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Authors: Charles Logan

Tags: #Ciencia Ficción

Naufragio (9 page)

BOOK: Naufragio
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Espesas formaciones de cintas con aspecto de troncos sostenían el techo, perfectamente uniforme; crecían a unos treinta pasos de distancia. El techo no mostraba señal alguna de que se combara entre los soportes. Seguramente debería haber grandes ramas ocultas que lo sostenían y explicaban tal rigidez.

Sin pensarlo dos veces tomó la decisión de adentrarse en ese mundo de penumbra verde, y llegar más allá de la zona contaminada por él. Anotó la frecuencia de la señal del maser de la nave y sincronizó a ella su aparato de direcciones. Tendría que caminar en línea recta y regresar por el mismo camino, porque pronto perdería de vista las patas de aterrizaje.

El termómetro del traje indicaba una temperatura de 24 grados centígrados, y una humedad del 30 %. La capa de cintas había creado un clima artificial, había almacenado en su interior una amplia bolsa de aire húmedo y había llenado sus tejidos de humedad.

A un kilómetro y medio de la nave contempló este mundo subterráneo en su belleza original. El suave brillo verde de la luz, el techo verde azulado, aparentemente iluminado desde el interior, el suelo gris y las columnas oscuras y cilíndricas parecían ensamblarse formando una de esas grandes catedrales que recordaba haber visto en la pantalla del cine.

Era una amplia sala de quince kilómetros de anchura y cientos de kilómetros de longitud, que se extendía como un pasillo desde la zona templada al trópico. Por primera vez se alegraba de haber llegado a este mundo, aunque sólo fuera por contemplar este lugar etéreo.

Continuó caminando, contento del ejercicio que hacía. Su cuerpo ya estaba endureciéndose, al cabo de casi tres meses, y gran parte de su fatiga se debía al estado de ánimo y no a la debilidad física. El paisaje nunca variaba; el techo permanecía exactamente a tres metros de altura, como un tejido de cestería que brillaba desde arriba. No había ninguna muestra de erosión superficial ni de cauces fluviales secos, y supuso que esta franja de vegetación sería muy antigua y habría protegido el suelo durante millones de años.

Después de hora y media de caminata el techo comenzó a descender gradualmente y por igual, llegando a tocar el suelo. Los lados de la caverna gigantesca se extendían a lo lejos en la distancia verde y en penumbra, formando entrantes y salientes de amplia curvatura.

De regreso a la nave, Tansis tecleó un informe al computador en el que describía lo que había visto y preguntaba si conocía algún fenómeno análogo de la Tierra, y la razón de su existencia.

El computador respondió que en la Tierra no existía nada a tal escala, pero que había oasis en los desiertos. De modo más bien rutinario, le ofreció una lista. Pero a Robinsón no le interesaban estos detalles. Lo que le preocupaba era la razón de ser de los oasis.

Descubrió que surgían por encima de fuentes de agua subterránea, y que el origen de esta agua oculta era normalmente una capa de agua muy profunda y en pendiente por debajo de un desierto, que permitía que el agua de las montañas distantes se filtrara bajo tierra a gran distancia. Donde la capa de agua emergía a la superficie aparecían fuentes y lagos permanentes, sin ninguna relación con las fuentes de aprovisionamiento visibles. Si éste fuera el caso, entonces esa gran franja de vegetación debería obtener el agua de las montañas que se encontraban a seiscientos kilómetros de distancia hacia el este, y en este preciso lugar una capa impermeable de arcillas o de esquistos debería encontrarse cerca de la superficie.

Sintiéndose con ganas de charlar un poco, Tansis explicó al computador que efectuaría sondeos hasta hallar agua. Y se alegró de habérselo contado, porque la respuesta del computador fue una advertencia sobre el peligro de agujerear capas de agua, porque ello podría hacer que el depósito de agua se vaciara en los estratos inferiores. A Tansis le pareció que ya había destrozado bastante el paisaje. Cuando finalmente hizo una perforación, más tarde, comprobó que salían del taladro arcillas sólidas y húmedas, a pocos metros de la superficie, y al momento dejó el sondeo.

El vacío y el brillo del desierto le parecieron muy desagradables, y pasó el resto del día bien en la nave, bien en el mundo verde y subterráneo de la capa de cintas. Si alguna vez descubriera que era posible vivir en este mundo sin protección, en esta gran cueva establecería su residencia. Tan sólo le faltaba encontrar otros seres humanos para hacer de esta cueva una base ideal, seca, protegida, y con espacio ilimitado. Hubiera sido un lugar de asentamiento ideal, siempre que, naturalmente, sus ocupantes pudieran vivir del propio terreno. El único problema consistía en que la capa de cintas no era comestible, y que su conversión en algo que pudiera comerse no resultaba práctica. Realizó también algunas pruebas con las plantas en forma de reloj de arena, pero no obtuvo mejor resultado. Toda la vegetación era en realidad la misma en este planeta y sólo la vida animal era una propuesta práctica; aunque necesitara ser procesada, exigía un procedimiento menos complicado. ¡ Ojalá que esta cueva de la capa de cintas estuviera más cerca del agua y de la vida animal!

«Pero así eran las cosas —pensó Tansis—. Debo seguir el desierto hasta el mar, o encontrar un río que lo atraviese».

Ordenó al computador que le mostrara los mapas fotográficos de la región desértica. No eran tan buenos como los de la cuenca fluvial, porque fueron tomados desde un ángulo bajo. La nave había entrado desde el espacio siguiendo una ruta que la llevaba por encima del gran río, y el desierto había quedado demasiado lejos, a un lado. La zona tropical más a lo lejos no aparecía en el mapa en absoluto, y sólo se adivinaba bajo un horizonte de nubes. Claro que podía conseguir más mapas, elevando simplemente la nave a seis mil metros de altura y poniendo en marcha las cámaras. Se reprochó no haber pensado en ello cuando volaba a baja altura el día anterior.

Estuvo toda la tarde estudiando el manual de náutica y se sintió mejor preparado para enfrentarse con el mar. Tenía un nuevo objetivo, o mejor dos: encontrar una cueva de cintas cerca del mar, o cerca de un río, y ver si encontraba animales que comer o incluso con los que poder comunicarse.

El día fue espléndido: aprendió mucho y ahora sabía lo que debía buscar. Se fue a la cama de buen humor, con ganas de que llegara el próximo día.

A la mañana siguiente despegó y elevó la nave a seis mil metros de altura con las cámaras en funcionamiento. Luego la dejó caer siguiendo una trayectoria larga y baja, hacia el mar, mientras escrutaba los mapas que iban apareciendo en la pantalla del computador. Sólo tuvo tiempo de efectuar un examen rápido antes de tomar el control de la nave para conseguir un aterrizaje en algún sitio. Había visto aparecer la costa. No parecía encontrarse allí ninguna gran masa de vegetación; tan sólo manchas de árboles aislados.

Eligió un lugar en que el mar entraba en una bahía profunda en la tierra que lo rodeaba y cerraba, formando un puerto natural. Confiaba en que allí el agua estaría más calma y por ello sería más fácil navegar. Aterrizó en el promontorio sur del lado de la bahía que miraba al mar, una lengua de tierra larga, estrecha y sin árboles. Al ir descendiendo se dio cuenta de que junto a la orilla del mar se extendía una tira de la capa de cintas azul que había visto en la costa norte: era estrecha, pero seguía la costa a lo lejos perdiéndose en la distancia, y cubría toda la pequeña península en la que él había aterrizado. No divisaba por parte alguna de las cercanías árboles «reloj de arena»; por lo visto no les gustaba el agua salada; el más próximo al mar aparecía kilómetros tierra adentro. No había ninguna masa vegetal de capa de cintas, y por lo tanto no existirían cuevas.

Estaba decepcionado. Permaneció un rato al borde del mar, observando las aguas de la bahía con la esperanza de ver alguna forma de vida animal. Todo le parecía vacío, carente de toda variedad o atractivo especial. Lo único bueno era su carácter tranquilo, apacible. Sólo había una estrecha entrada a esta bahía rodeada de tierras, y el mar agitado no entraba en ella Decidió quedarse aquí un par de días para practicar la navegación en lancha, y luego marcharse a otro lado.

Estuvo muy ocupado durante el resto del largo día, navegando concienzudamente en la lancha, recorriendo en ella la bahía, aprendiendo a amarrar y a subir en ella mientras se mantenía alerta esperando alguna señal de vida en las aguas. En esta ocasión no se mareó, aunque no tentó la suerte y se mantuvo alejado de las aguas agitadas. Si iba a entablar contacto con aquellas criaturas, ellas tendrían que acercarse a mitad de camino, como él había hecho; se encontraría con ellas en el agua, pero tendría que ser en aguas tranquilas.

Sin embargo, no ocurrió nada. Recogió varias formas inferiores de la especie del doble cono, y algunas criaturas coloreadas con forma de globo, y vio un animal redondo y plano que avanzaba con dificultad en el fondo del mar, en aguas poco profundas.

Dedicó todo el día siguiente a navegar por la bahía en busca de nuevas muestras, pero se aburrió mucho y el día se le hizo muy largo. Ya comenzaba a acostumbrarse a dirigir la lancha y hacerla maniobrar en el agua, pero no había encontrado nada de lo que había ido a buscar. Todo aquel lugar era plano y monótono, totalmente silencioso y nada se movía en él. Quedó tan deprimido al comenzar la tarde que regresó a la nave, guardó la lancha, y estuvo el resto del día viendo películas y escuchando música. La soledad era terrible, y no pudo calmar su espíritu.

Desde el momento en que aterrizó en este planeta, su ánimo parecía oscilar entre el entusiasmo y la depresión. La esperanza y el entusiasmo siempre le duraban poco; este mundo le decepcionaba y abatía a las pocas horas de haber apuntado una esperanza. Pero, en todo caso, se basaba en experiencias muy pequeñas, pues la verdad era que se hallaba en un planeta totalmente desconocido al que no pertenecía ni nunca pertenecería. El abismo entre tres billones de años de evoluciones separadas no podía ser salvado por unos cuantos deseos ilusionados.

A la mañana siguiente fue rumbo al sur. Sus mapas fotográficos apenas si le servían de ayuda, ni siquiera los que acababa de tomar al sobrevolar el desierto. Las zonas tropicales estaban cubiertas por densas nubes, y los análisis de infrarrojos tenían poca utilidad para elegir la zona de aterrizaje, porque el ángulo era demasiado agudo. Esos análisis mostraban la forma de la costa en unos tres mil kilómetros, las cordilleras montañosas y los ríos principales, pero ningún detalle más de los que necesitaba.

Continuó el vuelo al azar, guiado por el aburrimiento y por la curiosidad. La nave estaba programada para descender a casi tres mil kilómetros más al sur en una cuenca fluvial, y tomó el control manual después de alcanzar el punto más alto de la trayectoria. Ordenó al computador que hiciera fotografías con rayos infrarrojos y pasara las fotos inmediatamente a la pantalla. Muy a lo lejos, al oeste, trescientos kilómetros mar adentro, pudo ver una larga línea de islas, que comenzaba más o menos en el lugar del que acababa de partir y que se extendía hacia abajo hasta perderse totalmente de vista sobre el horizonte sur de las fotografías. Al este se encontraban las sempiternas montañas del corazón del continente. No tuvo tiempo de efectuar mediciones, pero aquellas montañas deberían ser muy altas, porque incluso en estas latitudes bajas gran parte de ellas estaba cubierta de nieve.

Al ir descendiendo, acercándose a su destino, no pudo divisar nada, a excepción de una extensión de vegetación lisa y sin características especiales, de color verde azulado, con un río que serpenteaba entre ella. Decidió aterrizar cerca del río, para poder estudiar tanto la vegetación como la vida animal que supuso se encontraría sólo en el agua.

A ocho mil kilómetros de altura comenzó a inclinar la vertical de la nave hacia un lugar a treinta metros del río, de una anchura de cuatrocientos metros. Cuando la nave comenzó a posarse en el suelo, apareció por las ventanillas la habitual nube de humo, pero apenas si se fijó en ella. Cuando la parte superior de la vegetación se encontraba prácticamente al mismo nivel de la ventana, pudo ver que se trataba de la capa de cintas, pero más espesa y de aspecto más salvaje, formando gazas amplias en el aire y elevándose tiesa en forma de grandes manchones.

Al hundirse por debajo del nivel de la superficie y quedar encerrado entre los lados oscuros y humeantes de la fosa, empezó a sentirse preocupado y aumentó la energía de la nave para poder caer lentamente. Después de otros quince metros de descenso, al no hallar aún tierra firme comenzó a sudar. La capa vegetal de esta zona debería de tener a ciencia cierta cuarenta metros de profundidad. Lo único que podía ver en el exterior era el humo espeso iluminado por las chispas de la marcha de la nave. Continuó descendiendo; no tenía más remedio que averiguar dónde se encontraba el fondo de esa masa vegetal.

De repente la alarma sonó de modo estridente, y el computador le arrebató el control de la nave, algo que sólo era posible en las emergencias más graves. «Agua en el punto de aterrizaje», aparecía centelleante en la pantalla, y la nave aceleró la marcha hacia arriba, salió con velocidad de la capa de cintas y subió a ciento cincuenta metros de altura. Allí el computador cedió el control a Tansis, que se encontraba totalmente deshecho.

Durante varios minutos la nave se mantuvo quieta en el aire, a un alto coste, mientras Tansis decidía qué debía hacer. Debía de haber intentado el aterrizaje casi en el mismo sitio. La vegetación debía de extenderse más allá de las orillas y cubrir la mayor parte del río. Le había llamado la atención que el río fuera tan curiosamente pequeño, pero ahora supuso que bien pudiera tener kilómetros de anchura.

Dirigió la nave quince kilómetros hacia el interior, para intentarlo de nuevo. Vio la misma capa de cintas entrelazadas de modo exuberante, y nubes a cientos de metros por encima de ella. Otra vez se hundió en una fosa humeante, descendiendo a sacudidas, conforme iba alterando la energía. A cincuenta metros por debajo de la superficie de la capa tocó finalmente tierra firme y se sentó contemplando la oscuridad y el humo del exterior. Se sentía aterrorizado e indefenso. Luego le vino un pensamiento sobrecogedor: ¿Qué ocurriría si quedara abandonado en este agujero espantoso en el caso de que el mando de la nave se hubiera averiado?

Al momento oprimió el botón de despegue y la nave, obediente, se lanzó hacia arriba a toda velocidad; con ello quedó muy descansado. Esta vez continuó la marcha hacia arriba. Al demonio los trópicos: los seres humanos necesitan tierra firme para posarse, y el resto del planeta parecía muy semejante a la Tierra y muy agradable, en comparación con esta zona.

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