Read Los escarabajos vuelan al atardecer Online
Authors: María Gripe
—Cuéntanos en pocas palabras como sucedieron las cosas.
—Si, ¿cómo lo descubriste?
—Dime, ¿eres un aficionado a la egiptología?
Las preguntas caían como un granizo. Jonás miró a su alrededor. Todos preguntaban lo mismo, y él siempre daba más o menos las mismas respuestas.
No estaba bien repetir constantemente las mismas cosas. Sintió la necesidad de decir algo nuevo. Quiso adornar un poco la tarta. Tenía que poner una nota de color.
—Ahí está el pastor Lindroth —se le ocurrió—. En realidad, resolvimos el enigma entre los dos.
Un par de fotógrafos se acercaron al pastor y comenzaron a asediarlo.
—¿Qué significa esto? —preguntó Lindroth, observándolos desconcertado.
—Es para el “Dagens Nyheter”. Quisiéramos hacerle una fotografía.
Lindroth opinó que era la estatua lo que debían fotografiar. Pero las cámaras estaban preparadas y dispararon. Los periodistas iban de un lado a otro; se dirigían alternativamente a Lindroth y a Jonás, y les hacían posar aquí y allá.
—Por favor, señor, tenga la amabilidad de acercarse un poco; así saldrá la iglesia como fondo.
Lindroth intentaba colaborar, pero no se encontraba a gusto.
—¿Te queda alguna pastilla de esas amargas, Jonás? —susurró.
Jonás sacó la caja de regaliz y se la pasó a Lindroth.
—Puede guardársela. Me queda otra —le contestó mientras las cámaras se movían por todas partes. Era una especie de bautismo de fuego, y Jonás se encontraba en su elemento. De pronto vio venir a Hjärpe en compañía de Antón Laub, que no paraba de hablar.
Al verlos llegar, Lindroth dijo que tenía prisa y se marchó de allí.
Hjärpe se abrió paso entre la gente y se detuvo ante Jonás.
—Jonás Berglund, si no me equivoco —comenzó.
Jonás asintió con la cabeza.
—Bien, quiero hacerte un par de preguntas. ¿Cuándo descubriste la estatua egipcia que vamos a ver enseguida, Jonás?
Jonás estaba emocionado. ¡El hombre que tenía delante no era un cualquiera, era Harald Hjärpe!
—Es una buena pregunta —respondió—. Uno tiene un presentimiento durante algún tiempo, y de repente algo hace “clic” en la cabeza…, ¿no?
—¡Interesante! ¡Entiendo! —dijo Hjärpe—. Y ¿cuando te hizo “clic”?
Jonás se lo iba a explicar, cuando el altavoz retumbó para dar una comunicación importante. Era la voz de un hombre que hablaba alto y despacio; mientras siguiera aquella voz era imposible seguir la conversación.
—Podemos por fin comunicarles que hemos establecido línea directa con la cripta de la iglesia. Así podremos seguir desde aquí lo que suceda. Rogamos al señor Lindroth, baje a la cripta. Está a punto de comenzar la ceremonia de apertura de la tumba. Y…, para que los profanos en la materia podamos seguir la marcha de los acontecimientos, el conservador del Museo Provincial de Jönköping, Herbert Olsson, nos asesorará con sus conocimientos profesionales. Él se encuentra en la cripta, junto al sarcófago, para informarnos de lo que allí suceda. Y ahora, ya es sólo cuestión de tiempo; únicamente faltan unos minutos para que comience. ¡Atención! ¿Está listo, señor Olsson? ¿Ha llegado ya el señor Lindroth?
Se oyó un fuerte pitido en los altavoces. Después sonó una voz desde la cripta:
—El pastor Lindroth llega en este preciso momento. Estamos preparados. ¿Se me oye ahí arriba? —era Herbert Olsson.
—Si, si, empiecen cuando quieran. El sonido llega muy bien.
En la explanada de la iglesia todos contenían la respiración. Esperaban intrigados.
—¡Un momento, por favor! ¡Esperad todavía un momento los de abajo!
El hombre del altavoz comunicó que tenía que dar dos avisos al público y pidió que esperaran un poco los que iban a abrir el sarcófago. En primer lugar, se trataba de los servicios. Había advertido que, al parecer, nadie sabía dónde se hallaban, y algunos habían “contaminado” ya un poco en entorno en diferentes lugares. El altavoz precisaba a donde debían dirigirse.
Lugo, hubo otro comunicado, que hizo que Jonás agudizase el oído:
—Se ruega al propietario del Peugeot azul, un “caravan” con matrícula CSL-329, aparcado detrás de la iglesia, que haga el favor de retirarlo pues bloquea la subida hacia la iglesia. Detrás de la Capilla de Pentecostés hay todavía sitio libre para aparcar.
El comunicado puso nervioso a Jonás, pero entonces no tenía tiempo para ocuparse del asunto: Hjärpe seguía junto a él, en espera de una ocasión para terminar la entrevista. Pero el altavoz no cesaba de gritar. Además, la apertura de la tumba exigía la máxima atención. No, por el momento no era posible.
Jonás recordó la matrícula del coche. La otra vez se la había dictado a David y Annika, pero ellos se había descuidado y no la habían anotado. Pero era el mismo número; César, Singri, Luis, 329. Estaba seguro. Pertenecía al coche que tenía la mala costumbre de aparecer siempre que andaba por medio la estatua egipcia. Jonás repitió en voz alta la matrícula para grabarla en el magnetofón. Luego, advirtió que Hjärpe lo observaba con ojos vigilantes.
—¿Pasa algo? —preguntó.
—Nunca se sabe —contestó Jonás, evasivo—. Tengo la costumbre de grabar todo para recordarlo.
—Yo también —comentó Hjärpe—. Bueno, ¿seguimos nuestra conversación?
No fue posible. El altavoz chirrió de nuevo con fuerza, y Herbert Olsson tomó la palabra. Jonás encendió el magnetofón. Había comenzado la apertura de la tumba y Herbert Olsson daba la bienvenida a todos.
—En un día como éste, constituye una gran alegría ser director de un museo —dijo—. Es una fecha memorable para cuantos nos dedicamos a los museos, y nos alegra muy especialmente el gran interés que mostráis por la historia todos vosotros, los que estáis fuera, sentados al sol y esperando ansiosamente. Si, los antiguos tesoros artísticos del pueblo egipcio siguen interesando a los hombres de hoy. Lo que esperamos descubrir es una estatua de madera. Puede estar echo de tres tipos de madera: madera importado de cedro, de acacia o de higuera. Eso es algo que habrá que comprobar.
»La estatua procede del período de Amarna, de la dieciocho dinastía, es decir, del tiempo del faraón Eknatón. Dicho faraón es muy conocido, sobre todo por su matrimonio con la bella Nefertiti, de la que, seguramente, habréis visto alguna imagen. Además, al llegar aquí, he observado que algunos lleváis camisetas con retratos suyos.
»Creo que hemos llegado al momento cumbre. El personal del Museo Nacional de Historia y la Fundación Vasa han tomado pruebas del sarcófago en que se halla la estatua. El sarcófago es de madera de roble y habrá conservado en buen estado la valiosa estatua. Al menos, así lo esperamos. Por otra parte, los cimientos de la iglesia descansan sobre una capa de arena, por lo que la humedad no puede haber dañado a la estatua, como se temía. La cripta está relativamente seca…
»La cripta guarda numerosos ataúdes de los siglos diecisiete, dieciocho y diecinueve.
“¡Pero ha llegado el gran momento, señora y señores! Veo cómo transportan cuidadosamente el preciado ataúd a un espacio libre, situado bajo la bóveda central ¡Sólo faltan unos minutos! ¡Pronto abrirán el ataúd y contemplaremos la bella estatua, una de las obras maestras de la antigüedad, tal vez con los rasgos de la bella Nefertiti!
»El profesor de historia antigua, el señor César Hald, se ha puesta una bata verde, hecho expresamente para casos como éste, y trata de levantar la tapa del viejo ataúd. Se que al profesor Hald le satisface muchísimo asistir a este acto y descubrir un tesoro artístico tan valioso como éste. Y todos compartimos sus sentimientos. Un acontecimiento de esta naturaleza no se produce todos los días. Ahora veo a mi lado al pastor de la comunidad de Ringaryd, quien tomó la iniciativa de abrir la tumba. Vamos a ver si puedo intercambiar con él algunas palabras… Un momento…
»No…, no hay tiempo. Los acontecimientos se precipitan. Tengo que buscar un rincón desde donde pueda ver algo. No es fácil, todos se apretujan hacia delante… Ahora están sacando los últimos clavos de la tapa del ataúd. ¡La tensión es inmensa! Del calor, mejor no hablar. Me gustaría poder transmitiros el ambiente y la expectación que hay aquí. ¡Puedo imaginarme lo que experimentaron quienes asistieron a la apertura de la tumba de Tutankamón! ¡Sólo faltan segundos para que se levante la tapa! Voy a intentar acercarme un poquito más para ver mejor. Desde aquí no veo bien.
»¡Ahora! Uno de los hombres de la televisión pide al profesor Hald que le permita colocarse junto al ataúd cuando levanten la tapa, para que los telespectadores puedan presenciar este momento.
»Y ahora…, si…, ahora veo cómo el profesor Hald y un ayudante suyo se inclinan, cogen la tapa del ataúd y la levantan con cuidado, con mucho cuidado. Tengo que acercarme más… Perdone, ¿puedo pasar? No puedo ver bien. Ahora observo un gran desconcierto y una extraña agitación a mi alrededor… ¡No entiendo nada! Desgraciadamente no puedo ver todavía la estatua… Me la tapa una muralla de espaldas… Entre los que hay delante de mí se halla el señor Lindroth. Se mete en la boca algo que parece una pequeña pastilla negra… ¡Señores, el momento es realmente emocionante! Pero no entiendo… ¡No, no es posible…! Ahora veo algo…, algo… ¡Si, ahora veo…!
Herbert Olsson dejó de hablar. Se oyó un murmullo. Después empezaron a zumbar los altavoces. Por fin se cortó el contacto con la cripta. ¡Qué mala suerte! En la explanada de la iglesia nadie sabía qué era lo que Olsson había visto y considerado imposible. Todos estaban desconcertados y nerviosos. Al cabo de un rato volvieron a sonar los altavoces. Era la misma voz lenta que había hablado al principio. El locutor pedía a todos que se tranquilizaran. Dijo que se había cortado la comunicación y que algo pasaba en la cripta; él no sabía qué era, pero creía que no había motivos para preocuparse. Añadió que esas cosas pasaban a veces que volvería a informar en cuanto supieran algo. Entre tanto, puso un disco con una canción que se solía cantar antes, en las fiestas de Ringaryd: ¿Qué será, será…?
Jonás Berglund desconectó el magnetofón. ¡Qué desorden! ¿Qué habría sucedido? Estaba nerviosísimo. ¡Allí se encontraban presentes la radio y la televisión! ¿Cómo podía ocurrir una cosa semejante? ¡Un corte de línea en el momento psicológico más importante! ¡Cuando la tensión había llegado al máximo! ¡Qué descuido más imperdonable!
Buscó con la mirada a Hjärpe, que hasta entonces había estado junto a él. Se encontraban a mitad de la entrevista cuando había comenzado el alboroto…
¡Pero Hjärpe había desaparecido!
Fotógrafos y periodistas corrían de un lado para otro como gallinas alborotadas. ¡Qué lástima! A Jonás le hubiese encantado intercambiar algunas palabras con Hjärpe. Pero, como queda dicho, el gran Hjärpe había desaparecido.
Pasó un rato antes de que se supiera algo en concreto sobre lo que había ocurrido en la cripta. Del altavoz seguían saliendo, una tras otra, canciones de moda. Cada cual procuraba serenarse como podía. Pero era difícil dejar de pensar en la estatua, y la falta de información aumentaba la curiosidad.
El único mensaje transmitido por el altavoz era que, de momento, no se podía comunicar nada y se esperaban ulteriores comunicaciones. Y que la fiesta debía continuar tranquilamente…
Todos estaban un poco decepcionados, e inmediatamente empezaron a circular numerosos rumores. La mayoría suponía que en el ataúd había aparecido el cadáver en vez de la estatua y que nadie se atrevía a decirlo. En el lugar de la fiesta reinaba cierto malestar, pero nadie sabía nada concreto.
David y Annika tampoco sabían nada cuando se encontraron con Jonás. Creyeron que podían irse tranquilamente a casa. En todo caso, les parecía que allí no había nada que hacer. Tomaron café con Natte, que se había presentado de improviso y parecía un poco perturbado. Les había inspirado compasión y le hicieron compañía. Cuando Natte vio que no ocurría nada especial, se marchó. Les dijo que, en cualquier caso, a él no le gustaba que anduvieran removiendo sepulturas antiguas.
—¡Mira quién fue a hablar! —exclamó Jonás—. ¡El que ha estado husmeando en la quinta Selanderschen!
—Si, es posible. Pero tal vez tengo algo de razón —dijo Annika.
En ese momento los dejó Jonás. Corrió hacia la estación de servicio. David y Annika lo siguieron. No sabían por qué tenía tanto prisa, pero no querían perderlo de vista otra vez.
Jonás había visto que alguien entraba en la cabina telefónica. Sólo le veía las piernas, pero oía su voz:
—¿Linkan? Hjärpe al aparato. Vengo de la apertura de la tumba. Si llamo desde una cabina de teléfonos. Oye, Linkan…
Jonás se había colocado de manera que no pudieran verlo desde la cabina, e indicó por señas a David y Annika que se escondieran.
La conversación proseguía.
—Si, escúchame ahora, Linkan. El título será: ¡ESCÁNDALO EN LA APERTURA DE LA TUMBA DE RINGARYD! ¡EL SARCÓFAGO CONTENÍA UNA PIEDRA! Y como subtítulo: Tres muchachos y un párroco engañan a un profesor.
¿Qué? David y Annika se miraron asustado.
—¡No! No puede ser cierto. Lindroth y yo movimos el ataúd y oímos que algo se movía pesadamente dentro.
Jonás intentó lanzarse a la cabina de teléfonos; pero entre David y Annika lo retuvieron. Se fueron a casa de David. Querían reflexionar tranquilamente sobre lo ocurrido.
Fueron unas horas sombrías. En realidad, ninguno de los tres tenían nada que decir. David dijo que siempre había dudado un poco; pero ya era tarde…
El tiempo pasaba lentamente. Jonás había agotado ya sus pastillas de regaliz. Decidió ir a la tienda por más. Además, quería cambiarse de ropa y quitarse la antipática camiseta de Nefertiti.
Fue por detrás e intentó penetrar en la tienda sin que lo vieran; pero en aquel momento llegaron sus padres, y se encontraron con él. Estaban de buen humor y dijeron que habían tenido un día espléndido. El negocio había ido como nunca. La tienda había estado toda la tarde llena de gentes que compraban cualquier cosa para llevársela como recuerdo.
—¿Cómo recuerdo de qué? —les preguntó Jonás escéptico.
—Ya sabes que la gente quiere tener algo como recuerdo de lo que sea —respondió su madre.
Pero Jonás no participaba de su alegría. Sus padres vieron que el chico estaba deprimido y le preguntaron si le pasaba algo.
—Creo que no han encontrado ninguna estatua —respondió.
—¡Ah, bueno! Si, eso es un poco decepcionante —opinó su madre. Pero el padre dijo que no tenía importancia. Había sido una bonita fiesta y Jonás no debía estar triste ni sentirse culpable. No había sido él quien se había equivocado.