Las sirenas de Titán (21 page)

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Authors: Kurt Vonnegut

BOOK: Las sirenas de Titán
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Vio a dónde llevaban.

Su marcha fue terca y desordenada. El pobre Unk había perdido mucho peso y mucho pelo también. Envejecía rápido. Los ojos le ardían y tenía el esqueleto desvencijado.

Unk nunca se había afeitado en Mercurio. Cuando el pelo y la barba le crecieron hasta estorbarle, se corto unos mechones con un cuchillo de carnicero.

Boaz se afeitaba todos los días. Dos veces por semana terrestre se cortaba el pelo con un equipo de peluquero que tenía en la nave espacial.

Boaz, doce años menor que Unk, nunca se había sentido mejor en su vida. Había aumentado de peso en las cavernas de Mercurio, y además había ganado en serenidad.

La bóveda donde vivía Boaz estaba amueblada con un catre, una mesa, dos sillas, un púnchinbol, un espejo, unas palancas de gimnasio, un grabador y unas cien obras musicales grabadas en cinta magnética.

La bóveda donde vivía Boaz tenía una puerta y un canto rodado con el que podía cerrar la boca de la bóveda. La puerta era necesaria, pues Boaz era Dios Todopoderoso para los harmoniums. Podían localizarlo por los latidos del corazón.

De dormir con la puerta abierta, se hubiera despertado cubierto de cientos de miles de admiradores, que sólo lo hubieran dejado levantarse cuando cesara de latir su corazón. Boaz, como Unk, estaba desnudo. Pero aún tenía zapatos. Sus zapatos de cuero auténtico habían resistido magníficamente. En realidad, Unk había caminado setenta kilómetros por cada uno de Boaz, pero los zapatos de Boaz no se habían limitado a resistir. Parecían nuevos.

Boaz los cepillaba, enceraba y lustraba regularmente.

En ese momento los estaba lustrando. La puerta de su bóveda estaba bloqueada por la piedra. Sólo cuatro harmoniums favorecidos estaban con él. Dos se le habían subido a los brazos. Uno estaba adherido al muslo. El cuarto, un harmonium inmaduro de sólo siete centímetros de largo, colgaba del interior de su muñeca izquierda, alimentándose del pulso de Boaz.

Cuando Boaz encontraba un harmonium que le gustaba más que todos los otros, hacía eso: dejaba que la criatura se alimentara de su pulso.

—¿Te gusta? —le decía mentalmente al afortunado harmonium—. ¿No es lindo?

Nunca se había sentido mejor físicamente, nunca se había sentido mejor mentalmente, nunca se había sentido mejor espiritualmente. Se alegraba de que él y Unk se hubieran separado, porque a Unk le gustaba dar vuelta las cosas de manera que todo el que fuera feliz pareciera estúpido o loco.

—¿Qué es lo que hace que un hombre sea así? —preguntaba mentalmente Boaz al pequeño harmonium—. ¿Qué es lo que cree ganar comparado con lo que desecha? No es de extrañarse que parezca enfermo.

Boaz meneó la cabeza. —He tratado de que se interese en ustedes, muchachos, y casi se vuelve loco. De nada sirve volverse loco.

«No sé lo que está pasando —dijo Boaz mentalmente—, y es probable que no sea lo bastante inteligente para entenderlo si alguien me lo explica. Todo lo que sé es que en cierto modo nos están poniendo a prueba, alguien o alguna cosa muchísimo más inteligente que nosotros, y todo lo que puedo hacer es mostrarme servicial y mantener la calma y tratar de pasarlo bien hasta que se termine.

Boaz asintió. —Es mi filosofía, amigos —dijo a los harmoniums que tenía pegados—. Y si no me equivoco, es también la de ustedes. Supongo que por eso hemos llegado a entendernos tan bien.

La punta del zapato de cuero auténtico que Boaz estaba lustrando brilló como un rubí.

—Vaya, vaya, vaya —se dijo Boaz a sí mismo, contemplando el rubí. Cuando se lustraba los zapatos, imaginaba que podía ver muchas cosas en los rubíes de la punta.

Ahora Boaz miraba un rubí y veía a Unk estrangulando al pobre Stony Stevenson, en la picota de piedra, en la pista metálica de los desfiles, allá en Marte. La imagen horrible no era un recuerdo casual. Era el punto muerto de la relación de Boaz con Unk.

—No me digas la verdad —decía Boaz en sus pensamientos— y yo no te la diré. —Era un argumento que había expuesto varias veces a Unk.

Boaz había inventado el argumento y su significado era el siguiente: Unk dejaría de decirle a Boaz verdades sobre los harmoniums porque Boaz los quería y era lo suficientemente bueno como para no decir verdades que hicieran desdichado a Unk.

Unk no sabía que había estrangulado a su amigo Stony Stevenson. Unk creía que Stony estaba aún maravillosamente vivo en algún lugar del Universo. Unk vivía soñando que se reunía con Stony.

Boaz era lo suficientemente bueno como para callar la verdad a Unk, por grande que hubiera sido la provocación de éste.

La horrible imagen del rubí se desvaneció. —Sí, señor —dijo Boaz en sus pensamientos.

El harmonium adulto que Boaz tenía en el brazo se movió.

—¿Le estás pidiendo
un
concierto al viejo Boaz? —preguntó mentalmente Boaz a la criatura—. ¿Eso es lo que estás tratando de decir? El viejo Boaz no quiere pasar por ingrato, porque sabe el gran honor que es tenerlos tan cerca del corazón. Sólo que sigo pensando en todos mis amigos de afuera, y sigo deseando que lo estén pasando bien, también. ¿Eso es lo que estás tratando de decir? —dijo mentalmente Boaz—. Estás tratando de decir, «Por favor, papá Boaz, pon un concierto para todos los pobres amigos que están afuera». ¿Eso es lo que estás tratando de decir?

Boaz sonrió.

—No tienes por qué adularme —dijo al harmonium.

El pequeño harmonium que tenía en la muñeca se dobló hacia arriba y después volvió a extenderse.

—¿Qué estás tratando de decirme? —le preguntó—. Estás tratando de decir: «Tío Boaz, tu pulso es demasiado suculento para un mocoso como yo. Tío Boaz, pon alguna música bonita, suave, fácil de comer». ¿Eso es lo que estás tratando de decir?

Boaz volvió la atención al harmonium que tenía en el brazo derecho. La criatura no se había movido.

—¿No eres tú el tranquilo? —preguntó mentalmente Boaz a la criatura—. No hablas mucho, pero piensas todo el tiempo. Apuesto a que piensas que el viejo Boaz es bien malo, que no hace sonar la música todo el tiempo, ¿eh?

El harmonium que tenía en el brazo izquierdo se movió de nuevo.

—¿Qué estás diciendo? —dijo Boaz mentalmente. Alzó la cabeza, hizo como que escuchaba aunque no podía circular ningún sonido en el vacío en que vivía—. Estás diciendo:

«Por favor, Rey Boaz, tócanos la
Obertura 1812
»
.
Boaz demostró sorpresa, luego severidad.

—Porque algo parezca mejor que todo lo demás —dijo mentalmente— no significa que sea bueno para ti.

Los eruditos especializados en la Guerra Marciana suelen pasmarse ante la extraña irregularidad de los preparativos bélicos de Rumfoord. En algunos sectores, sus planes eran terriblemente endebles. Los zapatos que proveyó a sus tropas ordinarias, por ejemplo, eran casi una sátira de lo transitorio de la sociedad de pacotilla de Marte, una sociedad cuyo único propósito era destruirse a sí misma uniendo a los pueblos de la Tierra.

Sin embargo, en las grabaciones musicales que Rumfoord eligió personalmente para las naves abastecedoras de la compañía, se comprueba un gran capital cultural, un capital preparado como para una civilización monumental que fuera a durar mil años terrestres. Se dice que Rumfoord empleó más tiempo en las inútiles discotecas musicales, que en la artillería y en la sanidad militar combinadas.

Como ha dicho un ingenio anónimo: «El ejército de Marte llegó con trescientas horas de música continuada y no duró lo suficiente como para escuchar hasta el final el
Vals de un
Minuto
»
.

La explicación de la extraña importancia dada a la música que llevaban las naves abastecedoras de Marte es sencilla: Rumfoord era loco por la buena música, locura, dicho sea de paso, que le dio sólo des pues de que el infundibulum crono-sinclástico lo hubiera desplegado a través del tiempo y del espacio.

Los harmoniums de las cuevas de Mercurio también eran locos por la buena música. Se habían alimentado de una sola nota de la canción de Mercurio sostenida durante siglos.

Cuando Boaz les dio a probar la música por primera vez, con
Le Sacre du Printemps, al
gunas de las criaturas murieron en éxtasis.

Un harmonium muerto se encoge y se vuelve anaranjado en la luz amarilla de las cuevas de Mercurio. Un harmonium muerto parece un damasco seco.

En esa primera ocasión, que no se había planeado como concierto para los harmoniums, el grabador se hallaba en el piso de la nave espacial. Las criaturas que murieron en éxtasis estaban en contacto directo con el casco metálico de la nave.

Ahora, dos años y medio más tarde, Boaz demostraba la manera adecuada de dar un concierto para las criaturas sin matarlas.

Boaz dejó la cueva donde vivía, llevándose consigo el grabador y las selecciones musicales para el concierto. En el corredor exterior había dos tablas de planchar de aluminio con punteras de fibra en las patas. Las tablas de planchar estaban a dos metros de distancia, y tendido entre las dos había un bastidor con un cañamazo de fibra de liquen sostenido por estacas de aluminio.

Boaz puso el grabador en el medio del bastidor. El propósito del aparato montado era diluir en lo posible las vibraciones del grabador. Antes de llegar al piso de piedra, las vibraciones debían luchar con el cañamazo muerto, las manijas del bastidor, las tablas de planchar y por último las punteras de fibra de las patas de las tablas de planchar.

La dilución era una medida de seguridad. Garantizaba que ningún harmonium recibiría una dosis excesiva y letal de música.

Boaz ponía entonces la cinta en el grabador y lo hacía funcionar. Durante todo el concierto montaba guardia junto al aparato. Su deber era vigilar que ninguna criatura se acercara demasiado. Su deber, cuando una criatura se había acercado demasiado, era sacarla de la pared o el piso, reprenderla y trasladarla a unos cien metros por lo menos de distancia.

—Si no eres capaz de ser más juicioso —decía mentalmente al temerario harmonium—, terminarás aquí tres días. Piénsalo bien.

En realidad, una criatura situada a cincuenta metros del grabador seguía consiguiendo música abundante para comer.

Las paredes de las cuevas eran tan buenas conductoras, que los harmoniums pegados a las paredes de otras cuevas, a kilómetros de distancia, recibían bocanadas de los conciertos de Boaz a través de la piedra.

Unk, que había seguido las huellas en las cuevas, ahondando cada vez más, podía decir por la forma en que se comportaban los harmoniums, que Boaz estaba dando un concierto. Había llegado a un nivel cálido donde los harmoniums eran espesos. Su esquema regular de diamantes alternados amarillos y aguamarina se iba rompiendo, degenerando en melladuras que empalmaban, en ruedas de engranaje, en relámpagos fulgurantes. La música los ponía así.

Unk dejó sus cosas en el suelo y se tendió a descansar.

Soñaba con colores que no fueran el amarillo y el aguamarina.

Después soñó que su buen amigo Stony Stevenson lo estaba esperando a la vuelta del próximo recodo. Se reanimaba pensando en las cosas que él y Stony dirían cuando se encontraran. En la mente de Unk no había una cara que correspondiera al nombre de Stony Stevenson, pero eso no importaba demasiado.

—Qué dos —se dijo Unk a sí mismo. Con eso quería significar que él y Stony, trabajando juntos, serían invencibles.

—Te lo digo —se decía Unk a sí mismo con satisfacción—, son dos que aquéllos quisieran mantener separados a toda costa. Si el viejo Stony y el viejo Unk llegan a encontrarse de nuevo, será mejor que aquéllos se cuiden. Cuando el viejo Stony y el viejo Unk se juntan, puede ocurrir cualquier cosa, y así pasa a menudo.

El viejo Unk lanzó una risita. Las gentes presuntamente asustadas de que Unk y Stony se juntaran vivían en los grandes, hermosos edificios de arriba. La imaginación de Unk había trabajado mucho en tres años con los atisbos que había tenido de los supuestos edificios, que eran en realidad, sólidos, muertos, fríos, inertes cristales. La imaginación de Unk estaba ahora segura de que los amos de toda la creación vivían en aquellos edificios. Eran los carceleros de Unk y quizá de Stony. Hacían experimentos con Unk y Boaz en las cuevas. Escribían los mensajes con los harmoniums. Los harmoniums no tenían nada que ver con los mensajes.

Unk daba por seguras todas estas cosas. Daba además por seguras muchas otras cosas. Hasta sabía cómo estaban amueblados los edificios de arriba. Los muebles no tenían patas. Flotaban en el aire, suspendidos por el magnetismo. Y las gentes no trabajaban y no se preocupaban.

Unk los odiaba.

Odiaba también a los harmoniums. Arrancó uno de la pared y lo partió en dos. El harmonium se encogió en seguida, se puso anaranjado.

Unk lanzó al techo el cadáver en dos pedazos. Y mirando al techo vio un nuevo mensaje escrito. El mensaje se estaba desintegrando a causa de la música. Pero aún era legible.

En cinco palabras le decía cómo escapar con seguridad, facilidad y rapidez de las cuevas.

Cuando encontró la solución del acertijo que había sido incapaz de resolver en tres años, Unk se vio obligado a admitir que era sencillo y claro.

Unk bajó por las cuevas hasta llegar al concierto de Boaz para los harmoniums. Unk llegaba desolado y con los ojos desorbitados por las grandes noticias. No podía hablar en el vacío, así que llevó a Boaz a empujones hasta la nave espacial.

Allí, en la atmósfera inerte de la cabina, Unk le dijo a Boaz el mensaje que significaba salir de las cuevas.

Ahora le tocaba a Boaz reaccionar lentamente. Boaz se había estremecido ante la menor ilusión de inteligencia de parte de los harmoniums, pero ahora que había oído la posibilidad de liberarse de su prisión, mostraba una extraña reserva.

—Eso, eso explica otro mensaje —dijo Boaz suavemente.

—¿Qué otro mensaje? —preguntó Unk.

Boaz levantó la mano para describir un mensaje que había aparecido en la pared exterior de su cueva cuatro días terrestres antes. —Decía, «¡BOAZ NO TE VAYAS!» —dijo Boaz. Miró para abajo, semiconsciente—. TE QUEREMOS, BOAZ, eso es lo que decía.

Boaz dejó caer las manos a los lados del cuerpo, se apartó como quien se aleja de una belleza intolerable.

—Lo vi —dijo— y tuve que sonreír. Miré a esos personajes dulces, buenos, allí en la pared, y me dije: «Muchachos, ¿cómo va a hacer el viejo Boaz para ir a ningún lado? ¡El viejo Boaz, se queda clavado aquí por mucho tiempo todavía!

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