Lugares donde se calma el dolor (12 page)

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Authors: Cesar Antonio Molina

Tags: #Relato, Viajes

BOOK: Lugares donde se calma el dolor
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398 de Via Roma (Palermo)

Los hoteles se eligen por muchos motivos: económicos, estéticos, sentimentales, e incluso sin saber por qué. Quien quiera vivir una aventura en apenas pocos metros, pase por el Hotel Chelsea de Nueva York. Otrora era un alojamiento de gran prestigio. En él vivió Thomas Wolfe; Arthur Miller escribió en una de sus habitaciones
La muerte de un viajante, Panorama desde el puente, Después de la caída, Incidente en Vichy, El Premio
y otras muchas más mientras residió de 1962 a 1968; Dylan Thomas acabó alcoholizado entre estas paredes; Arthur C. Clarke redactó
2001: Una odisea del espacio
; y tantos otros. De aquella paz se ha pasado ahora a una selva de habitaciones donde campa a sus anchas un zoológico humano incapaz de ser amaestrado por el mejor domador de circo. Nadie tiene derecho a quejarse de lo que le acontezca, pues el conserje negro es de lo único que advierte. Una vez entregada la llave ya sólo uno puede confiar en su propia suerte. A pocos kilómetros, también en Manhattan, está el Waldorf Astoria para aburrirse en sus anchos sillones de piel, viendo pasar a cursis muchachas casaderas acompañadas por sus vigilantes padres provincianos. Ambos hoteles están siempre al completo.

Pero ahora me encuentro muy lejos de la ciudad de los rascacielos, en Palermo, alojado en el Grand Hotel et des Palmes. Los palermitanos lo conocen como Le Palme. Ya no es el mejor, ni el más bello; pero sigue conservando su elegancia, su céntrica ubicación, así como una historia repleta de curiosos acontecimientos. El Hotel Villa Igiea (Salita Belmonte, número 43) está a las afueras de la ciudad, pero domina uno de los parajes más bellos sobre la bahía. A comienzos del pasado siglo el gran arquitecto modernista Ernesto Basile (1857-1932) transformó la anterior villa neogótica, llamada Downville, en esta nueva estructura que, exteriormente, no ha perdido su aire de castillo inglés. La naturaleza del lugar es tan hermosa que lo absorbe. Un amplio y sinuoso jardín cae sobre el mar. Su límite está en las ruinas contemporáneas de un falso templo antiguo. El salón de baile ideado por Basile es una pieza maestra del
art nouveau
: mobiliario (de Ducrot), pinturas (de E. de Maria Bergler), grandes arañas y espejos, todo se conserva como en un museo todavía útil.
La lavola dellAurora e del Tramonto
, así como
Floralia
, son los frescos de Bergler en los cuales flotan elegantes, jóvenes y vaporosas figuras femeninas sobre decoraciones florales muy queridas para el movimiento estético
liberty
. En el Igiea se albergaron los actores de
El Gatopardo
y su director Luchino Visconti, a pesar de que su admirado Wagner lo había hecho en Le Palme. El músico alemán llegó a la capital siciliana acompañado de Cosima Liszt en el año 1881. Permanecieron varias semanas en el hotel hasta que el músico alemán dio por concluido
Parsifal
, una ópera musicalmente extraordinaria, cuyo libreto exalta al héroe conductor de pueblos que tantos males trajo después a sus compatriotas y a la humanidad entera. Durante años el hotel conservó la
spineta
(un clavicordio pequeño, de una sola cuerda en cada orden) sobre la cual el compositor trabajó. El instrumento desapareció durante los complicados días de la segunda guerra mundial. ¿Se encaprichó algún general nazi o aliado? Por aquellos días, el coronel Charles Poletti llegaba al hotel en un Packard del 38, regalo del capo Vito Genovese. Le Palme sufrió los bombardeos previos al desembarco norteamericano que tanto daño innecesario hicieron no sólo al patrimonio de la ciudad, sino al patrimonio cultural universal, pues Palermo atesoraba y atesora piezas arquitectónicas y artísticas de incalculable valor material pero, sobre todo, histórico. Lo mismo sucedió en Nápoles.

En el año 1943 cayó una bomba en la entrada principal de Le Palme. Afortunadamente no estalló. Otra atravesó el edificio de parte a parte, sobrevolando el techo y la cabeza del barón Vincenzo Greco Militello. El antiguo y noble cliente presentó una protesta ante la dirección por haber sido tan bárbaramente despertado. Tomada Sicilia, Le Palme se convirtió en el cuartel general de los aliados.

Le Palme en sus orígenes fue la casa de Benjamin Ingham (de 1856 a 186o), uno de los ingleses que en el siglo XIX establecieron sus negocios en la isla. Tenía dos pisos y las ventanas laterales de su lado derecho (si miramos de frente la fachada) daban sobre un gran jardín tropical: hibiscos, palmeras, ficus, cactus, plátanos, etc. Casa y jardín tenían un aire colonial. Con el tiempo, el jardín fue desapareciendo, se lo comió el desarrollo urbanístico de la ciudad. El primer propietario murió pronto, en el año 1861, y fue heredado por su nieto, Ben Ingham. Éste acabó la obra pero poco después también falleció. Su desconsolada viuda, Emily, al poco tiempo se volvió a casar con Giacomo Medici, marqués del Vascello, con quien reemprendió una nueva vida en Roma a finales de la década de los setenta. El inmueble entonces fue alquilado a Enrico Ragusa, propietario del Hotel Trinacria (donde muere, en la novela de Lampedusa, el príncipe de Salina) de la Via Butera. Esta avenida estaba en el puerto, frente al mar. El palacio del príncipe de Trabia, levantado sobre un proyecto del arquitecto Vincenzo Trombetta fue hotel desde el año 1844 al 1911. Compitió en elegancia con Le Palme. Ragusa transformó la mansión de los Ingham en el Grand Hotel et des Palmes.

El hotel pasó por dos grandes reformas. En el año 1907, Ernesto Basile, hijo del también arquitecto Gian Battista Filippo Basile, lo adecuó al nuevo siglo. Mantuvo su aspecto exterior neoclásico, le elevó dos pisos y por dentro introdujo una decoración modernista. Las vidrieras florales son de Paolo Bevilacqua. En 1981 sufrió otra profunda reforma. Frente al hotel aún está la iglesia anglicana. Los Ingham y otra poderosa familia inglesa, los Whitaker, levantaron este edificio neogótico a sus expensas, para uso propio y el de los feligreses británicos de la ciudad. La obra duró desde 1872 hasta 1875 y estuvo a cargo de los arquitectos W. Barber y H. Christian. Las grandes vidrieras fueron traídas de Londres.

A Le Palme ya no se entra a través de la gran puerta giratoria. Fue arrancada en esa última reforma. Sí se conserva en el vestíbulo el reloj de bronce sin manecillas.

Nada más traspasar el umbral nos encontramos con las cuatro columnas dóricas dispuestas como si sostuvieran un templete circular. La entrada es elegante y no demasiado grande. En las paredes hay esgrafiados modernistas: figuras de músicos y danzantes sacados de la mitología clásica; y cuelgan grandes espejos dorados. Los muebles son de estilo Imperio, quizá sobrevivientes de la primera época. Estratégicamente situadas hay pequeñas esculturas neoclásicas. Figuran como salidas de la escuela de Canova. Llevan por título:
Danza a la primavera, Fuga de Pompeya y Puttino il brancconiere
. Pero lo más sobresaliente es un busto de Wagner que es quien, realmente, preside la estancia. ¿Wagner sobre Verdi? Que se sepa —y se sabría— el músico italiano no fue cliente del hotel, por lo que la admiración wagneriana está justificada. A la derecha, subiendo por unas pocas escaleras, se va a dar a un primer salón que se comunica por un pasillo con otras dos amplias estancias dedicadas a comedores. Por las escaleras de la izquierda, desde la entrada, subiendo otros escalones, se va a dar al bar Il Gatopardo y después, siguiendo ese mismo pasillo, a aquellos mismos salones. Este bar abierto más contemporáneamente guarda una armonía física y espiritual decimonónica: grandes arañas, terciopelos rojos y ampuloso mobiliario. Además de ascender a las habitaciones por unos modernos ascensores, se puede subir a los pisos por una palaciega escalera. Alcanza sólo a las dos primeras plantas originales. Luego, para las otras dos restantes, levantadas posteriormente, se accede por otra mucho más estrecha que sirve como indicio de la transformación del uso privado al público.

José Enrique Rodó, el gran intelectual uruguayo, murió aquí en 1917. Pero la muerte más llamativa que acogió este establecimiento fue la del escritor Raymond Roussel. Homosexual, destruido por el alcohol y las drogas, vino a parar aquí, a la habitación 224. Hoy los números han sido trastocados y el personal de Le Palme, joven e ignorante de su pasado, pone caras raras cuando se le habla de estos asuntos. A los hosteleros nunca se les ha muerto nadie en su jurisdicción, sea cual fuere la fama del difunto. En el exterior del edificio y no en la fachada principal, sino en otra lateral, sólo hay dos placas: la de la estancia de Wagner y la de Rodó. Ninguna otra recuerda al gran novelista francés. Leonardo Sciascia investigó concienzudamente este trágico asunto en su libro
Atti relativi alla morte di Raymond Roussel
(1971), cuya primera edición tengo entre mis manos. Roussel abandonó París acompañado por su amiga Charlotte Dufrime, en un coche, camino de Palermo. ¿Por qué eligieron este destino tan lejano? Nunca se descubrió quién conducía. Partieron el uno de junio de 1933 y llegaron cinco días después. Roussel sentía una admiración desmedida por Wagner, con quien se comparó en
“De l'angoisse a l'extase”
, recogido en el monumental
Locus Solus
. Raymond y Charlotte pasaron por amantes y ocuparon habitaciones contiguas, comunicadas por una puerta interior. A última hora de la tarde, el misterioso conductor lo paseaba sin rumbo por las calles de la capital siciliana. Charlotte se ausentaba de vez en cuando y Raymond aprovechaba esa soledad para tomar todo cuanto caía en sus manos. El 16 de junio tuvo que intervenir el médico del hotel, cuyo nombre, Michele Lombardo, pasará a la pequeña historia de la literatura por haberlo atendido. Esta vez se recuperó. El regreso de Charlotte, cómplice de sus males, lo animó. El uno de julio, casi un mes después de alojarse en Le Palme, le pidió al camarero, Masimo Orlando, que lo ayudara a cortarse las venas. El empleado —a pesar de la elevada cantidad de dinero ofrecida— salió despavorido. Raymond entonces se metió en la bañera y se dejó desangrar por la muñeca izquierda. Con la misma cuchilla se raspó otras muchas partes del cuerpo. El doctor Lombardo de nuevo pudo coserlo y —parece ser— que lo convenció para que ingresara en una clínica suiza. Pero Raymond tuvo una fuerte discusión con Charlotte por no haberle conseguido una pistola para cometer el
suicide riche
del que habla en
Nouvelles Impressions d'Afrique
. El último día de su existencia era la fiesta de la patrona de Palermo, Santa Rosalia. Además Mussolini declaró festiva esa fecha en toda Italia por haber cruzado con éxito el cielo del Atlántico una escuadrilla. Al dictador fascista, Roussel había hecho llegar, dedicado, un ejemplar de este libro. Raymond tiró el colchón al suelo y lo apoyó contra la puerta que comunicaba su habitación con la de Charlotte. Ella lo oyó jadear, pero él la tranquilizó asegurándole que se encontraba bien. Murió al amanecer en medio de vómitos, coágulos de sangre, eyaculaciones y estropicios múltiples hacia su persona y la estancia. Después de una larga investigación, a la que se refirió pormenorizadamente Sciascia en su libro, el cuerpo del novelista fue embalsamado y repatriado a París. El 26 de julio se le enterró. Su residencia en Palermo, en el Hotel Le Palme, duró casi dos inacabables meses. Este inmueble fue un inmejorable escenario para llevar a cabo el último acto de su vida. Roussel había nacido en París en el año 1877.
Impressions d'Afrique
lo publicó en 1910, tras varios años de silencio. Un grupo de náufragos cuentan su peripecia marina y terrestre al ser hechos prisioneros por un rey negro que los somete a toda serie de complejas pruebas para liberarlos. Cuatro años después publicó
Locus Solus
otra novela donde distintos cadáveres encerrados en jaulas cuentan infinitamente las circunstancias de su muerte. Adaptada al teatro, fue llevada a los escenarios en los años veinte del pasado siglo, y produjo un gran escándalo. Roussel escribió varias obras teatrales y recogió sus poemas bajo el título
Nouvelles impressions d'Afrique
(1932). Su intención irónica y genio fabulador, también lo dejó reflejado en otro libro desmesurado:
Cómo escribí algunos libros míos
, un ensayo póstumo justificatorio o injustificable sobre una obra que estuvo movida por la fuerza irracionalista y la vehemencia creadora.

Wagner, Rodó, Roussel, el barón Greco, Lucky Luciano que a punto estuvo de asesinar a Arthur Miller al confundirlo con un agente secreto del FBI; Igea Lissoni, la bellísima bailarina de la Scala de Milán, que acompañaba al mañoso italo-norteamericano, como otros compañeros de profesión: Don Calo Vizzini o Genco Russo, que masticaba tabaco y lo iba escupiendo por todos los lugares, tienen vidas oficiales. En 1957 se celebró aquí el primer congreso mundial de la mafia. Como resultado del mismo se decidió la comercialización de la droga. Desde la habitación 129 vigilaba la CIA. En 1965, el capo Charles Orlando se comportó como un caballero. Detenido de madrugada pidió a la policía que no armaran ruido para no molestar a los demás clientes y salvaguardar el prestigio del local. Pero de entre todos los clientes de Le Palme me maravillan las historias de estos dos anónimos. Sus vidas están sólo en función de la existencia de este hotel, que es como su memoria compartida. El primero se llamaba Agostino La Lomia y el segundo Giuseppe Di Stefano di Castelvetrano. Agostino era un barón de Canicatti, poca cosa, pues Sicilia está repleta de príncipes. Era cliente fijo de la habitación 124. Fijaba allí el lugar donde sus padres lo habían concebido. Se encerraba días enteros en la habitación y se mandaba cartas a sí mismo. La propina a los muchachos de los recados era más alta si su nombre lo entonaban bien alto por los salones. Giuseppe se hacía pasar también por barón, pero no era más que un mañoso de Castelvetrano. Estuvo cuarenta años sin salir de Le Palme. La mafia le perdonó la vida a cambio de esa reclusión dorada. Nunca quedó claro lo que había hecho. Parece ser que ejecutó una orden de asesinato equivocadamente. También se cuenta que pudo tener un
affaire
amoroso con la novia o esposa de un mafioso. O quizá él mismo se lo inventó para que lo dejaran en paz y poder tener una vida tranquila. Durante muchos años recibió a un selecto grupo de amigos y a su amante. Luego se le fueron muriendo y quedó definitivamente solo. Fumaba habanos y todos los días recibía en su habitación al jefe de cocina para discutir con él lo que iba a comer. Esta persona era la única que tenía permiso para contarle alguna noticia imprescindible. Don Giuseppe no leía periódicos, no oía la radio y siempre rechazó la televisión cuando ésta hizo acto de presencia. Leía libros y escuchaba música. Sabía como Montaigne que los libros son el mejor avituallamiento para el viaje de la vida. Sólo salió del hotel a entierros de dos familiares. Una noche, cuentan, se le vio dando vueltas alrededor de Le Palme. Murió a los noventa y dos años. Todo el personal del hotel formó alrededor del ataúd, como si se tratase de su general. Luego, a hombros, lo llevaron al cementerio. La habitación 204 quedó vacía después de cuatro décadas. Vittorio Gassman interpretó magistralmente a este personaje en el filme de Francesco Rosi,
Olvidar Palermo
(199o). Le Palme es un personaje central del filme basado en una novela de Charles Roux. Una norteamericana siente nostalgia de sus orígenes y parte de Estados Unidos para reencontrarse con Sicilia. Giuseppe siempre estaba de buen humor, pues, como escribió Marco Aurelio, de muy pocas cosas depende el vivir felizmente.

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