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Authors: Charles Logan

Tags: #Ciencia Ficción

Naufragio (5 page)

BOOK: Naufragio
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Pulsando el teclado del traje especial, preguntó al computador:

—¿Cuánto tiempo llevo en este lugar?

—Tres horas cuarenta y cinco minutos dieciséis segundos, hora-tipo de la nave.

Ésta fue la respuesta, que llegó al instante.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que amaneció?

El computador no contestó inmediatamente, sino que preguntó a su vez al cabo de unos momentos:

—¿Cuál es la definición de amanecer en este planeta?

Tansis estaba demasiado cansado para intentarlo. Comprendía que el problema se hacía muy complicado, y lo único que quería saber era la hora aproximada.

—Olvida la pregunta —contestó.

Miró al río y pudo divisar la orilla opuesta, muy distante; parecía muy baja y carente de interés. A lo lejos, a mucha distancia, le pareció ver colinas grises oscilando bajo la luz; pero no estaba muy seguro de ello. Recorrió con la mirada la orilla del río y a cierta distancia vio un objeto conocido: su vagoneta con la caja de herramientas encima. Avanzó hacia ella, y al pensar en las herramientas recordó que había perdido la lanza térmica al caer en el agua. Si hubiera habido criaturas peligrosas, no deberían ser ni muy numerosas ni capaces de hacerle daño, teniendo en cuenta que había estado durmiendo, tumbado en el suelo y en un espacio abierto, durante casi cuatro horas.

Todas sus herramientas estaban a salvo. Notó que tenía ganas de regresar a la nave y descansar. Lo tenía merecido: había estado fuera aproximadamente unas seis horas; pero, por otra parte, aún era mediodía y tenía por delante una noche larga, muy larga, para poder descansar.

Decidió caminar dos o tres kilómetros por la orilla, e intentar obtener una muestra de agua del río. Necesitaba una red de pesca para ver si podía sacar algún ser vivo del agua; tendría que traerla en la próxima expedición.

Llegó a un riachuelo que surgía de la capa de cintas a través de un corte profundo. El agua tenía en el fondo casi un metro de profundidad, y avanzaba lentamente. La cinta de la mitad inferior del lecho era aquella hierba verde y resbaladiza que había estado a punto de matarle. ¿Sería una especie diferente, o una adaptación peculiar en la zona de contacto con el agua? Se tumbó en el suelo y estiró el brazo para coger una muestra de la hierba del riachuelo. Al mirar hacia abajo notó en el agua oscura ciertos movimientos, muchos pequeños movimientos espontáneos, los primeros seres vivos que veía, animales como él. Su corazón latía apresurado por la emoción. Este mundo hubiera tenido un aspecto demasiado extraño sin animales.

Estos seres no le asustaban, porque eran demasiado pequeños y estaban lejos, inmersos en otro medio. Tenían la forma de dos conos unidos por sus vértices. Cada cono parecía abierto por debajo y vacío, con un anillo de pequeños tentáculos agitándose hacia el interior del cono superior, y moviéndose hacia el exterior del cono inferior. Posiblemente vivían de las sustancias en suspensión en el agua, que penetraba por sus cuerpos. Tenían el tamaño aproximado del dedo índice, y eran de color blanco perla en el exterior y rosa pálido en el interior; los tentáculos eran de color rojo de vino. Le parecieron hermosos. Podía ver media docena de conos, y al seguir el curso del riachuelo con la vista descubrió otros más.

Se puso en pie y caminó siguiendo el arroyo: podía verlos cada vez que miraba al agua. Luego divisó algo parecido a un gusano, blanco, y que se movía de prisa. Se tumbó en el suelo y lo observó desde la orilla. Avanzaba con ondulaciones suaves y rápidas de todo su cuerpo, de unos quince centímetros. A simple vista no pudo distinguir su cabeza ni su cola. Emocionado, sacó una botella de muestras de la bolsa e intentó atrapar uno; sin embargo, su brazo no era bastante largo. El animal se fue nadando, sumergiéndose a mayor profundidad. Esto demostraba que era sensible a los estímulos externos, y que estaba acostumbrado a esquivar a los animales predadores. Aquellos seres semejantes a conos eran más indolentes, y consiguió meter un par de ellos en una botella.

Se dijo que debería regresar al río para ver si había algo en sus aguas. Extendió la escalera de metal, la tiró sobre el riachuelo y caminó por ella como si fuera un puente. Luego siguió por la orilla del río, esperando encontrar otro saliente rocoso o alguna fisura en el cinturón de cintas resbaladizas. No estaba dispuesto a pisar otra vez esa sustancia.

Los árboles que estaban a su derecha quedaron ocultos y delante de él se abrió un amplio terreno descubierto que descendía suavemente formando una depresión hasta el mismo nivel del río. La línea de árboles hacía una curva en torno a este claro, y volvía a alcanzar la ribera del río apenas medio kilómetro más allá.

Se detuvo de repente porque las tierras bajas que tenía delante de él eran de aquel color verde resbaladizo de antes.

Evidentemente, ésta era una forma típica de pantano, o dicho de otro modo, una verdadera pista de patinaje para quien entraba en ella. Molesto por tener que volver sobre sus pasos, examinó de nuevo el borde del río. Luego tuvo una idea. Tenía la escalera, y si la extendía sobre la cinta resbaladiza podría gatear y llegar al agua.

Eligió una zona en que el borde del río era uniforme, lanzó su escalera de seis metros de largo y con las presillas de resorte del extremo la aseguró a la capa de cintas más consistentes. Era increíble que algo tan simple como una escalera le resultara más útil que todos los complicados instrumentos almacenados en la nave para estas exploraciones. Una escalera y una cuerda; necesitaría un rollo de cuerda la próxima vez que saliera.

Gateó por la escalera sin ningún accidente y llegó al borde del agua. Recordaba haber leído que casi todos los grandes ríos de la Tierra transportaban aguas limosas, llenas de sedimentos, y que erosionaban gran cantidad de suelo que llevaban al mar; sin embargo, el agua de este río era clara. En este planeta, si la capa de cintas se extendía por todas partes, apenas si habría erosión, y el suelo se conservaría intacto casi indefinidamente. Aquí todos los ríos deberían de ser de agua clara.

Tomó una muestra de agua y la miró con atención, por si descubría en ella algún signo de movimiento. A primera vista no logró ver nada, probablemente porque estaba buscando otra cosa. Pero luego lo vio. Una esfera transparente, del tamaño de una pelota de tenis, con un collar de tentáculos finos que se agitaban formando una cinta que rodeaba la circunferencia máxima. Era difícil divisarla, porque había que enfocar la mirada hacia ella. Los tentáculos se agitaban a impulsos regulares y, al observarla, el ritmo se alteró y la esfera cambió la dirección del movimiento. Le recordaba algo que había leído en un manual de zoología, pero ¿qué era? Algo parecido a los celentéreos. Había criaturas semejantes a ésas en los océanos de la Tierra. El computador sería capaz de compararla con sus congéneres terrestres más próximos.

Intentó cogerla para meterla en una ampolla, pero era un animal astuto. Su mirada no calculaba bien su posición debido a la refracción y a la transparencia de la criatura. Flotaba fuera de su alcance, y se alejaba. Tendría que traer un equipo mejor. Permaneció tumbado un buen rato en la escalera mirando el agua. Una o dos veces creyó ver formas oscuras un poco más lejos, pero no podía estar seguro de ello.

Luego, sintiéndose de nuevo entumecido, gateó lentamente hacia atrás y decidió dar por concluido aquel día. Tenía muchas cosas que examinar y que analizar a su regreso a la nave. Arrastrando la vagoneta detrás de él, como si fuera un jugador de golf al acabar una partida larga y agotadora, se dirigió con desgana hacia la nave, siguiendo la frecuencia de dirección y no prestando mucha atención a los árboles que encontraba a su paso.

3

Dedicó los diez días siguientes a viajes de exploración por la zona en torno a la nave espacial, y a trabajos en el laboratorio para estudiar la biología y la bioquímica de las muestras que había conseguido. Para entrarlas en la nave las había colocado en vasijas precintadas y cajas recubiertas de la película de aislamiento que aplicaba la esclusa de aire; luego las ponía en cámaras de laboratorio, cerradas herméticamente, y las examinaba con instrumentos, por control remoto. En ningún momento las tocó con sus manos. Además de estas precauciones se encontraba el computador, muy observador y programado para dar la alarma y cerrar herméticamente el laboratorio en caso de que algún material extraño entrara en el sistema de aire. A Tansis le interesaba personalmente procurar que esto no ocurriera, para evitar encontrarse encerrado en el laboratorio sin nadie a bordo que pudiera ayudarle. El computador no podía conocer que Tansis estaba solo, y los computadores no se preocupan de estas cosas. Tansis había considerado oportuno no dar a conocer al computador que él estaba totalmente solo, por si acaso llegara a la conclusión de que estaba usurpando la autoridad legítima.

Llegó a la conclusión de que todas las formas de vegetación que había visto eran virtualmente idénticas en su estructura interna y en su composición química. No había ningún otro tipo de vegetación, de modo que una sola especie o grupo de especies ostentaba un monopolio total de la zona. Decidió que una de las prioridades de su actividad sería averiguar la extensión que alcanzaba en el planteta.

El cuarto día llevó consigo un equipo portátil de taladrar y excavó unos treinta metros de profundidad para examinar el subsuelo de la zona chamuscada que rodeaba la nave. Éste estaba formado por arcilla y grava, como era lógico esperar en un sistema fluvial antiguo, pero lo que no había imaginado era que extraería fragmentos de raíces de la capa de cintas en las muestras de los sondeos, incluso de cuarenta metros de profundidad. Consideró ahora de otro modo la capa de cintas. Era como un iceberg: había mucho más bajo la superficie que sobre el suelo. Más aún, las raíces extraídas incluso del nivel más profundo que pudo alcanzar parecían tan grandes y tan vigorosas como las que estaban a poca distancia de la superficie. Le hubiera gustado extraordinariamente poder taladrar hasta alcanzar el fondo del sistema de raíces, pero una gran operación de taladro exigía maquinaria pesada, y el manejo de grandes piezas de acero, lo cual no podía hacer él solo. Las raíces eran grises y de forma ovalada en sección transversal, y se enrollaban dentro del suelo con la misma forma de laberinto como lo hacían por encima.

Aunque dedicó muchas horas a la búsqueda de animales que habitaran en la capa de cintas o en los árboles, no encontró ninguno, y sin embargo había muchísimos en los arroyos, en el río y en esos curiosos charcos sobre los árboles de cintas. Parecía como si las plantas hubieran conquistado el terreno y los animales hubieran quedado atrás, en el agua, aunque, naturalmente, esto era una generalización arriesgada basada tan sólo en el estudio de unos cuantos kilómetros cuadrados de un gran continente. Ésta era otra razón para investigar en muchos más sitios.

No encontró ningún animal más evolucionado que los moluscos de la Tierra, pero los que halló eran de muchas y variadas especies.

El día más interesante de todos fue aquel en que tomó una lancha de goma y una red de pesca y se fue a remar por el gran río. A treinta metros de distancia de la orilla se podía ver con claridad el interior del agua limpia y profunda, iluminada por el cielo blanco y radiante. Estuvo un buen rato observando los globos transparentes que se desplazaban en el agua y las criaturas blancas con aspecto de gusanos, y esperó pacientemente que surgiera algo más grande. Introdujo la red en el agua, para que al avanzar la lancha, la red fuera tomando forma. No vio nada en el agua, pero al sacar la red, hora y media más tarde, obtuvo su recompensa. Entre los numerosos globos y gusanos se encontraba una versión evolucionada, de tamaño superior a un metro, del animal del cono doble que vio en el riachuelo. Esta versión tenía ojos en el borde superior del cono frontal, cuyo orificio se había desarrollado en forma de una gran boca y de una garganta, cubierta por un tamiz fino. En su parte trasera, el cono posterior estaba relleno por una masa de anillos concéntricos de collares de pelos, que parecían agallas. Supuso que se encontraba más o menos al nivel de evolución del calamar.

En el laboratorio, después de dos días de esfuerzos fracasados que devoraban su tiempo, intentando emular el trabajo de un equipo de biólogos, abandonó todos sus deseos de conocer la composición química y fisiológica y la evolución de esas criaturas, y se concentró simplemente en averiguar si eran comestibles. No podía permitirse muchas frustraciones ni muchos fracasos, porque estaba demasiado solo y el futuro le llenaba de presentimientos. Allí no había nadie interesado en ampliar los conocimientos biológicos. ¿Para qué sirve la ciencia, si no puede compartirse ni enseñarse a nadie? Es como un banquete a solas.

Sólo le interesaba averiguar si este planeta podría matarle, hacerle morir de hambre o envenenarle. Si hubiera sido un científico profesional tal vez hubiera perseguido los secretos biológicos del planeta y con ello hubiera pospuesto demasiado el problema, de vida o muerte, de conseguir alimentos. Tansis, por el contrario, era un piloto de naturaleza práctica y activa, y de cada objeto que encontraba sólo le interesaba conocer tres cosas: ¿me puede morder?, ¿puedo comerlo?, ¿me recuerda a la Tierra? Un profundo instinto, en su interior, quería que continuara viviendo y que encontrara algún modo de aclimatación a este planeta; sin embargo, al pensar que tendría que vivir aquí durante muchos años, totalmente solo, en aislamiento pleno, y sin ninguna esperanza hasta su vejez, se desanimó y decidió suicidarse cuando los suministros de la nave se agotaran.

Si podía seguir viviendo, entonces necesitaría comida. Y, de un modo vago, también esperaba encontrar algo que le ofreciera compañía. ¿Podría encontrar vida sensible? Apenas esta pregunta aparecía, descartaba la posibilidad afirmativa, con incredulidad y cinismo. Ni en aquella meseta desolada ni en este bosque desierto había nada que dejara abrigar esperanza alguna. Los gusanos, los globos, e incluso esas cosas parecidas a los calamares con cono doble, no servían ni siquiera de animales domésticos: no tenían más personalidad que un caracol.

El problema de la comestibilidad era algo que el laboratorio y el computador estaban preparados para aclarar, porque era el asunto clave de cualquier expedición. El objetivo último de los grandes viajes interestelares había sido la búsqueda de posibles colonias para la humanidad, y toda posible colonia debía ser autosuficiente. No podían enviarse suministros para paliar el hambre a una nueva colonia que se encontrara a sesenta y cinco años de distancia. Por eso Tansis disponía de los mejores aparatos posibles para descubrir si allí había algo comestible o que pudiera hacerse comestible.

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