Mataorcos (41 page)

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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

BOOK: Mataorcos
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—¡Vamos, bruto antinatural! —Se burló—. ¿No puedes ver con esos ojos?

Félix saltó sobre la espalda del orco, le rodeó el cuello con el brazo de la espada y aferró el collar.

El orco corcoveó para derribarlo, pero Félix se sujetó, mientras sus piernas saltaban y rebotaban, y volvió a tirar del collar, que, al fin, se soltó.

—¡Ja!

Narin avanzó a la carrera, con el hacha en alto, y la clavó en el pecho del orco, cuyas costillas se partieron.

El monstruo rugió y sufrió un espasmo, como si hubiera recuperado su furia de orco en el momento de la muerte. Hizo un barrido con la maza, que se estrelló contra el pecho de Narin; el impacto sonó como si un melón se reventara. El enano y el orco se desplomaron juntos al suelo, donde sus sangres se mezclaron.

—¡Narin! —gritó Galin.

El ingeniero estaba sentándose; en la parte posterior de la cabeza tenía un bulto que parecía una ciruela sanguinolenta.

Félix reprimió la náusea y la tristeza mientras miraba, parpadeando, el destrozo sangrante que era entonces el pecho de Narin. No había tiempo para lamentarse. Gotrek continuaba dentro del agujero. Corrió hasta el borde, derrapó hasta detenerse justo antes del aceite derramado y miró hacia abajo.

Él orco de la mano cercenada estaba muerto. Gotrek luchaba contra los otros dos sobre el montón de cadáveres putrefactos que se movían y desplazaban con cada paso de los combatientes. El Matador tenía golpes y sangraba. Los orcos no presentaban ni un arañazo.

Galin se reunió con Félix al borde del agujero. Se volvió, con movimientos inestables, a mirar a Narin.

—Pobre muchacho —dijo—. Ha muerto bien, para ser un Pielférrea.

Gotrek se escabulló por detrás de un orco e hizo que se interpusiera en el camino del otro. Ambos dieron traspiés de un lado a otro al intentar acercársele otra vez; pareció que ejecutaban una danza que habían ensayado durante bastante tiempo. Gotrek se tambaleó y estuvo a punto de recibir un impacto de hacha entre los ojos.

—¡Quitadles los collares! —gritó con voz ronca, por encima del estruendo.

Félix asintió con la cabeza. «
Sí, quitadles los collares, pero ¿cómo?
» Saltar al interior del pozo no era una opción. Apenas si había espacio para Gotrek y los orcos, y si intentaba inclinarse por encima del borde aceitoso y coger uno, caería. Necesitaba…

—¡Los tablones! ¡Galin! ¡Un tablón! ¡Ayúdame!

Félix fue hasta uno de los tablones que había apartado antes y cogió un extremo mientras Galin sostenía el otro. Lo colocaron atravesado sobre el agujero.

—Sujétalo para que no se mueva —dijo Félix mientras avanzaba por él.

Galin asintió y se sentó sobre el extremo. Félix se tendió cuidadosamente boca abajo sobre el estrecho tablón y se deslizó por él. Los orcos que luchaban justo debajo no alzaron la mirada porque estaban demasiado concentrados en matar a Gotrek. Félix tendió una mano hacia uno de ellos. Sus dedos rozaron el collar, pero no pudieron cogerlo. Se estiró más. El orco le lanzó un tajo a Gotrek y describió un círculo que lo alejó de la mano de Félix, junto con el collar. Félix maldijo para sí mismo. Era como intentar quitar una anilla de latón del cuerno de un toro embravecido.

El otro orco se situó debajo de él, con la intención de atacar a Gotrek desde el flanco. Félix volvió a estirar el brazo. El orco se movía adelante y atrás para esquivar tajos, mientras intentaba acorralar al Matador. Félix se deslizó hasta tener el pecho fuera del tablón, en el aire, para lograr un mayor alcance. El orco retrocedió… directamente hacia la mano de Félix, que aferró el collar. El orco se lanzó de manera brusca hacia adelante y volvió la cabeza para ver a quién tenía detrás, y el collar se le soltó del cuello.

Gotrek le asestó un tajo tan rápido que, en un momento, el orco alzaba hacia Félix una mirada inexpresiva y, al siguiente, la cabeza volaba de encima de sus hombros. Él monstruo se desplomó como una torre derruida.

El otro orco también atacó con rapidez y lanzó un tajo hacia la espalda de Gotrek en el preciso instante en que el Matador derribaba a su camarada. Gotrek se lanzó hacia un lado, y la hoja del arma le abrió un tajo desigual en el hombro izquierdo. Se estrelló contra la pared y cayó entre los cadáveres.

El orco rodó sobre sí mismo para acabar con él, y alzó el hacha por encima de la cabeza, ¡directamente hacia Félix! Félix lanzó una exclamación y se impulsó con los brazos para levantarse. La hoja no acertó su nariz por muy poco, pero partió el tablón en dos. Ambas mitades se hundieron hacia el agujero, y Félix cayó con ellas y se estrelló sobre el orco. Jaeger se le aferró al brazo, tanto para frenar la caída como para impedir que le asestara un tajo.

El orco apenas si se balanceó. Félix, colgado del resbaladizo bíceps del brazo con que el orco sujetaba el hacha, contempló con terror el blanco rostro cornudo del monstruo. Era como aferrarse a una estatua engrasada.

Gotrek se levantó súbitamente de encima del montón de cadáveres. Tenía el brazo izquierdo enrojecido hasta la muñeca. Comenzó a avanzar con paso inseguro por encima de la fétida pila de cuerpos, que resbalaban de un lado a otro.

—¡Eso es, humano! ¡Entretenlo!

Félix rió sin alegría. ¿Entretenerlo?

El orco se lo quitó de encima como si fuera una pelusa que un hombre se sacudiera de una manga y lo sujetó por el cuello. Félix pateó y se debatió; se ahogaba, pues los enormes dedos le apretaban la tráquea cada vez más. Descargó un tajo de espada sobre la cara del orco, pero la hoja resbaló, inofensiva, y el orco ni siquiera se inmutó. El monstruo echó atrás el hacha para cortar a Félix por la mitad. Gotrek cayó al meter un pie dentro de una caja torácica podrida y resbalar sobre los putrefactos órganos. No iba a llegar a tiempo.

—¡Eh! ¡Apestoso!

Galin se lanzó desde el borde del agujero y se aferró como un oso al brazo con que el orco blandía el hacha. El orco dio un traspié, y el arma se fue hacia atrás.

—¡Vamos, Matador! —rugió Galin.

El orco sacudió el brazo para librarse del enano, pero éste continuó sujeto.

Gotrek estaba poniéndose de pie.

Félix le lanzó otro tajo a la cabeza del orco, mientras el mundo se encogía a su alrededor y el collar destellaba atormentadoramente cerca, al alcance de la espada. ¿Al alcance de la espada?

El orco estrelló a Galin contra la pared, y Félix dirigió una estocada hacia el cuello del monstruo. La punta de la espada resbaló por la viscosa piel blanca como si fuera de mármol y quedó trabada debajo del collar.

El orco volvió a estrellar a Galin contra la pared. De la boca del enano manó un torrente de sangre. Félix hizo penetrar la hoja de la espada por debajo del collar y giró la hoja. Otro golpe, y Galin cayó, inconsciente. El collar no se soltaba. El orco dirigió el hacha hacia Félix. No había escapatoria.

—¡Ni se te ocurra!

Volaron chispas cuando una estela de rojo y plata se interpuso en el camino del arma del orco. La hoja pasó justo por encima de la cabeza de Félix. ¡Gotrek!

El orco gruñó, y alzó a Félix en alto al mismo tiempo que lanzaba un tajo hacia Gotrek. A través del rugido que le inundaba los oídos, Félix oyó el tintinear del metal al estrellarse contra el metal.

Gotrek le asestó al orco una patada entre las piernas. «
Vaya tontería
—pensó Félix—
. Las hachas no le hacen daño. ¿Por qué va a hacérselo una bota?
» Pero el orco gimió y soltó el cuello de Félix. Gotrek le cortó la cabeza con el tajo de retorno, acompañado por un gruñido, en el momento en que Félix caía entre los cadáveres. El orco se desplomó de rodillas y se fue hacia adelante, mientras la cabeza le rodaba hacia atrás, por la espalda.

Gotrek se sentó pesadamente sobre el pecho de otro orco. De la herida del hombro le manaba abundante sangre.

—Pero… ¿cómo? —jadeó Félix a través de la garganta estrujada—. Yo no le quité el…

—¿Ah, no? —Gotrek señaló la espada de Félix. El collar del piel verde colgaba del gavilán.

Gotrek sacudió la cabeza y se enjugó la frente.

—¡Por la barba de Grimnir, vaya una pelea! —Alzó la voz—. ¡Pielférrea! Échanos una cuerda.

—Narin… Narin está muerto —dijo Galin al mismo tiempo que se sentaba y se cogía la cabeza.

—¿Muerto? —preguntó Gotrek, cuyo rostro se endureció.

Félix se levantó, masajeándose la garganta. Apenas podía tragar, y la cabeza le palpitaba con un dolor abominable.

—Gra…, gracias, Gotrek. Estaría…

Gotrek se encogió de hombros.

—Date las gracias a ti mismo. Esa patada no le habría hecho nada si tú no le hubieras quitado el collar. —Se puso de pie y cogió un trozo del tablón partido. Afianzó un extremo en el suelo cubierto de cadáveres y apoyó el otro contra la pared—. Salgamos de este pozo fétido.

Uno a uno, treparon por el estrecho tablón y salieron del agujero.

Una vez fuera, Gotrek miró a Narin, que yacía sobre su propia sangre, debajo del orco al que había matado. El Matador sacudió la cabeza.

—Estúpido tozudo. Le dije que no viniera.

—Gotrek… —dijo una voz débil—. ¡Está vivo! —exclamó Galin.

Avanzaron hasta el enano agonizante, en cuya sangre chapotearon las botas. Las costillas le sobresalían del aplastado pecho como partidos dedos blancos dentro de un guiso rojo.

Alzó hacia ellos una mirada de ojos vidriosos y les dedicó una ancha sonrisa.

—Bueno, lo…, lo he logrado. Me he librado de ser noble. He escapado de mi… esposa. Mi lecho conyugal. —Representaba un esfuerzo para él pronunciar las palabras—. Decidle a mi padre que lamento no…, no haberle dado un heredero. Pero no… mucho. —Rió, y por su boca salió una fuente de gotas de sangre.

Gotrek se arrodilló.

—Sí, se lo diré.

—Y… devuélvele su astilla. —Palpó con una mano la masa sanguinolenta que era su barba y encontró el trozo de madera chamuscado del Escudo de Drutti—. Dile que le… deseo buena suerte en la pelea contra… ti.

—También le diré eso. —Gotrek metió el trozo de madera dentro del bolsillo de su cinturón y cogió una mano de Narin—. Que tus ancestros te den la bienvenida, Narin Narinsson.

Narin ya estaba muerto. Gotrek y los otros inclinaron la cabeza.

Félix maldijo en silencio. Le gustaba aquel enano de lengua afilada. Sin duda, había provocado y había insultado a Félix como el resto, pero, de algún modo, había sido algo diferente al provenir de él: eran como las simpáticas chanzas de un viejo amigo, no como la malhumorada desconfianza hacia un forastero que había percibido en los demás.

Se oyó un paso. Félix y los otros alzaron la mirada. Las superficies de la habitación eran tan duras que resultaba difícil saber de qué dirección procedía el sonido.

—¿Quién anda ahí? —preguntó Galin al mismo tiempo que miraba a su alrededor—. ¡Déjate ver!

Todo el pavor que la lucha con los orcos había disipado volvió a cerrarse en torno al corazón de Félix, y se le erizaron los pelos de la nuca. Los orcos sólo habían sido sirvientes de la cosa que habían ido a destruir. Aún no se habían encarado con el amo, un ser tan poderoso que no sólo podía hacer mutar las mentes de sus siervos, sino también sus cuerpos.

Otro paso. Una sombra apareció en la puerta opuesta. Se volvieron para enfrentarla, con las armas preparadas. Avanzó un paso más y entró en el resplandor rojo del hacha de Gotrek.

—¡Hamnir! —gritó Galin—. ¡Estás vivo!

—Bienvenidos, amigos —dijo Hamnir lentamente—. Bienvenidos al cumplimiento de nuestros sueños.

A través de la separación de la barba del príncipe, Félix vio un destello de oro.

Capítulo 25

Galin gimió. Gotrek gruñó como si le hubieran disparado. Félix se quedó mirándolo fijamente.

Hamnir avanzó hacia ellos como un sonámbulo, con las manos abiertas hacia adelante.

—Lamento que vuestra recepción haya sido tan violenta, pero habéis matado a tantos de los nuestros que el Durmiente se vio amenazado e intentó protegerse.

—Príncipe Hamnir —dijo Galin al mismo tiempo que avanzaba—. ¿Qué te ha hecho? Quítatelo.

Hamnir tocó el collar que le rodeaba el cuello.

—Éste es el mayor honor que jamás se me ha concedido. Lo llevo con orgullo.

—¡Quítatelo, maldito seas! —Galin tenía la cara enrojecida, y había lágrimas en sus ojos—. ¡Es un objeto del Caos! ¡Lucha contra él!

—No me amenaces —replicó Hamnir con calma—. El Durmiente…

—¡Al infierno con el Durmiente! ¡Quítatelo! —Galin se lanzó hacia adelante, con las manos tendidas hacia el cuello del príncipe.

Con una rapidez cegadora, Hamnir sacó el hacha que llevaba a la espalda y atacó a Galin. La hoja atravesó la armadura y las costillas del enano como si fueran de papel y ramitas. El ingeniero cayó de espaldas, muerto antes de tocar el suelo.

—No me amenaces —repitió Hamnir.

Félix y Gotrek lo miraron fijamente mientras limpiaba el hacha en la barba de Galin. Sacó otro collar del jubón y levantó la mirada; después se lo tendió a Gotrek.

—El Durmiente no quiere matarte, Gotrek. Eres fuerte. Serás muy valioso en la lucha que se avecina. Acepta esto y únete a nosotros.

Gotrek cerró los ojos e inclinó la cabeza. Félix jamás lo había visto sufrir de tal modo.

—Ranulfsson —dijo con voz ronca—. Hamnir, quítatelo. Lucha contra él. Eres un enano, un príncipe, no un esclavo.

—Continúo siendo un príncipe —replicó Hamnir—, un príncipe que sigue a un dios grandioso. Acepta el collar, Gotrek, y lo verás.

—No, erudito —dijo Gotrek—. Yo no tengo amo ninguno: ni enano, ni dios, ni demonio. —Alzó hacia Hamnir unos ojos relumbrantes de enojo—. Ahora, quítatelo, o te lo quitaré yo.

—Escúchame, Gotrek —insistió Hamnir, en cuyos ojos relumbraba el brillo del fanático—. ¿Cuánto tiempo hace que la suerte de los enanos mengua? ¿Desde cuándo perdemos una fortaleza tras otra? ¿Desde cuándo hemos estado cediéndoles territorio a los elfos y los hombres, e incluso a los viles skavens? Con el collar, obtienes fuerza, invulnerabilidad. Nada se interpondrá en nuestro camino. ¡Con los pieles verdes como esclavos, para que extraigan nuestro mineral y trabajen en nuestras fundiciones, seremos aún más poderosos de lo que lo fuimos en la Edad de Oro!

—Hamnir… —intervino Gotrek, pero Hamnir no estaba dispuesto a dejarse interrumpir.

—El Durmiente alistó primero a los pieles verdes porque sus mentes son más simples y fáciles de influir, pero un imperio de pieles verdes no se sostendría ni siquiera con su iluminado liderato. No puede enseñárseles más que las destrezas rudimentarias. —Avanzó otro paso—. Pero los enanos, los enanos pertenecemos a una raza grandiosa, no seremos sus esclavos sino sus compañeros, sus iguales en un destino compartido. Nos dará su fuerza, su poder y su sabiduría de eras incontables, y lo único que pide a cambio es que compartamos los collares con los de nuestra raza y llevemos sus hijos a todas las fortalezas que visitemos.

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