así como las patas delanteras, eran felinas, mientras que las extremidades traseras eran humanas. Y en lo que habría sido el bajo vientre de un felino, si no hubiera estado erguido, se veía claramente un triángulo alargado con un vértice hacia abajo, el triángulo púbico, el símbolo inconfundible de la hembra. Aunque no presentaba pechos de aspecto humano, la figurilla era una mujer león.

La última figura era sin duda una mujer, pero no tenía cabeza, sino solo un orificio por el que pasar un cordel. Los pechos eran enormes y estaban situados muy arriba. Al final de los brazos se insinuaban unas manos con dedos. Tenía las caderas anchas y las nalgas grandes, con la línea que las separaba muy marcada hasta la parte delantera, que acababa en una representación tan exagerada de la vulva que el órgano femenino casi parecía vuelto del revés.

—Creo que esto lo ha hecho una mujer que ha pasado por un parto —comentó Ayla—. Hay momentos en que te sientes así, como si te partieras por la mitad.

—Puede que tengas razón, Ayla. Desde luego da la impresión de que los pechos están colmados de leche —observó la Primera.

—¿Nos ofreces estas figurillas para trocarlas? —preguntó Willamar.

—No, estas son mías. Las llevo para que me den suerte, pero si queréis una o más, podrían tallarse —contestó Conardi.

—Yo que tú, llevaría unas cuantas de más en las misiones de comercio. Seguro que se trocarían bien —aconsejó Willamar—. ¿Eres maestro de comercio, Conardi? —Había advertido que el hombre no llevaba el tatuaje de comerciante.

—Me gusta viajar, y comercio un poco, pero no soy maestro de comercio —respondió Conardi—. Todo el mundo troca, pero esa ocupación no es nuestra especialidad.

—Si te gusta viajar, puedes especializarte en ello —sugirió Willamar—. Para eso preparo a mis aprendices. Puede que esta sea mi última misión comercial larga. Tengo una edad en la que viajar pierde su encanto. Me apetece ya quedarme en casa con mi compañera, sus hijos y sus nietos, como esa niña preciosa. —Señaló a Jonayla—. Algunos comerciantes se llevan a sus compañeras y sus familias consigo, pero la mía era jefa de la Novena Caverna, y no disponía de libertad para viajar. Así que siempre procuro llevarle algo especial. Por eso te preguntaba si trocabas estas tallas. Pero seguro que encontraré algo cuando vaya al Mar del Sur a por conchas. ¿Te gustaría viajar con nosotros?

—¿Cuándo os vais? —preguntó Conardi.

—Pronto, pero no antes de ver el Lugar Sagrado Más Antiguo —respondió Willamar.

—Hacéis bien. Es una cueva hermosa, con unas pinturas extraordinarias, pero ya la he visto varias veces. Me adelantaré y les anunciaré vuestra visita —dijo Conardi.

Capítulo 27

La entrada de la cueva era bastante amplia pero no simétrica, y más ancha que alta. El lado derecho tenía mayor altura, y por encima de una parte de la sección izquierda, la más baja, una cornisa proporcionaba una zona resguardada de la lluvia y de la ocasional cascada de guijarros que se desprendían de la pared rocosa. Una pila de gravilla en forma de cono se había acumulado a la izquierda de la boca de la cueva, a causa de los desprendimientos que se habían producido más arriba, en la pared de roca, y que se habían ido amontonando sobre la cornisa y cayendo después sobre el cono, formándose un pedregal que seguía luego pendiente abajo.

Debido a la ancha abertura, la luz penetraba en la cueva hasta muy adentro. Ayla pensó que sería una buena zona de vivienda, pero obviamente no se empleaba como tal. Salvo por una fogata encendida en un rincón debajo de la cornisa ante una pequeña construcción para dormir, apenas se veía ninguno de los elementos a los que recurría la gente para disfrutar de una vida más cómoda. Cuando se acercaron, una Zelandoni salió de la construcción y los saludó.

—En nombre de la Gran Madre Tierra, te doy la bienvenida a Su Lugar Sagrado Más Antiguo, Primera Entre Quienes Le Sirven —dijo, tendiendo las dos manos.

—Yo te saludo, Guardiana de Su Lugar Sagrado Más Antiguo —respondió la Primera.

A continuación le tocó a Jonokol.

—Soy el Zelandoni de la Decimonovena Caverna de los zelandonii y te saludo, Guardiana de Su Lugar Sagrado Más Antiguo. Me han dicho que las imágenes de este Lugar Sagrado son asombrosas. Yo también creo imágenes, y es un honor para mí haber sido invitado a ver este emplazamiento —dijo.

La Guardiana sonrió.

—Así que eres un Zelandoni creador de imágenes —comentó—. Te sorprenderá un poco lo que verás en esta cueva, y es posible que aprecies su valor artístico más que la mayoría de las personas. Los Antiguos que trabajaron aquí eran muy diestros.

—¿Todas las imágenes que hay en esta cueva son obra de los Antiguos? —preguntó el Decimonoveno.

La Guardiana percibió el ruego tácito en la voz de Jonokol. Ya lo había oído antes en otros artistas que habían ido de visita. Deseaban saber si se les permitiría aportar algo a la obra, y ella ya sabía qué debía contestar.

—Casi todas, aunque sé que hay unas cuantas más recientes. Si consideras que estás a la altura de la tarea, y si te sientes impulsado a hacerlo, tienes plena libertad para dejar aquí tu huella. No imponemos restricciones a nadie. La Madre elige. Y tú sabrás si eres un elegido —respondió la Guardiana. Aunque muchos lo preguntaban, muy pocos se consideraban realmente a la altura para contribuir a la extraordinaria obra del interior.

La siguiente fue Ayla.

—En nombre de la Gran Madre de Todos, yo te saludo, Guardiana del Lugar Sagrado Más Antiguo —dijo, tendiendo las dos manos—. Me llamo Ayla y soy acólita de la Primera Entre Quienes Sirven a la Gran Madre Tierra.

«Todavía no está lista para renunciar a su nombre», fue lo primero que pensó la Zelandoni. Enseguida cayó en la cuenta de que la joven tenía un acento extraño y supo que era la persona de la que le habían hablado. La mayoría de los habitantes de su caverna creía que todos los visitantes hablaban zelandonii con un dejo del norte, pero esa mujer tenía un acento muy distinto. Hablaba bien, obviamente conocía el idioma, pero pronunciaba ciertos sonidos de una manera que nunca había oído antes. No cabía duda de que venía de un lugar muy lejano.

Observó a la joven más detenidamente. «Sí», pensó, «es guapa, pero tiene aspecto extranjero, unos rasgos distintos, un rostro menos alargado, una separación mayor entre los ojos. Hasta el pelo es diferente: no lo tiene fino, como tantas mujeres zelandonii, sino con una textura más tupida, y aunque sea rubia, el suyo es un rubio más oscuro, semejante al color de la miel o el ámbar. A pesar de ser extranjera, es acólita de la Primera. Es de por sí raro que una extranjera pertenezca a la zelandonia, pero lo es más aún que sea acólita de la Primera. Aunque tal vez sea comprensible, dado que es ella quien controla a los caballos y un lobo. Y fue ella quien detuvo a los hombres que tantos trastornos causaron durante muchos años».

—Te doy la bienvenida al Lugar Sagrado Más Antiguo, Ayla, acólita de la Primera —dijo la Zelandoni, estrechando las manos a Ayla—. Sospecho que para ver este lugar has recorrido una distancia mucho mayor que cualquier otra persona.

—He venido con el resto… —empezó a decir Ayla, pero al ver la sonrisa en el rostro de la mujer, entendió sus palabras. Era su acento. La Guardiana se refería a la distancia recorrida en su viaje con Jondalar, y desde su hogar con el clan antes de eso, y tal vez incluso antes—. Tal vez tengas razón —dijo—, pero es posible que Jondalar haya venido incluso desde más lejos. Él viajó desde su casa hasta el final del Río de la Gran Madre, muy lejos al este, y más allá, donde me encontró a mí, y luego hizo todo el camino de vuelta antes de iniciar esta Gira de la Donier.

Jondalar se acercó al oír su nombre y sonrió cuando oyó a Ayla contar sus andanzas. La mujer no era joven e inmadura; tampoco era muy mayor, pero tenía años suficientes para poseer la sabiduría que se adquiría con la experiencia y la madurez, más o menos la edad que a Jondalar le gustaba en las mujeres antes de conocer a Ayla.

—Saludos, respetada Guardiana del Lugar Sagrado Más Antiguo —dijo, tendiendo las manos—. Soy Jondalar de la Novena Caverna de los zelandonii, tallador de pedernal de la Novena Caverna. Compañero de Ayla de la Novena Caverna de los zelandonii, que es acólita de la Primera. Hijo de Marthona, anterior jefa de la Novena Caverna; hermano de Joharran, jefe de la Novena Caverna. Nacido en el hogar de Dalanar, jefe y fundador de los lanzadonii.

Enumeró sus nombres y lazos más importantes. Entre los zelandonia era normal limitarse a recitar sus principales afiliaciones, pero en el caso de Jondalar quedaría poco serio y no muy cortés abreviar demasiado una presentación formal, sobre todo ante una Zelandoni.

—Bienvenido seas, Jondalar de la Novena Caverna de los zelandonii —dijo ella, cogiéndole las manos y mirándolo a los ojos, unos ojos de un vivo color azul que parecieron traspasarla y ver dentro de ella hasta su mismísimo espíritu, provocando un estremecimiento en lo más hondo de su feminidad. Cerró los ojos por un momento para recobrar el equilibrio interior. «No es de extrañar que todavía no esté lista para renunciar a su nombre», pensó la Guardiana. «Está emparejada, y con uno de los hombres más fascinantes que he conocido. Me pregunto si alguien ha planeado una Festividad de la Madre para estos visitantes del norte… Lástima que no haya acabado aún mi turno de Guardiana. Si alguien me necesita aquí, no puedo asistir a las Festividades de la Madre.»

Willamar, que esperaba para presentarse a la Guardiana, agachó la cabeza y sonrió para sí. Menos mal que Jondalar apenas parecía darse cuenta del impacto que seguía causando en las mujeres, se dijo; y daba la impresión de que tampoco Ayla, pese a su perspicacia, se percataba. Aunque los celos estaban mal vistos, Willamar sabía que muchas personas los albergaban en su corazón.

—Yo me llamo Willamar, maestro de comercio de la Novena Caverna de los zelandonii —dijo cuando le llegó el turno—, compañero de Marthona, la anterior jefa de la Novena Caverna, que es la madre de este joven. Aunque él no nació en mi hogar, se crio en él, así que lo considero hijo de mi corazón. Siento casi lo mismo por Ayla y su pequeña, Jonayla.

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