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Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

Lyonesse - 3 - Madouc (26 page)

BOOK: Lyonesse - 3 - Madouc
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—No traje mi flauta —dijo Dhrun—. El componente feérico se está agotando, y mi temperamento se ha vuelto algo melancólico. Tal vez no sea desequilibrado, a pesar de todo.

—¿Piensas a menudo en el sheet?

—En ocasiones. Pero los recuerdos son borrosos, como si evocara un sueño.

—¿Recuerdas a mi madre Twisk?

—Poco o nada. Recuerdo al rey Throbius y la reina Bossum, y también a un trasgo llamado Falael que me tenía envidia. Recuerdo festivales en el claro de luna y estar sentado en la hierba confeccionando guirnaldas de flores.

—¿Te agradaría visitar de nuevo el sheet? —Dhrun sacudió la cabeza enfáticamente:

—Pensarían que voy en busca de favores y me someterían a tretas malignas.

—El shee no está lejos, ¿verdad?

—Está al norte de Pequeña Saffield, sobre la Calle Vieja. Un camino conduce a Tawn Timble y Glymwode, y de allí al bosque, y luego a Tripsey Shee, en el prado de Madling.

—No debe ser difícil de encontrar.

—¡No pensarás visitar el sheet! —exclamó Dhrun.

—No tengo planes inmediatos —respondió Madouc evasivamente.

—Será mejor que no tengas planes, mediatos o inmediatos. Los caminos son peligrosos. El bosque es extraño. Las hadas no son de fiar.

Madouc no parecía preocupada.

—Mi madre me protegería de todo mal.

—¡No estés tan segura! Si estuviera irritada y hubiera tenido un mal día, quizá te pusiera una cara de tejón o una narizota azul, sin razón alguna.

—¡Mi madre no haría daño a su propia hija! —exclamó Madouc.

—Pero ¿para qué quieres ir? No te recibirían con simpatía.

—Eso no me importa. Sólo quiero hacer averiguaciones sobre mi padre, saber cuál es su nombre y posición, y dónde vive ahora. ¡Quizás en un bonito castillo sobre el mar!

—¿Y qué dice tu madre de esto?

—Finge no recordar nada. Creo que no me ha dicho todo lo que sabe.

Dhrun titubeó.

—¿Por qué iba a ocultar esa información? A menos que tu padre fuera un pillo y un vagabundo del cual se avergüence.

—Vaya —dijo Madouc—. No había pensado en ello. Pero es poco probable… o eso espero.

El rey Casmir y Aillas salieron del castillo con semblantes de convencional impasibilidad.

—El viento parece virar hacia el sur —le dijo Aillas a Dhrun—, y será mejor que nos hagamos a la mar antes de que empeoren las condiciones.

—Es una lástima que debamos irnos tan pronto —dijo Dhrun.

—Es verdad, pero debemos irnos. He invitado al rey Casmir, junto con la reina Sollace y la princesa, a pasar una semana con nosotros en Watershade, este verano.

—¡Sería estupendo! —dijo Dhrun—. ¡Es el mejor momento para ir a Watershade! Espero que decidas visitarnos, majestad. No es un viaje demasiado agotador.

—Sería un gran placer, si los asuntos de estado me lo permiten —dijo el rey Casmir—. Veo que os aguarda el carruaje. Me despediré aquí mismo.

—De acuerdo —dijo Aillas—. Adiós, Madouc —La besó en la mejilla.

—¡Adiós! ¡Lamento que os vayáis tan pronto!

Dhrun se inclinó para besar a Madouc y dijo:

—Adiós. ¡Te veremos pronto, tal vez en Watershade!

—Eso espero.

Dhrun dio media vuelta y siguió a Aillas por la escalinata de piedra, hasta el camino donde aguardaba el carruaje.

5

El rey Casmir estaba junto a la ventana de su habitación, las piernas separadas, las manos entrelazadas en la espalda. La flota troicina había zarpado perdiéndose tras los promontorios del este; el ancho Lir se extendía ante él. Casmir maldijo entre dientes y se alejó de la ventana. Con las manos aún a la espalda, recorrió despacio la habitación, la cabeza gacha, la barba rozándole el pecho.

Entró la reina Sollace, y se detuvo al ver el andar pesaroso de Casmir. El rey la miró de soslayo y continuó su marcha en silencio.

Frunciendo la nariz, la reina Sollace cruzó la habitación y se apoltronó en el diván.

El rey Casmir se detuvo al fin. Masculló:

—Es innegable. Una vez más se frenan mis avances y se frustran mis esfuerzos… por obra del mismo agente y por las mismas razones. Los hechos son contundentes. Debo aceptarlos.

—¿De veras? —preguntó Sollace—. ¿Cuáles son los desagradables hechos que te causan tanta angustia?

—Conciernen a mis planes para Blaloc —gruñó Casmir—. No puedo intervenir sin que Aillas y sus naves troicinas se me abalancen. Pues entonces Audry, ese chacal gordo, se volvería contra mí, y no puedo resistir tantos golpes de tantas direcciones.

—Quizá debieras adoptar otro plan —dijo animosamente la reina Sollace—. O quizá no debieras hacer ningún plan.

—¡Ja! —ladró el rey Casmir—. ¡Eso parece! El rey Aillas habla suavemente y con gran cortesía; tiene la inquietante habilidad de llamarte falso, mentiroso, embaucador y canalla como si te hiciera un cumplido.

La reina Sollace sacudió la cabeza con desconcierto.

—¡Me sorprende! Pensé que el rey Aillas y el príncipe Dhrun venían a ofrecernos una visita de cortesía.

—¡Te aseguro que ésa no fue la única razón!

La reina Sollace suspiró.

—El rey Aillas ha logrado sus propios triunfos. ¿Por qué no puede ser más tolerante con tus esperanzas y tus sueños? Debe de haber un elemento de envidia.

Casmir cabeceó lacónicamente.

—Está claro que no hay amor entre nosotros. Con todo, él sólo actúa como debe actuar. Conoce mis propósitos finales tan bien como yo mismo.

—¡Pero es un propósito glorioso! —gorjeó la reina Sollace—. ¡Unir nuevamente las Islas Elder! ¡Es un noble sueño! ¡Sin duda daría ímpetu a nuestra santa fe! ¡Piensa! ¡Un día el padre Umphred será el arzobispo de las Islas Elder!

—Una vez más estuviste escuchando a ese cura de cara fofa —dijo el rey Casmir con disgusto—. Te ha convencido para que construyas la catedral. Con eso debería tener bastante.

La reina Sollace alzó los ojos húmedos, y dijo con voz paciente:

—Ocurra lo que ocurra, comprende que mis plegarias están dedicadas a tu triunfo. ¡Sin duda vencerás al fin!

—Ojalá fuera tan fácil —el rey Casmir se desplomó en una silla—. No todo está perdido. Estoy atascado en Blaloc, pero siempre hay dos modos de llegar al granero.

—No entiendo tus palabras.

—Impartiré nuevas órdenes a mis agentes. No habrá más agitación. Cuando muera el rey Milo, Brezante será rey. Le daremos a Madouc en matrimonio, y así uniremos nuestras casas.

—¡Brezante ya está casado! —objetó Sollace—. ¡Desposó a Glodwyn de Bor!

—Ella era frágil, joven y enfermiza, y murió al dar a luz. Brezante es notoriamente mujeriego, y estará dispuesto a concertar nuevas nupcias.

—¡Pobrecilla Glodwyn! —se lamentó Sollace—. Era apenas una niña. Dicen que nunca superó la nostalgia por su hogar.

Casmir se encogió de hombros.

—Aun así, todo podría obrar en ventaja nuestra. El rey Milo ya es hombre muerto. Brezante es un poco obtuso, un factor favorable a nuestra causa. Debemos preparar una ocasión para que nos visite.

—Brezante no es galante ni apuesto, ni siquiera seductor —dijo Sollace dubitativamente—. Su predilección por las doncellas jóvenes es notorio.

—¡Bah! Jóvenes o viejas, ¿qué más da? El asunto es el mismo. Los reyes están por encima de los escándalos mezquinos.

La reina Sollace frunció la nariz.

—¡Y también las reinas, sin duda!

Casmir adoptó un aire reflexivo e ignoró la observación.

—Otra cosa —dijo Sollace—. Madouc es un tanto reacia en estos asuntos.

—Obedecerá porque debe hacerlo —dijo Casmir—. El rey soy yo, no Madouc.

—Sí, pero Madouc es Madouc.

—No podemos amasar pan sin harina. Hasta esa pelirroja desobediente tendrá que doblegarse ante mi poder.

—Ella no es fea —dijo Sollace—. Su hora ha llegado, y se está desarrollando… despacio, por cierto, y sin mucho que mostrar. Nunca tendrá una figura a la moda, como la mía.

—Bastará para afectar a Brezante —el rey palmeó resueltamente los brazos del sillón.— Estoy dispuesto a actuar con rapidez.

—Sin duda tu política es sabia —dijo Sollace—. Aun así…

—¿Aun así qué?

—Nada importante.

El rey Casmir actuó sin demora. Esa misma noche se despacharon tres mensajes desde Haidion: el primero para el fuerte Mael, ordenando un regreso a las actividades de rutina; el segundo para un importante agente en Twissamy; el tercero para el rey Milo, deseándole buena salud, denostando a los canallas que desafiaban la autoridad real e invitando al rey Milo y al príncipe Brezante a Haidion para una visita de gala. O sólo al príncipe Brezante, si la salud del rey Milo impedía dicha visita.

Los mensajeros regresaron pocos días después. El fuerte Mael y el agente de Twissamy confirmaron que habían recibido las órdenes de Casmir y que actuarían según sus dictados. El rey Milo enviaba un recado de mayor interés. Milo agradecía a Casmir sus buenos augurios y su fraternal respaldo. Luego anunciaba su retorno a la buena salud y narraba cómo se había producido el cambio. En un párrafo de cierta longitud describía las circunstancias. Un día, antes de la cena, lo sorprendió un brutal espasmo. En vez de su régimen habitual —un huevo de codorniz y media medida de suero de manteca— pidió un trozo de carne con rábanos y budín de sebo, un lechón recién salido del espetón, manzanas asadas con canela, un cuenco de guiso de paloma y tres galones de buen vino tinto. Como cena tomó un moderado refrigerio integrado por cuatro aves asadas, un cerdo con pastel de cebollas, un salmón y varias salchichas, todo ello con el vino suficiente para contribuir a la digestión. Tras una noche de profundo sueño, desayunó rodaballo frito, tres docenas de ostras, una tarta de pasas, una cacerola de judías y jamón para acompañar, y un par de jarras de vino blanco. Este regreso a una dieta sensata y sana, declaraba el rey Milo, le había renovado las fuerzas; ahora se sentía mejor que nunca. Por lo tanto, él y el recién enviudado príncipe Brezante aceptarían con deleite la invitación del rey Casmir. Ni él ni Brezante serían reacios a comentar el tema que el rey Casmir insinuaba. Compartía la sugerencia de que era hora de iniciar una época de relaciones más estrechas entre ambos reinos.

Madouc se enteró de la visita a través de varias fuentes, pero fue Devonet quien explicó la situación detalladamente.

—El príncipe Brezante será muy atento —señaló—. Quizá desee llevarte sola a alguna parte, tal vez a sus aposentos, para jugar al «ocultamiento» o al «tócame-ahí», en cuyo caso debes estar en guardia. Brezante siente predilección por las doncellas jóvenes. ¡Es posible que sugiera incluso un contrato de matrimonio! De ningún modo debes sucumbir a sus insinuaciones, pues a algunos hombres les aburren las conquistas fáciles.

—No temas —dijo envaradamente Madouc—. No me interesan el príncipe ni sus insinuaciones.

Devonet no le prestó atención.

—¡Piénsalo! ¿No es excitante? ¡Algún día podrías ser la reina Madouc de Blaloc!

—No lo creo.

—Admito que Brezante no es el más atractivo de los hombres —declaró Devonet con voz razonable—. Es fofo, rechoncho, barrigudo y narigón. ¿Pero qué importa? Es un príncipe, y mereces envidia.

—Estás diciendo tonterías. No siento el menor interés por el príncipe Brezante, ni él por mí.

—¡De esto último no estés tan segura! Te pareces mucho a su anterior esposa. Era una joven princesa de Gales… una criatura frágil, cándida e inocente.

Chlodys se unió con entusiasmo a la conversación.

—¡Dicen que lloraba constantemente de nostalgia y angustia! Creo que al fin perdió los cabales, la pobrecilla. Al príncipe Brezante no le importaba y se acostaba con ella todas las noches, hasta que ella murió en el parto.

—Es una historia triste —dijo Madouc.

—¡Exacto! La princesita ha muerto y Brezante está acongojado. Debes hacer lo posible por consolarlo.

—Sin duda él querrá besarte —dijo Chlodys con una risita—. En tal caso, debes corresponderle con un agradable beso. Así es como se conquista un esposo. ¿No es cierto, Devonet?

—Es una de las maneras, sin duda.

—¡A veces me asombran las ideas que se os pasan por la cabeza! —exclamó desdeñosamente Madouc.

—Bien —suspiró Devonet—. Pensar es menos vergonzoso que actuar.

—Aunque no tan divertido —añadió Chlodys.

—Podéis quedaros con el príncipe Brezante, cualquiera de vosotras, o ambas —dijo Madouc—. Sin duda os hallará más interesantes que a mí.

Ese día el rey Casmir se cruzó con Madouc en la galería. Iba a pasar de largo, como de costumbre, pero decidió detenerse.

—Madouc, quiero hablar contigo.

—Sí, majestad.

—Ven conmigo —el rey Casmir la condujo hasta una cámara. Con una enorme sonrisa, cedió el paso a Madouc, cerró la puerta y se plantó junto a la mesa—. Siéntate.

Madouc se sentó delicadamente frente a Casmir.

—Ahora debo darte instrucciones —declaró Casmir—. Préstame toda tu atención. Afrontamos acontecimientos de suma importancia. El rey Milo de Blaloc pronto será nuestro huésped, en compañía de la reina Caudabil y el príncipe Brezante. Tengo la intención de proponer un contrato de compromiso entre tú y el príncipe Brezante. La boda se celebrará en el momento apropiado, quizá dentro de tres años. Será un matrimonio importante, pues consolidará una fuerte alianza con Blaloc, para contrarrestar la inclinación de Pomperol hacia Dahaut. Éstos son asuntos de estado que tú no comprendes, pero debes creer que tienen la máxima prioridad.

Madouc trató de pensar en algo que expresara sus sentimientos sin enfurecer al rey Casmir. Varias veces intentó hablar, pero se arrepintió y cerró la boca. Finalmente dijo con mansedumbre:

—Tal vez ese acuerdo no plazca al príncipe Brezante.

—Sospecho lo contrario. El rey Milo ya ha expresado su interés en estos planes. Casi con seguridad se hará el anuncio durante su visita. Es un buen partido, y te puedes considerar afortunada. Escucha, pues. La dama Vosse te instruirá en el decoro que debes observar. Espero que te comportes con toda propiedad en esta ocasión. No podrás permitirte ni tus arrebatos ni tus rabietas, o te expondrás a provocar mi disgusto. ¿Está claro?

—Sí, majestad —respondió Madouc con voz trémula—. Entiendo tus palabras —inhaló profundamente—. Pero no son atinadas. Es mejor que lo sepas ahora.

El rey Casmir iba a hablar con voz amenazadora, pero Madouc se apresuró a adelantarse.

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