Ni eso logró convencerle del todo. Desde luego, sólo Percy y él conocían la humorada de la manzana y las bromas que se habían gastado en Montecarlo a propósito de las recompensas reservadas a los buenos alumnos. Pero ¿y si le habían arrancado a Percy ese secreto?
—¿Y dice usted que es colega de una tal Percy? —replicó, sosteniéndole retadoramente la mirada.
—Colega o como usted quiera llamarlo, míster Bond: compañera de fatigas, colaboradora… —Y ladeando la cabeza, declaró—: Pertenecemos a la misma organización.
Podía ser, en efecto. Si el Servicio norteamericano había situado a un agente en Endor, lo lógico era que no lo proclamase. Y tampoco Persephone, como auténtica profesional que era, se lo habría dicho a él. El círculo de personas informadas al respecto se restringiría a lo indispensable, hasta el último momento. ¿Significaba eso que el último momento había llegado?
—Cuénteme más.
—Percy me dijo que sabría usted qué hacer con esto.
Cindy extrajo de su bolso de bandolera dos discos duros embalados en sendas cajas de plástico. Los delgados envases tendrían unos doce centímetros de lado y menos de un centímetro de espesor. A semejanza de las casetes de vídeo, presentaban en un costado una solapa articulada. Eran de color azul intenso y mostraban en una esquina una etiqueta adhesiva. Bond reprimió incluso el ademán de tocar las cajas.
—¿Y puede saberse qué es eso, miss Chalmer?
—Dos de los programas menos convencionales elaborados por nuestro hombre. Y no puedo tenerlos en mi poder demasiado tiempo. A eso de las cuatro de la madrugada me convertiré en una calabaza.
—Entonces le conseguiré dos ratones blancos que la lleven a casa.
—Lo digo en serio. Después de las cuatro ya no podré salvar las barreras de seguridad sin que me detecten. Cambian los turnos a esa hora.
—¿En Endor, quiere decir?
—En Endor, naturalmente. Aquello tiene una vigilancia electrónica comparable a la de Ford Knox… ¿Ha oído usted hablar de Ford Knox, el depósito de las reservas de oro norteamericanas? —ironizó con una sonrisita burlona—. Pues bien; Endor tiene cerraduras de combinación cuyo código se modifica con cada turno de guardia. Es necesario que vuelva antes del relevo. De lo contrario me veré, como suele decirse, con el agua al cuello.
Bond le preguntó si practicaba a menudo aquellas escapadas.
—Durante la época de celo sí. La reputación que tengo en el pueblo me la he creado a modo de coartada, por si algún día me sorprenden. Pero como me pillen con esto debajo de la blusa… En fin… —se pasó un dedo por la garganta—. Así pues, míster Bond, le agradecería que copiara cuanto antes estas alhajas.
—¿Son tan poco convencionales como dice?
Tendió la mano hacia las cintas, consciente de que ese simple ademán le comprometía de forma irrevocable: si lo que Cindy buscaba era desenmascararle, el aceptar su oferta de reproducir las grabaciones suponía enfilar un camino sin retorno.
—Lo verá por sí mismo —repuso la chica—. Pero le ruego que se dé prisa. Yo no puedo reproducirlas en la casa.
—Puede escamotearlas, pero no sacar copias de ellas. Eso me resulta difícil de creer, miss Chalmer. Su jefe me decía, hace no mucho, que es usted un prodigio en esta clase de cosas.
Le respondió con un bufido de impaciencia que le hizo evocar a M en sus momentos de enojo.
—Desde el punto de vista técnico, claro está que lo puedo hacer. Pero intentarlo en la casa sería demasiado peligroso. Nunca me dejan a solas con el equipo el tiempo suficiente. Cuando no ronda por allí el gran hombre, es
la Reina de la Noche
quien anda mariposeando alrededor…
—¿«La Reina de la Noche»?
—Es el apelativo afectuoso que le doy a Peter. Le considero bastante de fiar, porque desde luego aborrece al jefe, pero no hay que correr riesgos innecesarios. Percy no querría ni oír hablar de ello.
Bond sonrió para sus adentros.
—Quiero hacerle una pregunta, Cindy.
La mulata alzó la mirada, dispuesta a escucharla.
—¿Conoce bien a esa tal Percy?
—Eres tremendamente reservado, James.
A partir de ese momento pasarían a tutearse con naturalidad.
—No: lo que soy es tremendamente cauteloso.
—La conozco pero que muy bien. Nos hemos tratado por espacio de ¡qué sé yo!… ¿Ocho años?
—Y durante todo ese tiempo ¿la han hospitalizado alguna vez? ¿Ha sufrido alguna operación?
—La de la nariz, que yo sepa. Espectacular.
—¿Y tú?
—A mí no me han operado de nada.
—Me refiero a tus antecedentes, Cindy. ¿Quién eres? ¿Qué eres? ¿Y por qué lo eres?
—¿Todo eso? Como gustes. Al terminar la segunda enseñanza, me pasé ocho meses en un hospital para enfermedades infecciosas. Hay un historial clínico de eso, y médicos y enfermeras que me recuerdan. Me consta que es así porque los hurones de
la Vieja Águila Calva
lo investigaron. Con la salvedad de que no estuve allí, sino en la Granja, recibiendo entrenamiento. Y luego, sorpresa, gano una beca para estudiar aquí, en Cambridge. Y a partir de ese momento, una ejecutoria impecable. Una joven seria y trabajadora, irreprochable en todo; como nosotros decimos, totalmente sanitizada. La Compañía me tuvo «en reserva». Primero trabajé en la IBM, luego con Apple y finalmente ofrecí mis servicios a Jay Autem Holy. Sus muchachos investigaron una y otra vez mis antecedentes y, aun con eso, Holy no confió en mí durante el primer año y medio.
Bond asintió con un enérgico cabeceo. En realidad, no tenía más alternativa que creer a la chica, pues el tiempo apremiaba. No abandonó, sin embargo, la cautela.
—Muy bien. Háblame de esos dos programas.
—¿Por qué no les echas un vistazo tú mismo? Percy me dijo que tenías medios para hacerlo.
—Prefiero que me informes tú, Cindy, lo más concisamente posible, y luego pasaremos a la acción.
Así lo hizo la muchacha, hablando con rapidez, comprimiendo al máximo frases y datos. Los fines de semana se celebraban en Endor partidas de juegos bélicos —eso Bond lo sabía ya— a las que, junto con los asiduos, incondicionales de esa diversión, asistían personajes muy sospechosos.
—En particular, dos: Balmer y Hopcraft —precisó Cindy tras una pausa dedicada a mirar fijamente a los ojos a su interlocutor—. Mi gente los conoce por los sobrenombres de Tigerbalm y Happy. Tigerbalm es tan plácido como un huracán de fuerza diez. Tiene una mirada asesina. En cuanto a Happy, los momentos más felices de su vida tendrán que ver con la violación y el pillaje. Como saqueador vikingo, habría resultado perfecto.
Pasó a explicar que los Fines de Semana Gunfire, como los llamaban las revistas especializadas, se desarrollaban en un espíritu netamente militar: disciplina absoluta, convocatorias generales a las nueve de la mañana, retreta a las diez y media de la noche, etcétera. Lo interesante, sin embargo, era lo que sucedía después de la retreta.
—A los fanáticos de las batallitas se les asignan habitaciones contiguas, siempre cerca de Tigerbalm y Happy. Los fines de semana comprenden tres noches, pero al marchar, los fanáticos tienen aspecto de no haber visto una cama en muchos días. Y es que apenas duermen, porque todas las noches, no más allá de la una, les despiertan con instrucciones de que se presenten en la guarida de
la Vieja Águila Calva
, donde permanecen el resto de la noche, aplicados a solventar problemas de un determinado juego, como los dos que me gustaría devolver a los archivos antes del alba.
Bond le pidió que le esperase en la habitación y, bajando silenciosamente al patio, tomó del portamaletas del Bentley el equipo que necesitaba, tras lo cual desanduvo el camino hacia su cuarto. Alargó un tanto la operación revisando el estacionamiento, pero dio por bien empleados los minutos invertidos en eso.
—¡Atiza! —exclamó Cindy, contemplando con manifiesta admiración el Terror Doce—. Percy ha hecho un buen trabajo. Confiemos en que los diagramas que le proporcioné de los circuitos fuesen exactos.
Bond encontró verosímil que, infiltrada en Endor, Cindy le hubiera hecho llegar a Percy toda la información tecnológica necesaria para construir un ordenador idéntico al de Holy. Era posible que la actuación personal de Bond se limitase a sacar de Endor los programas más recientes, hecho lo cual aparecerían otros, encargados de limpiar los establos de Augías
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con la fuerza de las pruebas acumuladas por los tres: Percy, Cindy y él mismo.
Conectado el teclado e introducidos en los lectores los discos láser, Bond procedió a examinar el primero. En cuanto apareció en la pantalla la reseña correspondiente, comprendió lo que tenía entre manos. Resiguiendo las luminosas letras verdes, leyó:
Fase Uno: Aeropuerto a Kensington High Street
A. Primera conductora
B. Segunda conductora
C. Coche de cabeza
D. Coche de cola
Pulsó el apartado A. Se vio, desde la óptica de la
Primera conductora
, en medio del denso tráfico que discurría en dirección a Londres desde el aeropuerto de Heathrow. Delante marchaba el pequeño convoy de los furgones de seguridad y su escolta de policía. El programa era tan evidente, que se saltó las fases inmediatas:
Salida del paso elevado
;
Recorrido de Kensington High Street
;
Intercepción (Sistemas Eléctricos)
y
Humo violeta
, junto con la huida y las alternativas correspondientes a
Intervención equipos de seguridad
. No necesitaba ver toda la grabación para darse cuenta de que se encontraba ante el programa de ensayo del robo de la colección Kruxator.
Bond introdujo un disco virgen en el equipo grabador y acometió la delicada tarea de descifrar el código protector incorporado por Holy al programa, requisito indispensable para obtener una copia perfecta del original.
Era un proceso lento, porque Holy no sólo había «garabateado» en ciertos sectores del disco, sino recurrido además a las cuñas codificadas de que le había hablado Percy, las cuales cumplían el propósito de destruir literalmente el disco si alguien intentaba copiar su contenido. Valiéndose de las instrucciones recibidas de su maestra, consiguió detectar en primer lugar esas cuñas y borrarlas luego línea por línea. A continuación adaptó el disco virgen a las dimensiones exactas del original. Aunque el trabajo le llevó más de una hora, pasado ese tiempo disponía de un auténtico calco del programa de ensayo creado por Holy para el robo de la colección Kruxator.
El segundo disco agenciado por Cindy correspondía a un programa de ensayo parecido, en ese caso correspondiente, supusieron, al secuestro de un avión. Como en efecto se había producido uno, importantísimo, de un aparato de carga fletado para el transporte de billetes recién impresos en la Real Casa de la Moneda por cuenta de diversos países, aquél podía ser muy bien el proyecto original del golpe.
De nuevo se puso en marcha el proceso de reproducción, esta vez con más premura, pues a Cindy empezaba a preocuparle mucho su retorno.
—Hay otra cosa —dijo, con aspecto fatigado e inquieto.
—Tú dirás —farfulló Bond, fijos los ojos en la pantalla.
—Algo muy gordo se está tramando allí ahora. No se trata de un robo, de eso estoy segura, sino de una operación violenta y quizá homicida. Se están recibiendo en la casa visitantes nocturnos, y he oído repetidas alusiones a un programa especial.
—¿Qué clase de programa especial?
—Sólo conozco el nombre… Se llama el Juego del Globo, y al parecer intervienen especialistas en él.
Bond seguía concentrado en la reproducción del simulacro del secuestro aéreo.
—Especialistas lo son todos, Cindy.
—No; he visto a algunos de esos sujetos. No se trata de maleantes y matones. Algunos se dirían… pilotos y gente de toga.
—¿Gente de toga?
—Es una forma de hablar… Quiero decir intelectuales, personas de aspecto respetable.
—¿Y lo llaman el Juego del Globo?
—Ésa es la expresión que le oí a Tigerbalm y a otro del grupo, hablando con
la Vieja Águila Calva
. ¿Querrás informar de eso? Creo que nos encontramos ante algo muy feo.
Bond respondió que como había de trasladar rápidamente a Londres los dos programas que en ese momento les ocupaban, aprovecharía para informar del Juego del Globo.
—¿Crees que pueden estar ensayándolo ya, adiestrándose en él?
—Eso me temo.
—Si pudiéramos conseguir una copia del programa…
—No hay ni que pensar en ello. Al menos, de momento.
Concentrado en ultimar su tarea, el agente especial guardó silencio. Lo rompió, por fin, para darle a Cindy una descripción de Joe Zwingli, llamado Vueltas.
—¿Has visto por Endor a alguien que responda a esas señas?
—Recuerdo al general Zwingli, y la respuesta es negativa. Percy me cursó un enmarañado mensaje en el que decía que está vivo —hizo una pausa—. Parece increíble.
Terminado su trabajo, Bond devolvió a Cindy los originales y le preguntó acerca del régimen de vida que se observaba en Endor. ¿Salían Jason y Dazzle alguna vez? ¿Viajaban? ¿Cuántos vigilantes tenían en la casa?
Respondió la muchacha que, en efecto, él salía una o dos veces por mes. Pero siempre de noche. Jamás abandonaba la casa a la luz del día, ni se dejaba ver por el pueblo. Bond observó que Percy sólo se refería a él por los apelativos de «nuestro hombre» o «
la Vieja Águila Calva
».
—Es muy cauteloso nuestro hombre. Ella, en cambio, sale y viaja mucho. Va al pueblo, a Oxford, a Londres, y se desplaza al extranjero. Algo me dice que es su oficial de enlace.
—¿Qué lugares visita en el extranjero?
—Cercano Oriente, Europa… Va a todas partes. Percy tiene una lista de los destinos. Yo trato de reconstruir sus itinerarios a base de pequeños indicios: etiquetas de las compañías aéreas, carteritas de cerillas de los hoteles… Pero también ella es cautelosa. Antes de regresar lo elimina casi todo.
En cuanto al personal de la casa, estaba integrado por el cocinero filipino y cuatro agentes de seguridad.
—Nuestro hombre tiene contratados también a seis representantes comerciales auténticos, que no sospechan nada. Pero operan en el exterior. Los hombres de seguridad actúan también de representantes y administrativos. Una fachada muy convincente. Si no hubiera estado yo al tanto de lo que allí ocurre, me habrían engañado del todo. Son tipos callados, eficientes. Usan dos coches, salen mucho, atienden las llamadas telefónicas, los pedidos, el reparto de los productos Gunfire… Pero siempre hay dos de guardia en la casa. Se turnan de acuerdo con un riguroso programa de vigilancia. Y el sistema electrónico de seguridad está muy perfeccionado. Aunque se pueden descifrar, los códigos son muy inteligentes. Quiero decir que no pueden desentrañarse sin conocer bien el sistema. Además, como te dije antes, varían con cada turno de guardia. Es imposible entrar en la casa ni salir de ella a menos que conozca uno la combinación correspondiente a los distintos turnos, que son de seis horas. Y aun así, las máquinas tienen que reconocer tu patrón de voz.