La memoria viva del hotel es Toty Librizzi, un barman jubilado. Trabajó treinta y cinco años en el número 398 de Via Roma. Toty, además de preparar con esmero y dedicación martinis y otras bebidas alcohólicas, tuvo la idea de recabar firmas y recuerdos de tantos famosos a quienes sirvió. Tiene registradas a cuatro mil personas: Guttuso, Gassman, Pasolini, Manfredi, Mario Luzi, Sanguinetti, Eco, Ranieri, Piazzolla, Ray Charles, etc. Con todo este material acaba de abrir un pequeño museo dedicado a su gran amigo (y también de Mercedes y mío) el novelista Vincenzo Consolo, palermitano residente desde hace años en Milán. Toty es una persona inquieta y culta, enamorado de la música clásica. Sus mayores admiraciones van hacia el tenor Giuseppe Di Stefano, Ricardo Muti y Antonio Volto, discípulo predilecto de Toscanini. Toty recuerda aquellos años gloriosos de Le Palme, cuando se celebraban grandes bailes en carnaval y fin de año. Hoy el Hotel Le Palme lucha por no perder su identidad, por no perder su aristocracia. Es un viejo gatopardo que, en cualquier momento, puede ser engullido por una multinacional.
Laura regresa del colegio. Me da un beso y me dice si sé quién es Vercingetorix. Lo pronuncia en tan perfecto francés que dudo por un instante. Finalmente reacciono y le contesto: «Era el jefe galo que luchó contra Julio César». Laura sale en defensa del bárbaro y yo del romano. No sabía que en el Liceo Francés fueran tan nacionalistas. Los argumentos de Laura, basados en las lecciones que tiene que aprender, destacan la vida ecológica de estas tribus, mientras yo le digo que, sin Grecia y Roma, aún estaríamos por civilizar. Además le recuerdo que ella también se llama Livia y yo César. Éste, para solventar este asunto delicado, le promete a Livia llevarla a Roma. Siempre tuve los
Comentarios a la guerra de las Galias
y la
Guerra Civil
como dos de mis libros de cabecera. Durante el bachillerato traduje fragmentos del primer libro y me quedó el deseo de completar la lectura de aquellas hazañas. El libro séptimo, en donde se narra el enfrentamiento épico entre ambos soldados, siempre me emocionó por lo que tiene de generosidad del vencedor hacia el vencido. Quizá Julio César, como casi siempre ha pasado, se inventó esta guerra para conseguir gloria, fama, recursos financieros y un ejército adiestrado y fiel con el que intimidar a Roma; pero romanizó la Galia y la convirtió en una de las provincias más importantes del Imperio. ¿Cuántos muertos costó? Parece ser que un millón de personas murieron y otros tantos fueron vendidos como esclavos. Desgraciadamente la Historia se fue haciendo así y por las trazas que lleva sólo hemos mejorado un poco.
César, ya con Livia en Roma, le va enseñando las ruinas de aquel tiempo y, entre otros lugares, aquellos relacionados con el vencedor de Vercingetorix. Julio César al regresar a Roma, al pie del Campidoglio, junto al antiguo Foro Romano, hizo construir un nuevo foro con su nombre. Homenajeaba así a su estirpe, que decía ser descendiente del héroe troyano Eneas, guiado a su destino por la diosa Venus. En este lugar se exhibieron los trofeos de la guerra de las Galias. Julio César luego levantó aquí el templo a Venus Genitrix, porque también se decía descendiente de la diosa. Lo alzó tras la victoria de Farsalia, en el 48 a. C. La guerra de las Galias comenzó diez años antes. En Farsalia fue hecho prisionero Pompeyo, a quien Tolomeo, hermano de Cleopatra, mandó asesinar, sin conocimiento de Julio César. En este templo una estatua de la bella reina de Egipto se alzaba junto a la de Venus. Estaba decorado con pinturas y esculturas griegas, seis colecciones de gemas talladas y una coraza salpicada de piedras preciosas traídas de Britania. Delante de la fachada se erguía la estatua ecuestre de Julio César. Alto, robusto, de buena silueta, el caballo también mostraba señales de su divinidad a través de unos grandes cascos abiertos como dedos. Le señalo a Livia que en estos lugares, donde únicamente se conservan los basamentos, el cuerpo de Julio César fue quemado. Lo trajeron desde la Curia de Pompeyo y la pira ardió ante la tribuna de los oradores. Aquí mismo estuvo una columna conmemorativa y un altar varias veces destruido por los enemigos del asesinado. Octavio, sobrino e hijo adoptivo, finalmente erigió un templo en honor de su ilustre familiar. Una gran estatua de Julio César en pie lo presidía. A este lugar sagrado vinieron a parar los rostros de las naves de Marco Antonio y Cleopatra derrotadas en Accio. Aquí el lugarteniente de Julio César —el mismo Marco Antonio, al menos así está en Shakespeare— entonó la oración fúnebre por su bien querido general.
Livia, desconocedora de tan trágico destino, me pide que le enseñe el lugar donde se produjo el suceso. Desandamos todo el camino, volvemos a salir por la puerta que está frente al Coliseo, junto al Arco de Constantino, y enfrentamos la Via de los Foros Imperiales. Vamos pisando por el empedrado y el asfalto, bajo el cual aún hay miles de metros sin excavar. Esta avenida, que es un gran balcón sobre tantas ruinas, algunas majestuosas, como la Columna Trajana, está flanqueada por las estatuas de algunos de los más grandes emperadores romanos. Allí también se alza la de Julio César, en medio del espacio que otrora fuera suyo. Pasada la Piazza Venezia seguimos por la Via Plebiscito hasta llegar al Area Sacra del Largo Argentina. Es un cruce de varias vías. Están presididas por esta plaza, bajo cuyo nivel pueden verse interesantes vestigios de lo que fue un importante conjunto monumental construido por Pompeyo en el año 55 a. C. Estos vestigios de la época republicana fueron excavados entre los años 1926 y 1929. Era un lugar pantanoso cercano al Tíber. Por aquí estaba el Campo de Marte. Las lluvias provocaban la subida del río y había numerosas inundaciones. Las continuas obras de desecación llevaron consigo la elevación del suelo. Al oeste se encontraba un inmenso teatro, el primero construido con piedra en Roma, un templo dedicado a Venus y una curia que a veces acogía las sesiones del Senado. Al sureste, en tiempos de Augusto, estaba el Teatro Balbo. Y al norte la fachada posterior de las Termas de Agripa y de los Saepta. En el Area Sacra del Largo Argentina hay aún columnas alzadas de los cuatro templos orientados hacia el este. El templo B, circular, del siglo II a. C, tiene tejas como si luego hubiera pasado a ser una iglesia cristiana. Le marco a Livia el espacio y busco un lugar cualquiera para señalarle que allí fue donde asesinaron a Julio César.
A pesar de los coches, autobuses y los teléfonos móviles que suenan por doquier me imagino la escena en aquel día de los idus de marzo del 44 a. C. «César sería un animal sin corazón / si se quedara en casa hoy por miedo. / No, César no se quedará. El peligro sabe de sobra / que César es más peligroso que él», le hace decir Shakespeare a su protagonista. El autor británico es el principal culpable de que, a mis ojos, Julio César ganara en aprecio. El retrato que hace del mismo es el de un ser consciente de sus virtudes y sus defectos en un mundo cruel donde él también ha ejercido esa crueldad de la cual será víctima. El
Julio César
de Shakespeare es un ser culto, firme, agradable, hasta benigno. Julio César había llorado la muerte de Pompeyo. Sus soldados le tienen afecto, Marco Antonio devoción, e incluso hasta el propio Bruto, quien, parece ser, era un bastardo suyo.
¿Fue Julio César consciente de que lo iban a asesinar? ¿Por qué les es tan fácil a los conspiradores asesinarlo? Su poder está lejos de ser absoluto. ¿ Coqueteó Julio César con el martirio? Había conquistado media Europa, tenía Roma a sus pies y quizá sólo le faltaba la divinización que un general no podía conseguir muriendo en la cama. Bruto era un estoico, no envidiaba el esplendor de César, pero temía el potencial del poder ilimitado, incluso si lo ejercía el responsable y racional Julio César. Casio era un epicúreo, puritano, desdichado al contemplar una grandeza que lo rebasaba. Casio apuñaló a Julio César no en partes nobles sino en las pudendas. Bruto, Casio y demás conspiradores, así como Marco Antonio y Octavio, parecen más víctimas de Julio César que el propio Julio César. ¿Asesinato o suicidio? Julio César es el ganador con su entronización y divinización final. «Los cobardes mueren muchas veces antes de su muerte; / los valientes nunca prueban la muerte sino una sola vez. / De todos los prodigios que hasta ahora oí, / el más extraño me parece que los hombres teman / viendo que la muerte, inevitable fin,/ ha de venir cuando quiera venir…». El
Julio César
de Shakespeare, comenta Harold Bloom, es humano, demasiado humano, un dios mortal. Así yo también lo he visto siempre y admirado.
Llevamos un rato asomados sobre la barandilla y compruebo que Livia, o ahora más bien Laura, no está ensimismada por cuanto le cuento sino por los juegos de unos gatos multicolores que se pelean entre las ruinas. La Nochebuena de este 2004 la pasamos en casa de Valerio Magrelli, con su mujer y sus dos hijos. Desde la Piazza Venezia bajamos por la Via del Teatro Marcello. Allí está aún a la vista parte de su estructura. La obra la inició Julio César y la acabó Augusto, hijo de su hermana Octavia. El escenario daba al río Tíber mientras que las gradas ofrecían la espalda al Campidoglio. Fue una obra precursora del Coliseo, el mayor teatro de Roma tras el de Pompeyo. Abandonado siglos después, muchas de las piedras se utilizaron en el puente de Cestio. Primero se le adosaron viviendas, luego se convirtió en una fortaleza y, posteriormente, los Savelli y Orsini hicieron su palacio. Lo circundamos dejando atrás las ruinas del templo de Apollo Sosiano, por haber sido Cayo Sosio, gobernador de Siria, quién pagó la reconstrucción. En este templo se oraba para alejar las enfermedades. Para esto mismo siempre se utilizó, incluso en nuestros días, a la Isola Tiberina. Del antiguo barrio judío apenas queda una sinagoga construida en el año 1904. Es bastante grande, con una ancha y alta cúpula. Dentro se encuentra el Museo della Comunitá Ebraica. Hubo hasta cinco sinagogas en otra época en una misma plaza. Muchas de las casas cuyas fachadas nos detenemos a mirar están repletas de inscripciones provenientes de otras utilidades. Valerio vive en un piso de la Via in Publiconis, número 43, en lo que fue el gran palacio de una familia que se hizo rica con el tabaco de América. Los techos del piso son tan altos que tiene escaleras para alcanzar los libros de las estanterías. La charla de la noche es divertida y agradable. Al regresar al hotel volvemos a encontrarnos con el Area Sacra del Largo Argentina, donde Valerio y su familia cogen todos los días el transporte público para ir a sus respectivos trabajos. Valerio, un gran amigo y un gran poeta, sonríe cuando le pregunto qué se siente al pasar cotidianamente por el mismo lugar en donde se derramó la sangre de Julio César. «La vista de los lugares que sabemos que fueron frecuentados y habitados por personas cuya memoria es célebre nos conmueve de algún modo más que oír el relato de sus hazañas o leer sus escritos», escribe Montaigne, y a continuación añade esta frase de Cicerón: «Tanta
vis admonitionis est in locis»
, tan grande es la fuerza rememorativa que tienen los lugares.
La noche de Navidad la pasamos con Nadia Fusini y Franco Marcoaldi en la casa de ella, en el Vicolo dei Bovari número 12, en pleno Campo dei Fiori, muy cerca de la de Valerio. Ella es una gran especialista en literatura inglesa y él un destacado poeta y periodista. En el Campo dei Fiori estaba el corazón del Campo de Marte. En la Edad Media era una extensa pradera con algunas fortalezas de la familia de los Orsini. Allí se quemó a Giordano Bruno. Su estatua, que da mucho miedo, preside ahora la plaza repleta de puestos de flores. Mientras cenamos junto con otros amigos romanos, uno de ellos le pregunta. a Livia qué le ha gustado más de Roma. Ella mira a su madre y muy segura afirma: «el lugar donde mataron a Julio César». El comensal pone cara de sorpresa y yo también muestro mi cara de satisfacción. «¿Cuál?», le responde entonces muy serio el interlocutor. Yo salgo en ayuda de Livia y digo: «En la Curia del Area Sacra del largo Argentina». «¡Ah! —responde—. Pues ahí parece que no fue.» Livia mira a César con cara de rabia y yo no sé qué hacer.
«Efectivamente siempre se pensó en ese sitio pero, según las últimas investigaciones, parece ser que en aquellos días la Curia estaba en obras y la reunión se trasladó a los arcos del Teatro de Pompeyo.» Detrás de ese edificio se alzaba un gran pórtico presidido al fondo por la Curia de Pompeyo. Si del teatro de Marcelo aún se puede percibir algo, del de Pompeyo sólo queda la disposición semicircular de las casas de la calle Via di Grotta Pinta. Después de despedirnos de Nadia, Franco y compañía, al salir a la calle, vamos a dar a la Via del Biscione, números 73 y 74. En una fachada leemos un rótulo que pone: GROTTE DEL TEATRO DI POMPEO. RISTORANTE. Al día siguiente comemos allí en honor de mi tocayo, dos mil y muchos años después de aquel luctuoso suceso. ¿Se produjo aquí o allá el asesinato? ¿Qué más da? La historia, como muy bien sabía el propio Julio César, es el relato de unos hechos tal y como pasaron o tal y como pudieron pasar.
Sea como fuere y donde fuere, ¿quién podrá saberlo a ciencia cierta? Un día, al criado del mago Saint-Germain, un cabalista y alquimista del siglo XVIII, maestro de Cagliostro, le preguntaron sobre un hecho que el conde acababa de contar referido a la época de Julio César. El sirviente respondió que, aunque llevaba muchos años a su servicio, tan sólo lo conocía desde hacía tres siglos.
Ya en Madrid, César, perdonado por Livia, le lee a ésta unos fragmentos del libro VII de
Los comentarios a la .guerra de las Galias
. Dicen así: «Al día siguiente, Vercingetorix convoca una asamblea y explica que esta guerra la ha emprendido no mirando a sus necesidades, sino por la libertad común. Y, puesto que no había más remedio que ceder ante la Fortuna, que él se ponía en sus manos, por si querían dar satisfacción a los romanos con su propia muerte o bien entregárselo vivo».
P.D. A Livia le oculto por ahora lo que César hizo con el pobre Vercingetorix. En septiembre del año 52 antes de Cristo, después de la toma de Alesia, César ordenó conducir al galo hasta Roma, donde estuvo encarcelado seis años. En septiembre del 46 a. C., César, habiendo triunfado en la Galia, en Egipto, sobre Pompeyo y en África, regresó a la capital del Imperio. El cortejo salió del Campo de Marte, pasó por el Circo Flaminio, atravesó la Via Sacra y el Foro, y terminó en el templo de Júpiter Óptimo Máximo. A la cola del inmenso cortejo desfilaban cientos de prisioneros, entre ellos Vercingetorix, cargado de cadenas, la reina Arsínoe y el hijo del rey Juba. César, inmediatamente después de la celebración del cuádruple triunfo, ordenó matar al jefe galo en la oscuridad de la prisión del Mamertino.