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Authors: José Mauro de Vasconcelos

Tags: #Cuento

Mi planta de naranja-lima

BOOK: Mi planta de naranja-lima
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De mayor Zezé quiere ser poeta y llevar corbata de lazo, pero de momento es un niño brasileño de cinco años que se abre a la vida. En su casa es un trasto que va de travesura en travesura y no recibe más que reprimendas y tundas; en el colegio es un ángel con el corazón de oro y una imaginación desbordante que tiene encandilado a su maestra. Pero para un niño como él, inteligente y sensible, crecer en una familia pobre no siempre es fácil; cuando está triste, Zezé se refugia en su amigo Minguinho, un arbolito de naranja lima, con quien comparte todos sus secretos, y en el Portugués, dueño del coche más bonito del barrio.

José Mauro de Vasconcelos

Mi planta de naranja-lima

ePUB v1.1

Miope
03.05.2012

Título original:
O Meu Pé de Laranja Lima

José Mauro de Vasconcelos, 1968.

Editor original: Miope (v1.0 a v1.1)

Corrección de erratas: SOFIAMARZO

ePub base v2.0

Para los vivos:

Ciccilo Matarazzo
Mercedes Cruañes Rinaldi
Erich Gemeinder Francisco Marins
y
Arnaldo Magalháes de Giacomo
y también
Helene Rudge Miller (Piu-Piu!)
sin poder tampoco
olvidar a mi “hijo”
Fernando Seplinsky

A los muertos:

El homenaje de mi nostalgia a
mi hermano Luis, el Rey Luis, y
mi hermana Gloria;
Luis renunció a vivir a los
veinte años, y Gloria a los
veinticuatro también pensó que
realmente vivir no valía la pena.

Igual nostalgia para
Manuel Valladares, que mostró a
mis seis años el significado de la
ternura…

¡Que todos descansen en paz!…

y ahora
Dorival Lourenco da Silva
(¡Dodó, ni la tristeza ni
la nostalgia matan!…)

PRIMERA PARTE

En Navidad, a veces nace el Niño Diablo

Capítulo 1

El descubridor de las cosas

Veníamos tomados de la mano, sin apuro ninguno, por la calle. Totoca venía enseñándome la vida. Y yo me sentía muy contento porque mi hermano mayor me llevaba de la mano, enseñándome cosas. Pero enseñándome las cosas fuera de casa. Porque en casa yo aprendía descubriendo cosas solo y haciendo cosas solo, claro que equivocándome, y acababa siempre llevando unas palmadas. Hasta hacía bastante poco tiempo nadie me pegaba. Pero después descubrieron todo y vivían diciendo que yo era un malvado, un diablo, un gato vagabundo de mal pelo. Yo no quería saber nada de eso. Si no estuviera en la calle comenzaría a cantar. Cantar sí que era lindo. Totoca sabía hacer algo más, aparte de cantar: silbar. Pero por más que lo imitase no me salía nada. Él me dio ánimo diciendo que no importaba, que todavía no tenía boca de soplador. Pero como yo no podía cantar por fuera, comencé a cantar por dentro. Era raro, pero luego era lindo. Y estaba recordando una música que cantaba mamá cuando yo era muy pequeñito. Ella se quedaba en la pileta, con un trapo sujeto a la cabeza para resguardarse del sol. Llevaba un delantal que le cubría la barriga y se quedaba horas y horas, metiendo la mano en el agua, haciendo que el jabón se convirtiera en espuma. Después torcía la ropa e iba hasta la cuerda. Colgaba todo en ella y suspendía la caña. Hacía lo mismo con todas las ropas. Se ocupaba de lavar la ropa de la casa del doctor Faulhaber para ayudar en los gastos de la casa. Mamá era alta, delgada, pero muy linda. Tenía un color bien quemado y los cabellos negros y lisos. Cuando los dejaba sueltos le llegaban hasta la cintura. Pero lo lindo era cuando cantaba y yo me quedaba a su lado aprendiendo.

Marinero, marinero,
Marinero de amargura,
Por tu causa, marinero,
Bajaré a la sepultura…

Las olas golpeaban
Y en la arena se deslizaban,
Allá se fue el marinero
Que yo tanto amaba…

El amor de marinero
Es amor de media hora,
El navío leva anclas
Y él se va en esa hora…

Las olas golpeaban…

Hasta ahora esa música me daba una tristeza que no sabía comprender.

Totoca me dio un empujón. Desperté.

—¿Qué tienes, Zezé?

—Nada. Estaba cantando.

—¿Cantando?

—Sí.

—Entonces debo estar quedándome sordo.

¿Acaso no sabría que se podía cantar para dentro? Me quedé callado. Si no sabía yo no iba a enseñarle.

Habíamos llegado al borde de la carretera Río-San Pablo.

Allí pasaba de todo. Camiones, automóviles, carros y bicicletas.

—Mira, Zezé, esto es importante. Primero se mira bien. Mira para uno y otro lado. ¡Ahora!

Cruzamos corriendo la carretera.

—¿Tuviste miedo?

Bastante que había tenido, pero dije que no, con la cabeza.

—Vamos a cruzar de nuevo, juntos. Después quiero ver si aprendiste.

Volvimos.

—Ahora ya sabes cruzar solo. Nada de miedo, que ya estás siendo un hombrecito.

Mi corazón se aceleró.

—Ahora. Vamos.

Puse el pie, casi no respiraba. Esperé un poco y él dio la señal de que volviera.

—Para ser la primera vez, estuviste muy bien. Pero te olvidaste de algo. Tienes que mirar para los dos lados para ver si viene un coche. No siempre voy a estar aquí para darte la señal. A la vuelta vamos a practicar más. Ahora sigamos, que voy a mostrarte una cosa. Me tomó de la mano y seguimos de nuevo, lentamente. Yo estaba impresionado con la conversación.

—Totoca.

—¿Qué pasa?

—¿La edad de la razón pesa?

—¿Qué tontería es ésa?

—Tío Edmundo lo dijo. Dijo que yo era “precoz” y que en seguida iba a entrar en la edad de la razón. Y no siento ninguna diferencia.

—Tío Edmundo es un tonto. Vive metiéndote cosas en la cabeza.

—El no es tonto. Es sabio. Y cuando yo crezca quiero ser sabio y poeta y usar corbata de moño. Un día voy a fotografiarme con corbata de moño.

—¿Por qué con corbata de moño?

—Porque nadie es poeta sin corbata de moño. Cuando tío Edmundo me muestra retratos de poetas en una revista, todos tienen corbata de moño.

—Zezé, deja de creerle todo lo que te dice. Tío Edmundo es medio “tocado”. Medio mentiroso.

—¿Entonces él es un hijo de puta?

—¡Mira que ya te ganaste bastantes palizas por decir malas palabras! Tío Edmundo no es eso. Yo dije “tocado”, medio loco.

—Pero dijiste que él era mentiroso.

—Una cosa no tiene nada que ver con la otra.

—Sí que tiene. El otro día papá conversaba con don Severino, ese que juega a las cartas con él y dijo eso de don Labonne: “El hijo de puta del viejo miente como el diablo”… Y nadie le pegó.

—La gente grande sí puede decirlo, no es malo.

Hicimos una pausa.

—Tío Edmundo no es… ¿Qué quiere decir “tocado” Totoca?

Él hizo girar el dedo en la cabeza.

—No, él no es eso. Es bueno, me enseña de todo, y hasta hoy solamente me dio una palmada y no fue con fuerza.

Totoca dio un salto.

—¿Te dio una palmada? ¿Cuándo?

—Un día que yo estaba muy travieso y Gloria me mandó a casa de Dindinha. Él quería leer el diario y no encontraba los anteojos. Los buscó, furioso. Le preguntó a Dindinha, y nada. Los dos dieron vuelta al revés a la casa. Entonces le dije que sabía dónde estaban, y que si me daba una moneda para comprar bolitas se lo decía. Buscó en su chaleco y tomó una moneda:

—Ve a buscarlos y te la doy.

—Fui hasta el cesto de la ropa sucia y los encontré. Entonces me insultó diciéndome: “Fuiste tú sinvergüenza”. Me dio una palmada en la cola y me quitó la moneda.

Totoca se rió.

—Te vas allá para que no te peguen en casa y te pegan ahí. Vamos más rápido, si no nunca llegaremos.

Yo continuaba pensando en tío Edmundo.

—Totoca, ¿los chicos son jubilados?

—¿Qué cosa?

—Tío Edmundo no hace nada y gana dinero. No trabaja y la Municipalidad le paga todos los meses.

—¿Y qué?

—Que los chicos tampoco hacen nada, y comen, duermen y ganan dinero de los padres.

—Un jubilado es diferente, Zezé. Jubilado es el que trabajó mucho, se le puso el pelo blanco y camina despacio, como tío Edmundo. Pero dejemos de pensar en cosas difíciles. Que te guste aprender con él, vaya y pase. Pero conmigo, no. Haz como los otros chicos. Hasta di malas palabras, pero deja de llenarte la cabeza con cosas difíciles. Si no, no salgo más contigo.

Me quedé medio enojado y no quise conversar más. Tampoco tenía ganas de cantar. Ese pajarito que cantaba desde adentro había volado bien lejos.

Nos detuvimos y Totoca señaló la casa.

—Es ésa, ahí. ¿Te gusta?

Era una casa común. Blanca, de ventanas azules, toda cerrada y silenciosa.

—Me gusta. Pero ¿por qué tenemos que mudarnos acá?

—Siempre es bueno mudarse.

Por la cerca nos quedamos observando una planta de “mango” de un lado, y una de tamarindo, de otro.

—Tú, que quieres saberlo todo, ¿no te diste cuenta del drama que hay en casa? Papá está sin empleo, ¿no es cierto? Hace más de seis meses que se peleó con mister Scottfield y lo dejaron en la calle. ¿No viste que Lalá comenzó a trabajar en la Fábrica? ¿No sabes que mamá va a trabajar al centro, en el Molino Inglés? Pues bien, bobo, todo eso es para juntar algún dinero y pagar el alquiler de la nueva casa. La otra hace ya como ocho meses que papá no la paga. Tú eres muy chico para saber cosas tristes, como ésta. Pero yo voy a tener que acabar ayudando en la misa para ayudar en casa.

Se quedó un rato en silencio.

—Totoca, ¿van a traer la pantera negra y las dos leonas?

—Claro que sí. Y el esclavo es quien tendrá que desmontar el gallinero.

Me miró con cierto cariño y pena.

—Yo soy el que va a desmontar el jardín zoológico y armarlo de nuevo aquí.

Quedé aliviado. Porque, si no, yo tendría que inventar algo nuevo para jugar con mi hermanito más chico, Luis.

—Bien, ¿viste cómo soy tu amigo, Zezé? Entonces no te cuesta nada contarme cómo fue que conseguiste “aquello”…

—Te juro, Totoca, que no sé. De veras que no sé.

—Estás mintiendo. Estudiaste con alguien.

—No estudié nada. Nadie me enseñó. Solo que sea el diablo, que según Jandira es mi padrino, el que me haya enseñado mientras yo dormía.

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