Límite (43 page)

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Authors: Schätzing Frank

BOOK: Límite
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—Comparado con eso —explicó Tu—, los primeros pasos de Yoyo en la red eran cosa de niños. Con los ojos desorbitados por la indignación, la emprendió contra la censura y firmó con su nombre en letras bien grandes. Abogó por la libertad de expresión y exigió el acceso a los bancos de información de Google, Alta Vista, etcétera. Inició un diálogo con otras personas que pensaban de manera similar y que opinaban que los espacios de chat podían cerrarse contra intrusos indeseados, del mismo modo que se le pone un candado a un cuarto de utensilios de limpieza.

—¿Era realmente tan ingenua?

—Al principio, sí. Por supuesto que quería impresionar a Hongbing, su padre. Pensaba absolutamente en serio que estaba actuando según los principios de Chen, que él estaría orgulloso de su pequeña picapleitos. Pero la reacción de Hongbing fue de horror.

—Intentó prohibirle sus actividades.

—Yoyo se mostró totalmente perpleja. No podía entenderlo. Chen se puso terco, y te aseguro que ese hombre puede ser más terco que una mula. Cuanto más lo apremiaba Yoyo para que justificara su actitud de rechazo, tanto más inflexible se mostraba el padre. Ella presentó sus argumentos. Él le gritó. Ella lloró, él dejó de hablarle. Claro que Yoyo comprendía que su padre temía por ella, pero la joven no había clamado por un derrocamiento del gobierno, sólo había expresado algunas críticas.

—Entonces Yoyo se sinceró contigo.

—Me expresó sus sospechas de que su padre, sencillamente, fuera un cobarde. Una idea que tuve que quitarle de la cabeza no sin dolor. Le expliqué que entendía mejor que ella los motivos de Hongbing, lo que la amargó bastante. Quiso saber, por supuesto, por qué Hongbing no confiaba en su propia hija. Y yo le respondí que su silencio no tenía nada que ver con falta de confianza, sino con la esfera privada. ¿Tienes hijos, Owen?

—No.

—¡Son los «pequeños emperadores», Owen!

«Pequeños emperadores.» Jericho se puso rígido. ¡Menudo idiota! Hacía apenas un par de horas que las imágenes vistas en aquel sótano de Shenzhen habían dejado de atormentarlo, y ahora Tu empezaba a hablar de «pequeños emperadores».

—Es algo tan brillante como exigente —continuó Tu—. También Yoyo. Ahora bien, yo le aclaré que su padre tenía derecho a decidir por su vida, la de él, pero que la circunstancia de que ella hubiera nacido no le daba a Chen ningún derecho a entrar en los palacios secretos de su alma. Los hijos no entienden eso. Creen que los padres son una especie de empleados de servicio, y que sólo existen para estar pegados a sus traseros, lo que es útil al principio, pero luego resulta pesado y, al final, llega a ser embarazoso. Ella replicó diciendo que Hongbing era el causante de toda la disputa, que intentaba controlar su vida, y en eso, estúpidamente, tenía la razón. Hongbing debería haberle explicado a su hija qué era lo que tanto lo enfadaba.

—Pero no lo hizo. Entonces, ¿qué? ¿Lo hiciste tú?

—Él jamás habría permitido que yo hablara sobre ese tema con Yoyo. ¡Con nadie! Por eso tendí mis puentes. Le hice saber a Yoyo que, en cierta ocasión, su padre había sido víctima de una enorme injusticia, que nadie sufría aquel silencio suyo más que él mismo. Le pedí que fuera paciente con él. Con el tiempo, Yoyo empezó a respetar mi actitud, se volvió muy reflexiva. Y a partir de entonces empezó a abrirse conmigo con frecuencia, lo que me honraba, pues yo no había hecho demasiado por merecerlo.

—Y entonces Hongbing se puso celoso.

Tu rió en voz baja; era una risa extraña, triste.

—Él jamás lo admitiría. Lo que nos une a él y a mí es algo muy profundo, Owen. Pero, por supuesto, aquello no le gustó. Fue inevitable entonces que los frentes se volvieran menos flexibles. Yoyo decidió subir el tono en la red, empezó a poner a prueba la paciencia de las autoridades. A su vez, escribía sobre cosas cotidianas, sobre el mundillo del arte, sobre música, sobre películas y viajes, escribió poemas y relatos breves. Estimo que no tenía demasiado claro lo que quería ser: una periodista seria, una disidente o, simplemente, una niña más de Shanghai.

—«Niña de Shanghai.» ¿No era ése el título de un libro de...?

—De Mian Mian —asintió Tu—. A principios del nuevo milenio, así se les llamaba a las jóvenes escritoras de la ciudad. Entretanto, el término ha pasado de moda. Pero, bueno, tú la has visto. Ella se hizo un nombre en los círculos artísticos, atrajo el interés de los intelectuales, pero ¿escritora? —Tu negó con la cabeza—. Jamás fue capaz de producir una buena novela; sin embargo, sí que la creo capaz de esclarecer el asesinato de John F. Kennedy. Es brillante en las pesquisas, en el ataque. Los censores se dieron cuenta de eso desde muy temprano. También Hongbing lo sabe. Por eso tiene tanto miedo, y porque Yoyo es una persona a la que los demás siguen. Tiene carisma, es creíble. Cualidades muy peligrosas a los ojos del Partido.

—¿Cuándo quedó fichada?

—En un principio no pasó nada. Las autoridades se mantuvieron a la espera. Yoyo formaba parte, prácticamente, del inventario de mi empresa, había mostrado un interés excepcional por las holografías y nos ayudaba a desarrollar programas extremadamente divertidos, y el Partido no sabe cómo manejar la diversión, no sabe cómo tomársela. Los hace sentir inseguros que los chinos puedan ver la diversión, por primera vez en su evolución cultural, como un valor.

—Aristóteles escribió un libro sobre la risa —dijo Jericho—. ¿Lo sabías?

—Conozco mejor a mi Confucio.

—Casi ningún otro libro provocó más disgustos a la Iglesia que ese tratado. En él decía que quien ríe al final también se ríe de Dios, del papa y de todo el aparato del poder clerical.

—O del Partido. Es cierto, existen ciertos paralelismos. Por otra parte, quien se divierte se muestra menos iracundo y se politiza menos. En ese sentido, al Partido la diversión le parece bien, y Yoyo es realmente una persona divertida. En algún momento se pasó al campo de la canción y fundó una de esas
mando-prog-bands
que ahora proliferan por doquier. ¡No hay fiesta en la que Yoyo no esté! Si te mueves por ese mundillo, no podrás evitar encontrártela. Tal vez los del Partido pensaron entonces que, cuanto más se divirtiera la chica, menos habría que temer de ella. Y yo considero que si hubieran dejado en paz a Yoyo, la cuenta les habría salido incluso bien.

Tu sacó un pañuelo que alguna vez fue blanco desde las profundidades de su pantalón y se enjugó el sudor de la frente.

—Pero una mañana, hace cinco años, le bloquearon todos sus blogs y todas las entradas con su nombre de la red. Ese mismo día la detuvieron y la llevaron a una comisaría, donde en un principio la tuvieron en ascuas. La acusaron de ser una amenaza para la seguridad del país y de estar azuzando al pueblo a la subversión. Pasó un mes allí sin que Hongbing supiera, en un principio, dónde la tenían. ¡El hombre estuvo a punto de volverse loco! Todo aquel asunto le recordaba fatalmente el caso de Ratón de Titanio. No había denuncia, no había proceso, no había condena, nada. La propia Yoyo no sabía lo que había hecho. Estaba en su celda hacinada con dos yonquis y una mujer que había apuñalado a su marido. Los policías se mostraron amables con ella, y al final le explicaron por qué estaba allí. Había protegido a un roquero amigo suyo, un chico que estaba en la cárcel por no sé qué impertinencia. Era ridículo. Según la Constitución, el fiscal tiene que decidir en un plazo de seis semanas si se abre un proceso o se deja en libertad al detenido. Al final tuvieron que sobreseer el caso por falta de pruebas, Yoyo recibió una advertencia y pudo irse a casa.

—Huelga decir que Hongbing le prohibió realizar cualquier otra actividad crítica en la red... —supuso Jericho.

—Con lo cual consiguió todo lo contrario. Es decir, en un principio se mostró obediente como un corderito, escribió artículos para periódicos digitales, incluso para órganos del Partido. Al cabo de pocas semanas dio con el caso de un vertido de residuos tóxicos en el lago del Oeste. Una empresa de productos químicos próxima a Hangzhou, todavía por entonces en manos del Estado, había transportado hasta allí sus desperdicios y los había vertido en el lago, a raíz de lo cual a los habitantes del lugar se les empezó a caer el pelo y a ocurrirles otras cosas peores. El director de la empresa...

—...era un primo del ministro de Trabajo y Seguridad Social —concluyó Jericho—. ¡Por supuesto! Yoyo lo sabía, pero a pesar de eso abordó el tema.

Tu lo miró perplejo.

—¿Cómo sabes tú eso?

—¡Por fin he recordado de qué conocía el nombre de Yoyo! —Jericho disfrutó el momento, ahora que su cerebro levantaba el bloqueo y dejaba en libertad a la memoria—. Jamás vi una foto de la chica, pero sí que tengo presente el escándalo de los residuos tóxicos. Se habló de ello en la red, vertido ilegal. A Yoyo quisieron hacerle creer que se había equivocado. Y ella los mandó a hacer gárgaras, así que la detuvieron de inmediato.

—Después de que Yoyo se puso terca, sólo transcurrieron unas horas hasta que todos sus enlaces en la red quedaron borrados de nuevo. Esa misma noche la policía secreta estaba en la puerta de su casa, y una vez más la chica se vio en una celda. Tampoco esa vez pudieron acusarla de nada. Su error había sido haberse metido en la red de la corrupción. El fiscal exigió saber qué tontería era aquélla, un año antes habían investigado a la joven sin haber encontrado nada, pero lo presionaron y presentó la acusación en contra de su voluntad.

—Lo recuerdo. La chica tuvo que ir a prisión.

—Podría haber sido peor. Hongbing tiene un par de contactos, y los míos son aún mejores. Así que le conseguí a Yoyo un buen abogado que logró negociar su condena y reducirla a seis meses.

—Pero ¿por qué la condenaron?

—Por divulgar secretos de Estado, como siempre. —Tu se encogió de hombros y sonrió con amargura—. La fábrica de productos químicos había creado una empresa mixta con una empresa británica, y Yoyo había visitado a uno de los ingleses para acopiar información sobre aquella acción alevosa. Eso bastó. Y bastó también que los medios presentaran el caso con carácter de titular. Los periodistas chinos ya no se dejan intimidar tan fácilmente como en los años 2005 o 2010. Cuando uno de los suyos es puesto en la picota, enseguida empiezan a sentirse los aullidos, y en casos de corrupción el Partido se muestra dividido. El asunto llegó al extranjero, Reporteros sin Fronteras salió en defensa de Yoyo, el primer ministro británico, de visita en Pekín, dejó caer un par de comentarios al margen de algunas conversaciones bilaterales. Al cabo de tres meses, Yoyo estaba de nuevo fuera.

—Y el director de la fábrica apareció flotando en el lago, ¿no? Se dijo que se había suicidado.

—Fue más bien un caso de eutanasia. —Tu rió con sarcasmo—. Las autoridades no habían contado con tanta presión por parte de la opinión pública. Obligados por las circunstancias, tuvieron que iniciar una investigación. Supongo que aparecieron muchos nombres, pero después de que el canalla apareció flotando en sus propias aguas residuales, era difícil preguntarle, así que despidieron, por si acaso, al vicedirector y al jefe de planta, y con ello suspendieron las investigaciones. En el año 2022, Yoyo retomó sus estudios universitarios. ¿Has vuelto a leer su nombre desde entonces?

Jericho reflexionó.

—No, que yo recuerde.

—Exacto. Se volvió una chica obediente, por lo menos cada vez que su nombre aparecía al final de alguno de sus textos. Informaba sobre viajes y temas culturales, era la propagadora de la nueva cultura del ocio china. Paralelamente, se adjudicó una serie de seudónimos y empezó a adoptar otros tonos. Se comunicaba a través de servidores extranjeros. Cada vez que podía, pateaba al sistema en el trasero. ¡Se convirtió en una especie de... —Tu rió, extendió ambos brazos y empezó a aletear— chica murciélago, una
batgirl!
De cara al exterior, era una mosquita muerta del ambientillo cultural, pero en secreto había empezado una cruzada de revancha contra la tortura, la corrupción, la pena de muerte, el crimen legalizado, las agresiones al medio ambiente, todo el repertorio. ¡Exigió democracia, una democracia al estilo chino, que se entienda! Yoyo no desea la vía occidental, desea que le arranquen al país esa muela cariada llamada Partido, para que los verdaderos valores vuelvan a tener una oportunidad. Para que no se nos vea solamente como un gigante económico, sino como representantes de una nueva humanidad.

—Que el Señor nos proteja de los misioneros —murmuró Jericho.

—Ella no es ninguna misionera —dijo Tu—. Va en busca de la identidad.

—Una identidad que su padre no puede darle.

—Posiblemente Hongbing sea su principal fuerza motriz, tal vez sólo tengamos que vérnoslas con una niña que quiere tomarnos el pelo. Pero Yoyo no es en absoluto ingenua. ¡Ya no! Cuando dio vida a Los Guardianes, sabía muy bien lo que quería. Un comando fantasma. Quería convertirse en una fuerza dentro de la red, una fuerza que le metiera el miedo en el cuerpo al Partido, y para ello debía poner al descubierto sus maniobras y dañar su reputación, para, de ese modo, salvar la reputación de China. Necesitó todo un año para armar tecnológicamente a Los Guardianes.

Jericho hundió los mofletes. Sabía que la conversación había acabado. Tu no soltaría nada más.

—Necesito todas las grabaciones de Yoyo a las que puedas darme acceso —pidió el detective.

—Hay algunas cosas —dijo Tu, y estiró la mano hacia un lado, abrió una gastada cartera de cuero y sacó de ella unas gafas y un lápiz holográficos. El lápiz era más pequeño que los modelos habituales, y las gafas tenían un elegante diseño—. Estos son prototipos. Aquí están grabados todos los programas en los que utilizamos a Yoyo como líder virtual. Con esto, si quieres, podrás seguirla por los clubes, y visitarla en la torre Jin Mao y en el World Financial Center, pasear por el jardín Yu o entrar al MOCA de Shanghai. —Tu sonrió—. Te divertirás con ella. Yoyo escribió sus propios textos. En el lápiz encontrarás, además, su expediente personal, los apuntes de sus conversaciones, fotografías y películas. No tengo nada más.

—Son bonitos —dijo Jericho al tiempo que daba vueltas al lápiz entre los dedos y contemplaba las gafas—. Yo tengo también unas gafas holográficas.

—Pero no como ésas. Habíamos contado firmemente con que los sospechosos habituales espiarían sus progresos. Pero tú, con tu última acción, pareces haberles hecho emprender la retirada. Dao It todavía se está frotando los moratones.

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