Don Fabrizio, melancólico, despotrica en su interior contra todas aquellas gentes que lo rodean. Pero al fin y al cabo eran sangre de su sangre, eran él mismo; sólo con ellos se entendía, sólo con ellos se encontraba a gusto, «quizá sea más inteligente, seguro que soy más culto, pero soy de la misma calaña, tengo que estar con ellos». Sus reflexiones sobre la muerte se hacen más intensas, y en la película comienza ya a mostrar patentes signos de cansancio y agotamiento. El príncipe de Salina busca un sitio tranquilo donde sentarse. Entra en la biblioteca, bebe un vaso de agua y se sienta en un gran sillón. Entonces ve colgado de la pared un cuadro que incrementa su melancolía. La pintura —una buena copia— representa a un venerable anciano a punto de expirar en su lecho, entre sábanas limpísimas, rodeado de nietos afligidos y de nietecillas que alzaban los brazos hacia el techo. «Las muchachas eran bonitas, descaradas, y el desorden de sus ropas sugería más una idea de libertinaje que de dolor; obviamente, el verdadero tema del cuadro eran ellas.» El cuadro, cuyo original está en el Louvre, se titula
El hijo castigado
(1778). Es obra del pintor francés Jean- Baptiste Greuze (1725-1805). No sé por qué Lampedusa hace estos comentarios sobre el cuadro, pues yo no veo nada erótico en él y sí por el contrario muy dramáticas las expresiones de todos los allí representados. Sin lugar a duda, la más pacífica y complaciente es la del propio moribundo, cuyo rostro está sereno. Don Fabrizio se asombra de que Diego, el señor de la casa, hubiese querido tener constantemente ante sus ojos aquella triste escena, «luego se tranquilizó al pensar que Ponteleone debía de aparecer una vez al año por allí». Esta reflexión irónica la hace el propio don Fabrizio en la novela, mientras que en el filme sale de boca de Tancredi. En la novela, la entrada de Angelica y el sobrino se retrasan; mientras que se adelanta en el filme. También el príncipe de Salina piensa, él solo, cómo ha de ser su propia muerte y dónde reposará —en el Convento de los Capuchinos—; mientras que en la película todas estas reflexiones se plantean en un diálogo entre tío, sobrino y Angelica. En el filme, es aquí cuando se produce la muerte del protagonista. Está rodeado de quienes más lo quieren y Angelica se asemeja por su belleza y la blancura de su vestido a la propia muerte. Es la muerte —Angelica— quien lo invita a bailar por última vez. Luego el príncipe de Salina llora en el baño mirándose al espejo y, ya en la calle, él solo ve pasar al viático, su propio viático. Las palabras que murmura al ponerse de rodillas en señal de respeto y acatamiento del fin son de despedida.
¿Dónde se rodó el baile? Casi todo el filme se realizó en Sicilia. Fundamentalmente en Palermo, a excepción de algunos interiores grabados en Roma. Entre ellos el de la biblioteca en la Villa Chigi. El fotógrafo local, Nicola Scafidi, dejó constancia en un magnífico álbum: Luchino Visconti buscando exteriores, Burt Lancaster recibiendo en el aeropuerto de Palermo a su mujer, la llegada al mismo aeródromo de Claudia Cardinale, Alain Delon entrando en el Hotel Villa Igea donde todo el equipo se alojó, alejado de su centro de operaciones en el casco histórico, pero con una visión sobre el mar y la extraordinaria bahía palermitana. El arquitecto Basile, una especie de Gaudí, llevó aquí a cabo su sueño de
art nouveau
. Incola Scafidi fotografió también todas las escenas de la guerra entre las tropas garibaldinas y las de los Borbones. Escenas rodadas fundamentalmente en la Piazza de San Giovanni Decollato, en la Piazza Magione y Piazzetta Bianchi. Fotos de las masas combatientes, retratos de los extras, maquillajes de los principales actores, calles y fachadas de los inmuebles. Palermo todavía sufría en sus entrañas el bombardeo norteamericano de la segunda guerra mundial, que la convertía en un muy adecuado exterior para rodar estas escenas bélicas del Risorgimento. Desgraciadamente, el imponente casco histórico, que ahora empieza a recuperarse, continúa con aquellas crueles heridas. Scafidi también fotografió el acto de presentación de la novela en Palermo, en el mes de enero de 1959. El encargado de hablar de
El Gatopardo
fue Leonardo Sciascia, en presencia de un numeroso público entre el que se encontraba la viuda del novelista, la aristócrata psicoanalista Alexandra Wolf-Stomersce, y el hijo adoptivo de ambos, Gioacchino Lanza Tomasi.
El Palazzo Valguarnera-Gangi está en la Piazza Croce dei Vespri, no muy lejos de la Piazza San Domenico, donde estuvo el Palazzo Monteleone —en la novela Ponteleone—. Siguiendo la Via Roma, cruzando el Corso Vittorio Emanuelle y bajando por la Via Cantavia-Cagliari se llega a esta pequeña placita donde tuvieron lugar las Vísperas Sicilianas, la rebelión contra los franceses. Los Anjou fueron expulsados de la isla en el año 1282. Este suceso provocó la llegada de los aragoneses a la isla. Ricardo, un antepasado de Lampedusa, fue uno de los principales instigadores. El palacio lo levantó, en el siglo XVIII, el príncipe Valguarnera. Luego pasó a los Mantegna di Gangi. Tiene forma de “L”. Su fachada principal da a la pequeña Piazza Croce dei Vespri, donde se encuentra la entrada principal. Sobre el portalón se alza el escudo nobiliario de los Mantegna. La otra fachada da a otra pequeña plaza conocida como Santa Cecilia. Este lado del palacio fue rematado, en los años veinte del siglo pasado, por el arquitecto Filippo Basile. Una gran escalera conduce al primer piso, donde están los salones (brevemente se le ve subir por ella al príncipe de Salina y su familia en el filme). El salón principal es el del baile de la película de Visconti. Está tal cual aparece en ella con sus grandes arañas, sus techos repletos de magníficos frescos, jarrones, relojes, mobiliario, incluso aquellos gigantescos pufs donde saltaban las feas muchachitas, semejantes a «monitas», que le hacen pensar al príncipe de Salina si él no era el guardián de aquel jardín zoológico. El palacio es hoy propiedad de la misma familia, que lo cuida ejemplarmente. Por dentro es un relevante ejemplo barroco de la isla. La decoración fue llevada a cabo por el romano Gaspare Fumagalli, y los frescos de las diversas salas fueron pintados por Elia Interguglielmi, autor de la
Gloria del príncipe virtuoso
en el Salón de Honor (1792). De Giuseppe Velasco son la
Historia de Amor y Psique
(1804); así como de Gaspare Serenario son
La virtud necesaria al príncipe
(1754). Las pinturas más recientes corresponden al fin
de siecle
y son de Giovanni Lentini y Enrico Cavallaro. Realmente Don Calogero Sedára hubiera hecho el mismo comentario de los dorados y los candelabros de este palacio. Los grandes espejos Luis XV relucen cuando las bombillas (en el baile los grandes velones), enroscadas en las lámparas de Murano, se encienden. Sobre la pequeña Piazza de Santa Ana está volada la amplia terraza, ornada por una bella fuente y rodeada de estuco. Es la prolongación natural de los salones. En la película de Visconti, desde esta terraza se ve otra fachada. Es la del Palazzo Bonet, un edificio de estilo gótico catalán, del siglo XV, levantado por un catalán y hoy reformado para ser la sede del Museo de Arte Contemporáneo de Sicilia. Antes formó parte del convento de Santa Ana. La Colonna dei Vespri fue colocada en el año 1737 y sustituida por otra, la actual, en 1873, en memoria de aquella revuelta. En el número 8 de la plaza hay otro palacio conocido como Lucchesi Palli di Campofranco, del siglo XVIII. Lo hizo el duque de Ossada. A mediados del XIX el arquitecto Emanuelle Palazzotto le dio el aspecto neogótico, como el del verdadero palacio vecino de Abatellis.
La dueña nos recibe tras subir por la doble escalera. Es una guapa mujer de origen suizo, de unos cincuenta años, que ha tomado la conservación de este palacio como la obra de su vida. Nos conduce al salón de entrada y, entre los bustos de los fundadores, nos explica la historia de la familia que, como tantas otras aristocráticas sicilianas, procede de los españoles. Luego vamos atravesando salones en línea recta, hasta llegar al comedor. Todo reluce como si fuera nuevo y ella nos confiesa que la restauración ha sido llevada a cabo con su dinero. Ningún organismo público ha colaborado. La visita continúa yendo hacia el lado derecho, también en línea recta, donde hay otros salones y, finalmente, el salón de baile y el salón de los espejos. El salón de baile tiene unos doscientos metros cuadrados y fue el eje central del filme de Visconti. El director italiano utilizó fundamentalmente estos dos espacios, más el jardín, e hizo tomas cortas en otros lugares. La dueña se queja de las condiciones del rodaje. Hoy no lo hubiera permitido. Trescientas personas perdidas por los salones, cambios de mobiliario, grandes aparatos. «El palacio sufrió mucho. Se perdieron objetos y la propia estructura se resintió. Evidentemente el filme le dio a este inmueble una resonancia internacional que no hubiera tenido de otra manera», nos comenta. En el salón de baile, junto a un piano de cola repleto de fotos de reyes dedicadas a los diferentes propietarios, entre ellas una bastante grande de Alfonso XIII, hay un álbum con todos los recortes de prensa sobre el rodaje y la película. Hay muchas fotos de Lancaster y Cardinale bailando. El álbum lo inicia una tarjeta manuscrita de Visconti, enviada desde el hotel palermitano, agradeciendo infinitamente las facilidades que se les habían dado para el rodaje. Pero la sorpresa verdadera se encuentra en el salón de al lado, el de los espejos. Visconti lo rodó en rasante, por lo que no captó el maravilloso techo lleno de frutas y de pinturas interiores. Un juego de espacios que da una dimensión distinta y diferente. Más allá hay una pequeña sala china para las mujeres y una pequeña habitación para que fumaran los hombres. La dueña recauda dinero dando comidas o cenas en estos lugares para personas o entidades que puedan pagarse el lujo. Las visitas son muy escasas, pues también se les exige ese importante desembolso, que va a parar inmediatamente al mismo palacio. Saliendo por una puerta desde el salón de baile, se llega a la terraza repleta de plantas, donde mana una bella fuente. En un costado de la misma hay un gran casetón en cuyo interior trabajan varias personas, dedicadas única y exclusivamente a la restauración de muebles, pinturas y todo tipo de reparaciones. «Muchas llevan conmigo varios años y trabajan sólo para mí. El palacio da trabajo permanentemente, por lo que decidí contratarlas y especializarlas en oficios que hoy se han perdido», comenta la dama. El paseo ha sido una gran experiencia y me congratulo de que aún haya gente que ama su historia y su cultura, y trate de defenderla dedicándole un tiempo y un dinero siempre escaso para este tipo de aventuras. Así lo dejé reflejado en el libro de firmas del mes de junio de 2007.
En la novela, Lampedusa prolonga la vida de su protagonista más allá del baile. Don Fabrizio regresa a pie y asiste al amanecer de un nuevo día. El capítulo VII no es el último, aún hay otro posterior y definitivo, el VIII. Transcurre en el mes de mayo del año 1910. El príncipe de Salina en la novela, como ya comenté, muere dos décadas después del baile. Desconocemos lo que pasó entre medias, pues Lampedusa no lo aclara en ningún momento. Don Fabrizio regresa de Nápoles después de un largo y cansado viaje en tren. Había pasado treinta y seis horas encerrado en su departamento, con un calor asfixiante. Angelica y Tancredi van a esperarlo a la estación. El príncipe se desmaya y comienza su lenta agonía. Para no moverlo más, Tancredi lo aloja en el Hotel Trinacria. Este hotel es hoy un edificio de apartamentos (se ha respetado su fachada dieciochesca) situado junto al Palazzo Lanza Tomasi, también del siglo XVIII, en donde pasó sus últimos años el autor de
El Gatopardo
. Ambos están en el casco histórico, frente al mar, en la Via Butera, número 28. El palacio, del que es propietario su hijo adoptivo, Gioacchino Lanza Tomasi (homenajeado en el baile, aunque él físicamente no aparecía en el filme), contiene entre otros recuerdos del escritor, toda su biblioteca. Tuve la suerte de conocer a Gioacchino y a su mujer en Nápoles. Una pareja culta y encantadora. Él era el director del Teatro San Carlo. Gracias a su amabilidad visité ese templo de la ópera y asistí a una representación de
La Traviata
. Luego se desplazó a Palermo para invitarnos a cenar en su palacio. En los grandes salones frente al mar estaba reunido todo lo que Lampedusa pudo juntar de tantos naufragios, entre ellos, la gran biblioteca, que ocupa varias estancias, con estanterías que alcanzan los altos techos. Sostuve en mis manos muchos de esos libros, sobre todo los de sus autores favoritos españoles, así como varias antiguas ediciones de
El Quijote
. Luego tomamos una exquisita cena servida con la cubertería y la porcelana que llevaban grabado el escudo del Gatopardo.
Lo que Fabrizio hace en el filme al final del baile —mirar su rostro en un espejo del baño rodeado de orinales usados— en la novela lo lleva a cabo en el espejo del armario de la habitación del hotel. Recibe al médico, le lavan la cara y el príncipe de Salina ve el mar por última vez. Luego toma conciencia de que es el último Salina, «porque un linaje noble sólo existe mientras perduran las tradiciones, mientras se mantienen vivos los recuerdos; y él era el único que tenía recuerdos originales, distintos de los que se conservaban en otras familias». El príncipe de Salina muere en la novela acompañado por un sacerdote. Fabrizio pensó en negarse, en ponerse a gritar. ¿Cómo iba a aceptar un agnóstico la presencia de un cura? El padre Pirrone —su confesor y alcahuete— ya estaba muerto. Pero no tardó en darse cuenta de que hubiese sido ridículo: «Era el príncipe de Salina y debía morir como un príncipe de Salina, incluida la asistencia de un cura». El viático le vino de la cercana parroquia de la Pietá, una joya del barroco siciliano regentada por la orden dominica. Tancredi y alguno de sus hijos le hablaban tratando de animarlo, pero ya no los escuchaba, pues estaba haciendo el balance de pérdidas y ganancias de su vida. Finalmente comienzan sus estertores y el príncipe de Salina ve a una joven dama: «Esbelta, con un vestido de viaje marrón de amplia
tournure
, y un sombrerito de paja cuyo velo moteado no alcanzaba a ocultar la gracia irresistible del rostro. Su manecita, protegida por un guante de gamuza, se insinuaba entre los codos de los que lloraban; pedía disculpas y se iba acercando poco a poco. Era ella, la criatura que siempre había deseado; venía a llevárselo; era extraño que, siendo tan joven, hubiera decidido entregarse a él; el tren debía de estar por partir. Cuando su rostro estuvo frente al suyo, levantó el velo y así, pudorosa, pero dispuesta a ser poseída, le pareció más bella aún que cuantas veces la había entrevisto en los espacios estelares…». ¿No es en el fondo este final el mismo que el de Visconti? ¿Esa dama no era la propia Angelica? Este capítulo es brillante como toda la novela, pero prefiero el final ideado por los guionistas D'AmicoMedioli-Festa Campanile, Franciosa y el propio Visconti. El filme economiza el tiempo y concentra en el baile vida y muerte. Este capítulo le hace perder fuerza a la novela pues provoca un abismo temporal injustificable, incluso en una obra de ficción. ¿Qué hizo el príncipe de Salina durante esos veinte años de su vida? ¿Qué pasó en la sociedad de la nueva Italia unificada? Todo esto lo zanja de golpe el filme, sajando con un bisturí preciso todos los recovecos.