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Authors: Lauren Weisberger

Tags: #Chic-lit

La última noche en Los Ángeles (21 page)

BOOK: La última noche en Los Ángeles
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—¡Volveré por las maletas, ¿de acuerdo?! —le gritó, pero él estaba en el otro extremo del sendero, con el teléfono apretado contra la oreja, asintiendo frenéticamente—. Muy bien, genial —masculló ella, mientras se dirigía a la entrada. Se disponía a subir la escalera, cuando Randy abrió la puerta de par en par, bajó corriendo y la envolvió en un abrazo.

—¡Hola, Rookie! ¡Cuánto me alegro de verte! Ya viene Michelle. ¿Dónde está Julian?

—Hablando por teléfono. Te aseguro que T-Mobile se arrepentirá de haberle ofrecido una tarifa plana, cuando vea su factura.

Los dos se volvieron hacia él, mientras Julian sonreía, se guardaba el móvil en el bolsillo y se dirigía hacia el maletero abierto del coche.

—¡¿Necesitas ayuda con las maletas?! —gritó Randy.

—No, ya puedo yo —respondió Julian, echándose las dos al hombro con facilidad—. Estás muy bien. ¿Has adelgazado?

Randy se dio unas palmadas en la amplia barriga, que se había vuelto quizá un poco menos amplia.

—La parienta me ha puesto a régimen estricto —respondió con inequívoco orgullo.

Brooke no se lo habría podido creer apenas un año antes, pero Randy estaba manifiestamente encantado de tener una relación adulta, una casa bien amueblada y un bebé en camino.

—Debería ser bastante más estricto ese régimen —dijo Brooke, al tiempo que se apartaba para eludir la colleja de su hermano.

—¡Mira quién fue a hablar! Todavía tengo unos kilos de más, lo reconozco. Pero ¿qué excusa tienes tú, que eres nutricionista? ¿No deberías estar prácticamente anoréxica?

Randy la fue a buscar al otro lado del sendero y le desarregló el pelo con una mano.

—¡Vaya! ¡Una observación sobre mi peso y un insulto a mi profesión, todo en la misma frase! ¡Hoy estás inspirado!

—¡No te enfades! Ya sabes que estoy de broma. ¡Estás estupenda!

—Ajá. Puede que yo tenga que perder dos o tres kilos, pero Michelle tendrá bastante más trabajo contigo —dijo ella con una sonrisa.

—Ya estoy trabajando, créeme —intervino Michelle, mientras bajaba con cuidado la escalera. Parecía como si el vientre se le extendiera unos dos metros por delante, aunque todavía le faltaban siete semanas, y tenía la cara perlada de sudor en el calor agobiante de agosto. Aun así, parecía feliz, casi eufórica. Brooke siempre había creído que la historia de la belleza de las embarazadas era un mito, pero era indudable que Michelle tenía un brillo especial.

—Yo también estoy trabajando con Brooke —dijo Julian, mientras besaba a Michelle en la mejilla.

—Brooke está estupenda tal como está —replicó de inmediato Michelle, con un repentino endurecimiento de la expresión.

Brooke se volvió hacia Julian, olvidando que Michelle y Randy estaban delante.

—¿Qué has dicho?

Julian se encogió de hombros.

—Nada, Rook. Una broma, nada más que una broma.

—¿Estás «trabajando» conmigo? ¿Por qué? ¿Te cuesta mucho trabajo mantener bajo control mi obesidad mórbida?

—Brooke, ¿no podríamos hablar de esto en otro momento? Ya te he dicho que era una broma.

—No, yo quiero hablar ahora. ¿Qué has querido decir exactamente?

En seguida Julian se puso a su lado, apenado y arrepentido.

—Rookie, te prometo que era sólo una broma. Ya sabes que me gustas tal como eres y que no cambiaría nada de ti. Es sólo que… hum… que no quiero que tú te sientas incómoda.

Randy le cogió la mano a Michelle y anunció:

—Ven, llevémoslo todo a la casa. Dame esas maletas. Entrad cuando queráis.

Brooke esperó hasta que hubieron cerrado la puerta de malla metálica.

—Dime exactamente por qué piensas que yo podría sentirme incómoda. No soy una supermodelo, ya lo sé. Pero ¿quién lo es?

—Ya lo sé. Es sólo que…

Dio un golpe al primer peldaño con la zapatilla Converse y después se sentó.

—¿Qué?

—Nada. Ya sabes que para mí tú eres preciosa. Es sólo que Leo piensa que quizá puedas sentirte incómoda, ya sabes, por la imagen pública y esas cosas.

Se la quedó mirando, esperando una respuesta, pero ella estaba demasiado asombrada para hablar.

—Brooke…

Ella sacó un chicle del bolso, con la mirada fija en el suelo.

—Rookie, ven aquí. ¡Dios, no he debido decir eso! No era en absoluto lo que quería decir.

Brooke esperó un momento a qué él le explicara lo que había querido decir en realidad, pero no hubo más que silencio.

—Ven, entremos —dijo por fin, haciendo un esfuerzo para no desmoronarse. En cierto sentido, todo resultaba más sencillo si no sabía lo que Julian había querido decir en realidad.

—No, espera un momento. Ven aquí —dijo él, mientras la atraía hacia el peldaño donde estaba sentado y cogía sus dos manos entre las suyas—. Nena, siento mucho haber dicho eso. No vayas a creer que Leo y yo nos pasamos el día hablando de ti. Ya sé que toda esa mierda acerca de mi «imagen» no es nada más que eso: un montón de mierda. Pero me estoy muriendo de miedo y en este momento necesito escuchar sus consejos. Acaba de salir el álbum, y estoy tratando de que no me afecte; pero lo mire como lo mire, estoy cagado de miedo. Si todo sale bien y el álbum es un éxito, es para cagarse de miedo. Si por el contrario (lo que es más probable), todo esto no ha sido más que humo y no sacamos nada en limpio, entonces es para cagarse de miedo todavía más. Hace unos meses estaba yo en mi pequeño estudio de grabación, tocando la música que me gustaba, completamente capaz de pensar que todo se reducía al piano y yo, y nada ni nadie más, y ahora de pronto tenemos todo esto: apariciones en televisión, cenas con ejecutivos, entrevistas… No estoy suficientemente… preparado. Y si a raíz de todo eso me he comportado últimamente como un imbécil, créeme que lo siento. Lo siento de veras.

Había un millón de cosas que Brooke habría querido decir (cuánto lo echaba de menos desde que pasaba tanto tiempo fuera, lo nerviosa que la ponían las discusiones de los últimos tiempos, la montaña rusa en que se habían convertido sus sentimientos y lo mucho que se alegraba de que él le hubiera abierto por fin una pequeña puerta para dejarla entrar), pero en lugar de presionarlo todavía más, de hacerle todas sus preguntas o de expresarle sus sentimientos, se obligó a apreciar el pequeño paso que Julian acababa de dar.

Le apretó las manos y le dio un beso en la mejilla.

—Gracias —dijo en voz baja, mirándolo a los ojos por primera vez en el día.

—Gracias a ti —replicó él, mientras le devolvía el beso en la mejilla.

Cuando aún quedaba mucho por decir y la tensión todavía no se había aliviado del todo, Brooke cogió la mano de su marido y dejó que él la ayudara a ponerse en pie para conducirla al interior de la casa. Se propuso hacer un esfuerzo para olvidar su comentario acerca del peso.

Randy y Michelle los estaban esperando en la cocina, donde Michelle estaba preparando una bandeja para que ellos mismos se hicieran unos sándwiches: lonchas de pavo y de rosbif, pan de centeno, salsa rosa, tomates, lechuga y encurtidos. Había latas de refresco de cereza Dr. Brown's y un litro de agua con gas con sabor a lima. Michelle les dio un plato de cartón a cada uno y les indicó con un gesto que se sirvieran.

—¿A qué hora empieza la celebración? —preguntó Brooke, mientras se servía unas lonchas de pavo, sin nada de pan. Esperaba que Randy y Julian lo notaran y se sintieran culpables.

—La fiesta empieza a las siete, pero Cynthia quiere que estemos allí a las seis, para ayudar a prepararlo todo.

Michelle iba y venía con una gracia sorprendente, dadas sus dimensiones.

—¿Crees que papá se llevará una sorpresa? —preguntó Brooke.

—Lo que no puedo creer es que vaya a cumplir sesenta y cinco años —dijo Julian, mientras extendía salsa rosa sobre una rebanada de pan.

—Y yo no me puedo creer que por fin vaya a jubilarse —intervino Randy—. Resulta raro, pero este mes de septiembre será la primera vez en casi quince años que no empezamos juntos el curso escolar.

Brooke siguió a los demás al comedor y se sentó con su plato y su lata de Dr. Brown's al lado de su hermano.

—Vas a echarlo de menos, ¿eh? ¿Con quién vas a comer ahora?

En ese momento sonó el móvil de Julian, que se disculpó y salió del comedor, para contestar la llamada.

—Parece relativamente tranquilo, teniendo en cuenta que acaba de salir el álbum —comentó Randy, antes de dar un bocado enorme a un sándwich todavía más colosal.

—Puede que lo parezca, pero no está nada tranquilo. No le deja de sonar el teléfono y todo el tiempo está hablando con gente, pero todavía no hay nada seguro. Tal vez sepamos algo hoy, más tarde, o quizá mañana. Dice que todos esperan que salga en el top veinte de la lista de éxitos, pero supongo que nadie puede garantizar nada —dijo Brooke.

—Es increíble —intervino Michelle, mordisqueando un trozo de pan de centeno—. ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? ¿Alguna vez pudiste imaginar que el disco de Julian iba a salir en el top veinte? Hay gente que lucha por algo así durante toda su vida, y éste no es más que su primer…

Brooke bebió el refresco y se secó la boca.

—Todavía no ha pasado… y no quiero gafarlo. Pero sí, tienes razón. Es lo más increíble del mundo.

—No, no es lo más increíble del mundo, ni mucho menos —dijo Julian, mientras regresaba al comedor con una de sus sonrisas marca de la casa. Era tan amplia su sonrisa, que hizo que Brooke olvidase la tensión anterior.

Michelle levantó una mano.

—No seas tan modesto, Julian. Es un hecho objetivo. Colocar tu primer álbum en el top veinte es lo más increíble del mundo.

—Nada de eso. Lo más increíble del mundo es colocar tu primer álbum en el número cuatro de la lista —dijo tranquilamente, antes de regalarles otra de sus seductoras sonrisas.

—¿Qué? —preguntó Brooke, boquiabierta.

—Era Leo. Dice que aún no es oficial, pero que va en camino de situarse en el número cuatro. ¡El número cuatro! Me cuesta asimilarlo.

Brooke saltó de la silla a los brazos de Julian.

—¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Dios mío! —no dejaba de repetir.

Michelle soltó un grito y, tras dar un fuerte abrazo a Julian y a Brooke, fue a buscar una botella especial de whisky, para brindar por Julian.

Randy volvió con tres vasos de cóctel y uno de naranjada para Michelle.

—Por Julian —dijo, mientras levantaba el vaso.

Entrechocaron los vasos y bebieron. Brooke hizo una mueca y dejó el suyo en la mesa, pero Randy y Julian prácticamente vaciaron los suyos de un trago.

Randy le dio una palmada en la espalda a Julian.

—Ya sabes que me alegro por ti, por el éxito y blablablá, pero te aseguro que lo mejor de todo… ¡es tener una puta estrella de rock en la familia!

—Bueno, tampoco es para…

Brooke le dio un golpe a Julian en el hombro.

—¡Es cierto, cariño! ¡Ya eres una estrella! ¿Cuántos pueden decir que colocaron su primer disco en el número cuatro? ¿Cinco? ¿Diez? Gente como los Beatles, Madonna, Beyoncé… ¡y Julian Alter! ¡Es la locura total!

Siguieron festejando, hablando y acribillando a preguntas a Julian durante cuarenta y cinco minutos más, hasta que Michelle anunció que ya era hora de prepararse y que saldrían para el restaurante en una hora. En el instante en que Michelle les dio un montón de toallas y se marchó, cerrando tras ella la puerta del cuarto de invitados, Brooke se abalanzó sobre Julian y lo abrazó con tanta fuerza que los dos se desplomaron sobre la cama.

—¡Está pasando, cariño! ¡No hay ninguna duda! ¡Realmente, no se puede negar que está pasando! —exclamó, mientras le cubría de besos la frente, los párpados, las mejillas y los labios.

Julian le devolvió los besos y después se apoyó en la cama sobre los codos.

—¿Sabes qué otra cosa significa todo esto?

—¿Que ya eres oficialmente famoso? —replicó ella, besándolo en el cuello.

—Significa que ya puedes dejar Huntley. ¡Qué demonios! Puedes dejar los dos trabajos, si quieres.

Ella se apartó y lo miró.

—¿Por qué iba a dejarlos?

—Para empezar, porque has estado trabajando como una loca los dos últimos años y creo que te mereces unas vacaciones. Y porque las cosas empiezan a venirnos rodadas desde el punto de vista económico. Entre el porcentaje de la gira con Maroon 5, las fiestas privadas que me contrata Leo y los beneficios de este álbum… no sé, creo que ya puedes relajarte y disfrutar un poco de la vida.

Todo lo que Julian decía era perfectamente lógico; pero por razones que no habría conseguido expresar, Brooke se sintió irritada.

—No lo hago sólo por el dinero, ¿sabes? Las chicas me necesitan.

—Es el momento perfecto Brooke. Todavía faltan dos semanas para que empiece el curso escolar, por lo que seguramente tendrán tiempo de encontrar una sustituta. E incluso si decides seguir en el hospital, supongo que aún tendrás días libres.

—¿Cómo que si decido seguir en el hospital? ¡Julian, estamos hablando de mi carrera, la razón por la que fui a la universidad! ¡Puede que no sea tan importante como debutar en el número cuatro de la lista de éxitos, pero da la casualidad de que adoro lo que hago!

—Ya sé que lo adoras, pero pensé que quizá pudieras adorarlo de lejos durante un tiempo.

Le dio un codazo y sonrió. Ella lo miró.

—¿Qué me estás sugiriendo?

Él intentó atraerla hacia sí y ponérsela encima, pero Brooke se escabulló. Julian suspiró.

—No te estoy sugiriendo nada espantoso, Brooke. Quizá si no estuvieras tan estresada por los horarios y la carga de trabajo, disfrutarías más del tiempo libre. Podrías viajar conmigo, venir a las fiestas…

Ella guardó silencio.

—¿Te ha molestado algo de lo que he dicho? —preguntó él, intentando cogerla de la mano.

—No, no es eso —mintió ella—. Me parece que hago un esfuerzo enorme para encontrar un equilibrio entre mi trabajo y todo lo que está pasando contigo. Fuimos juntos al programa de Jay Leno, a la fiesta de «Friday Night Lights», al cumpleaños de Kristen Stewart en Miami y a Bonnaroo. Te visito en el estudio por la noche, cuando te quedas hasta tarde. No sé qué más puedo hacer, pero estoy bastante segura de que la respuesta no es renunciar a mi carrera para seguirte a todas partes. No creo que a ti te gustara eso, por muy divertido que fuera al principio, y sinceramente, me resultaría muy difícil respetarme a mí misma si lo hiciera.

BOOK: La última noche en Los Ángeles
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