Las memorias de Sherlock Holmes (39 page)

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Authors: Arthur Conan Doyle

BOOK: Las memorias de Sherlock Holmes
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Debió de llevarme un poco más de una hora llegar a Meiringen. El viejo Steiler estaba en el porche del hotel.

—Bien —dije corriendo hacia él—, espero que no esté peor.

Hizo un gesto de sorpresa y empezó a parpadear sin saber de qué le estaba hablando, y en ese momento me dio un vuelco el corazón.

—¿No ha escrito usted esto? —dije, sacando la carta de mi bolsillo—. ¿No hay una mujer enferma en el hotel?

—Pues claro que no —exclamó—. Pero la carta lleva el membrete del hotel. ¡Ajá! Debe de haberla escrito el caballero inglés que llegó después de que ustedes se fueran. Dijo...

Pero yo no esperé a las explicaciones del patrón. Con un estremecimiento de miedo eché a correr calle abajo y me encaminé al sendero del que acaba de descender. Me había llevado una hora bajar. A pesar de todos mis esfuerzos pasaron otras dos antes de que me volviera a encontrar en la catarata de Reichenbach. El bastón de paseo de Holmes seguía apoyado en la roca donde yo le había dejado. Pero no había indicios de su presencia y de nada me sirvió gritar. La única respuesta que obtuve era mi propia voz, que multiplicaba el eco de los riscos que me rodeaban.

Fue la visión del bastón de paseo lo que me dejó frío. No había ido, pues, a Rosenlaui. Se había quedado en aquel estrecho sendero de no más de tres pies de anchura con una pared que se levantaba a pico a un lado y una caída semejante por el otro, hasta que su enemigo lo había alcanzado. El joven suizo había desaparecido también. Lo más probable es que también él trabajara para Moriarty y los hubiera dejado solos. ¿Y qué había sucedido después? ¿Quién nos lo iba a decir?

Me quedé quieto un rato, intentado recobrar el dominio de mí mismo, porque estaba totalmente aturdido por el horror. Luego empecé a pensar en los propios métodos de Holmes y a ponerlos en práctica interpretando esta tragedia. Sólo que, ¡ay!, era demasiado sencillo. Durante nuestra conversación no habíamos ido hasta el final del sendero y el bastón señalada el lugar en el que nos habíamos quedado. La tierra negruzca está siempre blanda, debido a la incesante lluvia, y un pájaro hubiera dejado sus huellas en ella. Dos líneas de pisadas estaban claramente impresas a lo largo del camino y ambas seguían el camino hasta más allá de donde yo estaba. No había ninguna que volviera hacia mí. A unas yardas del final el suelo era un amasijo de barro totalmente surcado de pisadas, y las zarzas y los helechos del borde del abismo estaban todos arrancados y aplastados. Me tumbé boca abajo y ahora no podía ver sino el brillo de la humedad aquí y allí en la negras paredes y allá abajo en las profundidades del abismo el brillo de aguas tumultuosas. Grité, pero sólo me respondió el grito casi humano de la catarata.

Pero el destino había previsto que, después de todo, tuviera una última palabra de agradecimiento de mi amigo y compañero. Ya he dicho que su bastón de paseo estaba apoyado en la roca que sobresalía del sendero. Vi algo que brillaba encima de ésta y, levantando la mano, descubrí que el brillo procedía de la pitillera de plata que solía llevar consigo. Al cogerla cayó al suelo un cuadrado de papel sobre el que ésta había sido depositada. Lo desplegué y vi que consistía en tres páginas arrancadas de su libro de notas y que estaban dirigidas a mí. Como correspondían a su carácter, la dirección era tan precisa y la escritura tan firme y clara como si las hubiera escrito cómodamente sentado en su estudio.

«Mi querido Watson —decía—, le escribo estas líneas gracias a la cortesía del señor Moriarty, que me ha dejado elegir el momento para discutir por última vez cuestiones que se interponen entre nosotros. Me ha hecho un breve resumen de los métodos que ha seguido para esquivar a la policía inglesa y mantenerse al tanto de nuestros movimientos. Estos confirman la ya muy alta opinión que me había formado de sus habilidades. Estoy contento de saber que podré librar a la sociedad de los efectos de su presencia, aunque me temo que sea a un precio que supondrá un gran dolor para mis amigos y en especial, mi querido Watson, para usted. No obstante, ya le he explicado que mi carrera había llegado, en cualquier caso, a su momento crítico, y ninguna otra solución posible sería tan de mi agrado como ésta. De hecho, si puedo serle totalmente sincero, estaba casi seguro de que la carta procedente de Meiringen era una treta y permití que se fuera con la convicción de que sería algo así lo que sucedería a continuación. Dígale al inspector Patterson que los documentos que necesita para declarar culpable a la banda están en el casillero “M”, guardados en un sobre azul en el que está escrito “Moriarty”. Dispuse el reparto de mis propiedades antes de abandonar Inglaterra, cediéndole todo a mi hermano Mycroft. Salude en mi nombre a la señora Watson y créame, querido amigo, que nunca he dejado de serlo suyo sinceramente.

SHERLOCK HOLMES .»

Pocas palabras bastan para contar el resto. Tras el examen del lugar llevado a cabo por expertos no quedó duda de que una pelea personal entre los dos hombres terminó, como no habría podido ser de otro modo en semejante lugar y situación, en un despeñarse en el abismo abrazados el uno al otro. Todo intento de recuperación de los cuerpos era una imposibilidad, y allí, en la profundidad de aquella horrorosa caldera de aguas turbulentas, yacerán para siempre el más peligroso de los criminales y el más grande defensor de la ley de su generación. Nunca se volvió a encontrar al joven suizo y no cabe la menor duda de que era uno de los numerosos agentes que trabajaban para Moriarty. En cuanto a la banda, todavía hoy ha de estar en la memoria de las gentes cómo los hechos que Holmes había ido acumulando ponían totalmente al descubierto su organización y cómo pesaba sobre ellos la mano del hombre ahora muerto. Pocos detalles relativos a éste salieron a la luz durante el proceso, y el que ahora me haya visto obligado a hacer una exposición exacta de su carrera se debe a esos imprudentes paladines que intentan limpiar su memoria, atacando a aquél a quien siempre consideraré como el mejor y el más inteligente de los hombres que yo haya conocido.

FIN

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