Read Las sirenas de Titán Online
Authors: Kurt Vonnegut
«Si este fantasma hablara —dijo Lapp—, nos contaría maravillas del pasado y del futuro, y de cosas del Universo ni siquiera soñadas. Tengo la esperanza de que algunos de ustedes tengan la suerte de estar presentes cuando decida que ha llegado el momento de decirnos todo lo que pueda.
—El momento ha llegado —dijo Rumfoord con voz cavernosa—. Vaya si ha llegado —añadió Winston Niles Rumfoord.
«La guerra que termina hoy ha sido gloriosa para los santos que la perdieron. Esos santos eran terráqueos como nosotros. Fueron a Marte, montaron sus desesperados ataques y murieron alegremente para que los terráqueos pudieran por fin convertirse en un solo pueblo alegre, fraternal y orgulloso.
«Su deseo, cuando murieron —dijo Rumfoord—, era no el paraíso para ellos, sino la hermandad del hombre en la Tierra.
«Con ese objeto, piadosamente deseado —dijo Rumfoord—, les traigo la palabra de una nueva religión que puede ser recibida con entusiasmo en todos los rincones de cada corazón de la Tierra.
«Las fronteras nacionales —dijo Rumfoord—, desaparecerán.
«La sed de guerra —dijo Rumfoord—, se extinguirá. «La envidia, el miedo, el odio se extinguirán. «El nombre de la nueva religión —dijo Rumfoord—, es la Iglesia de Dios, el Absolutamente Indiferente. «La bandera de esa iglesia será azul y oro —dijo Rumfoord—. En esa bandera, en letras de oro sobre campo azul, se leerán las siguientes palabras:
Ocúpate de
los hombres y Dios Todopoderoso se ocupará de sí mismo.
«Las dos principales enseñanzas de esta religión son las siguientes —dijo Rumfoord—: El hombre endeble no puede hacer nada para ayudar o agradar a Dios Todopoderoso, y la Suerte no es la mano de Dios.
«¿Por qué han de creer ustedes en esta religión más que en otra? —preguntó Rumfoord—.
Han de creer en ella porque yo, como jefe de esta religión, puedo hacer milagros, y ningún jefe de otra religión puede. ¿Qué milagros puedo hacer? Puedo hacer el milagro de predecir, con absoluta exactitud, las cosas que traerá el futuro.
A continuación Rumfoord predijo con gran detalle cincuenta acontecimientos futuros.
Esas predicciones fueron cuidadosamente registradas por los presentes.
Es innecesario decir que todo llegó en su momento a cumplirse, y a cumplirse con el mayor detalle.
—Las enseñanzas de esta religión parecerán sutiles y confusas al principio —dijo Rumfoord—. Pero resultarán bellas y claras como el agua a medida que pase el tiempo.
«Como comienzo por ahora confuso —dijo Rumfoord—, les contaré una parábola:
«Una vez la suerte dispuso las cosas de tal manera que nació un niño, Malachi Constant, el más rico de la Tierra. El mismo día la suerte dispuso las cosas de tal manera que una abuela ciega tropezó con un patín de ruedas en lo alto de unas escaleras de cemento, el caballo de un policía pisó al mono de un organillero, y un ladrón de bancos en libertad condicional encontró en el fondo de un baúl, en su desván, un sello de correos que valía novecientos dólares. Y yo les pregunto: ¿La suerte es la mano de Dios?
Rumfoord alzó un dedo índice tan trasparente como una tacita de Limoges.
—En mi próxima visita, compañeros de la fe —dijo Rumfoord—, les contaré una parábola sobre la gente que hace cosas creyendo que Dios Todopoderoso lo quiere. Entre tanto harán bien, como fundamento de esta parábola, en leer todo lo que caiga en sus manos sobre la Inquisición Española.
«La próxima vez que venga a verlos —dijo Rumfoord— les traeré una Biblia revisada para que tenga sentido en los tiempos modernos. Y les traeré una breve historia de Marte, una verdadera historia de los santos que murieron para que el mundo pudiera unirse en la Hermandad del Hombre. Esta historia destrozará el corazón de todo ser humano que sea sensible.
Rumfoord y su perro se desmaterializaron bruscamente.
En la nave espacial que iba de Marte a Mercurio, en la nave espacial que llevaba a Unk y Boaz, el piloto automático decretó que otra vez era de día en la cabina.
Era el alba después de la noche en que Unk le había dicho a Boaz que la cosa que tenía en el bolsillo ya no podía hacer daño a nadie.
Unk dormía sentado en su litera. Tenía sobre las rodillas el rifle cargado y preparado para disparar.
Boaz no dormía. Estaba tendido en su tarima. Boaz no había pegado los ojos. Ahora podía, si lo deseaba, desarmar y matar fácilmente a Unk.
Pero Boaz había decidido que necesitaba un compinche más de lo que necesitaba un modo de hacer que la gente cumpliera exactamente su voluntad. Pero de todos modos, durante la noche había perdido mucha de su seguridad sobre lo que quería que la gente hiciera.
No estar solo, no tener miedo: Boaz había decidido que ésas eran las cosas importantes en la vida. Un verdadero compinche sería más útil que cualquier otra cosa.
La cabina estaba llena de un sonido extraño, como un susurro, una tos. Era risa. Era la risa de Boaz. Lo raro es que Boaz nunca se había reído así, nunca se había reído de las cosas que le hacían reír ahora.
Se reía del lío fenomenal en que estaba metido, y de cómo durante toda su vida militar había presumido entender todo lo que ocurría, y que todo lo que ocurría estaba muy bien.
Se reía de la manera estúpida en que había sido usado por Dios sabe quién para Dios sabe qué.
—Caramba, compadre —dijo en voz alta—, ¿qué estamos haciendo aquí en
el
espacio?
¿Qué estamos haciendo con estas ropas? ¿Quién maneja esta cosa disparatada? ¿Cómo hemos subido a esta caja de lata? ¿Cómo vamos a disparar contra alguien cuando lleguemos adonde vamos? ¿Cómo se nos acercarán y nos dispararán? ¿Cómo? —preguntó Boaz—. Compadre, ¿me vas a decir cómo?
Unk se despertó, blandió el máuser en dirección a Boaz.
Boaz siguió riéndose. Sacó la caja de control del bolsillo y la arrojó al suelo.
—No la quiero, compadre —dijo—. Está muy bien que la hayas hecho pedazos. No la quiero.
Y entonces gritó—: ¡No quiero nada de toda esta basura!
Harmonium - Única forma conocida de vida en el planeta Mercurio. El harmonium vive en cuevas. Sería difícil imaginar una criatura más agraciada.
ENCICLOPEDIA INFANTIL DE MARAVILLAS Y CURIOSIDADES
El planeta Mercurio canta como una copa de cristal.
Canta todo el tiempo.
Un lado de Mercurio mira al Sol. Ese lado siempre ha mirado al Sol. Ese lado es un mar de polvo blanco y caliente.
El otro lado mira a la nada del espacio eterno. Ese lado siempre ha mirado a la nada del espacio eterno. Ese lado es un bosque de cristales gigantescos de un azul blanquecino, de un frío glacial.
La tensión entre el hemisferio caliente del día sin fin y el hemisferio frío de la noche sin fin es lo que hace cantar a Mercurio.
Mercurio no tiene atmósfera, de modo que la canción que canta existe para el sentido del tacto.
La canción es lenta. Mercurio sostendrá una sola nota de la canción durante tanto tiempo como un milenio terrestre. Hay quienes piensan que la canción fue alguna vez rápida, salvaje y brillante, extremadamente variada. Es posible.
Existen criaturas en las profundas cavernas de Mercurio. La canción que canta el planeta es importante para ellas, pues las criaturas son alimentadas por las vibraciones. Se nutren de energía mecánica.
Las criaturas se adhieren a las paredes cantantes de sus cavernas.
De esa manera comen la canción de Mercurio.
Las cavernas de Mercurio son confortables y cálidas en sus profundidades.
Las paredes de las cavernas en sus profundidades son fosforescentes. Dan una luz de color amarillo junquillo.
Las criaturas de las cavernas son translúcidas. Cuando se adhieren a las paredes fosforescentes, la luz las atraviesa. Pero cuando pasa a través de los cuerpos de las criaturas, la luz amarilla se vuelve de un aguamarina vivido.
La naturaleza es una cosa maravillosa.
Las criaturas de las cavernas se parecen mucho a barriletes pequeños y sin cola. Tienen forma de diamante, treinta centímetros de alto por dieciséis de ancho al llegar a la madurez.
No tienen más espesor que la goma de un globo de juguete.
Cada criatura tiene cuatro débiles ventosas de succión, una en cada uno de sus ángulos.
Esas ventosas le permiten arrastrarse, un poco como una oruga, y adherirse y descubrir los lugares donde es mejor la canción de Mercurio.
Cuando han encontrado un lugar que promete buena comida, las criaturas se tienden contra la pared como papel de empapelar húmedo.
Las criaturas no necesitan un sistema circulatorio. Son tan tenues que las vibraciones dadoras de vida hacen estremecer sus células sin intermediarios.
Las criaturas no excretan.
Las criaturas se reproducen por descamación. Cuando se desprenden de un progenitor, son como caspa.
Hay un solo sexo.
Cada criatura desprende simplemente escamas de sí misma y ella misma es como todas las demás.
No existe la infancia como tal Las escamas empiezan a su vez a descamarse tres horas terrestres después de haberse desprendido.
No llegan a la madurez para deteriorarse y morir.
Llegan a la madurez y permanecen en su plenitud, por así decirlo, mientras Mercurio cante.
No hay manera de que una criatura perjudique a otra ni motivo para ello.
El hambre, la envidia, la ambición, el miedo, la indignación, la religión y la codicia sexual son tan improcedentes como desconocidos.
Las criaturas poseen un solo sentido: el tacto.
Tienen poderes telepáticos débiles. Los mensajes que son capaces de transmitir y recibir son casi tan monótonos como la canción de Mercurio. Tienen solos dos mensajes posibles. El primero es una respuesta automática al segundo, y el segundo una respuesta automática al primero.
El primero es: «Aquí estoy, aquí estoy, aquí estoy».
El segundo es: «Me alegro de que estés, me alegro de que estés, me alegro de que estés».
Hay una última característica de las criaturas que no ha sido explicada por motivos utilitarios: parecen disponerse siguiendo un modelo sobre las paredes fosforescentes.
Aunque ciegas e indiferentes a la contemplación de quien quiera que sea, suelen disponerse de manera de formar un diseño regular y deslumbrante de diamantes amarillo junquillo y aguamarina vivido. El amarillo procede de las paredes desnudas de la caverna. El aguamarina es la luz de las paredes filtrada por los cuerpos de las criaturas.
Por su amor a la música y su complacencia en desplegarse al servicio de la belleza, los terráqueos dan un nombre encantador a las criaturas.
Las llaman harmoniums.
Unk y Boaz iban a aterrizar en el lado oscuro de Mercurio, a setenta y nueve días terrestres de Marte. No sabían que el planeta en que estaban aterrizando era Mercurio.
Pensaron que el Sol era aterradoramente grande...
Pero no dejaron de pensar que estaban aterrizando en la Tierra.
Perdieron el sentido durante el período de desaceleración aguda. Ahora estaban volviendo a la conciencia, iban a tener una cruel y encantadora ilusión.
A Unk y Boaz les pareció que su nave se estaba posando lentamente entre rascacielos sobre los cuales se movían los reflectores.
—No están disparando —dijo
Boaz—.
O la guerra ha terminado, o todavía no empezó.
Los alegres haces de luz que veían no eran de reflectores. Venían de los altos cristales situados en el límite entre los hemisferios claro y oscuro de Mercurio. Esos cristales captaban resplandores del sol, los mezclaban prismáticamente, los desplegaban en el lado oscuro. Otros cristales en el lado oscuro captaban los rayos y los transmitían.
Era fácil creer que los reflectores se deslizaban sobre una civilización realmente desarrollada. Era fácil tomar la densa selva de cristales gigantescos de un azul blanquecino por rascacielos estupendos y hermosos.
Junto a una tronera, Unk lloró silenciosamente. Lloraba, por el amor, por la familia, por la amistad, por la verdad, por la civilización. Las cosas por las que lloraba eran todas abstracciones, pues su memoria podía proporcionarle pocas caras u objetos con los que su imaginación pudiera elaborar una representación de la Pasión. Los nombres repiqueteaban en su cabeza como huesos pelados.
Stony Stevenson, un amigo... Bee, una esposa... Crono, un
hijo... Unk, un padre...
Le vino el nombre
Malachi Constant
y no supo qué hacer con él.
Unk se dejó caer en un fantaseo vacío, en un respeto vacío por el espléndido pueblo y las espléndidas vidas que habían producido los majestuosos edificios barridos por los reflectores.
Allí, seguramente, familias sin cara, amigos sin cara y esperanzas sin nombre podrían florecer como...
Unk no encontraba una imagen adecuada para el florecimiento.
Imaginó una fuente extraordinaria, un cono formado por tazones descendentes de diámetro en aumento. No servía. La fuente estaba reseca, llena de ruinas de nidos de pájaros. A Unk le hormigueaban las uñas de los dedos, como raspadas de haberse trepado por los tazones secos.
La imagen no servía.
Unk imaginó de nuevo las tres hermosas muchachas que le hacían señas para que bajara por el cañón aceitado de su máuser.
—¡Viejo —dijo Boaz—, todo el mundo duerme, pero no por mucho rato! —Su voz era como un arrullo, los ojos le relampagueaban—. ¡Cuando el viejo Boaz y el viejo Unk lleguen a la ciudad, todo el mundo despertará y quedará despierto semanas y semanas!
La nave era diestramente guiada por el piloto automático. La maquinaria hablaba nerviosamente consigo, girando, zumbando, tintineando, susurrando. Iba advirtiendo y esquivando los riesgos de los costados, buscando un lugar ideal para aterrizar abajo.
Los diseñadores del piloto automático habían introducido en la máquina, adrede, la idea obsesiva de buscar abrigo para su supuesta carga de soldados y materiales preciosos. El piloto automático depositaría los soldados y materiales preciosos en el agujero más profundo que pudiera hallar. Era de suponer que el aterrizaje se haría frente a un fuego hostil.
Veinte minutos terrestres más tarde, el piloto automático aún hablaba consigo mismo, hallando tanto tema de conversación como siempre. Y la nave seguía cayendo, y cayendo rápido. Los reflectores y rascacielos no se verían por mucho más tiempo. Sólo había una negrura de tinta.