Misterio en la casa deshabitada (3 page)

BOOK: Misterio en la casa deshabitada
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—El pobre no lo ha pasado muy bien en casa de mi abuela —explicó Fatty—. Por allí anda un enorme gato pelirrojo que no lo ha dejado parar en todo el día. Para colmo, mi abuela insistía en bañarlo diariamente. La verdad es que el animalito estaba fastidiado. Podría haber perseguido al gato, claro está, pero es demasiado caballero para molestar a un gato que, al fin y al cabo pertenecía a su anfitriona.

—¿Has comprado ya algún disfraz? —preguntó Bets, presa de gran excitación.

—Espero mi cumpleaños —repuso Fatty—. Como sabéis, es mañana. Cuando disponga de suficiente dinero, iré a Londres a hacer unas compras.

—¿Tú solo? —preguntó Larry.

—¡Naturalmente! —espetó Fatty—. ¿Crees que una persona mayor me permitiría gastar dinero en disfraces? Aunque hemos desentrañado dos misterios enormemente complicados, ninguna persona mayor consideraría necesario comprar pelucas y cejas. Y puede ocurrir que, de un momento a otro, tengamos que desentrañar un tercer misterio.

Vista así la cosa, resultaba, en verdad, muy urgente proceder a comprar disfraces de todas clases. Fatty hablaba muy serio, tanto, que Bets presentía que el tercer misterio hallábase a la vuelta de la esquina.

—Oye, Fatty —instó la niña—. ¿Podremos probarnos los disfraces en cuanto los compres?

—Por supuesto —asintió Fatty—. Tendremos que acostumbrarnos a llevarlos. Será muy divertido.

—¿Has traído la tinta invisible esta tarde? —interrogó Pip—. ¡Eso es lo que quiero ver!

—¿Podrás ver una tinta invisible? —inquirió Bets, desconcertada—. ¡Nunca lo hubiera dicho!

Todos rieron.

—¡Boba! Lo que es invisible no es la tinta, sino la escritura que se hace con ella.

—Tengo una botella —declaró Fatty—. Es una tinta muy cara.

Al propio tiempo, el gordito sacóse una botellita del bolsillo, la cual contenía un líquido incoloro que, a Bets, le parecía agua.

Fatty tomó su libreta y una pluma provista de plumilla nueva. Luego, poniendo la botellita sobre la mesa, la destapó.

—Ahora escribiré una carta secreta —anunció—, y mi letra será invisible.

Bets inclinóse hacia él para verlo mejor, con tan mala fortuna, que perdió el equilibrio y cayó sobre la mesa. La botellita de tinta invisible dio una sacudida y, rodando hasta el borde de la mesa, vació su contenido en el suelo, formando un charquito redondo, cerca de «Buster».

—¡Guau! —ladró «Buster», sorprendido.

Y empezó a lamer el charco. Pero, al comprobar que sabía horriblemente mal, desistió, mirando a los alarmados chicos con la rosada lengua fuera.

—¡Oh, «Buster»! —sollozó Bets, casi con lágrimas en los ojos—. ¡Has bebido tinta invisible! ¿Crees que tu perro se volverá invisible, Fatty?

—No, so estúpida —refunfuñó Fatty—. ¡Ahora nos hemos quedado sin tinta! ¡Qué torpe eres, Bets!

—Lo siento en el alma —disculpóse la pobre Bets—. Creo que he resbalado. ¡Oh, Fatty! ¡Ahora no podremos escribir con letra invisible!

Daisy recogió el resto de la tinta. Todos estaban desilusionados. «Buster» seguía con la lengua fuera y era tal su expresión de disgusto que Larry fue a buscarle un poco de agua para quitarle el mal sabor de boca.

—Bien, menos mal que conozco uno o dos sistemas más de escribir con letra invisible —suspiró Fatty, para alivio de Bets—. ¿Tenéis a mano una naranja? ¡Ahora preparaos a ver un poco de magia!

CAPÍTULO III
DOS LECCIONES EMOCIONANTES

Había un frutero con naranjas en la estancia. Bets fue por ellas. Luego observó con gran interés las manipulaciones de Fatty, consistentes en practicar un agujero en una de ellas y exprimir el amarillo zumo en una taza.

—¡Pues sí, señor! —exclamó el gordito—. El zumo de naranja o de limón constituyen una excelente tinta invisible, ¿lo sabíais?

Naturalmente los otros lo ignoraban. Excuso decir que consideraban a Fatty una especie de genio por haber sabido proveerse de más tinta invisible después de la torpeza de Bets.

El chico tomó una hoja de papel en blanco y, mojando su pluma en el zumo de naranja, escribió lo que semejaba una carta. Al propio tiempo, recitaba en voz alta el texto de su misiva, despertando con ella la hilaridad de los demás:

«Querido Ahuyentador:

Supongo que se figura usted que desentrañará el próximo misterio antes que nosotros. Sepa que no lo conseguirá. Su cerebro necesita un poco de engrase. Chirría que es un gusto. Besos y abrazos de

Los Cinco Pesquisidores (y el Perro).»

Todos se rieron, especialmente al oír la segunda mitad de la carta.

—Eres un estúpido, Fatty —reconvino Pip—. Afortunadamente, el viejo Ahuyentador no recibirá esa carta.

—¡Pues claro que se la mandaremos! —repuso Fatty—. ¡Pero, como está escrita con tinta invisible, el muy bobo no podrá leerla!

La hoja de papel hallábase completamente en blanco. ¡No cabía duda de que la tinta a base de zumo de naranja era invisible!

—Pero, Fatty —intervino Daisy—, ¿cómo es posible leer una carta invisible?

—Muy sencillo —contestó Fatty—. Ahora os enseñaré a leer «esta» clase de escritura. ¿Tenéis una plancha eléctrica por ahí?

—Sí —asintió Pip—, pero no creo que mamá nos la preste. Por lo visto, cree que todo lo que cae en nuestras manos se echa a perder. Pero, vamos a ver, ¿para qué quieres una plancha?

—Aguarda y verás —masculló Fatty—. Oye, Pip, a falta de la eléctrica, ¿no tenéis una plancha de hierro corriente? Probablemente hay alguna en la cocina.

Así era, en efecto la cocinera dio permiso a Pip para cogerla.

—¡Me sorprendería que rompieseis semejante armatoste! —exclamó la mujer.

Pip precipitóse de nuevo arriba, con la recia plancha de hierro.

—Caliéntala en el fuego —ordenó Fatty.

Pip obedeció. Cuando Fatty juzgó que la plancha estaba bastante caliente, retiróla del fuego asiéndola con una almohadilla.

—Ahora, fijaos.

Los demás observaban sus manipulaciones, excitados. Fatty pasó ligeramente la plancha por la hoja en la cual había escrito su carta invisible.

—¡Ya está! —gritó Bets, emocionada—. ¡Mirad qué letras aparecen de tenue color castaño! ¡Fijaos! «Querido Ahuyentador...»

—«Supongo que se figura usted...» —leyó Pip; entusiasmado—. Sí, ahora es visible. ¡Caracoles! ¡Qué ingenioso es eso, Fatty! ¡Nunca habría dicho que el zumo de naranja pudiese ser utilizado para ese fin!

—Es preferible saber eso que conocer la existencia de la verdadera tinta invisible —comentó Larry—. Esta última es muy cara; en cambio, para esto, basta una naranja. Es maravilloso, Fatty. Propongo que escribamos todos cartas con este procedimiento.

Y, sin pensarlo un minuto más tomaron todos hojas de papel y procedieron a escribir cartas con tinta de zumo de naranja. Escribieron cartas insolentes a personas poco gratas, y chillaron de alegría cuando la plancha tornó visible la escritura y pudieron leer las misivas de los demás.

—¿De veras te propones enviar una carta con tinta invisible al viejo Ahuyentador? —preguntó Daisy, recordando lo que Fatty había dicho—. ¿Qué conseguirás con ello si el hombre no puede leerla?

—Simplemente divertirme —respondió Fatty—. ¡Os imagináis lo aturdido que se quedará al recibir una carta en blanco y ver que no hay posibilidad de leerla? ¡No le diremos cómo hay que hacerlo!

Fatty volvió a escribir su primera carta dirigida al Ahuyentador y, tras meter la hoja de papel, aparentemente en blanco, en un sobre, escribió el nombre del Ahuyentador en éste, con letras de imprenta.

—Reconozco que es una bobada, pero la cosa desconcertará al viejo Ahuyentador —murmuró Fatty, secando el sobre con papel secante—. Bien, ahora ya os he enseñado a escribir con tinta invisible. ¿Verdad que es sencillo?

—Sencillísimo —convino Pip—. Pero no creo que nos resulte de utilidad, Fatty.

—¡Quién sabe! —exclamó Fatty—. Podría suceder que, mientras desentrañamos un misterio, alguno de nosotros fuese capturado y necesitase enviar un mensajero a los demás. Si lo escribiese con tinta invisible, nuestros enemigos no podrían leer la misiva.

A Bets todo esto se le antojó muy emocionante pese a que no le hacía ninguna gracia ser capturada. De pronto, ocurriósele una idea.

—Según eso, si alguna vez tenemos enemigos, tendremos que llevar una naranja encima —coligió—. ¿No os parece? Deberemos procurar que no sean muy jugosas. De lo contrario, correrían peligro de aplastarse.

—Además, tendremos que proveernos de una pluma —agregó Pip—. De todos modos, no pienso preocuparme hasta que tengamos enemigos de verdad.

—Pues yo, sí —espetó Fatty, gravemente—. En cualquier momento puede uno verse precisado a escribir un mensaje invisible. Llevo toneladas de cosas en los bolsillos, «por si acaso» las necesito.

Fatty no mentía. Los demás sorprendíanse con frecuencia de los chismes que el muchacho llevaba consigo. Por regla general, tenía prácticamente todo lo que se necesita en caso de urgencia, desde un abridor de botellas a un cortaplumas con doce clases diferente de instrumentos.

—Mi madre me registra los bolsillos todas las noches y no me deja llevar ni la mitad de lo que quiero —lamentóse Pip.

—Pues la mía nunca hace eso —declaró Fatty—. Le tienen sin cuidado mis bolsillos.

Los demás se dijeron que, según todos los indicios, la madre de Fatty no sólo no se preocupaba en absoluto de los bolsillos de su hijo, sino tampoco de su persona. El chico iba y venía a su antojo, no acudía a comer si no quería, se acostaba a la hora que se le antojaba y hacía, más o menos, su santa voluntad.

—Oye, Fatty —instó Bets, acordándose súbitamente de un detalle—. Dijiste que nos enseñarías a salir de una habitación cerrada con llave, aunque no dispusieras de ésta. Ya es hora de que nos lo demuestres, ¿quieres?

—De acuerdo —accedió Fatty—. Llevadme a una de las habitaciones del desván, encerradme con llave y dejadme allí. Luego, bajad de nueva aquí, y, a los pocos minutos, me reuniré con vosotros.

—¡Mentiroso! —exclamaron Larry y Pip, los dos a una.

Lo cierto es que parecía una cosa imposible.

—No os cuesta nada probarlo —insistió Fatty—. Sabéis perfectamente que no soy de los que hablan por hablar.

Presa de gran excitación, los chicos llevaron a Fatty arriba, a una gran habitación con el suelo de madera y sin alfombra, y, tras meterle dentro, dieron vueltas a la llave en la cerradura. Larry cercionóse de si estaba bien cerrado. En efecto: la puerta no cedió.

—Ya estás encerrado, Fatty —gritó Pip—. Ahora, nosotros volveremos abajo. ¡Demostrarás ser muy listo si puedes salir de ahí! No te hagas ilusiones de hacerlo por la ventana. Está muy alta.

—No pienso utilizarla —repuso Fatty—. Saldré por la puerta.

Sus compañeros bajaron, algo incrédulos. A buen seguro, Fatty no era tan hábil como para hacer una cosa de aquella categoría. ¡Sería un milagro que pudiese salir por una puerta cerrada con llave!

La única que tenía fe en él era Bets. La chiquilla permanecía sentada en el cuarto de jugar, con los ojos fijos en la puerta, esperando verle aparecer de un momento a otro.

—Juguemos una partida —propuso Pip, sacando el «parchesi»—. El amigo Fatty tardará en presentarse. ¡Dentro de diez minutos le oiremos gritar que le dejemos salir!

Los chicos dispusieron las fichas en sus respectivas casillas y tomando el dado, metiéronlo en el cubilete para agitarlo. Daisy tiró la primera, pero, antes de darle tiempo a mover la ficha, abrióse la puerta y apareció Fatty, con su rolliza cara iluminada con una amplia sonrisa.

—¡Cáscaras! —exclamó Larry, en el colmo de la sorpresa—. ¿«Cómo» te las has arreglado?

—¡Sabía que lo conseguirías! —vociferó Bets.

—¿«Cómo» lo hiciste? —inquirieron Pip y Daisy, con tremenda curiosidad—. Anda, dínoslo.

—Es muy fácil —murmuró Fatty, atusándose el lustroso cabello—. Increíblemente fácil.

—¡Vamos, déjate de historias y cuéntanos cómo lo hiciste! —impacientóse Larry—. Es extraordinario.

—Venid y os lo mostraré —accedió Fatty—. De hecho, es algo que los detectives deben saber a pies juntillas. Una cosa elemental.

—¿Qué quiere decir «elemental»? —preguntó Bets, subiendo la escalera detrás de Fatty.

—Que hay que empezar por ello —explicó Fatty—. Bien, ya estamos aquí. Ahora, Larry, enciérranos a los cuatro en la habitación, y a «Buster» también, si quieres, de lo contrario, arañará la puerta. Así podréis ver todos lo que hago. ¡Les repito que es elemental!

Los tres que quedaron encerrados con Fatty estaban pendientes de los acontecimientos. Una vez cerrada la puerta, percibieron el rumor de la llave en la cerradura, en tanto Larry dábale vuelta desde fuera. Todos probaron de abrir. Pero la puerta hallábase perfectamente cerrada.

—Ahora, fijaos —dijo Fatty.

Y sacándose del bolsillo un periódico doblado, lo desdobló y alisó. Luego, ante la sorpresa de sus amigos, deslizó el periódico por debajo de la puerta hasta que sólo quedaron unos centímetros visibles.

—¿Qué objeto tiene esto? —interrogó Bets—. ¡Así no abrirás la puerta!

Fatty se abstuvo de contestar y, tomando un trozó de alambre de su bolsillo, lo introdujo en la cerradura. La llave estaba en el otro lado, tal cual Larry habíala dejado. Tras forcejear un poco con el alambre, Fatty dio una brusca y ligera sacudida.

Percibióse un golpe seco en el otro lado de la puerta.

—He sacado la llave de la cerradura —masculló Fatty— ¿La habéis oído caer? ¡El resto es facilísimo! Como la llave ha caído en el periódico extendido fuera, todo cuanto tengo que hacer es estirar del papel así, con muchísimas precauciones, y, sobre él, aparecerá la llave.

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