Misterio en la casa deshabitada (17 page)

BOOK: Misterio en la casa deshabitada
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En el preciso momento en que Fatty se disponía a pasar su periódico por debajo de la puerta para recoger la llave al otro lado, oyó pasos. Entonces, retrocediendo, sentóse en un rincón de la habitación. Pero no se presentó nadie. Fatty consultó su reloj. La tarde estaba ya bastante avanzada. Acaso sería preferible aguardar a que empezara a anochecer. Así, nadie vería asomar el periódico por debajo de la puerta. En cambio, al presente, aquello era exponerse a levantar sospechas.

En consecuencia, el muchacho resolvió aguardar pacientemente. Tenía hambre y frío, y estaba muerto de cansancio. Para sus adentros pensó que aquella aventura no resultaba en absoluto agradable en aquel momento, pero consolóse ante la idea de que las aventuras solían tener sus pros y sus contras.

Cuando empezó a anochecer, Fatty asomóse a la ventana. Al punto tuvo la certeza de que andaba alguien acechando en el seto. ¿Quién sería? ¡Con tal que no fuese uno de los Pesquisidores! La oscuridad no le permitió ver el uniforme del Ahuyentador, de lo contrario habría reconocido al policía, que en aquel momento acababa de llegar.

Fatty decidió que lo mejor era escapar inmediatamente por si acaso aquella figura agazapada en el seto «era» uno de los Pesquisidores. Así podría advertirle, ya fuera Pip o acaso Larry, y los dos podrían huir juntos e ir a contárselo al inspector Jenks.

El muchacho aplicó el oído junto a la puerta y, al comprobar que no se oía el menor ruido, desplegó su periódico y lo introdujo cuidadosamente debajo de la hoja hasta dejar sólo una esquina en el interior de la habitación. Luego hurgó la llave para sacarla de la cerradura. A poco, percibióse su caída sobre el periódico.

El corazón de Fatty se aceleró. ¡Su fuga era inminente! Con suma precaución, procedió a tirar de la hoja del periódico, operación que, en aquellos casos, constituía siempre el momento más emocionante. ¿Aparecería la llave por debajo de Ia puerta, sobre el periódico en cuestión?

Afortunadamente, apareció. Fatty recogióla con un suspiro de alivio y la introdujo en la cerradura.

Una vez abierta la puerta, asomóse al pasillo. Éste estaba desierto. En vista de ello, Fatty cerró la puerta de nuevo y dejó la llave en la cerradura. Así, si pasaba por allí alguno de los hombres, supondría, al ver la llave puesta, que el prisionero seguía en la habitación.

¿Cómo saldría de la casa? Temía hacerlo por la puerta principal, pues no se atrevía a cerrarla de golpe y, si la dejaba abierta, alguien lo advertiría.

Así, pues optó por bajar de nuevo a la carbonera y salir por el agujero. Estaba tan, oscura, que nadie le vería.

Cautelosamente, Fatty bajó la escalera y, a través de la cocina, dirigióse a la puerta que conducía al sótano. Al llegar a ella, tomó la llave, diciéndose que sería una buena idea cerrar la puerta tras sí, una vez se hallase en el sótano, con lo cual nadie podría sorprenderle allí metido caso que le resultase imposible trepar al jardín por el agujero. Una vez franqueada la puerta, cerró tras sí y dio vuelta a la llave. Luego lanzó un profundo suspiro de alivio, sin moverse del escalón superior. De momento estaba a salvo.

Pero, al descender por la escalera, se detuvo horrorizado. ¡Alguien bajaba por el agujero de la carbonera, gruñendo y resoplando! ¿Quién sería? ¡No parecía ninguno de los Pesquisidores!

Una vez más, el corazón, de Fatty latió locamente. El muchacho oyó saltar al desconocido sobre el montón de carbón. Fatty tenía la certeza de que se trataba de uno de sus apresadores, pero no se explicaba por qué entraba en la casa de aquel modo.

Entonces tomó una rápida determinación. Cuando el recién llegado cayó sobre el carbón, Fatty, abalanzándose sobre él, le hizo perder el equilibrio y caer de cabeza en el rincón más apartado del sótano.

Después, antes de que el hombre pudiera reaccionar, Fatty encaramóse sobre la pila de carbón para trepar por el agujero de la carbonera. Tomando impulso, logró apostarse en medio de la obertura, agarrarse con fuerza a los bordes y salir afuera, mientras abajo sucedíanse los gruñidos y las lamentaciones.

Fatty no tenía idea de que la persona del sótano era el viejo Ahuyentador. Una vez en el jardín, tomó la tapa de hierro, pero en el momento en que se disponía a encajarla en su sitio, el señor Goon, tambaleándose, sacóse la linterna del cinturón y enfocó al agujero.

Su asombro no tuvo límites al ver la cara del «chico francés» mirándole desde arriba. ¡No cabía duda! ¡Aquella cabellera negra y rizada, aquel pálido rostro y la célebre dentadura conejuna eran inconfundibles!

—¡Grrrr! —gruñó el señor Goon, tan encolerizado que no atinaba con las palabras.

Apresuróse a colocar la pesada tapa sobre el agujero, parpadeando repetidamente.

Luego, temiendo que su prisionero imitara su ejemplo y trepase al exterior, Fatty arrastró un barril sobre el agujero hasta colocarlo encima de la tapa. Como dicho barril contenía una cuarta parte de agua helada, era evidente que quienquiera que fuese la persona que se hallaba en el sótano no podría salir de allí ni por la puerta, ni por el agujero de la carbonera.

Fatty respiró con más holgura. El prisionero del sótano empezó a gritar y a vociferar. Pero apenas se le oía. Fatty se dijo que sus voces no llegarían a oídos de nadie.

El muchacho deslizóse quedamente alrededor del seto del jardín, al acecho de cualquier intruso. Pero no vio a nadie.

De pronto percibió un ruido muy raro. ¿Qué sería? Parecía un murmullo o zumbido lejano.

—Parece un aeroplano —murmuró Fatty.

Y al levantar la vista vio con sorpresa una especie de rayo de luz emergiendo del tejado de Milton House.

«¡Qué luz más rara! —pensó Fatty—. No estará destinada a guiar a ese posible aeroplano a los campos colindantes? ¡Son lo bastante grandes para permitir el aterrizaje de un aeroplano!»

El chico aguardó unos instantes. El ruido se fue acercando. Parecía describir círculos. Por último, cesó. Fatty tenía la convicción de que acababa de aterrizar un aeroplano en los campos que se extendían detrás de Milton House. El rayo de luz del tejado de la casa desapareció.

Fatty entró en la glorieta y aguardó, envuelto en las mantas. A poco, procedente de un portillo que daba acceso a la parte posterior del jardín, llegó un rumor de pasos y la luz de una linterna. ¡Saltaba a la vista que los pasajeros del aeroplano debían reunirse con alguien en Milton House!

Súbitamente, Fatty sintió verdadero pánico. No comprendía nada de lo que estaba sucediendo. Sólo sabía que se trataba de un misterio, de un peligroso misterio, y que lo mejor era alejarse de allí cuanto antes.

¿Habrían leído los demás su mensaje secreto? Habrían telefoneado el inspector Jenks? ¿Procurarían ayudarle? Que él supiera, nadie había acudido en su busca desde que Pip había recogido la nota. Fatty resolvió ir a casa de Pip o de Larry para averiguar si sus amigos habían hecho algo positivo. Si no tomaban pronto una determinación, aquellos hombres terminarían su faena, cualquiera que ésta fuese, y desaparecerían para siempre.

Era evidente que no volverían jamás a Milton House. Habíanla utilizado secretamente una temporada, pero, una vez descubierto su escondrijo o punto de reunión, no volverían a utilizarlo.

«Eso significa que, si no consigo ayuda inmediatamente esos hombres tomarán las de Villadiego sin dejar rastro —se dijo Fatty—. De un momento a otro pueden descubrir que me he escapado de aquella habitación y alarmarse por mi posible denuncia. ¡Si quieren no tienen más que subir a ese avión y marcharse a otro país!»

El chico salió a la Chestnut Lane a través de un claro del seto y, amparándose siempre en la oscuridad, recorrió quedamente la calle.

De improviso, tropezó con alguien que venía en dirección «contraria», asimismo al abrigo del seto. El desconocido agarró a Fatty con tal fuerza, que el muchacho renunció a toda tentativa de desasirse.

Una luz deslumbró sus ojos, al tiempo que una severa voz mascullaba:

—¿Quién eres y qué «haces» aquí?

¡Fatty conocía perfectamente aquella voz! Y escuchóla gratamente sorprendido.

—¡Inspector Jenks! —balbuceó—. ¡Cáscaras! ¡Cuánto «me» alegro de oírle!

CAPÍTULO XX
EL INSPECTOR JENKS ENTRA EN ACCIÓN

La luz de la linterna iluminó la cara de Fatty una vez más.

—¿Me conoces? —Inquirió el inspector Jenks—. ¿Quién eres tú?

El inspector no reconocía a Fatty con su curioso disfraz. Además, el chico aparecía tan negro y sucio que casi semejaba un negrito.

—Soy Federico Trotteville —declaró Fatty—. Voy... voy disfrazado, inspector, eso es todo.

—¡Silencio! —ordenó el inspector, llevando a Fatty a un campo situado más allá del seto—. Habla en voz baja. ¿Qué haces aquí? Los otros me telefonearon dándome unas noticias desconcertantes. Su historia no me convenció mucho, pero, con todo, decidí acudir a ver lo que pasaba.

—¡Magnífico! —exclamó Fatty—. Eso significa que mis amigos barruntaron que había un mensaje secreto en mi carta y lo leyeron.

—Eso es —asintió el inspector Jenks—. Como iba diciendo, acudí en cuanto pude en automóvil, y, tras oír la información de tus compañeros, fui a ver al señor Goon para averiguar si «él» sabía algo del asunto, pues cabía la posibilidad de que estuviese enterado de algo y no nos lo hubiera dicho.

—¡Oh! —profirió Fatty—. ¡Pues conste que nosotros no queríamos que se enterase!

—Al parecer, no sabe nada —explicó el inspector Jenks—. No estaba en casa, y nadie sabe dónde para. ¿Tienes idea de dónde puede estar?

—No —repuso Fatty, sin sospechar que el señor Goon hallábase encerrado a piedra y lodo en el sótano de Milton House.

—Entonces resolví acudir personalmente a Milton House —prosiguió el inspector—, y apenas llegué tropecé contigo, y aquí estoy. ¿Qué «ha» sucedido, Federico? ¿Se trata realmente de algo importante o simplemente de un pequeño robo local sin importancia?

—Lo ignoro, señor —respondió Fatty—. No he podido averiguarlo. Pero le contaré a usted lo que sé.

Y el muchacho refirió todo cuanto habíale sucedido: lo de la habitación secreta donde había sido encerrado; la presencia de los dos hombres en la casa y de un tercero a quien no había visto, llamado Jarvis; la llegada del aeroplano, con más hombres para reunirse con los demás en la habitación misteriosa; y la forma en que había encerrado a cierta persona desconocida en el sótano.

—De modo que prenderá usted a «uno» de esos hombres, inspector, aunque se escapen los demás —concluyó el chico—. ¡Ah, se me olvidaba! Logré apoderarme de esta agenda para que usted le echara una ojeada. Me dije que tal vez le interesaría. Yo no comprendo una palabra de su contenido.

A la luz de la linterna, el inspector Jenks examinó la pequeña libreta que Fatty había cogido del armario de la habitación secreta.

—¡Sí! —exclamó el policía, lanzando un silbido de excitación—. ¡Pues yo lo comprendo perfectamente! Se trata de un libro escrito en clave con los nombres, verdaderos y falsos, de los miembros de una famosa banda, juntamente con sus respectivas señas. ¡Excelente faena, Federico! Ahora, atiende lo que voy a decirte: métete en el teléfono más próximo, llama al número que te diré, y di que quiero que venga la patrulla aquí, inmediatamente. No hay un momento que perder. «¡Inmediatamente!» ¿Entendido?

Fatty asintió en silencio. Estaba emocionado. Los otros misterios desentrañados por él y los Pesquisidores habían sido muy interesantes, pero éste los superaba a todos. Echando a correr como un gamo, dejó al inspector entregado a su ronda de reconocimiento.

Fatty obtuvo sin tardanza el número solicitado, evidentemente un número privado de la policía. Al oír su mensaje, una voz tajante e imperiosa profirió:

—¡De acuerdo! Estaremos ahí dentro de diez minutos!

Fatty colgó el receptor con el corazón palpitante. ¿Qué haría ahora? ¿Ir a ver lo que sucedía? Los próximos acontecimientos prometían ser extremadamente emocionantes.

Por otra parte, ¿era justo dejar a los demás Pesquisidores al margen del asunto? A buen seguro les encantaría participar en todo aquello. Probablemente no correrían ningún peligro si permanecían todos en la calle.

Fatty echó a correr a casa de Pip. Afortunadamente, todos los demás Pesquisidores hallábanse allí, muy preocupados, pero satisfechos de pensar que el inspector Jenks había acudido para tomar las riendas del asunto.

De pronto, «Buster» se puso a ladrar como un loco. Bets coligió al punto que Fatty subía por la escalera. Precipitándose a la puerta, la niña salió a su encuentro.

—¡Oh, Fatty! —exclamó, echándole los brazos al cuello—. ¿Estás sano y salvo? ¿Cómo pudiste escapar? ¡Oh, Fatty! ¡Cuánto nos hemos preocupado por ti!

—Dadme unas galletas o lo que sea —rogó el recién llegado—. ¡Estoy muerto de hombre! No teníais por qué preocuparos. Estaba perfectamente.

—¡Pero con qué «facha» vuelves! —comentó Pip—. ¡Negro, sucio y zarrapastroso!

—Eso es lo de menos —farfulló Fatty, engulléndose unas galletas—. He pasado las horas más emocionantes de mi vida. Os lo contaré todo por el camino.

—«¿Por el camino?» —repitió Daisy, asombrada—. ¿Adónde quieres que vayamos?

—A Milton House, a ver lo que se avecina —declaró Fatty—. Acabo de telefonear a la policía solicitando una patrulla de hombres armados. ¡Órdenes del inspector Jenks!

Sucediéronse gritos y exclamaciones. Los Pesquisidores miraron a Fatty, estupefactos. «Buster» trató en vano de encaramarse a la rodilla de su amor, loco de alegría de tenerlo de nuevo a su lado.

—¿Es... peligroso? —inquirió Bets.

—Muy peligroso, pero no para nosotros —replicó Fatty—. Bien, ¿queréis venir o no? Os lo contaré todo por el camino. Debemos partir inmediatamente. De lo contrario, nos perderemos lo mejor.

Como es de suponer, todos accedieron a acompañarle. Tras ponerse los abrigos y los sombreros, partieron en tropel, muy excitados. En el preciso momento en que llegaban al otro lado de la colina, un potente coche de la policía pasó rozándoles, como un rayo.

—¡Ahí va... ahí va la patrulla armada! —barbotó Fatty—. ¿Les habéis visto? ¡Cáspita! ¡Qué aprisa han ido!

El enorme coche de la policía zumbó por la Chestnut Lane. Los chicos precipitáronse tras él a carrera tendida, con el corazón palpitante. Bets corría asida al robusto brazo de Fatty. «Buster» seguíales con la lengua fuera y el rabo en constante movimiento, tan excitado, que olvidábase por completo de cojear.

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