Las sirenas de Titán (8 page)

Read Las sirenas de Titán Online

Authors: Kurt Vonnegut

BOOK: Las sirenas de Titán
2.25Mb size Format: txt, pdf, ePub

Todo lo que había era una cama, una cómoda con tres cajones forrados de papel de diario y, en el cajón del fondo, una Biblia Gideon. La página del diario que forraba el cajón del medio era la de cotizaciones bursátiles de catorce años atrás.

Hay una adivinanza sobre un hombre que está encerrado en una habitación donde sólo hay una cama y un calendario, y la pregunta es la siguiente: ¿cómo sobrevive?

La respuesta es: Come
dates (fechas
y también
dátiles)
del calendario, y bebe agua de los
springs (resortes
y también
manantiales)
de la cama.

Esta adivinanza se presta bastante bien para describir la génesis de Magnum Opus. Los elementos con que Noel Constant elaboró su fortuna no eran más nutritivos en sí mismos que los de la adivinanza.

Magnum Opus se construyó con un lápiz, una chequera y algunos sobres del Gobierno del tamaño de los cheques, una Biblia Gideon y un estado de cuenta de ocho mil doscientos doce dólares.

Esa suma era los bienes del padre anarquista, que habían correspondido a Noel Constant.

Los bienes consistían principalmente en bonos del Estado.

Y Noel Constant tenía un programa de inversiones. Era la simplicidad misma. La Biblia sería el asesor.

Hay quienes, después de estudiar el sistema de inversiones de Noel Constant, han llegado a la conclusión de que, o era un genio, o tenía un magnífico sistema de espías en la industria.

Elegía invariablemente los valores bursátiles con mejores perspectivas, días u horas antes de que empezaran a subir. En doce meses, casi sin salir de la habitación 223 del Wilburhampton Hotel, acrecentó su fortuna hasta llegar a un millón doscientos mil dólares.

Noel Constant lo hizo con genio y sin espías.

El sistema era tan estúpidamente sencillo que algunos no podían entenderlo, por más que les fuera explicado. Los que no podían entenderlo son los que necesitan creer, para su propia paz interna, que las enormes riquezas sólo pueden ser producidas por un enorme talento.

Este era el sistema de Noel Constant:

Tomó la Biblia Gideon que había en su cuarto, y empezó con la primera frase del Génesis.

La primera frase del Génesis, como algunos saben, dice: «In the beginning God created the heaven and the earth» («En el principio creó Dios los cielos y la tierra»). Noel Constant escribió la frase con letras mayúsculas, dejó huecos entre las letras, dividió las letras en pares, de modo que la frase quedaba así: «I.N., T.H., E.B., E.G., I.N., N.I., N.G., G.O., D.C., R.E., A.T., E.D., T.H., E.H., E.A., V.E., N.A., N.D., T.H., E.E., A.R., T.H.

Y después buscó las compañías que tuvieran esas iniciales y compró acciones. Su norma, al principio, era la de comprar acciones sólo de una compañía por vez, invertir en ella todo lo que tenía y venderlas en el momento en que su valor se hubiera duplicado.

Su primera inversión fue International Nitrate. Después vinieron Trowbridge Helicopter, Electra Bakeries, Eternity Granite, Indiana Novelty, Norwich Iron, National Gelatin, Granada Oil, DelMar Creations, Richmond Electroplating, Anderson Trailer, y Eagle Duplicating.

El programa de los doce meses siguientes fue éste: Trowbridge Helicopter de nuevo, Elco Hoist, Engineering Associates, Vickery Electronics, National Alum, National Dredging, Trowbridge Helicopter de nuevo.

La tercera vez que compró Trowbridge Helicopter, no compró sólo una parte. Compró la totalidad, sin excepción.

Dos días después, la compañía concertaba un contrato a largo plazo con el Gobierno relativo a misiles balísticos intercontinentales; en dicho contrato se asignaba a la compañía un valor, calculado con prudencia, de cincuenta y nueve millones de dólares. Noel Constant la había comprado por veintidós.

La única decisión ejecutiva que Noel Constant adoptó con respecto a la compañía figuraba en una orden escrita en una tarjeta postal del Wilburhampton Hotel. La tarjeta estaba dirigida al presidente de la compañía, y le decía que cambiara el nombre por el de Galactic Spacecraft, Inc., puesto que hacía rato que la compañía había dejado atrás tanto Trowbridge como los helicópteros.

En adelante, siguió buscando asesoramiento en la Biblia Gideon, pero conservó grandes cantidades de acciones en las firmas que realmente le gustaban.

Durante los dos primeros años que pasó en la habitación 223 del Wilburhampton Hotel, Noel Constant tuvo un solo visitante. Ese visitante no sabía que era rico. Se trataba de una camarera llamada Florence Whitehill, que pasaba con él una noche cada diez por una pequeña cantidad de dinero.

Florence, como todos en el Wilburhampton Hotel, le creía cuando decía que vendía sellos de correos. La higiene personal no era la característica más notoria de Noel Constant. Era fácil creer que su trabajo lo ponía en constante contacto con la goma de pegar.

Los únicos que sabían lo rico que era, eran los empleados de la Oficina de Impuestos Internos, y los de la majestuosa firma contable de Clough y Higgins.

Al cabo de dos años, Noel Constant recibió su segundo visitante en la habitación 223.

El segundo visitante fue un hombre de veintidós años, de ojos azules, delgado y observador. Provocó la intensa atención de Noel Constant al anunciarle que pertenecía a la Oficina de Impuestos Internos de los Estados Unidos.

Constant invitó al joven a entrar en su cuarto y a sentarse en la cama. El se quedó de pie.

—Así que me mandan a un chico —dijo Noel Constant.

El visitante no se ofendió. Sacó partido de la burla, usándola para dar de sí mismo una imagen realmente escalofriante.

—Un chico con el corazón de piedra y la mente rápida como una mangosta, Mr. Constant —dijo—. He estudiado, además, en la Escuela de Comercio de Harvard.

—Tal vez sea así —dijo Constant—, pero no creo que usted pueda hacerme daño. No le debo un centavo al Gobierno Federal.

El inexperto visitante asintió.

—Ya lo sé. Lo he encontrado todo en un orden perfecto.

El joven echó una mirada a la habitación. No le sorprendió su sordidez. Tenía experiencia bastante como para esperar encontrarse con algo morboso.

—He estado examinando sus planillas de impuestos a los réditos de los dos últimos años, y según mis cálculos usted es el hombre de más suerte que jamás haya existido —dijo.

—¿Suerte? —dijo Noel Constant.

—Así me parece —respondió el joven visitante—. Y a usted, ¿qué le parece? Por ejemplo, ¿qué fabrica Elco Hoist Company?

—¿Elco Hoist? —repitió Constant sin expresión.

—Usted fue dueño del cincuenta y tres por ciento de las acciones de la compañía durante un período de dos meses —dijo el joven visitante.

—Bueno... fabrica grúas, cosas para levantar diversos objetos —dijo Noel Constant atragantado—. Y diversos artículos conexos.

La sonrisa del joven visitante le puso bigotes de gato debajo de la nariz.

—Le diré para su conocimiento —dijo—, que Elco Hoist Company era el nombre que en la última guerra dio el Gobierno a un laboratorio absolutamente secreto que trabajaba en la preparación de un mecanismo para escuchar debajo del agua. Después de la guerra se vendió a una empresa privada, y el nombre nunca se modificó puesto que los trabajos seguían siendo un secreto absoluto y el único cliente era el Gobierno.

»Supongamos que usted me dice —continuó el joven visitante— qué fue lo que le indicó que era oportuno invertir en Indiana Novelty. ¿Usted creyó que fabricaban objetos de cotillón y sombreritos de papel?

—¿Tengo que contestar estas preguntas para la Oficina de Impuestos Internos? —dijo Noel Constant—. ¿Tengo que describir en detalle cada compañía de mi propiedad o en caso contrario no puedo quedarme con el dinero?

—Preguntaba sólo por curiosidad mía. Por su reacción, conjeturo que usted no tiene la más remota idea de lo que hace Indiana Novelty. Le diré, para su información, que Indiana Novelty no fabrica absolutamente nada, sino que es dueña de ciertas patentes fundamentales de máquinas para recauchutar neumáticos.

—¿Qué le parece si volvemos a los asuntos de la Oficina de Impuestos Internos? —dijo Noel Constant secamente.

—No estoy más en la Oficina —dijo el joven visitante—. He renunciado esta mañana a mi empleo de ciento catorce dólares semanales para tomar otro de dos mil.

—¿Para quién va a trabajar? —dijo Noel Constant.

—Para usted —dijo el joven. Se puso de pie, tendió la mano—. Me llamo Ransom K. Fern —dijo—. En la Facultad de Comercio de Harvard —prosiguió el joven Fern—, tenía un profesor que siempre me decía que yo era inteligente, pero que debía encontrar
mi tipo,
si quería ser rico. No me explicó qué quería decir. Añadió que lo encontraría tarde o temprano.

Le pregunté cómo podía salir a buscarlo, y me aconsejó que trabajara más o menos durante un año en la Oficina de Impuestos Internos.

«Cuando vi sus planillas de impuestos, Mr. Constant, entendí de pronto lo que había querido decirme. Había querido decirme que yo era sagaz y concienzudo, pero que no tenía demasiada suerte. Debía encontrar a alguien que tuviera una suerte asombrosa, y así lo hice.

—¿Por qué le voy a pagar dos mil dólares por semana? —dijo Noel Constant—. Usted está viendo cuáles son mis instalaciones y mi personal, y sabe lo que he conseguido con ellos.

—Sí... —dijo Fern—, y le puedo mostrar cómo podía haber hecho usted doscientos millones cuando sólo ha hecho cincuenta y nueve. Usted no sabe absolutamente nada de derecho comercial o derecho impositivo, ni siquiera conoce los procedimientos comunes del comercio.

A continuación, Fern probó lo que había dicho a Noel Constant, padre de Malachi, y le mostró un plan de organización que llevaba el nombre de Magnum Opus, Incorporated. Era una maravillosa maquinaria montada para violar el espíritu de miles de leyes sin contravenir siquiera una ordenanza urbana.

Noel Constant quedó tan impresionado por ese monumento a la hipocresía y a la astucia práctica, que quiso inmediatamente comprar acciones sin consultar siquiera la Biblia.

—Pero Mr. Constant —dijo el joven Fern—, ¿no ha comprendido? Magnum Opus es usted, usted es el presidente de la Junta y yo el Director.

«Mr. Constant —continuó—, por ahora usted es tan fácil de vigilar para la Oficina de Impuestos Internos como un vendedor de peras y manzanas instalado en una esquina. Pero imagínese lo difícil que sería vigilarlo si tuviera todo un edificio de oficinas atestado hasta el techo de burócratas industriales, hombres que pierden cosas y usan formularios equivocados y crean otros nuevos y piden todo por quintuplicado, y que entienden quizá un tercio de lo que se les dice, que por lo general dan respuestas falsas para ganar tiempo y pensar, que toman decisiones sólo cuando se ven obligados y que después borran las huellas, que cometen errores de perfecta buena fe cuando suman y restan, que hacen reuniones cada vez que se sienten solos, que escriben un memorándum cuando se sienten mal queridos, hombres que nunca tiran nada salvo si piensan que puede hacerlos saltar. Un solo industrial burócrata, si tiene suficiente vitalidad y nervio, es capaz de producir una tonelada de papel sin sentido que la Oficina de Impuestos Internos tardará un año en examinar. ¡En el edificio Magnum Opus tendremos miles! Y usted y yo nos reservaremos los dos últimos pisos y usted podrá seguir la pista de lo que ocurre, exactamente como ahora. —Echó una mirada en torno a la habitación—. ¿Cómo hace ahora, dicho sea de paso, para seguir la pista de lo, que ocurre, escribiendo con un fósforo quemado en los márgenes de una guía de teléfonos?

—En mi cabeza —dijo Noel Constant.

—Hay una ventaja más que debo señalarle —dijo Fern—. Algún día se le acabará la suerte. Y entonces necesitará el administrador más sagaz, más concienzudo que pueda encontrar, o fundirá hasta el último centavo.

—Queda contratado —dijo Noel Constant, padre de Malachi.

—Bueno, ¿dónde construiremos el edificio? —dijo Fern.

—Este hotel es mío, y el solar que está del otro lado de la calle es del hotel —dijo Noel Constant—. Constrúyalo en el solar de enfrente. —Extendió un índice ganchudo—. Pero hay una sola cosa...

—¿Sí, señor?

—No me mudaré —dijo Noel Constant—. Aquí me quedo.

Los que quieran conocer más detalles de la historia de Magnum Opus, Inc., pueden pedir en las bibliotecas públicas dos obras: la romántica
¿Un sueño demasiado insensato?,
de Lavina Waters, o la rigurosa
Primeros pasos,
de Crowther Gomburg.

El volumen de Lavina Waters, aunque vacilante en los detalles comerciales, contiene el mejor relato de cómo la camarera Florence Whitehill descubrió que había quedado embarazada por obra de Noel Constant, y que Noel Constant era multi-multi-millonario.

Noel Constant se casó con la camarera, le dio una gran casa y abrió a su nombre una cuenta bancaria con un millón de dólares. Le dijo que llamara al niño Malachi si era varón y Prudence si era mujer. Le pidió que tuviera a bien ir a verlo una vez cada diez días a la habitación 223 del Wilburhampton Hotel, pero que no llevara al niño.

El libro de Gomburg, aunque de primera línea en los detalles comerciales, se ve perjudicado por la tesis central de Gomburg, a saber, que Magnum Opus fue el producto de un complejo de imposibilidades de amar. Leyendo entre líneas el libro de Gomburg, se ve claramente que el propio Gomburg no ha sido amado y es incapaz de amar.

Dicho sea de paso, ni Lavina Waters ni Gomburg descubrieron el método de inversiones de Noel Constant. Ransom K. Fern tampoco lo descubrió, aunque hizo lo imposible.

La única persona a quien Noel Constant se lo dijo fue a su hijo, Malachi, el día que cumplió veintiún años. Aquella fiesta de cumpleaños entre dos se desarrolló en la habitación 223 del Wilburhampton. Era la primera vez que padre e hijo se encontraban.

Malachi había ido a ver a Noel por invitación.

Cosa típica de las emociones humanas, el joven Malachi Constant prestó más atención a un detalle de la habitación que al procedimiento secreto para ganar millones y aun miles de millones de dólares.

El secreto para ganar dinero era tan elemental, por empezar, que no necesitaba mucha atención. La parte más complicada se refería a la forma en que el joven Malachi habría de retomar la antorcha de Magnum Opus una vez que Noel, al fin, la soltara. El joven Malachi debía pedir a Ransom K. Fern una lista cronológica de las inversiones de Magnum Opus y, leyendo el margen, el joven Malachi sabría hasta dónde había llegado el viejo Noel en la Biblia y dónde debía empezar él.

Other books

Full Moon by Talbot Mundy
A Whirlwind Vacation by Krulik, Nancy
Lauri Robinson by The Sheriff's Last Gamble
Kushiel's Scion by Jacqueline Carey
The Jewels of Cyttorak by Unknown Author