La primera salida que hace el príncipe de Salina, en la novela de Lampedusa y también en el filme de Visconti, es a Palermo. Por las referencias que se dan, la familia se encontraba en la Villa Lampedusa (no en el palacio) y de allí el protagonista parte acompañado, ya de noche, por el padre Pirrone. Cenan apresuradamente mientras se prepara el coche de caballos y, cuando el príncipe lo oye rodar bajo el zaguán, se disponen a partir tras coger la chistera Don Fabrizio y el tricornio el jesuita. A la princesa Stella no le hace mucha gracia esta escapada, pues, según ella, la ciudad está llena de soldados y de malhechores; pero su esposo la tranquiliza. El príncipe le grita al cochero que los lleve a la Casa Profesa de los jesuitas para dejar al reverendo. Villa Lampedusa (en la novela Villa Salina) estaba situada fuera del casco histórico. Hoy la ciudad ha incorporado ya esta zona, conocida como I Colli, pero sigue estando distante de los lugares adonde se encaminan ambos pasajeros. Villa Lampedusa, en la Via dei Quartieri n.° 88, fue edificada a mediados del siglo XVII alrededor de una gran extensión de terreno, gran parte del mismo convertido en un admirable jardín con fuentes, bancos, plantas y árboles de muchas especies. El interior estaba decorado con frescos pintados a finales del siglo XVIII por Gaspare Fumagalli. Una posterior reforma le dio un aspecto más neoclásico que barroco. En el año 1845 fue adquirida por Giulio Fabrizio Tomasi (el inspirador del príncipe de Salina), príncipe de Lampedusa. Gran aficionado a las matemáticas y a la astronomía, hizo levantar una torreta para colocar en ella sus instrumentos de observación espacial. Para ascender hasta la planta noble había que subir por una preciosa escalera a doble rampa, cuya novedad estaba en que, a diferencia de otros edificios nobles, ésta tenía un pasamanos de hierro forjado que le daba más prestancia. Una de las salas más bellas era de estilo rococó y otras dos de estilo pompeyano. La villa del príncipe astrónomo no pudo resistir el paso del tiempo y está desde hace décadas abandonada.
Príncipe y jesuita divisan a la derecha la villa semiderruida de los Falconeri, que pertenecía a su sobrino Tancredi. Un padre derrochador, el marido de la hermana del príncipe, había dilapidado toda la hacienda antes de morir. Al fallecer la madre y quedar el muchacho huérfano, el rey confió al tío Salina la tutela del ahijado. Pupilo y tutor tenían una estrecha amistad, pues el príncipe veía en el joven muchos rasgos de carácter que él hubiera querido tener. Era más vivo, más despierto y más afectuoso que todos sus hijos. Villa Niscemi está en esa misma zona alta de las afueras de la ciudad, en la plaza del mismo nombre. En el año 1987 fue comprada por el Ayuntamiento de Palermo, evitándose así la dispersión del riquísimo patrimonio acumulado por los Valguarnera, descendientes del príncipe de Niscemi. Acompañado del propio alcalde he podido pasearme por el magnífico salón de baile y otras salas decoradas con frescos que recogen temas sagrados y profanos. El monumental camino que nos acompaña hasta la puerta principal fue llevado a cabo a mediados del siglo XIX por Giovan Battista Palazzotto. La biblioteca es interesantísima no sólo por el espacio y el mobiliario, sino también por el número de volúmenes que acoge. En uno de los salones están pintados los reyes sicilianos, muchos de ellos los compartimos los españoles. También está el Gatopardo impreso en muebles. En la biblioteca pude ver la foto del verdadero Tancredi vestido con la camisa roja garibaldina, así como otra foto del mismo Garibaldi dedicada a la verdadera Angelica. Villa Niscemi tenía un extensísimo terreno a su alrededor, parte del cual fue cedido, en el año 1798, a Fernando IV de Borbón, que vino a vivir a la isla huyendo de la invasión napoleónica de Nápoles. Tres nobles que poseían terrenos adyacentes en la zona de I Colli hicieron entrega de parte de sus tierras, para que el rey pudiese tener un parque espacioso en donde disfrutar de intimidad. Se trataba de los señores Lombarde, dueños de una pequeña residencia de gusto exótico, del marqués Vannucio, del príncipe de Malvagna, del hijo del duque de Pietratagliata, del marqués Ajroldi y del príncipe de Niscemi, cuyas tierras, divididas en dos propiedades, constituían gran parte del terreno que pasaría a ser una porción del parque real. Los Niscemi obtuvieron el derecho de mantener un acceso al parque real que fue mantenido cuando subieron al trono los Saboya. El parque de Villa Niscemi quedó reducido a cuatro hectáreas que constituyen la actual extensión. Allí se construyó el monarca un palacio. Al conjunto se le conoció desde entonces como Parque Real de la Favorita. Lo mejor del conjunto es el pabellón chino, la Palazzina Cinese. Tenía y tiene en el piso bajo un largo salón de baile con techo abovedado, cuyos extremos semicirculares disponen de gradas para los músicos y una serie de grabados de Bartolozzi, uno al lado del otro. El último en habitar Villa Niscemi fue el príncipe Corrado, el ex garibaldino de los Mil, el que inspiró a Lampedusa el personaje de Tancredi; y su esposa Maria Favara, la Angelica de la novela. Después del matrimonio del hijo mayor de ambos, Giuseppe, con la princesa Beatrice Mantegna di Ganci, vivieron establemente en la villa, renunciando al palacio palermitano de la Piazza Valverde en favor de los recién casados. El primo segundo de Lampedusa, Fulco Santostefano della Cerda, en su libro
Una infancia siciliana
, opina que
El Gatopardo
es un libro admirable aunque históricamente erróneo: «Giuseppe Palma, llamado después Lampedusa, hijo único de una mujer brillante y vital, era todo lo contrario que su madre: grueso, taciturno, con unos ojos grandes y tristes, enfermaba con facilidad si estaba al aire libre y era tímido con los animales. Nunca pude imaginarme que un día se convertiría en el autor de
El Gatopardo
, obra en la que, por cierto, se supone que los personajes de Tancredi y Angelica están basados en mis abuelos. Digo “se supone” porque yo encuentro serias discrepancias con ellos, pero, después de todo, un autor goza del privilegio de alterar los hechos al crear una obra de ficción». Fulco nació en Palermo en el año 1898 y, en 1922, a la muerte de su padre, se convirtió en duque de Verdura. En París y Estados Unidos se dedicó al diseño de joyas. Murió en Londres en 1978. Fulco recuerda a su abuela, Maria Favara , princesa de Niscemi, como una dama pequeñita y bastante regordeta, vestida de negro, «con unas facciones finamente esculpidas bajo el halo de unos resplandecientes rizos blancos como la nieve y siempre con un abanico en la mano». Se había casado con su abuelo Corrado, príncipe de Niscemi, a la edad de dieciséis años. Fulco dice que ese matrimonio fue feliz. Sólo se vio empañado por una gran tragedia. El benjamín de sus hijos, Enzo, murió repentinamente a la edad de doce años, y este suceso luctuoso la dejó marcada para toda la vida. La habitación del niño fue cerrada tal cual la había dejado y sólo entraba para limpiarla su vieja niñera. A decir del nieto, su abuela era una persona muy cultivada, leía mucho y estaba orgullosa de su dominio de las lenguas. Hablaba francés, alemán y bastante inglés. Era muy aficionada a los viajes y parece ser, como en la novela, que sabía mucho de arquitectura francesa. Su abuelo Corrado, a decir de Fulco, había sido uno de los Mil de Garibaldi y, más tarde, fue nombrado senador del reino. Los padres del duque de Verdura eran primos segundos y los dos procedían de viejos linajes españoles. El nombre originario de la familia era San Esteban y la Cerda, que se italianizó más tarde convirtiéndose en Santostefano della Cerda. «Los de la Cerda eran descendientes de los infantes de tal nombre, nietos de Alfonso X el Sabio, rey de Castilla y León. Su padre, Don Fernando, se había casado con su prima Blanche, hija de San Luis, rey de Francia. Cuando Don Fernando murió, un tío malvado, cuyo nombre no puedo recordar, pero que seguramente sería Alfonso o Fernando, se convirtió en tutor de los dos niños y fue nombrado regente del reino. Se hizo rápidamente con el trono y prescindió de los niños. Aunque nunca recuperaron el trono, fueron durante mucho tiempo una espinita para los reyes de Castilla y, en determinado momento, el Papa concedió al mayor de ellos el título (tan melodioso) de rey de las Canarias para intentar que cejara en sus aspiraciones, pero él se negó a deponer su actitud. A comienzos del siglo XVII sus descendientes vivían en Sicilia pues, por aquel entonces, el reino de Sicilia estaba bajo el dominio español. La última de la rama siciliana de los de La Cerda fue doña Hipólita, una solterona que acabó casándose con su primo Don Diego San Esteban. Para conmemorar tan magnífico acontecimiento se creó el título de marqués de Murata La Cerda y se fundó una ciudad fortificada con ese mismo nombre.» Una infancia siciliana nos adentra en la historia y en los fantasmas de Villa Niscemi, que es la que da imagen a las primeras escenas del filme de Visconti. Por otra parte, los Valguarnera pertenecían a una de las más antiguas e ilustres familias sicilianas, cuya ascendencia, se piensa, derivaba de los condes de Ampurias, de Cataluña, incluso se creían que eran descendientes de los godos, y que llegaron a Sicilia en el año 1282 con Simón Valguarnera, embajador del infante de España, Pedro de Aragón. Precisamente a Valguarnera se debe el enriquecimiento de la villa con obras de arte. Los Valguarnera transformaron la casa de campo en una villa palaciega en medio de una generosa naturaleza donde daban sus frutos olivos, almendros, algarrobos e higueras.
En esta colina, a las afueras de Palermo, los campesinos eran protegidos por torres defensivas y vigías del peligro pirata. Durante el siglo XV las torres eran de planta circular, luego se levantaron otras de planta cuadrangular con almenas y desagües sobre la puerta de acceso. Alrededor de estas torres se fueron construyendo pequeñas residencias veraniegas cuando en el siglo XVIII se difundió la moda. La antigua ascendencia militar de toda la arquitectura del siglo XVI siciliano y naturalmente de las torres en particular, encuentra de esta manera un gusto tendente a la ostentación feudal por parte de un feudalismo en decadencia que vuelve a visitar, aunque sea a través de modos barrocos, el rococó, los neoclásicos e incluso las tipologías castellanas de una época medieval, representativa de un período de oro para un poder en ese momento ya en declive. La agregación de nuevos elementos entonces se va extendiendo alrededor de la torre hasta construir en un principio sencillas granjas dotadas con viviendas nobiliarias, que después pasarán a ser verdaderas villas, siguiendo una precisa serie de tipologías de construcción en las cuales la torre posee una ubicación y función a menudo diferente, pero con un valor expresivo casi siempre constante. En San Mateo en Bagheria la torre está englobada en la compacta construcción que asume el carácter de una fortaleza. En Villa Naselli, la torre, en un principio colocada como defensa del manantial Ambleri se separa del nuevo edificio residencial. Las otras villas:
Bellacera, Roccaforte, Valdina y Butera las mantienen individualizadas o agregadas. La Villa Niscemi, cuyo pasado de masía fortificada con torre angular estaba muy claro, fue clausurada en el siglo XVIII. La torre fue rebajada y englobada nuevamente en una total reconstrucción de las fachadas que, si no podía desmentir del todo el aspecto macizo o sin frivolidad de la original casona, podía al menos atenuar las connotaciones más abiertamente defensivas. La existencia de la torre es aún reconocible por el espesor de los muros en la esquina norte-occidental. Debía ser de una gran importancia estratégica, pues se divisaba toda la capital. Y desde Palermo también se contemplaba su silueta en el Monte Pellegrino, bajando hasta el llano de I Colli. Se tiene constancia de que un tal Carlo Santangelo fue propietario de esta hacienda a mediados del siglo XVII. En 1714, Tommaso Sanfilippo, duque delle Grotte, donó estos terrenos a su nieta Marianna, hija de los príncipes de Carini, con motivo de su matrimonio con Vitale Valguarnera Branciforte, futuro príncipe de Niscemi. Durante este siglo se hicieron las principales obras arquitectónicas y de decoración. Luigi Borremans, hijo de Guglielmo, pintó los frescos de la Sala Verde, titulados
Multiplicación de los panes y los peces
, y en la Sala de las Cuatro Estaciones
Triunfo de la Inmaculada y Triunfo de Santa Rosalía
. Las refinadas pinturas de motivos arquitectónicos con vasijas y pájaros exóticos se atribuyen a otro pintor de frescos de la época, Gaspare Fumagalli. La villa, durante la primera mitad del siglo XIX, sufrió un parón en su desarrollo. En la segunda mitad de esa centuria fue cuando Corrado Valguarnera Tomasi, príncipe de Niscemi, le dio la gran presencia de la que aún hoy disfruta. El Tancredi de
El Gatopardo
, revolucionario antiborbónico, contrajo matrimonio con Maria Favara Caminnecci (Angelica en la novela), cuyo padre, el barón Vincenzo, asignó una importante dote que contribuyó de manera determinante a sacar de las dificultades económicas a los Niscemi. Durante este tiempo se restauró la colección de los reyes de Sicilia por Pizzillo Luigi, en colaboración con el arquitecto Gian Battista Palazzotto que dirigía las obras de ampliación y remodelación. Pizzilo nada menos que había sido encargado de restaurar el
Triunfo de la Muerte
(1400) por la Comisión de Antigüedades y Bellas Artes para Sicilia. Muchas decoraciones de carácter heráldico, musical y militar que el príncipe Corrado mandó pintar en la Villa Niscemi, le fueron sugeridas por los cielo rasos de madera del Palazzo Ducale de Palma de Montechiaro, honra y gloria de la familia Tomasi, es decir, de su familia materna. En 1883 se hizo un pequeño teatro ideado por el tramoyista Giuseppe Pipi, las escenografías fueron obra del pintor Giuseppe Cavallaro.
Tras subir por una gran escalera se accede a la primera planta y al salón de entrada o también Galería de los Reyes de Sicilia, que comparten la decoración con otros retratos de familia y con dos grandes cuadros que se flanquean en la pared de la derecha: un árbol genealógico del linaje y un mapa de Sicilia que se remonta a 1707. El mobiliario mezcla elementos del siglo XVIII y XIX. A los lados del hogar dos bustos en mármol blanco representan al rey Fernando y a María Carolina. El techo está cubierto de vigas a la vista, todo pintado en tonos verdes, con motivos heráldicos y florales. Cerca de la escalera, hallamos la magnífica biblioteca. Alberga unos cuatro mil volúmenes y en la actualidad es el despacho del alcalde de Palermo. A continuación están las dos salas más interesantes de la villa. La primera se llama Salón de Santa Rosalía decorada con frescos que representan vasijas con flores y pájaros, amorcillos y blasones. Los colores son muy llamativos, así como los dorados. En la pared de la derecha hay un tapiz con las armas de Valguarnera, del siglo XVIII, y en el techo la
Apoteosis de la Santa Patrona
con una corona de rosas. En el mismo estilo está el Salón de las Cuatro Estaciones, que debe su nombre a las cuatro personificaciones representadas en las paredes más largas, alternándose con espejos y pinturas. La pared del fondo contiene un gran fresco que se remonta al año 1774. En él aparece Carlomagno, que recibe el homenaje del Valguarnera de la época, el cual le dona el blasón de familia, como fondo se ve un campamento de la guerra contra los árabes. En el techo hay una
Asunción de la Virgen
. En este salón la variedad de los muebles abarca varios siglos, desde el XVII al XIX. En el ala izquierda está la Sala Verde, que estuvo decorada con preciosos tapices robados. En el techo está el fresco de la
Multiplicación de los panes y los peces
. Estos salones acogían las fiestas. El resto de la villa está dedicada a la parte privada: habitaciones, comedores, lugares para la servidumbre, etc… Una de las cosas más curiosas que pude visitar fue la habitación del príncipe Corrado y la de la princesa Maria.