La vuelta al mundo en 80 días (25 page)

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Authors: Julio Verne

Tags: #Aventuras

BOOK: La vuelta al mundo en 80 días
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—Esas cuerdas dan la quinta y la octava — dijo míster Fogg.

Fueron éstas las únicas palabras que pronunció durante la travesía. Mistress Aouda, cuidadosamente envuelta en los abrigos y mantas de viaje, estaba preservada, en lo posible, del alcance del frío.

En cuanto a Picaporte, roja la cara como el disco solar cuando se pone entre brumas, aspiraba aquel aire penetrante, dando rienda a sus esperanzas con el fondo de imperturbable confianza que las distinguía. En vez de llegar por la mañana a Nueva York, se llegaría por la tarde, pero todavía existían probabilidades de que esto ocurriese antes de salir el vapor de Liverpool.

Picaporte experimentó hasta deseos de dar un apretón de manos a su aliado Fix, no olvidando que era el inspector mismo quien había proporcionado el trineo de velas, y por consiguiente, el único medio de llegar a Omaba a tiempo; pero, obedeciendo a un indefinible presentimiento, se mantuvo en su acostumbrada reserva.

En todo caso, había una cosa que Picaporte no olvidaría jamás, esto es: el sacrificio de míster Fogg para librarlos de los sioux arriesgando su fortuna y su vida. No; ¡jamás lo olvidaría su criado!

Mientras que cada uno de los viajeros se entregaba a reflexiones diversas, el trineo volaba sobre la inmensa alfombra de nieve, y si atravesaba algunos ríos, afluentes o subafluentes del Little-Blue, no se percataba nadie de ello. Los campos y los cursos de agua se igualaban bajo una blancura uniforme. El llano estaba completamente desierto, comprendido entre el
"Union Pacific"
y el ramal que ha de enlazar a Kearney con San José, formaba como una gran isla inhabitada. Ni una aldea, ni una estación, ni siquiera un fuerte. De vez en cuando, se veía pasar, cual relámpago, algún árbol raquítico, cuyo blanco esqueleto se retorcía bajo la brisa. A veces, se levantaban del suelo bandadas de aves silvestres. A veces también, algunos lobos, en tropeles numerosos, flacos, hambrientos, y movidos por una necesidad feroz, luchaban en velocidad con el trineo. Entonces Picaporte, revólver en mano, estaba preparado para hacer fuego sobre los más inmediatos. Si algún incidente hubiese detenido entonces el trineo, los viajeros atacados por esas encarnizadas fieras, hubieran corrido los mas graves peligros; pero el trineo seguía firme, y tomando buena delantera, no tardó en quedarse atrás aquella aulladora tropa.

A las doce, Mudge, reconoció por algunos indicios, que estaba pasando el helado curso del Platte. No dijo nada, pero ya estaba seguro de que, veinte milla más allá, se hallaba la estación de Omaha.

Y, en efecto, no era la una de la tarde cuando, abandonando la barra, el patrón recogía velas, mientras que el trineo, arrastrado por su irresistible vuelo, recorría aún media milla sin velamen. Por último, se paró, y Mudge, enseñando una aglomeración de tejados blancos decía:

—Hemos llegado.

Ya se hallaban, pues, en aquella estación donde numerosos trenes comunicaban con la parte oriental de los Estados Unidos.

Picaporte y Fix habían saltado a tierra, y estiraban sus entumecidos miembros.

Ayudaron a míster Fogg y a la joven a bajar del trineo. Phileas Fogg pagó generosamente a Mugde, a quien Picaporte estrechó amistosamente la mano, corriendo todos después a la estación de Omaha.

En esta importante ciudad de Nebraska es adonde va a parar el ferrocarril, con el nombre de "Chicago Rock Island", que corre directamente al Este, sirviendo cincuenta estaciones.

Estaba dispuesto a marchar un tren directo, de tal modo, que Phileas Fogg y sus compañeros sólo tuvieron tiempo de arrojarse a un vagón. No habían visto nada de Omaha; pero Picaporte reconocía que no era cosa de sentir, puesto que no era ver ciudades lo que importaba.

Con extraordinaria rapidez, el tren pasó el estado de lowa, por el Councial-Bluffs, Moines, lowa-City. Durante la noche, cruzaba el Mississippi, en Davenport, y entraba por Rock-lsland en Illinois. Al día siguiente, 10, a las cuatro de la tarde, llegaba a Chicago, renacida ya de sus ruinas, y más que nunca fieramente asentada a orillas de su hermoso lago Michigan,

Chicago está a 900 millas de Nueva York, y allí no faltaban trenes, por lo cual pudo míster Fogg pasar inmediatamente de uno a otro. La elegante locomotora del "PittsburgFort Waine-Chicago", partió a toda velocidad, como si hubiese comprendido que el honorable
gentleman
no tenía tiempo que perder. Atravesó como un relámpago los Estados de Indiana, Ohio, Pensylvania y New Jersey, pasando por ciudades de nombres históricos, algunas de las cuales tenían calles y tranvías, pero no casas todavía. Por fin, apareció el Hudson, y el 11 de diciembre, a las once y cuarto de la noche, el tren se detenía en la estación, a la margen derecha del río, ante el mismo muelle de los vapores de la línea Cunard, llamada, por otro nombre,
"British and North American Royal Mail Steam Packet Co."

El "China", con destino a Liverpool, había salido cuarenta y cinco minutos antes.

Capítulo XXXII

Al partir el "China" se llevaba, al parecer, la última esperanza de Phileas Fogg.

En efecto, ninguno de los otros vapores que hacen el servicio directo entre América y Europa, ni los transatlánticos franceses, ni los buques de la
"White Starline",
ni los de la Compañía Imman, ni los de la Línea "Hamburguesa", ni otros podían responder a los proyectos del
gentleman.

El "Pereire", de la Compañía Transatlántica Francesa, cuyos admirables buques igualan en velocidad y sobrepujan en comodidades a los de las demás líneas sin excepción, no partía hasta tres días después, el 14 de diciembre, y además, no iba directamente a Liverpool o Londres, sino al Havre, y lo mismo sucedía con los de la Compañía "Hamburguesa"; así es que la travesía suplementaria del Havre a Southampton hubiera anulado los últimos esfuerzos de Phileas Fogg.

En cuanto a los vapores Imman, uno de los cuales, el "City of Paris", se daba a la mar al día siguiente, no debía pensarse en ellos, porque, estando dedicados al transporte de emigrantes, son de máquinas débiles, navegan lo mismo a vela que a vapor, y su velocidad es mediana. Empleaban en la travesía de Nueva York a Inglaterra más tiempo del que necesitaba míster Fogg para ganar su apuesta.

De todo esto se informó el
gentleman
consultando su
"Bradshaw",
que le reseñaba, día por día, los movimientos de la navegación transoceánica.

Picaporte estaba anonadado. Después de haber perdido la salida por cuarenta y cinco minutos, esto lo mataba, porque tenía la culpa él; pues, en vez de ayudar a su amo, no había cesado de crearle obstáculos por el camino. Y cuando repasaba en su mente todos los incidentes del viaje; cuando calculaba las sumas gastadas en pura pérdida y sólo en interés suyo; cuando pensaba que esa enorme apuesta, con los gastos considerables de tan inútil viaje, arruinaba a míster Fogg, se llenaba a sí mismo de injurias.

Sin embargo, míster Fogg no le dirigió reconvención alguna, y al abandonar el muelle de los vapores transatlánticos, no dijo más que estas palabras:

—Mañana veremos lo que se hace, venid.

Míster Fogg, mistress Aouda, Fix y Picaporte, atravesaron el Hudson en el
"Jersey-City-Ferry-Boat"
y subieron a un coche, que los condujo al hotel San Nicolás, en Broadway. Tomaron unas habitaciones, y la noche transcurrió corta para Phileas Fogg, que durmió con profundo sueño, pero muy larga para mistress Aouda y sus compañeros, a quienes la agitación no permitió descansar.

La fecha del día siguiente era el 12 de diciembre. Desde el 12, a las siete de la mañana, hasta el 21, a las ocho y cuarenta y cinco minutos de la noche, quedaban nueve días, trece horas y cuarenta y cinco minutos. Si Phileas Fogg hubiera salido la víspera con e "China" uno de los mejores andadores de la Line Cunard, habría llegado a Liverpool, y luego a Londres en el tiempo estipulado.

Míster Fogg abandonó el hotel solo, después de haber recomendado a su criado que lo aguardase y de haber prevenido a mistress Aouda que estuviese dispuesta.

Después se dirigió al Hudson, y entre los buques amarrados al muelle o anclados en el río, buscó cuidadosamente los que estaban listos para salir. Muchos tenían la señal de partida y se disponían a tomar la mar, aprovechando la marea de la mañana, porque en ese inmenso y admirable puerto de Nueva York no hay día en que cien embarcaciones no salgan con rumbo a todos los puntos del orbe; pero casi todas eran de vela, y no podían convenir a Phileas Fogg.

Este
gentleman
se estrellaba, al parecer, en su último tentativa, cuando vio a la distancia de un cable, lo más, un buque mercante de hélice, de formas delgadas, cuya chimenea, dejando escapar grandes bocanadas de humo, indicaba que se preparaba para aparejar.

Phileas Fogg tomó un bote, se embarcó, y a poco se encontraba en la escala de la "Enriqueta", vapor de casco de hierro con los altos de madera.

El capitán de la "Enriqueta" estaba a bordo. Phileas Fogg subió a cubierta y preguntó por él. El capitán se presentó en seguida.

Era hombre de cuarenta años, especie de lobo de mar, con trazas de regañón y poco tratable. Tenía ojos grandes, tez de cobre oxidado, pelo rojo, ancho cuerpo y nada del aspecto de hombre de mundo.

—¿El capitán? — preguntó míster Fogg.

—Soy yo.

—Soy Phileas Fogg, de Londres.

—Y yo, Andrés Speedy, de Cardiff.

—¿Vais a salir?

—Dentro de una hora.

—¿Y para dónde?

—Para Burdeos.

—¿Y vuestro cargamento?

—Piedras en la cala. No hay flete, y me voy en lastre.

—¿Tenéis pasajeros?

—No hay pasajeros. Nunca pasajeros. Es una mercancía voluminosa y razonadora.

—¿Vuestro buque marcha bien?

—Entre once y doce nudos. La "Enriqueta" es muy conocida.

—¿Queréis llevarme a Liverpool, a mí y a tres personas más?

—¡A Liverpool! ¿Por qué no a China?

—Digo Liverpool.

—No.

—¿No?

—No. Estoy en marcha para Burdeos.

—¿No importa a qué precio?

—No importa el precio.

El capitán había hablado en un tono que no admitía réplica.

—Pero los armadores de la "Enriqueta"... —repuso Phileas Fogg.

—No hay más armadores que yo — respondió el capitán—. El buque me pertenece.

—Lo fleto.

—No.

—Lo compro.

—No.

Phileas Fogg no pestañeó. Sin embargo, la situación era grave. No sucedía en Nueva York lo que en Hong-Kong, ni con el capitán de la "Enriqueta" lo que con el patrón de la
"Tankadera".
Hasta entonces, el dinero del
gentleman
había vencido todos los obstáculos. Esta vez el dinero no daba resultado.

Era necesario, sin embargo, hallar el medio de atravesar el Atlántico en barco, a no cruzarlo en globo, lo cual hubiera sido muy aventurado y nada realizable.

A pesar de todo, parece que a Phileas Fogg se le ocurrió una idea, puesto que dijo al capitán:

—Pues bien; ¿queréis llevarme a Burdeos?

—No, aun cuando me dierais doscientos dólares.

—Os ofrezco dos mil.

—¿Por persona?

—Por persona.

—¿Y sois cuatro?

—Cuatro.

El capitán Speedy comenzó a rascase la frente, como si hubiese querido arrancarse la epidermis. Ocho mil dólares que ganar, sin modificar el viaje, valían bien la pena de dejar a un lado sus antipatías hacia todo pasajero, pasajeros a dos mil dólares, por otra parte, no son ya pasajeros, sino mercancía preciosa.

—Parto a las nueve —dijo nada más el capitán Speedy—, y si vos y los vuestros no estáis aquí...

—¡A las nueve estaremos a bordo! — respondió con no menos laconismo Phileas Fogg.

Eran las ocho y media. Desembarcar de la "Enriqueta", subir a un coche, dirigirse al hotel de San Nicolás, traer a Aouda, Picaporte y el inseparable Fix, a quien ofreció pasaje "gratis" todo lo hizo el
gentleman
con la calma que no le abandonaba nunca.

En el momento en que la "Enriqueta" aparejaba, los cuatro estaban a bordo.

Cuando supo Picaporte lo que costaría esta última travesía, prorrumpió en un prolongado ¡oh! de esos que recorren todas las notas de la escala cromática descendente.

En cuanto al inspector Fix, pensó que el Banco de Inglaterra no saldría indemnizado de este negocio. En efecto, al llegar, y admitiendo que míster Fogg echase todavía algunos puñados de billetes al mar, faltarían más de siete mil libras en el saco.

Capítulo XXXIII

Una hora después el vapor "Enriqueta" trasponía el faro, que marca la entrada del Hudson, doblaba la punta de Sandy-Hook y salía mar afuera. Durante el día costeó Long- lsland, pasó por delante del faro de Fire- lsland y corrió rápidamente hacia el Este.

Al día siguiente, 13 de diciembre, a mediodía, subió un hombre al puentecillo para tomar la altura. ¡Pudiera creerse que era el capitán Speedy! Nada de eso. Era Phileas Fogg.

En cuanto al capitán Speedy, estaba buenamente encerrado con llave en su cámara, y prorrumpía en alaridos que denotaban una cólera bien perdonable, llevada al paroxismo.

Lo que había pasado era muy sencillo. Phileas Fogg quería ir a Liverpool, y el capitán había aceptado el pasaje para Burdeos, y a las treinta horas de estar a bordo, a golpes de billetes de banco, la tripulación, marineros y fogoneros, tripulación algo pirata, que estaba bastante disgustada con el capitán, le pertenecía. Por eso Phileas Fogg mandaba, en lugar del capitán Speedy, que estaba encerrado en su cámara, mientras que la "Enriqueta" se dirigía a Liverpool. Solamente que, al ver a Phileas Fogg maniobrar bien, se descubría que había sido marinero.

Ahora, más tarde, se sabrá de qué modo había de terminar la aventura. Entretanto, mistress Aouda no dejaba de estar inquieta, y Fix quedó de pronto aturdido. En cuanto a Picaporte, le parecía aquello simplemente adorable.

Entre once y doce nudos, había dicho el capitán Speedy, y efectivamente, la "Enriqueta" se mantenía en este promedio de velocidad.

Por consiguiente, no alterándose el mar, ni saltando el viento al Este, ni sobreviniendo ninguna avería al buque, ni ningún accidente a la máquina, la "Enriqueta", en los nueve días, contados desde el 12 de diciembre al 21, podía salvar las tres mil quinientas millas que separan a Nueva York de Liverpool. Es verdad que, una vez llegados allí, lo ocurrido en la "Enriqueta", combinado con el negocio del banco, podía llevar al
gentleman
un poco más lejos de lo que quisiera, razonaba Fix.

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