Misterio en la casa deshabitada (8 page)

BOOK: Misterio en la casa deshabitada
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—Confío en que al viejo Ahuyentador no le dé por acecharnos —murmuró al fin el muchacho—. ¡Hasta ahora ha sido muy divertido inducirle a creer que nos hallábamos aclarando un nuevo misterio por él ignorado, pero ahora que realmente «hemos» dado con uno, sería lamentable que nos anduviera siguiendo por doquier. Entorpecería terriblemente nuestros movimientos.

—¡Sopla! —profirió Larry—. Si el Ahuyentador huele algo, no podremos mantener en secreto este misterio. Según todos los indicios, es de primera categoría. A estas horas, ya empiezo a formularme toda clase de preguntas. ¿«Quién» utiliza la habitación? ¿Por qué lo hace en una casa deshabitada? ¿Lo sabe el propietario? ¿Cuándo va y viene el que la utiliza?

—Sí, hay una porción de preguntas por responder —asintió Fatty—. Promete ser muy interesante, pero difícil. Propongo que intentemos entrar en la habitación.

—¡Oh, «no»! —exclamaron los demás, todos a una.

—No estaría bien —repuso Larry—. No podemos entrar en las casas, ni siquiera en las deshabitadas. Sabéis perfectamente que no podemos forzar puertas.

—Ni falta que hace —replicó Fatty con dignidad—. ¿Qué tendría de particular que pidiésemos la llave al casero para verla?

A ninguno se le había ocurrido semejante cosa. Daisy miró a Fatty con expresión perpleja.

—¿Cómo quieres que accedieran a prestar la llave a unos chicos, bobo? —objetó la muchacha.

—A lo mejor me la prestaban «a mí» —barbotó Fatty, convencido de que él todo podía lograrlo—. No perdería nada intentándolo. ¿Te fijaste por casualidad en el nombre que figura en el letrero que dice Casa en Venta, Pip? Me refiero al nombre del agente encargado de ella.

—No, no recuerdo haber visto ningún letrero —repuso Pip—. Claro está que había mucha niebla. Podríamos ir a comprobarlo cualquier rato.

—Vamos ahora mismo —propuso Bets ávidamente.

Pero los otros menearon la cabeza.

—Hay demasiada bruma, Bets —replicó Larry—. No veríamos absolutamente nada. Es una suerte que todos sepamos tan bien el camino a nuestras respectivas casas. De lo contrario, hoy nos perderíamos.

Efectivamente, la niebla era muy espesa. No valía la pena intentar nada aquel día. No obstante, los Pesquisidores sentíanse un poquillo impacientes. ¡Les ilusionaba tanto desentrañar aquel nuevo misterio!

—Tendremos que procurar que el Ahuyentador no se entere de lo que hacemos —advirtió Larry—. Si sospechamos que nos espía, lo mejor será que le pongamos sobre una pista falsa.

—¡Oh, sí! —celebró Bets—. ¡Hagámoslo! ¡Sería divertidísimo! Podríamos inventar un misterio para él, ¿no os parece? Por ejemplo, un gran robo o algo por el estilo.

—No es mala idea —aprobó Larry—. Si lográsemos poner al Ahuyentador sobre una pista falsa, el policía no prestaría atención a nuestro verdadero misterio. Por consiguiente, si le sorprendemos espiándonos, siguiéndonos o formulando preguntas, le proporcionaremos un misterio de primera categoría forjado por nosotros mismos.

Esto se les antojó una excelente idea. A ninguno se le ocurrió confiar el caso al señor Goon y permitirle colaborar con ellos. Mostrábales tanta antipatía y, por otra parte, hacía tantas patochadas, que, caso de tener que informar a alguien del caso, preferían decírselo a su amigo, el inspector Jenks, el «policía de categoría», como le llamaba Bets. Éste les escucharía con atención e interés y no se arrogaría los méritos de los muchachos. En cambio, constábales que el Ahuyentador no sólo mostraría desdén por sus hazañas, sino que pretendería ser el forjador de todos los planes.

Desgraciadamente, era un individuo muy receloso y, si sospechaba que los chicos trabajaban en un nuevo misterio, no vacilaría en inmiscuirse. A la idea de aquél nuevo misterio, los muchachos no cabían en sí de excitación, recordando lo mucho que habían gozado con los dos anteriores. Lo cierto era que el actual prometía mucho.

—Veamos —profirió Fatty, reflexionando—. Opino que lo primero que debemos hacer es averiguar quién es el agente encargado de la casa, tal como os he dicho antes, a fin de obtener las llaves. Entonces, podríamos registrar aquella habitación y, si es posible, averiguar para qué sirve y por qué está amueblada

—De acuerdo —convino Larry—. En este caso, mañana tú te encargarás de sondear al agente. Te pintas solo para esa clase de cometidos. ¡Pero conste que, si consigues sacarle las llaves, me darás una sorpresa!

—Aguarda y verás —masculló Fatty, que al presente tenía tan gran concepto de sí que nada le parecía imposible para él.

Veíase ya a la cabeza de toda la policía británica, convertida en el más famoso descubridor de misterios de todo el mundo.

Nadie parecía dispuesto a jugar a ningún juego. La idea del nuevo misterio les trastornaba y excitaba.

—¿Creéis que será un misterio peligroso? —interrogó Bets algo ansiosa—. Los otros dos que descubrimos no eran peligrosos. No me gustaría ni pizca que lo fuese.

—Bien —declaró Fatty pomposamente—, si «es» peligroso, nos encargaremos de él nosotros, los tres chicos. Vosotras dos tendréis que permanecer al margen.

—¡Ni hablar! —protestó Daisy, indignada—. Bets puede hacer lo que guste, pero conste, Fatty, que yo intervendré en este misterio desde el principio hasta el fin. No tengo nada que envidiaros a los chicos en este aspecto.

—¡Está bien, está bien! —gruñó Fatty—. ¡No te alteres! ¡Vaya! ¡La campanilla de la merienda! ¡Tengo un hambre canina!

—¡Como de costumbre! —refunfuñó Daisy, sintiéndose aún algo enojada.

Pero, a la vista de la excelente merienda preparada por la señora Trotteville, todos se animaron. ¡Una buena merienda... y un misterio de primera categoría en perspectiva! ¿Qué más podían desear?

CAPÍTULO IX
EL VIEJO AHUYENTADOR ES UN ENGORRO

Los Pesquisidores decidieron reunirse todos al día siguiente para ir a Milton House, a ver el letrero del agente.

—Podríamos aprovechar la ocasión para explorar los alrededores —propuso Daisy—. Yo pienso trepar al árbol en cuestión.

—Lo principal es que el Ahuyentador no nos sorprenda por allí —aconsejó Pip—. Eso «lo echaría» todo a perder.

—En cuanto sepamos el nombre del agente, enviaremos a Fatty a cumplir su cometido —recordó Larry—. Podríamos aguardar su regreso en la casa. Luego podríamos utilizar las llaves que traiga, y entrar en el edificio.

El plan mereció la general aprobación. Todos confiaban en que, al día siguiente, se despejaría la niebla de lo contrario, sus padres no les permitirían alejarse por caminos desconocidos. Milton House hallábase en la colina, un poco apartada del camino habitual. Más allá, extendíase el campo raso, sin ninguna vivienda en muchas millas a la redonda.

Amaneció un día muy hermoso y soleado, con gran alegría por parte de los chicos, ya que ello les permitiría ir a Milton House. Los cinco se pusieron en marcha después de desayunar, reuniéndose en varias esquinas. Como es de suponer, «Buster» les acompañaba, caminando más majestuosamente que de costumbre, como si supiera que había un misterio en perspectiva.

Tras ascender a la colina, encamináronse al sendero, un poco solitario, que conducía a Milton House. Ésta era la última casa de la hilera, medio oculta en su propia vegetación. Saltaba a la vista que ningún jardinero había puesto los pies en aquel jardín durante muchos años. El lugar aparecía desierto y desolado. La casa era grande, alta y de estructura irregular, con dos o tres extravagantes torrecitas.

—Bien, aquí está... nuestra Casa Misteriosa —declaró Pip, mientras permanecían contemplándola desde la calzada de acceso—. ¿Verdad que da la impresión de estar completamente vacía y deshabitada? No obstante, hay una habitación amueblada allí en lo alto, a la cual debe de ir y venir alguna persona de vez en cuando.

Los chicos sintieron un leve escalofrío en la espalda. Era emocionante. Probablemente, nadie sabía aquel secreto, a excepción de ellos y de la persona que había amueblado aquella habitación.

—Bien, vamos a anotar el nombre y señas del agente —propuso Fatty—. ¿Alguno de vosotros ha visto cualquier día el letrero?

No sólo no lo había visto nadie, sino que no parecía haber ninguno en el lugar. Otras casas deshabitadas que habían visto por el camino ostentaban uno o dos letreros con el anuncio: «En venta... Razón en...» No así Milton House.

—¿Estáis seguros de que se vende? —inquirió Larry, desconcertado, una vez comprobaron que no había ningún letrero—. Lo lógico es que todas las casas deshabitadas estén a la ventar o por alquilar. El propietario no permitiría que permaneciesen vacías, deteriorándose gradualmente.

—Sí, es muy raro —convino Fatty—. Yo tampoco lo veo claro.

—Ahora será inútil que vayas a pedir las llaves a ningún agente —coligió Daisy—. Si no está a la venta, no hay llaves que valgan

—¡Sopla! —exclamó Fatty, contrariado al ver desbaratados sus planes.

Y, tras reflexionar unos instantes, decidió:

—Bien, ahí va lo que pienso hacer. «Podría» ir al agente de alquiler y venta más importante del pueblo y mencionar Milton House a propósito de casas por vender. Así vería si el hombre dice algo interesante.

—Sí... podrías hacer eso —aprobó Daisy—. No obstante, es preferible que lo hagas tú. Eres lo suficiente desvergonzado para afrontar todas las circunstancias y tienes más malicia de persona mayor que cualquiera de nosotros. Podrías simular que vas a preguntar de parte de tu madre o de tu tía.

—Sí —asintió Fatty—. Creo que me las arreglaré muy bien sin despertar las sospechas del agente. Pero antes de irme quiero explorar un poco los alrededores, subirme al árbol y atisbar al interior de la habitación misteriosa.

—¿No sería conveniente apostar un guardián para vigilar si viene alguien? —propuso Pip—. Supongo que no queréis ser sorprendidos merodeando en casa ajena. Oye, Bets; tú te encargarás de hacer guardia.

—¡No! —protestó Bets, indignada al verse excluida de la exploración—. Encárgate tú de ello, Pip.

—«Buster» puede hacerlo perfectamente —terció Fatty—. ¡Ven acá, «Buster»! ¡Quédate aquí junto al portillo y ladra si se acerca alguien!

«Buster» miró a su amo como si comprendiese todo lo que le decía.

—¿Veis? —exclamó Fatty, complacido—. Si queremos, «Buster» permanecerá aquí de guardia toda la mañana.

Pero en cuanto echaron a andar de nuevo por la calzada, «Buster» se fue tras ellos, alborozado, dando a entender que no quería permanecer en guardia ante el portillo si no se quedaba alguien con él.

—No es tan inteligente como me figuraba —gruñó Pip—. No conseguirás obligarle a permanecer ahí ni un momento, Fatty.

—Verás cómo sí —aseguró Fatty, llevando de nuevo a «Buster» junto al portillo.

Entonces el muchacho, despojándose de su chaqueta, quitóse el «pullover» y lo depositó al borde de la calzada, dentro del portillo.

—¡Vigílalo, «Buster», vigílalo! —ordenó Fatty—. Siéntate encima... así. Es mi mejor «pullover». ¡Vigílamelo, fiel amigo!

«Buster» sabía vigilar todo clase de cosas a la perfección y, una vez instalado sobre ellas, ya no se movía hasta que Fatty regresaba y le llamaba. Al presente, no intentó abandonar el jersey para seguir a los muchachos, sino que permaneció allí, muy formalito, siguiéndoles tristemente con la mirada.

—¡Pobre «Buster»! —exclamó Pip—. Quiere venir. Apuesto a que comprende que le has jugado una mala pasada, Fatty. Tiene las orejas gachas y el rabo entre las patas.

—Lo importante es que nos avise si se acerca alguien —repuso Fatty—. No creo que venga nadie. ¡Pero cualquiera sabe! Los detectives tienen que estar siempre prevenidos.

—¡Qué delicia volver a ser Pesquisidores! —exclamó Bets—. ¡Oh, Pip! ¿Es éste el árbol al que trepaste?

Así era, en efecto. Resultaba tan fácil trepar a él que incluso Bets, con ayuda de Fatty, pudo subir de rama en rama hasta alcanzar el punto desde el cual se vislumbraba la habitación misteriosa.

Ésta hallábase tal cual habíala visto Pip el día anterior, profusamente amueblada, acogedora y llena de polvo. Los chicos atisbaron por la ventana, sucesivamente. Oír hablar de aquella habitación había sido ya emocionante, pero aún resultaba más excitante verla al natural. ¿Con qué fin debía ser utilizada?

—Bien, yo me voy a la agencia —decidió Fatty, bajando del árbol—. Ahora, toma el mando tú, Larry, y explora los alrededores de la casa. Busca huellas de pisadas, pedacitos de papel, colillas de cigarro... esto es, todo lo que pudiera constituir una pista.

—¡Ooooh! —exclamó Bets, alborozada—. ¡Me encanta buscar pistas!

—¿Recuerdas que el año pasado las llamabas «pastas»? —interrogó Pip.

Como a Bets no le hacía ninguna gracia recordar cosas de ese estilo, optó por no contestar. A poco descendieron todos del árbol y procedieron a explorar los alrededores de la casa.

—Todo está vacío —comentó Larry—. Ojalá encontrásemos una ventana abierta. Así podríamos colarnos dentro.

Pero no sólo no había ninguna ventana abierta ni rendija practicable, sino que, para colmo, todas las ventanas parecían tener falleba doble.

—La persona que vivía en esta casa debía de tener miedo de los ladrones —observó Daisy—. Como no sea rompiendo una ventana o derribando una puerta, no veo la manera de entrar ahí.

Los chicos buscaron alguna huella, pero no encontraron ninguna pisada, ni colilla, ni papelito.

—¡No hay ni una sola pista! —lamentóse Bets, consternada.

—¡Fijaos en «nuestras» pisadas! —exclamó Daisy, señalando la fangosa tierra hollada por sus pasos—. ¡Ahora todo el mundo sabrá que «hemos» estado aquí! ¡Deberíamos haber sido más precavidos!

—¡Qué vamos a hacer! —suspiró Pip—. La cosa ya no tiene remedio. Escuchad... ¿está ladrando «Buster»? ¿No habéis oído?

Efectivamente, el perrito ladraba furiosamente. Los cuatro chicos escucháronle, intranquilos. Fatty había ido al pueblo y, por tanto, no se hallaba presente para afrontar la situación con su despierto ingenio. Pip, Daisy y Bets miraron a Larry con expresión interrogante.

—¿Qué debemos hacer? —cuchicheó Bets—. ¡Oigo pasos en la calzada!

—¡Escondeos! —ordenó Larry—. ¡De prisa! ¡Desperdigaos por los arbustos!

Los chicos obedecieron. Con el corazón palpitante, Bets ocultóse detrás de un pequeño arbusto, haciendo votos por no ser descubierta.

Su horror no tuvo límites al ver aparecer por el ángulo de la casa el familiar azul marino del policía local. El agente llevaba consigo su bicicleta.

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