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Authors: Brian Weiss

Lazos de amor (14 page)

BOOK: Lazos de amor
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Nuestra mente está obnubilada. Nuestros valores, invertidos.

Muchos psiquiatras me han confesado que se sienten atrapados por sus pacientes. Han perdido la ilusión de ayudarles.

A ellos, les recuerdo que también son seres espirituales. Están apresados por sus propias inseguridades y su ego. Ellos también necesitan valor para correr riesgos y para dar el paso definitivo hacia la salud y la felicidad.

Capítulo 17

Pues hemos llegado a este lugar por diferentes caminos. No tengo la sensación de que nos hayamos conocido antes, de déja Vú. No creo que fueras tú, vestida de azul lavanda, quien estaba a orillas del mar, cuando yo pasaba cabalgando en el año 1206, o a mi lado en las guerras fronterizas, o allá en las Gallatin, hace cien años, tumbada junto a mí en la hierba de un verde plateado, sobre un pueblo de montaña. Lo sé por la naturalidad con la que vistes ropa lujosa y por cómo mueves la boca cuando te diriges al camarero en los buenos restaurantes. Tú provienes de los castillos Y' de las catedrales, de la elegancia y del imperio.

ROBERT JAMES WALLER

Cuando terminé la cuenta atrás, Elizabeth ya había entrado en un trance profundo. Le temblaban los párpados. Su cuerpo estaba relajado y el ritmo de su respiración se había tranquilizado. Su mente ya estaba lista para iniciar el viaje a través del tiempo.

La trasladé lentamente al pasado, en esta ocasión a través de un riachuelo de montaña como puerta de acceso al pasado remoto. Atravesó el arroyo hasta alcanzar una hermosa luz. Pasó a través de ella y emergió en otro lugar y otro tiempo, en una vida anterior.

—Llevo unas sandalias de suela fina —dijo cuando le pedí que observara sus pies—. Con unas cintas alrededor ,de los tobillos. Llevo un vestido blanco muy largo, cortado de forma desigual. Por delante tiene forma de velo y cubre mi cuerpo hasta los tobillos. Las mangas son muy anchas y me cuelgan hasta el codo. Llevo unos brazaletes de oro en los brazos y en las muñecas —dijo describiéndose a sí misma vívidamente y con gran detalle—. Tengo el pelo castaño oscuro y me llega por debajo de los hombros, los ojos marrones. Mi piel es ligeramente morena —añadió.

—Eres una niña —supuse.

—Sí ————contestó pausadamente. —¿Cuántos años tienes, más o menos? —Unos catorce.

—¿Qué haces? ¿Dónde vives? —le dije, formulándole dos preguntas seguidas antes de darle tiempo a responder.

—En el recinto del templo —contestó—. Me estoy preparando para ser una sanadora y ayudar a los sacerdotes.

—¿Sabes cómo se llama este lugar? —le pregunté.

—Estoy en Egipto... hace mucho tiempo. —¿Puedes decirme el año?

—No —respondió—. No lo sé... pero hace mucho, mucho tiempo. .

Le pregunté por sus recuerdos y experiencias de aquella vida anterior.

—¿A qué se debió que empezaras tu preparación para ser una sanadora y trabajar con los sacerdotes?

—Me escogieron los sacerdotes, como hicieron con los demás. A todos se nos escoge según nuestros talentos y capacidades... Los sacerdotes lo saben desde que somos muy jóvenes.

Yo quería obtener más información sobre ese proceso de selección.

—¿Cómo saben cuáles son vuestros talentos?

¿Os observan en la escuela o en vuestra casa?

—Oh, no —me corrigió—. Lo saben por intuición. Son muy sabios. Saben quién es bueno en aritmética y debe prepararse para ser ingeniero, contable o tesorero. Saben quién tiene talento para escribir y puede ser escribano. Saben quién tiene capacidad para ser militar y debe ser preparado para dirigir ejércitos. Saben quiénes podrán ser los mejores administradores, que habrán de prepararse para ejercer de gobernantes o funcionarios. También saben quiénes tienen cualidades para sanar y una buena intuición; éstos estudian para convertirse en sanadores y consejeros, e incluso para ser sacerdotes.

—Entonces son los sacerdotes los que deciden la profesión a la que se va a dedicar cada cual —dije resumiendo.

—Sí —asintió—. Los sacerdotes adivinan nuestros talentos y capacidades cuando somos muy pequeños. Entonces empieza nuestra preparación... No nos queda otro remedio.

—Esta preparación, ¿está al alcance de todo el mundo?

—Oh, no —contestó—. Sólo de los nobles, de

los que tienen algún parentesco con el Faraón.

—¿Deben
ser
familia del Faraón?

—Sí, pero su familia es muy amplia. Los primos lejanos también son considerados como parte de la familia.

—¿y qué ocurre con las personas dotadas que no son parientes suyos? —pregunté.

Mi curiosidad hizo que nos centráramos en ese sistema de selección familiar.

—Pueden asistir a algunas clases —me explicó con paciencia—. Pero sólo pueden llegar a ser... ayudantes de los dirigentes, es decir, de los parientes de la familia real.

—¿Tienes algún parentesco con el Faraón?—le pregunté.

—Soy una prima; pero no demasiado cercana. —Lo bastante cercana... —añadí.

—Sí —contestó.

Decidí pasar a otra cosa, aunque sabía que el paciente que venía después de Elizabeth había cancelado su visita, así que no tenía tanta prisa como de costumbre.

—¿Hay algún familiar contigo?

—Sí. Mi hermano. Estamos muy unidos. Tiene dos años más que yo. También ha sido elegido para prepararse como sanador y sacerdote y estamos trabajando juntos. Nuestros padres viven un poco lejos y por eso es maravilloso tenerle aquí conmigo... Puedo verlo en estos momentos.

Me arriesgué una vez más a desviar el rumbo de sus evocaciones con el objetivo de averiguar detalles de sus relaciones y poder entenderlas.

—Miradle cerca a la cara. Mírale. a los ojos.

¿Lo reconoces como alguien de tu vida actual? Elizabeth contemplaba fijamente el rostro de su hermano.

—No —dijo con tristeza—. No lo reconozco.

En cierto modo yo tenía la esperanza de que reconociera a su amada madre, o tal vez a su hermano o a su padre. Pero no se produjo ningún reconocimiento.

—Ahora avanza en el tiempo y detente en el próximo suceso importante de tu vida como muchacha egipcia. Puedes recordado todo.

Tras seguir mis instrucciones, dijo: —Ahora tengo dieciocho años. Mi hermano y yo hemos progresado mucho. Él lleva una falda corta blanca y dorada. Le llega por encima de las rodillas... Es muy guapo.

—¿En qué habéis progresado tanto? —le pregunté, haciendo que volviera al tema de su preparación.

—Sabemos hacer muchas más cosas que antes. Trabajamos con unas varitas curativas especiales que, cuando dominas sus propiedades, aceleran enormemente la recuperación de los tejidos y los miembros —respondió.

Se quedó callada unos momentos mientras examinaba las varitas.

—Contienen una energía líquida que fluye por su interior y debemos concentrar esta energía en el punto que hay que regenerar... Estas varitas se utilizan para hacer que los miembros vuelvan a crecer y para curar los tejidos, incluso los que se están muriendo o ya están muertos.

Me quedé de piedra. Ni tan siquiera la medicina moderna es capaz de hacer tal cosa. Por el contrario, la naturaleza sí es capaz, como en el caso de las colas de las salamandras o las lagartijas, que pueden volver a crecer cuando han sido seccionadas. Las últimas investigaciones sobre las lesiones traumáticas de la médula espinal se orientan hacia el inicio de la regeneración nerviosa controlada, unos cuatro o cinco mil años después del trabajo de Elizabeth con las varitas que regeneraban tejidos.

Elizabeth no podía explicar claramente por qué curaban las varitas, sólo sabía que lo hacían por medio de energía. N o tenía los conceptos necesarios para entenderlo y explicarlo.

Empezó a hablar de nuevo para aclarar por qué razón no conocía el funcionamiento de aquellas varitas.

. —Eso es lo que ellos me cuentan. Yo soy joven, y una chica. He tenido las varitas en mis manos, pero nunca he podido comprobar su funcionamiento. Todavía no he presenciado una regeneración... Mi hermano sí. A él se lo han permitido, y dentro de un tiempo tendrá derecho a saberlo todo sobre la regeneración. Mi preparación acabará antes de alcanzar este nivel. N o puedo llegar más lejos porque soy mujer —explicó.

—¿Así que él lo sabrá todo sobre la regeneración y tú no? —le pregunté.

—Eso es —respondió—. Él podrá conocer los secretos mejor guardados, pero yo no.

Se quedó callada y de pronto añadió: —No le tengo envidia. Es la costumbre... una costumbre estúpida, porque yo tengo mucha más habilidad para curar que muchos hombres...

Su voz se transformó en un susurro.

—De todas formas él me revelará los secretos... me lo ha prometido. También me enseñará cómo se emplean las varitas. Ya me ha explicado muchas cosas. ¡Me ha dicho que están intentando devolver la vida a personas que acaban de morir!

—¡A los muertos! —exclamé sorprendido. —Sí, pero hay que actuar con mucha rapidez —añadió.

—¿Y cómo lo hacen?

—No lo sé... Se emplean unas varitas concretas, se recitan unos salmos especiales y el cuerpo ha de estar colocado en una posición determinada. Hay más detalles, pero no los conozco... Cuando mi hermano lo aprenda, me lo contará todo —dijo poniendo punto final a su explicación.

Mi mente lógica llegó a la conclusión de que las personas «reanimadas» en realidad no estaban muertas, sino en un estado similar al de los pacientes que se recuperan de experiencias de casi muerte. Después de todo, en aquellos tiempos no disponían de los aparatos necesarios para controlar el funcionamiento de las ondas cerebrales y no se detectaba con precisión la ausencia de actividad cerebral, lo que en términos modernos denominamos «muerte clínica».

Mi intuición me decía que mantuviera la mente abierta. Podían existir otras explicaciones que sobre pasaran mi nivel actual de comprensión.

Elizabeth seguía sin hablar, así que volví a empezar el interrogatorio.

—¿Hay otros métodos de curación? —le pregunté. .

—Hay muchos —respondió—. Uno es con las manos. Tocamos la superficie del cuerpo que está afectada y enviamos directamente la energía sobre esa zona a través de nuestras manos. Algunos ni siquiera necesitan tocar la piel. Percibimos el calor que despide un área determinada del cuerpo de la persona en cuestión y lo distribuimos proporcionalmente para suavizar la energía. El calor no debe concentrarse en una zona, así que nosotros nos encargamos de repartido.

Empezó a hablar más rápido en cuanto se puso a describir los diferentes tipos de métodos de curación de aquella época.

—Otros sanado res detectan los problemas con la mente, y entonces envían mentalmente energía a la zona afectada. Yo todavía no sé aplicar este método —añadió—, pero no tardaré en aprenderlo. Hay sanadores que, con los dedos índice y corazón, toman el pulso del paciente y envían energía directamente a la sangre. De esta manera se llega a los órganos internos y puede verse cómo la energía purificadora se escapa por los dedos de los pies del paciente —continuó Elizabeth, de un modo cada vez más rápido y más detallado—., Ahora practico la inducción a un estado de trance profundo e intento que los pacientes se percaten de la curación a medida que se va produciendo. De este modo, completan el proceso de transformación curativa llevándolo hasta el nivel mental. Para 'ayudarles a profundizar al máximo en su estado de trance, les administramos unas pociones.

Elizabeth se quedó en silencio.

Exceptuando las pociones, el último método que describió 'guarda mucha relación con las visualizacion,es hipnóticas que actualmente yo y muchos otros especialistas empleamos con el fin de estimular el proceso de curación.

—¿Existen otros métodos? —pregunté.

—Los que evocan a los dioses están reservados para los sacerdotes —contestó—. Yo los tengo prohibidos.

—¿Prohibidos?

—Sí, porque las mujeres no pueden ser sacerdotes. Podemos ser sanadoras y asistir a los sacerdotes, pero no podemos realizar su trabajo... Algunas mujeres se llaman a sí mismas sacerdotisas y tocan instrumentos en las ceremonias, pero no tienen ningún poder. Son músicas, al igual que yo soy sanadora, pero difícilmente podrían ser sacerdotes —añadió con un cierto tono sarcástico en su voz—. Hasta Hator se burla de ellas.

Hator era la diosa egipcia del amor, la alegría y la felicidad, y también de la festividad y la danza. Elizabeth probablemente se refería a una de las funciones más esotéricas de Hator, la de defensora y protectora de las mujeres. El hecho de que Hator se burlase de estas sacerdotisas subrayaba lo poco que valía su título.

Elizabeth volvió a guardar silencio, y mientras tanto yo empecé a asociar algunas cosas con el presente. En ciertos aspectos el mundo no parece haber cambiado mucho.

El camino del progreso en el antiguo Egipto sólo estaba reservado para unos pocos. A los parientes del Faraón, que se autodenominaba semidiós, les estaba permitido progresar, pero las mujeres de la familia no tardarían en taparse con la barrera del sexo. Los parientes masculinos del Faraón eran los únicos privilegiados.

Elizabeth seguía callada y la insté a seguir hablando.

—Avanza en el tiempo hacia el acontecimiento más importante de esa vida. ¿Qué ves?

—Ahora mi hermano y yo somos consejeros —contestó después de haber avanzado unos años—. Asesoramos y aconsejamos al gobernador de esta zona. Es un gran administrador y también un buen jefe militar, pero es muy impulsivo y necesita de nuestra intuición y nuestra orientación interior... Le ayudamos a encontrar el equilibrio.

—¿Eres feliz haciendo esto? ,

—Sí, me gusta estar con mi hermano, y el gobernador suele ser amable con nosotros. Siempre escucha nuestros consejos... y también trabajamos como sanadores.

Más que contenta, parecía realmente feliz. No estaba casada, de modo que su hermano era su familia. Traté de que avanzara de nuevo en el tiempo.

Su rostro expresó de pronto una gran tristeza.

Rompió a llorar y cuando se calmó, dijo: —Sé demasiadas cosas. Tengo que ser fuerte. N o temo el exilio ni la muerte, pero abandonar a mi hermano... ¡es muy duro!

Otra lágrima se deslizó por su mejilla.

—¿Qué ha ocurrido? —le pregunté un poco sorprendido del repentino declive de aquella vida tan afortunada.

—El hijo del gobernador cayó gravemente enfermo. Murió antes de que se pudiera hacer nada. El gobernador conocía nuestro trabajo de regeneración y nuestros intentos de reanimar a los que acaban de morir. Así que me exigió que devolviera a su hijo a la vida. Si no lo conseguía, iba a ser enviada al exilio para siempre. Nadie regresa del exilio jamás.

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