Misterio en la casa deshabitada (7 page)

BOOK: Misterio en la casa deshabitada
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—Goon suele recorrer el pueblo y pasar por la esquina a eso de las once y media —observó Larry—. Hoy no habrá mucha gente por los alrededores porque hace muy mal tiempo y se está levantando niebla. Aguárdale en la esquina y pregúntale la hora o algo por el estilo.

—Por favor, señor, ¿qué hora es? —inquirió Pip con una voz asombrosamente ronca y cavernosa.

Todos rieron.

—Estupendo, chico —celebró Larry—. Ahora, vete y vuelve pronto a decirnos qué ha sucedido.

Pip se puso en marcha. El pueblo estaba muy brumoso, hasta el punto de que el muchacho apenas veía a un metro ante sí. Aguardó en la esquina, acechando las recias pisadas del Ahuyentador. Inesperadamente, alguien dobló la esquina, caminando a buen paso y sin meter el menor ruido.

Pip tuvo un sobresalto, pero la otra persona lo tuvo aún mayor. Al ver la torva cara de Pip, con aquellas pobladas cejas y aquella horrible dentadura, la vieja señorita Frost lanzó un chillido de espanto.

—¡Socorro! —gritó—. ¿Quién es usted?

Y, dando media vuelta, echó a correr calle abajo hasta tropezar con el viejo Ahuyentador.

—Hay una horrible persona en la esquina! —jadeó la mujer—. ¡Con una fea cara colorada, unas cejas enormes y los dientes más espantosos que he visto en mi vida, saliéndosele materialmente de la boca!

El detalle de los dientes prominentes evocó al señor Goon al chico francés. ¿No estaría merodeando por las esquinas? Para comprobarlo, el policía dirigióse de puntillas a la esquina y doblóla bruscamente.

¡Pip estaba allí! El señor Goon sorprendióle antes de que el chico pudiera moverse. El policía contempló, estupefacto, la torva cara del muchacho, las absurdas cejas y la familiar dentadura conejuna.

—¡Eh! ¿Qué significa todo esto? —empezó el hombre, tendiendo un recio brazo para agarrar a Pip.

Al notar la presión de aquella mano en su impermeable, Pip desasióse con un brusco movimiento para emprender la huida. El señor Goon quedóse con el impermeable entre las manos; pero no permaneció inmóvil mucho tiempo. Reaccionando inmediatamente, echó a correr tras Pip a carrera tendida.

Pip estaba asustado. ¿Cómo era posible que el señor Goon le hubiese pillado tan de prisa? ¡Pensar que ahora tenía en su poder su impermeable! ¡Qué mala suerte! ¡En fin! Lo que debía evitar a toda costa era caer en sus manos. De lo contrario, tendría que responder a una serie de preguntas muy comprometedoras. Por un momento, el muchacho arrepintióse de haber salido a la calle con aquel singular disfraz. Pero luego, a medida que se alejaba ganando terreno al jadeante policía, empezó a disfrutar de la aventura.

Perseguidor y perseguido remontaron la carretera y ascendieron por una colina. Pip dirigióse al campo raso con ánimo de esconderse detrás de un seto y despistar al señor Goon con ayuda de la niebla.

Al llegar junto a un portillo, recordó que éste daba acceso a la calzada de una vieja casa deshabitada, en la cual hacía muchos años que no vivía nadie. Pertenecía a una persona que, al parecer, habíala olvidado.

El chico entró en la calzada, con la esperanza de que el señor Goon le perdiera de vista. Pero no era tan fácil despistar al policía. Efectivamente, éste siguióle por la calzada.

Contorneando la vieja casa a toda velocidad, Pip metióse en un abandonado jardín, lleno de hierbas y maleza, con gran abundancia de árboles. El muchacho vislumbró uno al cual no parecía difícil trepar y, en un abrir y cerrar de ojos, encaramóse a él, un segundo antes de que el señor Goon doblase la esquina, resoplando como un tren de mercancías.

Pip permaneció en lo alto del árbol, inmóvil y silencioso. Como el árbol en cuestión no tenía hojas, si al señor Goon se le ocurría levantar los ojos, Pip estaba perdido. Mientras el policía recorría el jardín, Pip aprovechó la ocasión para trepar un poco más, a fin de entorpecer la vista del señor Goon con nuevas ramas protectoras. A poco, el chico alcanzó casi la copa del árbol, con lo cual hallóse a la misma altura del último piso de la casa.

«¡Menos mal que esta casa está deshabitada! —pensó Pip, mirando al señor Goon, sin atreverse a respirar—. De lo contrario, saldría gente a ver qué pasa y me descubrirían.»

Mientras permanecía agazapado, junto al tronco del árbol, comprobó, con sorpresa, que la ventana que se hallaba a su altura tenía rejas.

«Seguramente, en un tiempo fue la ventana del cuarto de los niños —se dijo el muchacho—. ¡Qué barrotes más fuertes!»

Pero, al atisbar el interior de la ventana, por poco se cae del árbol, del susto que se llevó.

La habitación del interior no estaba vacía, sino profusamente amueblada.

Pip no volvía en sí de su asombro. Si la casa estaba deshabitada, ¿cómo era posible que una habitación del último piso estuviese amueblada? ¡La gente no se mudaba de casa dejando tras sí los muebles de una habitación!

«¡Cáscaras! —pensó Pip—. A lo mejor, ésta «no es» la casa deshabitada. Es posible que la niebla me haya despistado. Tal vez la casa está deshabitada y todas las habitaciones están amuebladas. Ojalá se marchara el viejo Ahuyentador. Así podría dar un vistazo.»

El Ahuyentador procedía a explorar todos los rincones. El jardín tenía un buen seto y, por tanto, nadie podía escabullirse fácilmente. ¿Adónde habría ido aquel tipo tan raro? El policía estaba realmente aturullado. Ni por un momento se le ocurrió levantar la vista a ningún árbol.

Por último, desistió. Habíasele escapado la presa, pero la próxima vez..., ¡ah!, la próxima vez que viese a alguien con aquellos dentorros, echaríale inmediatamente la mano encima. Era muy raro que dos personas diferentes ostentasen la misma dentadura conejuna.

«En mi vida había visto dientes tan salientes —se dijo el derrotado señor Goon, mientras contorneaba la casa en dirección al portillo—. Es curioso que tanto el chico francés como este individuo que he descubierto ahora los tuviesen de ese tipo. Ojalá le hubiera echado el guante. ¡Le habría formulado unas pocas preguntas!»

Pip exhaló un suspiro de alivio al verle marchar y, tras aguardar a que el policía desapareciese por la esquina formada por la casa, deslizóse cautelosamente por una rama en dirección a la ventana, a fin de atisbar mejor el interior.

No cabía la menor duda. La habitación estaba llena de muebles, consistentes en un canapé casi tan grande como una cama, un sillón, dos sillas más pequeñas, una mesa, una librería con libros y una alfombra en el suelo. Era extraordinario.

«Además, hay una estufa eléctrica—se dijo Pip—. Pero no hay nadie ahí y, a juzgar por el polvo que se ve por doquier, hace tiempo que no ha pasado nadie por ahí. ¿A quién debe de pertenecer esta casa?»

El chico examinó los barrotes de la ventana. Era imposible entrar o salir a través de ellos. Estaban muy juntos, como la mayoría de los pertenecientes a rejas para ventanas de estancias infantiles, a fin de que ni siquiera un niño pudiera deslizarse entre ellos.

Pip descendió cautamente del árbol, siempre ojo avizor por si acaso el señor Goon acechaba en algún rincón. Pero el desconcertado policía había regresado al pueblo, consolándose con la idea de que, aunque había perdido de vista al chico de los dientes y cejas monumentales, cuando menos tenía en su poder su impermeable. Todo era cuestión de ver si la prenda ostentaba el nombre de su dueño.

Pip tenía frío sin su impermeable. ¿Cómo explicaría a su madre la pérdida de la prenda? Tal vez, la señora Hilton no advertiría su desaparición. Lo malo era que las madres solían darse cuenta de esas cosas inmediatamente.

La niebla era cada vez más densa. Pip proponíase explorar un poco más los alrededores, pero, temiendo perderse entre la creciente bruma, limitóse a cerciorarse de que la casa era realmente la que él tenía por deshabitada.

El resultado fue afirmativo. No cabía duda que la casa era la que el muchacho se imaginaba. Las habitaciones de la planta baja estaban completamente vacías. Sobre el portillo figuraba el nombre que Pip había visto con anterioridad: Milton House, esto es, Casa Milton.

—¡Esto es un misterio! —susurró Pip, mientras se afanaba a través de la niebla—. Un verdadero misterio. De pronto, se detuvo y, regocijándose, exclamó: —¡Podría ser nuestro «tercer» misterio! ¡Tendremos que desentrañarlo! ¡Salta a la vista que sucede algo «muy» raro en esa vieja casa deshabitada!

CAPÍTULO VIII
UNOS POCOS PLANES

Pip regresó a casa de Fatty, donde le esperaban los demás para informarle de todo lo sucedido. Fatty tenía lo que él denominaba una «guarida», esto es, un pequeño aposento atestado de libros, juegos, enseres deportivos y una cómoda cestita para «Buster». La espesa niebla seguía envolviéndolo todo y calaba los huesos de Pip de frío y humedad.

Cuando al fin el muchacho llegó ante la puerta lateral del domicilio de Fatty, estaba tiritando. Antes de entrar, aplicó el oído por si merodeaba alguien por los alrededores, pues no tenía el menor deseo de tropezar con la criada o con la señora Trotteville con su actual disfraz.

El hecho de no oír nada, le indujo a subir al piso por la escalera. Sus amigos estaban jugando a cartas sentados en el suelo y, al oír entrar a Pip, levantaron los ojos a él, con expresión interrogante.

—¡Oh, aquí está Pip! —exclamó Bets, complacida, en tanto «Buster» acudía a saludarle como si no le hubiese visto en semanas—. ¿Qué tal te ha ido la aventura? ¿Hiciste algo emocionante?

—¡«Ya lo creo»! —asintió Pip con mirada, centelleante.

Y acercándose al fuego en lo posible, añadió:

—¡Y lo que es más, Pesquisidores! ¡Creo que voy a proporcionaros un tercer misterio por desentrañar!

Todos le miraron entre satisfechos y sorprendidos.

—¡Cuéntanos ahora mismo! —instó Bets, pegando un brinco—. ¿A qué te refieres? ¿De qué misterio se trata?

—Os lo contaré todo desde el principio —decidió Pip—. ¡Caracoles! ¡Qué frío tengo!

—¿Dónde está tu chaqueta impermeable? —preguntó Daisy, al advertir el temblor del muchacho.

—¡La tiene el viejo Ahuyentador! —confesó Pip—. ¡Qué desgracia!, ¿verdad?

—¿El viejo Ahuyentador? —repitió Fatty—. Pero, ¿cómo ha ido a parar a sus manos? ¿Figuraba tu nombre en ella?

—¿Recuerdas si así era, Bets? —inquirió Pip, volviéndose a su hermanita.

—No, el nombre no constaba —respondió Bets—. Por consiguiente, el Ahuyentador no sabrá de quién es la chaqueta, a no ser que vaya preguntando a nuestros padres si alguno de nosotros ha perdido alguna.

—No te preocupes —tranquilizóla Fatty—. Mi viejo impermeable es casi igual que el de Pip. Como tengo otro nuevo, Pip podría quedarse con el viejo y, si el Ahuyentador va a preguntar a nuestros padres si hemos perdido uno, Pip podrá mostrar el mío.

—Gracias, Fatty —suspiró Pip, aliviado—. Tú siempre acudes en ayuda de todo el mundo. Bien, voy a contaros mi aventura.

Los muchachos corearon con risas el episodio de la pobre señorita Frost y el susto que se llevó la infeliz al ver aparecer las pobladas cejas, la cara coloradota y la horrible dentadura a la vuelta de la esquina; y sus risas trocáronse en carcajadas cuando Pip explicó la carrera que había obligado a hacer al señor Goon a través de la niebla.

—¡Qué raro que no se le ocurriera mirar a los árboles! —comentó Fatty—. ¡Nunca será un buen detective! Pero, a todo esto, todavía no nos has dicho lo del misterio, Pip. ¿De qué se trata?

—Bien —empezó Pip con aire importante—, como todos sabéis, Milton House está deshabitada hace una porción de años, ¿no es eso?

Los demás asintieron en silencio. Conocían la casa perfectamente.

—Pues bien —prosiguió Pip—, atended a lo que voy a deciros. ¡«Una de las habitaciones del último piso está profusamente amueblada»!

Todos quedáronse mudos de asombro.

—¿Profusamente amueblada? —repitió Fatty—. ¡Qué extraordinario! ¿Vivirá alguien allí? Si así es, ¿por qué vive en el «último piso» de la casa? Realmente, esto es muy raro, Pip.

—¿Verdad que sí? —profirió Pip, satisfecho del interés que había despertado—. ¿No creéis que esto va a ser nuestro tercer misterio? Estoy seguro de que aquí hay gato encerrado.

—Sí, así parece —murmuró Fatty—. No cabe duda que se trata de un misterio.

—¡Hurra! —exclamó Bets—. ¡Ya tenemos uno para estas vacaciones! ¿Cómo lo desentrañaremos?

—En realidad, no es nuestro tipo habitual de misterio —masculló Fatty, pensativo—. En los anteriores, contábamos con Pistas y Sospechosos para investigar; en cambio, esta vez todo cuanto tenemos es una habitación amueblada en lo alto de una casa deshabitada. Ni siquiera sabemos si de veras hay gato encerrado. Pero lo cierto es que resulta lo suficiente raro y anormal para inducirnos a tratar de averiguar lo que hay detrás de ello.

—¡Ooooh, qué suerte! —exclamó Bets jubilosamente—. ¡Con lo que deseaba disponer de un misterio estas vacaciones! ¡En particular ahora que sabemos tantos trucos policíacos!

—Bien, Pip —intervino Larry—. No se puede negar que has tenido una buena tarde. Ahora quítate ya ese horrible disfraz. No puedo soportar verte con esta facha. Lo que más te afea son los dientes.

—Ya sé —convino Pip, quitándoselos y dirigiéndose a una jofaina a fin de lavarlos y secarlos—. Son maravillosos. ¡Al viejo Ahuyentador por poco le dio un ataque al verlos centellear de nuevo en otra boca distinta a la del chico francés!

Los demás echáronse a reír al imaginarse la sorpresa del señor Goon. Súbitamente, Fatty quedóse pensativo.

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