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Authors: Charles Logan

Tags: #Ciencia Ficción

Naufragio (4 page)

BOOK: Naufragio
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Manteniendo siempre la nave a la vista, comenzó a caminar siguiendo el perímetro del espacio abierto, y dando una vuelta completa alrededor de la nave. La capa de cintas se extendía por igual por todas partes, ocultando cualquier posible irregularidad del suelo; los árboles de cintas surgían rectos de ella y no parecían molestarla. Las altas frondas ondeaban, mecidas por un viento cuya velocidad calculó que sería de diez nudos. Había vientos fuertes a miles de metros de altura, a juzgar por la velocidad de las nubes grises y deshilachadas que veía allá arriba, pero el mal tiempo aún no había llegado al suelo.

Después de recorrer unos trescientos metros vio una forma oscura y larga que descansaba en el suelo entre los árboles, delante de él. Miró otra vez a su alrededor con nerviosismo y luego la estudió con sus anteojos. Tenía el aspecto de un tronco de árbol caído, excepto que las cintas parecían estar retorcidas. Convencido de que era algo vegetal y que no iba a levantarse y a comérselo, caminó hacia ello.

Esto —descubrió— era el tercer tipo de vegetación de cintas. Un tronco largo, recto, horizontal, de poco más de un metro de altura y diez de largo, medio acostado sobre la cubierta de cintas y medio enterrado en ella. Las cintas estaban retorcidas en forma de hélice o de un enorme cordón umbilical, y por cada uno de sus extremos entraban en forma de espiral por debajo de la capa de matojos, desapareciendo de la vista. Era duro, y las cintas eran parte inamovible de la estructura. Decidió llamarlo «tronco de cintas».

Cautelosamente subió sobre él y se sentó. No ocurrió nada, y se alegró de poder descansar un momento y mirar a su alrededor. Iba a costarle varias semanas aclimatarse a la pesada gravedad, sin olvidar que debía comer bien y mantenerse en forma. Le agradaría tomar en ese momento una taza de café, pero dentro del traje no se había aprovisionado de nada que pudiera ahora succionar sin quitarse el casco. Contemplar a su alrededor los árboles verde azulados, todos de la misma forma y del mismo tamaño, no sirvió para aliviar su malhumor.

Después de unos diez minutos de estar sentado, su trasero empezó a acusar la dureza del tronco, y entonces bajó de un salto y continuó su paseo melancólico. Atravesó la franja de tierra de casi cien metros de anchura descubierta al norte de la nave, y miró a la izquierda en dirección al amplio claro lejano en el que había decidido no aterrizar. La capa de cintas se perdía en la distancia. Pero luego comprobó que parecía distinta a unos doscientos metros. Tenía allí el aspecto de una mancha de césped que creciera por encima de la capa de cintas. Intrigado por ello, decidió cambiar su rumbo y contemplarla antes de continuar el recorrido circular en torno a la nave.

Cuando llegó a ella se dio cuenta de que consistía en cintas aisladas que crecían tiesas hacia arriba y salían de la capa dominante, alcanzando alturas diversas, de hasta un metro. La mancha era pequeña, tal vez de diez metros cuadrados, y era lo más terráqueo de todo lo que había visto hasta ese momento.

Cuatro tipos de vegetación, pero ninguna huella de animales. Completó su recorrido circular, divisando algunos troncos más entre los árboles, y luego regresó a la nave, añadiendo una muestra de las cenizas a su pequeña colección.

Dejó para otro momento el análisis de lo que había recogido, y comenzó a planear una expedición mejor equipada. Consiguió un hacha, una sierra, una escalera, un zapapico, un martillo de geólogo, una barrena perforadora, una lupa, una cinta métrica y cinta adhesiva: lo metió todo en una caja que colocó en una vagoneta de dos ruedas. En la nave había un surtido completo de utensilios de este tipo.

Después de descansar un rato y de tomar café se dispuso a salir de nuevo. Aún era muy temprano, y las nubes grises y bajas cubrían la mayor parte del cielo, reduciendo así su resplandor.

En esta ocasión se dirigió en línea recta hacia los árboles. Tuvo suerte y logró cortar una muestra de madera; taladró profundamente el tronco, lo midió, y luego extendió la escalera y subió por ella para mirar el abanico de cintas verticales y rígidas, el follaje de esos «árboles». Su primera sorpresa fue descubrir que en la parte superior del tronco sólido, en el lugar en que las cintas separadas se abrían en abanico, había un charco de agua, y que las cintas del abanico salían del agua como un grupo de cañas. El agua era de color oscuro y tenía unos treinta Centímetros de profundidad. Rellenó de agua una botella de muestra y la miró al trasluz. Tenía la certeza de que resultaría estar llena de vida microscópica. La segunda sorpresa fue que las cintas en abanico estaban cubiertas de pequeños nódulos de color marrón, como botones de camisa, dispuestos en grupos de cinco, a intervalos de veintitrés centímetros por toda la cinta, hasta la misma punta. Cortó una de las cintas en abanico al nivel del agua y la dejó caer al suelo; cuando bajara del árbol la recogería para su colección. Miró luego alrededor, a los árboles de cinta cercanos; en todos ellos se divisaba el brillo del agua en la juntura del tronco y del abanico, y en todos los abanicos aparecían los mismos nódulos.

Empezaban a dolerle las piernas y los pies, por estar sobre los estrechos peldaños de la escalera, bajo una fuerza de gravedad excesiva, y bajó de la escalera lentamente, examinando de cerca el tronco. Al acercarse a la parte baja de la escalera, el abanico que ahora quedaba por encima de él empezó a mecerse. Alarmado en gran manera, saltó tres escalones para llegar al suelo, y se cayó. Dio una vuelta completa y miró con ojos asustados a su alrededor mientras se ponía en pie a toda prisa. Todos los abanicos se agitaban con violencia, y todo el lugar parecía haberse llenado de vida. Durante un momento contempló el espectáculo sin comprender nada, casi dispuesto a correr hacia la nave; luego vio gotas de agua en su traje y cayendo por el visor de la cara. Al enfocar el aire con la mirada se dio cuenta de que estaba lloviendo; la lluvia era absorbida instantáneamente por esa alfombra de casi un metro de espesor formada por la capa de cintas.

Se mantuvo en pie, recostando la espalda en el árbol, mientras su corazón se iba calmando. Recordaba cómo había caído, y se sentía irritado consigo mismo. Bajo esta gravedad excesiva tendría que tener cuidado y evitar dar saltos o caerse; de no hacerlo así, se rompería un hueso o se lastimaría un músculo.

La lluvia seguía cayendo, ahora con más fuerza; el aire se había vuelto gris y, ante el inminente chaparrón, los abanicos de los árboles se quedaron quietos. Aquella breve agitación fue causada solamente por el desplazamiento del aire, debido a que una masa pesada de lluvia había descendido hasta el suelo. La visibilidad disminuía y la nave se divisaba apenas a unos cien metros de distancia. Estuvo dudando entre regresar o continuar sus investigaciones. Físicamente la lluvia no podía hacerle nada, porque estaba totalmente aislado y protegido en el interior de su traje. Era evidente que no le iban a molestar ni los charcos ni el barro, porque había casi un metro de capa de cintas bajo sus pies, y esa sustancia sería capaz de absorber lluvia durante semanas sin dejar ninguna huella en la superficie. Se mantuvo indeciso durante varios minutos, mientras veía caer la lluvia. Era la primera vez que la contemplaba en la realidad, aunque la hubiera visto bastantes veces en las películas. Sencillamente, él no estaba acostumbrado a cambios del tiempo rápidos como éste; además, las líneas que trazaba la lluvia al caer le maravillaban.

Al cabo de un rato decidió continuar. De todas formas estaba en una atmósfera extraña y posiblemente fatídica, así que un poco de lluvia no significaría nada. Después de asegurarse de que su dispositivo de retorno le haría regresar a la nave cuando quisiera, avanzó entre los árboles hacia el oeste de la nave.

Se orientaba con respecto a ella mediante señales de radio. El maser del navío retransmitía una frecuencia diferente para cada uno de los 360 grados de la escala; por ello, manteniendo su receptor emitiendo sonidos a una frecuencia elegida, podía mantener una línea recta en cualquier dirección. La intensidad de la señal se traducía en una lectura de distancias, lo cual significaba que podría regresar a la nave siguiendo el recorrido por el cual obtuviera una frecuencia a una intensidad de aumento constante.

Si quisiera disponer de una brújula basada en el campo magnético de este planeta, tendría que fabricársela él mismo, porque no tenía ninguna información sobre la inclinación magnética del norte real, ni de las variaciones locales.

Al ir avanzando bosque adentro, los árboles comenzaron a espesarse hasta tal punto que sus abanicos casi se tocaban. En el suelo, entre los troncos, la capa de cintas se extendía al mismo nivel sin ningún cambio. Después de casi un kilómetro de avance sin ningún dato nuevo, el panorama gris del frente parecía iluminarse y luego, de repente, vio el brillo del agua. Había llegado a la orilla del gran río.

Estaba contrariado porque la lluvia ocultaba y reducía el paisaje. El río estaba cubierto de chapoteos blancos que se movían mientras las aguas seguían su curso, lento pero poderoso, más o menos a la velocidad del paso humano. No podía divisar en absoluto la ribera opuesta, pero estaba claro que debía de estar a siete u ocho kilómetros de distancia. Se encontraba de pie sobre la capa de cintas a unos seis metros por encima del río, y delante de él el suelo descendía suavemente hasta el borde del agua. Más allá de este punto no crecía ningún árbol de cintas, y la misma capa cambiaba de aspecto cerca de la orilla.

Tansis descendió la pendiente para poder mirar el agua de cerca. Al acercarse, se dio cuenta de que esta capa de cintas era menos elástica y notó que disminuía de espesor. A tres metros de distancia del agua se convertía en cintas verdes, viscosas, de un espesor de menos de un centímetro por cinco de anchura, y pudo ver por debajo de ellas un poco de tierra negra y húmeda. Sin dejar de mirarlas, avanzó otro paso, y al hacerlo notó que el pie se resbalaba. Era imposible detenerse o retroceder. Sus pies se abrieron, y Tansis aterrizó sobre su espalda. Al notar que se deslizaba hacia abajo giró sobre su costado, se agarró desesperadamente de las hierbas y luego notó que estaba debajo del agua, terriblemente oscura como una noche repentina. Se abrió paso hacia la superficie, y flotó. El aire del interior del traje y de la mochila impedían que se hundiera, pero en aquel momento no recordaba bien este dato. Sí que recordaba que no sabía nadar y que nunca en su vida había estado inmerso en aguas profundas, ni siquiera en una bañera. En la nave espacial no había más que duchas.

Se agitó desesperadamente, aterrorizado, y vio que la orilla del río se alejaba, tras él, a unos metros. Golpeó el agua con las manos, moviendo los brazos, y esta forma primitiva de natación le llevó cerca de las hierbas de la orilla. Se agarró a ellas con ambas manos, pero sintió que esa materia se le resbalaba de los dedos sin ninguna compasión. Vanamente, las tiras a las que se agarraba iban desenredándose suave e interminablemente de la masa vegetal que estaba frente a él. Se preguntaba si acaso las cintas no tendrían fin, y cómo podría asirse de ellas con mayor fuerza, cuando sus pies tocaron el suelo por debajo del agua. Se tambaleó, y casi cayó, pero no soltó las hierbas escurridizas. Luego se dio cuenta de que estaba otra vez de pie, con el agua a la altura de la cintura corriendo rápida a su lado. Se mantuvo así, temblando y sin aliento. Tres metros de terreno resbaladizo le separaban de un lugar seguro.

A lo lejos veía una vaga sombra oscura en el mismo borde del agua. Se dirigió cautelosamente hacia ella, arrastrando los pies por el barro del fondo del agua y agarrándose a la hierba de cintas mientras avanzaba. Después de unos sesenta metros, las cintas que había estado asiendo llegaron a su extremo, y así pudo saber su longitud, aunque entonces no estuviera interesado en ello. Se agarró de otra cinta y mantuvo la mirada fija en la protuberancia oscura que aparecía más adelante. Estaba deseando que fuera algo sólido que de algún modo pudiera ayudarle.

Cuando llegó a ella, diez minutos más tarde, se dio cuenta de que era un saliente rocoso que surgía de la capa de cintas en la parte superior de la ribera, y que avanzaba sobre el agua. La mayor parte del saliente estaba lisa, aunque algunas tiras de cintas viscosas la recubrían. Al menos era sólido, y podía caer encima como si fuera una foca varada.

En esa posición descansó algunos minutos, y luego rodó sobre sí mismo y se puso de rodillas. Temía por el traje, porque una escalada como aquélla sobre la roca desnuda podría romper la película de aislamiento. Estaba previsto que los equipos de exploración planetaria realizaran sólo paseos tranquilos en compañía de una gran cantidad de equipo, y nunca se había calculado que tuvieran que gatear en zanjas ni en rocas. A pesar de todo se puso a cuatro patas y fue gateando hacia atrás hasta la capa de cintas, agradeciendo su llegada como un viajero del espacio agradece el retorno a los verdes campos de la Tierra. Era algo de lo que podía fiarse; era lisa, resultaba cómodo andar sobre ella y no se empapaba de agua. Se dejó caer y descansó sobre un costado, con los ojos cerrados. «Sólo un minuto —pensó—, para recobrar el aliento y calmar el latido del corazón. Debo cuidar mi corazón, con esta gravedad excesiva».

Sobresaltado, abrió los ojos de par en par. No podía reconocer nada. Dio varias vueltas sobre sí mismo y se apoyó en los codos: todo lo que veía le parecía una fotografía en blanco y negro. Si Tansis alguna vez hubiera tomado la siesta en una playa, bajo la brillante luz del sol, hubiera recordado ahora esa experiencia; sin embargo, su educación no le había acostumbrado a la vida en un planeta.

Sintiéndose atontado y débil, se puso en pie. ¿Cuánto tiempo habría estado allí acostado? Se debía de haber quedado profundamente dormido, porque el cielo se había aclarado un poco, la lluvia había cesado y los abanicos de los árboles se mecían suavemente. Era un auténtico problema adivinar la hora que era. Su reloj estaba calibrado para un día de veinticuatro horas, pero en este mundo con un ciclo de treinta y dos horas eso implicaba que el reloj se iba desfasando rápidamente con respecto al día y la noche. En ese momento indicaba las dos de la madrugada, lo que evidentemente no significaba nada. Si quería un reloj de treinta y dos horas, tendría que fabricárselo él mismo. En realidad, un reloj de este tipo, así como otras cosas semejantes —una brújula, un barómetro y un altímetro específicos para este planeta—, habrían sido fabricados en el taller de la nave principal durante las primeras semanas de exploración; sin embargo, estos paseos solitarios de Tansis serían la única exploración que jamás se haría en este mundo. No había mirado el reloj al salir de la nave, y al ver el sol en el cielo no podía hacerse una idea aproximada; tan sólo ese brillo blanquecino que siempre ocultaba de la vista a Capella.

BOOK: Naufragio
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