Misterio en la casa deshabitada (13 page)

BOOK: Misterio en la casa deshabitada
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«De ahora en adelante, vigilaré estrechamente la casa —pensó el Ahuyentador—, y, si de veras están las joyas allí escondidas, el que las encontrará «seré yo», ¡no ese gordito! No se puede negar que tiene talento, pero yo tengo más que él. ¡Conste que le daré su merecido por decir que mi materia gris necesita engrase!»

Entretanto, sin imaginarse que el señor Goon hacíase todas estas funestas reflexiones, los chicos encamináronse a Milton House, siempre en guardia por si acaso el señor Goon volvía a seguirles.

—No creo que insista —masculló Fatty—. ¡Probablemente, a estas horas, está camino de Felling Hill!

Apenas llegaron a Milton House, Fatty lanzó una discreta exclamación.

—¡Fijaos! ¿Qué os parece esto? ¡Huellas de pisadas en dirección a la puerta principal?

Los chicos vieron, en efecto, una sucesión de huellas muy grandes en dirección a la puerta principal, y otra serie de ellas mezcladas con las anteriores, desandando la calzada.

—Alguien ha estado aquí —cuchicheó Fatty, excitado.

—Sí —gruñó Larry—. Como «pusiste» en guardia a John Henry Smith, apuesto a que acudió aquí anoche.

—¿Cómo vino? —inquirió Pip.

—¡Probablemente en coche! —exclamó Daisy—. Fuera he visto marcas de neumáticos, pero, al principio, no les he dado importancia. Venid a verlas.

Efectivamente, saltaba a la vista que la noche anterior había transitado un coche por la Chestnut Lane hasta detenerse ante Milton House. Después había dado la vuelta para marcharse otra vez, según se infería de las huellas que figuraban a ambos lados de la calle.

—¡Por fin hemos aclarado algo! —profirió Pip—. Sabemos que la persona a quien telefoneaste, preocupada por tu mención de Milton House, acudió aquí a hacer una inspección. ¿Quién era esa persona? ¿John Henry Smith? ¿Y quién «es» ese señor Smith? Me gustaría saberlo.

—Trepemos al árbol a ver si se nota algún cambio en la habitación —propuso Larry.

Los muchachos hiciéronlo así, uno tras otro, y, en efecto, vieron varias cosas dignas de atención.

—Alguien ha puesto una tetera sobre la estufa eléctrica —observó Daisy.

—Y unas latas de conservas en un estante —agregó Pip.

—Además, hay unos libros en la repisa de la ventana escritos en un idioma extranjero que no reconozco —murmuró Larry.

—Y han quitado el polvo de la habitación —declaró Bets—. Ahora está limpísima. Además, hay dos gruesas mantas encima del sofá. ¿Qué significa todo esto?

—¡Significa que la habitación ha sido puesta en orden para un futuro visitante! —coligió Fatty—. Sí, salta a la vista. Ahora bien, ¿quién es ese visitante? «Apuesto» a que no se trata del señor John Henry Smith, sino de alguien que utiliza ocasionalmente la habitación cuando quiere estar bien escondido. Es rarísimo.

—¡Me gustaría entrar a registrar toda la casa —murmuró Pip—. Pero no hay medio de colarse.

—Aguarda un momento —instó Fatty, reflexionando—. «Tal vez» lo haya. Todo depende de que haya una carbonera exterior.

—¿Qué quieres decir? —exclamaron los otros, desconcertados.

—Venid y lo veréis —masculló Fatty.

Así, pues, descendieron del árbol, y, guiados por Fatty, contornearon la casa en dirección a la entrada de la cocina. Mientras lo hacían empezó a nevar otra vez, con gran satisfacción por parte de Fatty.

—Así la nieve borrará nuestras pisadas —comentó el muchacho—. Eso me preocupaba un poco. ¡Ah, mirad! ¡Ahí está lo que esperaba encontrar!

Y Fatty señaló un rincón del suelo, al tiempo que procedía a apartar la nieve con las botas. A poco, apareció una redonda tapa de hierro, con las hendiduras negras de polvo de carbón.

—¡Una carbonera exterior! —exclamó Fatty—. Como todos sabéis, éstas suelen conducir a un sótano que comunica con la cocina. Por consiguiente deslizándose por este agujero, puede uno colarse a la casa. Esto es interesante.

—¡Estupendo, Fatty! — ensalzaron todos con admiración verdadera.

—¿Pero creéis que es aconsejable bajar con esta indumentaria? —aventuró Pip—. Nos pondríamos hechos un asco y mi madre me atosigaría a preguntas.

—Tienes, razón —convino Fatty—. Ahora no podemos bajar. ¡Ya lo haré yo esta noche!

Los otros miráronle, asustados. El hecho de ir a la misteriosa Milton House en plena noche y bajar por la carbonera se les antojaba una proeza de heroísmo inusitado.

—Me disfrazaré, por si acaso —cuchicheó Fatty.

—¿Por si acaso qué? —inquirió Bets.

—Por si acaso me espía alguien —respondió Fatty—. No quisiera ser reconocido.

—¿Te refieres al señor Goon? —preguntó Bets.

En realidad, Fatty no pensaba en el policía. Deseaba disfrazarse por el mero gusto de hacerlo. Porque, ¿de qué servía comprar disfraces si luego nadie los usaba?

El muchacho no cabía en sí de gozo y satisfacción. Tal como había dicho el día anterior, el misterio estaba animándose por momentos. A buen seguro, los Pesquisidores no tardarían en desentrañarlo y en poner en antecedentes al inspector Jenks.

—No diremos una palabra al inspector hasta que pongamos en claro el misterio y podamos darle cuenta de todos los pormenores —declaró Fatty—. Entonces, si descubrimos que hay que hacer alguna detención o algo por el estilo, él se encargará de todo.

—¡Ooooh! —exclamó Bets con ojos desencajados—. ¿Crees que habrá que detener a alguien, y meterle en la cárcel?

—¡Quién sabe! —profirió Fatty solemnemente—. Bien, ahora propongo que nos marchemos. Tengo que hacer planes para esta noche.

CAPÍTULO XV
LA HABITACIÓN MISTERIOSA

Fue en extremo agradable y divertido discutir los planes de Fatty para aquella noche, reunidos todos, con inclusión de «Buster», alrededor del fuego del cuarto de jugar de Pip.

—Mis padres estarán ausentes dos días —manifestó Fatty—. ¿Qué suerte, verdad? Así no se enterarán si estoy en casa esta noche. Me instalaré en la glorieta del jardín, de Milton House, con un par de buenas mantas. Si a medianoche no he oído nada, me deslizaré por el agujero de la carbonera.

—¿Y si te cogen, qué harás? —inquirió Pip.

—Ya he pensado en ello —gruñó Fatty, reflexionando—. Si me cogen, será preferible que uno de vosotros se entere. Os diré lo que hay que hacer: si me prenden, echaré una nota por la ventana de la habitación donde me encierren, porque me figuro que me encerrarán en algún sitio, y mañana por la mañana uno de vosotros la encontrará en el jardín. La escribiré con letra invisible, naturalmente.

Todo aquello prometía ser muy emocionante.

—Procura que no te pillen, Fatty —aconsejó Bets con gravedad—. No quiero que te cojan.

—No temas —repuso Fatty—. Soy muy listo. ¡Hay que ser muy hábil para cogerme «a mí»!

—Bien, entonces quedamos de acuerdo —intervino Larry—. Esta noche irás a Milton House, disfrazado y aguardarás hasta medianoche, por si acude alguien. Si no aparece nadie, descenderás por la carbonera y subirás a registrar la habitación secreta para ver si puedes conseguir alguna información del misterioso John Henry Smith. A propósito, ¿por qué está enrejada aquella ventana si no hay niños en la casa?

—Lo ignoro —replicó Fatty—. Pero espero averiguarlo.

—Si no te prenden —prosiguió Larry—, regresarás a tu casa, te acostarás y mañana por la mañana te reunirás con nosotros para comunicarnos tus impresiones. Pero, si no apareces, uno de nosotros se dará una furtiva vuelta por el jardín en busca de una nota escrita con tinta invisible. No te olvides de llevarte una naranja, Fatty, por si acaso te ves obligado a escribir esa nota.

—Pierde cuidado —aseguró Fatty—. Pero como no me prenderán, no tenéis por qué preocuparos. ¡No habrá necesidad de echar ninguna carta por la ventana!

—En fin, Fatty —suspiró Bets—, afortunadamente sabes salir de una habitación cerrada con llave como si tal cosa.

—¡Pues claro, muchacha! —exclamó Fatty—. Todo saldrá a pedir de boca, ya veréis.

Como los padres de Fatty estaban ausentes, los Pesquisidores decidieron ir a casa del gordito después de merendar, para ver cómo se disfrazaba. Sentíanse todos muy excitados, pero Bets, convencida de que se trataba de un misterio realmente peligroso, estaba algo preocupada.

—No seas boba —tranquilizóla Fatty—. ¿Qué peligro quieres que haya? Te aseguro que no me sucederá nada. Esto es una aventura, y la gente como yo nunca se pierde una aventura.

—«Eres» muy valiente, Fatty —elogió Bets.

—¡Eso no es nada! —repuso Fatty—. Podría contaros lo que me pasó una vez. Entonces sí que «fui» realmente un valiente. Pero temo aburriros con esta historia —agregó el chico, mirando en torno a sí con expresión interrogante.

—Efectivamente —declaró Pip—. Nos «aburrirías». ¿Piensas ponerte otra vez esa horrible dentadura, querido Fatty?

—¡Desde luego! —asintió Fatty, deslizándosela en la boca.

No bien lo hubo hecho, su aspecto varió por completo. Su sonrisa conejuna cambiaba increíblemente su fisonomía.

En cuanto Fatty completó su disfraz, los demás Pesquisidores se marcharon con «Buster». Fatty había decidido no dejar al perrito en la casa para evitar que le diese por ladrar toda la noche. Larry y Daisy se encargarían de él. Bets deseaba tenerlo, pero Pip objetó que, a buen seguro, su madre formularía toda clase de preguntas si se presentaba en casa con «Buster» y que, por tanto, era preferible no buscar complicaciones.

Así, pues, «Buster» siguió a Larry y a Daisy algo sorprendido, renqueando de vez en cuando para inspirar lástima a los muchachos. En su fuero interno, estaba convencido de que, tarde o temprano, Fatty iría a recogerlo a casa de Larry.

Por su parte, Fatty permaneció leyendo hasta muy tarde, disfrazado de chico francés. Si la doncella le daba por asomar la cabeza por la puerta tendría un sobresalto. Afortunadamente, no le vio nadie.

A eso de las diez, Fatty salió furtivamente de la casa. La luna, casi llena, iluminaba la blanca nieve. Gracias a ésta, Fatty pudo avanzar sin hacer el menor ruido.

Tras recorrer un trecho de carretera, contorneó la colina y, por último, recorrió a Chestnut Lane, amparándose en las negras sombras proyectadas por el seto. No vio absolutamente a nadie. Aquella noche, el señor Goon no efectuaba su ronda habitual por culpa de un inesperado y fastidioso resfriado. De no haber sido por esto, probablemente habría estado merodeando por los alrededores de Milton House por si sucedía algo.

En lugar de ello, tuvo que conformarse con permanecer en cama, estornudando y tomando limón caliente con miel, con el firme propósito de curarse el resfriado y reanudar sus actividades al día siguiente, antes de que aquellos impertinentes chicos le tomasen la delantera.

Por consiguiente, no había nadie al acecho de Fatty. Tras franquear el portillo, el muchacho encaminóse quedamente a la parte posterior de la casa, haciendo votos porque nadie reparase en sus huellas al día siguiente. A poco, entró en la pequeña glorieta ruinosa y, tomando las dos gruesas mantas que llevaba consigo, las dispuso en el banco.

Desde allí contempló la habitación secreta en lo alto de la casa, con su extraña reja en la ventana. ¿Había alguien allí dentro? ¿Acudiría alguien aquella noche?

Hacía frío. Fatty envolvióse en las mantas para entrar en calor y, a poco, le dio tal sueño que tuvo que hacer un esfuerzo para permanecer despierto. Mientras parpadeaba para conseguirlo oyó dar las once en el reloj de la iglesia del pueblo. Sin duda entonces se durmió porque la próxima cosa que oyó fueron las campanadas de las doce.

—¡Cáscaras! —exclamó el chico—. ¡Ya es medianoche! Probablemente me he dormido. Bien como no ha sucedido nada ni creo que venga ya nadie a estas horas intentaré bajar por la carbonera.

Fatty había tenido la precaución de ponerse un traje viejo, seguro de que su madre, aunque no tan quisquillosa como la de Pip, advertiría los vestigios de polvo de carbón. Así, pues, cuando Fatty se detuvo a escuchar, a la luz de la luna, parecía un verdadero golfillo. Llevaba la peluca rizada, las cejas oscuras y la horrible dentadura. Para colmo, habíase maquillado la cara muy pálida. Desde luego, daba miedo verle.

Amparándose en la oscuridad, contorneó el seto del jardín en dirección a la entrada de la cocina. El agujero de la carbonera había vuelto a desaparecer bajo la nieve, pero, sabedor del punto exacto donde se hallaba, Fatty despejólo de nieve con las botas e inclinóse a levantar la redonda tapa de hierro.

Tuvo que dar un buen tirón, pero, al fin, logró su intento, si bien no pudo evitar caer sentado sobre sus posaderas, en tanto la tapa daba en el suelo con gran estrépito.

Fatty contuvo la respiración. Por fortuna, no hubo novedad. Entonces levantóse cautelosamente y, empujando a un lado la tapa, enfocó la oscura abertura con su linterna para ver la distancia que mediaba hasta el suelo.

Afortunadamente, había un montón de carbón debajo mismo del agujero. Gracias a él, el chico pudo aterrizar fácilmente sobre el carbón.

Una vez puesto en pie, encendió su linterna y, a la luz de ésta, vio una pequeña escalera de piedra que conducía a una puerta cerrada, sin duda la de la cocina o la de la despensa. Tras subir pausadamente los peldaños de la escalera, giró suavemente el pomo de la puerta.

Ésta daba a una gran despensa, completamente vacía, iluminada por la luz de la luna. La habitación contigua era una cocina, también vacía. Pero en el polvoriento suelo, Fatty vio las mismas huellas de pisadas que había descubierto el día anterior en la nieve de la calzada.

«¡Tal vez podré echar una ojeada a la habitación secreta!, —se dijo el muchacho, con el corazón palpitante.»

Producíale una extraña sensación hallarse solo en una casa desierta a la cual acudía gente secretamente, por algún misterioso motivo.

Aunque estaba seguro de que no había nadie en la casa, Fatty sobresaltábase a la vista de cualquier sombra y casi pegó un brinco de terror al oír crujir una tabla en el suelo de madera bajo sus pies.

Miró habitación tras habitación, pero todas estaban completamente vacías. Registró toda la planta baja, y el primero y segundo pisos. La habitación secreta hallábase en el tercero, esto es, en lo alto de la casa. Fatty subió la escalera, procurando hacer el menor ruido posible, pese a tener la certeza de que, aparte de él, no había un alma en la casa.

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