Noche cerrada en Bergen (48 page)

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Authors: Anne Holt

Tags: #Intriga, policíaca

BOOK: Noche cerrada en Bergen
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Ella sintió una ráfaga de ternura por él; una profunda gratitud porque él, sin reparos, protegería a su hija adoptiva en un caso donde era evidente que la cría podía tener información vital sobre un asesinato sin resolver.

—Gracias —dijo simplemente.

—¿Por qué están aquí? —preguntó Yngvar tan bajo que ella casi no lo entendió.

—¿Qué?

—¿Por qué están aquí? —repitió él—. The 25'ers. Aquí. En Noruega.

Ella dejó que el vino rotase dentro de la copa. El ritmo de
Money, money, money
golpeaba desde abajo, en el suelo. Por un momento, consideró golpear en respuesta. Si Kristiane no dormía bien ahora, se enfrentarían a una larga noche en vela.

—No lo sé —dijo—. Pero es posible que estén también en otros lugares.

—No.

El tomó la copa que ella sostenía y bebió un trago.

—La Interpol no tiene ninguna información de que haya casos similares en el resto de Europa. En los Estados Unidos, en cambio, el FBI trabaja con un caso allí...

—Seis hombres homosexuales fueron asesinados, y parece que hay una especie de conexión entre todos —completó ella—. Y el caso es un rompecabezas.

Él sonrió.

—¿Es que sabes absolutamente todo lo que sucede en ese puto país?

—Estados Unidos no es ningún puto país. Bello, bello país, los Estados Unidos.

La risa de él subió de volumen; efusiva. La atrajo hacia sí. Ella sonrió. Hacía tiempo que no lo escuchaba reír de ese modo.

—Eso puede ser puramente casual, por supuesto.

Cuando él no contestó, agregó:

—Pero yo no lo creo.

—¿Por qué no? —preguntó Yngvar—. Si están decididos a... exportar su odio, somos tan buen lugar como cualquier otro país. Bien mirado... —Trató de sentarse más cómodamente—. Quizá seamos hasta mejores que otros países. Tenemos las leyes más liberales del mundo en lo que respecta a los derechos de los homosexuales, tenemos...

—Junto con otros —lo interrumpió ella—. Además de algunos estados en los Estados Unidos. No hay ninguna razón para que vengan aquí, de veras. Simplemente no creo que...

Yngvar estaba tan inquieto que ella se enderezó y le aflojó el cinturón.

—Te amo y no me importa cuánto peses —le dijo—. Pero es un poco cómico que te ajustes de ese modo la cintura. ¿No puedes comprarte ropa un poco más holgada, querido?

Podría haber jurado que lo vio sonrojarse.

Pero él dejó el cinturón suelto.

—Creo que están aquí con un propósito definido.

—¿Cuál?

—¡Si lo supiéramos! Pero ha de ser por algo.

—¡Joder! —dijo Yngvar, y se puso de pie con pesadez.

—¿Qué harás?

Él murmuró algo que ella no entendió y se dirigió a la puerta. Desde el primer piso, Inger Johanne escuchó
Super Trouper
y empezó a tararear siguiendo la música. Para expulsar aquella enervante melodía de su cabeza, tomó una pluma de la mesa y un periódico de la cesta que estaba sobre el suelo. Garabateó unas notas en el margen de la primera plana del
Aftenposten.
Cuando terminó, se quedó sentada pensando con tanta intensidad que no se percató de la presencia de Yngvar hasta que él se deslizó a su lado. Ahora llevaba puestos unos amplios pantalones de pijama y una enorme camiseta de fútbol americano.

—Mira —dijo golpeando la pluma contra el periódico.

—No entiendo nada de lo que dice ahí —dijo él arrugando la nariz ante la caligrafía ilegible.


Modus
—aclaró ella.

—¿Sí?

—A Sophie Eklund la mataron saboteando un automóvil. Lo que es también un intento de camuflar un asesinato.

—Sí...

—Niclas Winter fue descartado como la víctima de una sobredosis. Algo que aparentemente también era así, pero todo indica que lo que lo mató fue el curacit. En otras palabras, otro intento más de camuflar el asesinato.

—¿Cómo se puede aplicar una inyección de curacit a un hombre adulto y relativamente saludable? —murmuró Yngvar, e intentó nuevamente entender lo que ella había escrito—. Yo me hubiese resistido de una manera infernal.

—Lo primero que se me ocurre es que se le puede engañar diciéndole que es otra cosa. Heroína, por ejemplo.

—Sí...

—O uno puede cogerlo desprevenido. El curacit surte efecto muy rápidamente. Si se aplica en la boca, donde hay muchos vasos sanguíneos, sólo pasan unos segundos hasta que surte efecto.

—¿En la boca? Uno no puede hacer que alguien abra la boca para darle un poco de curacit, ¿no?

—Me temo que eso no lo sabremos nunca. Lo incineraron. Pero, escúchame, tesoro. Escucha ahora. El asunto es que se intentó camuflar el asesinato, tal como en el caso que mencioné antes.

Ella recogió las piernas hasta la posición de loto y mordió la pluma.

—Runar Hansen, pobre, es simplemente alguien del que nadie se ocupó mucho. El yonqui al que golpearon y que murió de sus heridas ya casi no llama la atención. Y en lo que respecta a Hawre Ghani, lo arrojaron al mar, y se volvió irreconocible. Para serte sincera, creo que su caso hubiese terminado bastante al fondo de la pila en la Central de Policía si no fuera porque Silje Sørensen sintió algo... especial por el muchacho.

—¿Adónde vas con todo esto, Inger Johanne?

—Quisiera tener mi propio vino. ¿Te molestaría ponerme una copa?

Él se incorporó sin decir nada.

Inger Johanne miró sus notas. Seis asesinatos. Dos de ellos trataron de camuflarse, dos de ellos fueron minimizados en su importancia. Simplemente porque las víctimas estaban en lo más bajo de la escala social. Inger Johanne trazó de pronto un enérgico círculo en torno a los dos últimos nombres.

—Aquí tienes —dijo Yngvar, y le alcanzó una copa medio llena—. No es precisamente una noche común de viernes, ésta. Aparte del vino, quiero decir.

—Lo que puede casi asegurarse —contestó Inger Johanne, y tomó la copa sin levantar la vista— es que algo imprevisto sucedió cuando mataron a Marianne Kleive. Kristiane, de algún modo, sorprendió al autor. En otras palabras, no podemos saber con certeza si también este asesinato debía de camuflarse, como los otros. Un accidente. Una enfermedad. Algo. Para que la alarma no fuese inmediata, el asesino envió mensajes desde el teléfono de la víctima. Eso le dio una semana entera.

—¿Significa eso solamente que no querían que los atraparan, que querían comprar tiempo, o que quieren...?

—Pero mira la obispo —dijo Inger Johanne, y descubrió que la hoja sobre la que había escrito tenía un retrato de Eva Karin Lysgaard en la columna derecha.

Giró noventa grados el viejo periódico y trazó un rectángulo enmarcando el pequeño retrato en la referencia de la primera página.

—Este asesinato no se intentó ocultar —dijo, más para sí.

Yngvar permaneció en silencio.

—Al contrario —continuó—. Una cuchillada en plena calle. Es cierto que tuvo lugar en el único momento en que uno puede estar bien seguro de que nadie anda fuera, pero, de todos modos... La idea fue que la encontrasen rápido. Esa era la idea del asesinato en...

Dejó de respirar durante tanto tiempo que Yngvar se preguntó si algo no iba bien.

—Por supuesto —dijo de pronto en voz alta, y lo miró—. Supongamos que mi teoría es correcta. Los otros asesinatos debían de entenderse como otra cosa, de una u otra forma. El sentido con ellos fue simplemente... —lo miró como si acabara de descubrir que él estaba allí— que debían morir —dijo asombrada—. ¡El único sentido es que debían morir! ¡La muerte es el objetivo en sí mismo!

Yngvar pensó que era bastante obvio que uno mataba para que la víctima muriese, pero permaneció en silencio.

—Son pecadores —dijo, ahora casi maravillada—. ¡Y tienen que ser castigados! Para The 25'ers no significa nada si nosotros encontramos alguna conexión o si, en todo caso, entendemos que murieron por un crimen. Lo importante es que mueran, y después que a los asesinos, los verdugos de Dios, por decirlo así, no los alcancen las leyes seculares.

—Sí —probó Yngvar con cuidado.

No se le ocurrió nada más.

—Entre estas víctimas hay sólo una que es públicamente conocida: Eva Karin Lysgaard. Es la única entre ellas que fin—asesinada de una forma que hasta llama la atención. ¿Cuál puede ser la razón, Yngvar?

Encogió las rodillas y se recostó contra él. Se le encendió el rostro. Los ojos le brillaban y tenía la boca entreabierta. Tomó una de las manos de Yngvar y la apretó con tanta fuerza que casi le dolió.

—¿Por qué, Yngvar?

—¿Por qué? —repitió él—. Porque...

—¡Porque quieren que investiguemos su vida! ¡La investigación sobre el asesinato de Eva Karin Lysgaard es una investigación inducida, Yngvar! ¡La intención es que revolvamos en su vida de la misma forma que desmenuzamos las vidas de todas las víctimas de asesinatos con la esperanza de que aparezca algo!

—Con la esperanza de que aparezca algo —repitió de nuevo, en voz baja—. Espera un momento.

Inger Johanne lo siguió con los ojos mientras él cruzaba el piso hacia la entrada. Se sentía agitada y notaba pinchazos en las palmas de las manos cuando él regresó y le entregó una fotografía, antes de sentarse otra vez.

—¿Quién es? —preguntó ella.

—No sé quién es —respondió él—. Pero es la copia de un retrato importante.

Le contó lo del refugio nocturno de Eva Karin. Lo de la fotografía, que estaba allí al día siguiente del crimen, pero que ya no estaba cuando él regresó un par de días más tarde. Cuando llegó a la aventura de Lukas bajo la lluvia de enero, comenzó a reírse. Finalmente tomó de nuevo el retrato y lo colocó sobre su rodilla.

—Lukas creyó que era su hermana desaparecida —dijo—. Pero puedes ver tanto por la calidad del retrato como por las ropas que lleva que la foto no fue tomada en los ochenta. Tampoco el peinado es de esa época.

—¿Tú qué crees? —preguntó Inger Johanne sin quitar los ojos del retrato.

—He especulado sobre si, en lugar de ser la hermana de Lukas, pudiera ser una tía desconocida. Una falsa hermana de Eva Karin. Eso aclararía el que se parezca un poco a Lukas.

—¿Se le parece? A mí me da que se parece a Lili Lindfors.

Yngvar sonrió ampliamente.

—No eres la única que piensa así. En todo caso no llevará mucho tiempo hasta que sepamos quién es. Tanto la Policía de Bergen como Kripos están trabajando en el caso. Si esta mujer vive todavía, sabremos quién es dentro de unos pocos días. Si no antes.

—¿Y adónde nos conducirá eso?

—¿Qué? ¿El que sepamos quién es?

—Sí. ¿Cómo puedes saber que ella tiene algo que ver con el caso?

—Eso no lo sé —dijo Yngvar, desconcertado—. Pero has de admitir que es extraño que Erik Lysgaard lo ocultase en cuanto tuvo la oportunidad.

—¿Le preguntaste?

—No... Quiero mantener la ventaja que me brinda el que ni siquiera sepa que presté atención al retrato.

Abajo, la película ya estaba por
Knowing me, knowing you.
Finalmente alguien había bajado el volumen, pero los bajos vibraban todavía a través del suelo. Inger Johanne tomó de nuevo la fotografía.

—Un rostro muy interesante —murmuró—. Fuerte.

Él se inclinó hacia delante y tomó un puñado de patatas fritas. Hasta entonces había logrado reprimir la tentación.

—¿Puedes quitar ese bol? —preguntó mientras masticaba las hojuelas crocantes—. Las patatas fritas son una obra del demonio.

En lugar de hacer lo que él pedía, ella se puso de pie y comenzó a recorrer el cuarto con la fotografía en la mano izquierda.

—Yngvar —dijo sin inflexión, casi como ausente—, la muerte de Eva Karin es diferente a las demás en lo que respecta al método. ¿Qué otra cosa tiene de distinto?

—¿En qué?

—La obispo era la única persona pública entre las víctimas. La mataron de una forma más espectacular que a los demás. ¿Qué otra cosa separa este caso de los otros?

—Yo..., yo no lo sé muy bien.

—Hay razones para creer que los demás eran homosexuales. Que tenían una vinculación directa con el modo de vida homosexual, en todo caso.

Yngvar dejó de masticar. De pronto las patatas fritas fueron una desagradable y pastosa bomba de calorías en la boca. Tomó de la mesa una servilleta ya utilizada, escupió en ella la repulsiva masa amarilla y trató de envolverla. Algo de ella cayó al suelo y se inclinó, avergonzado, a recogerla.

Inger Johanne ni se dejó inmutar por aquella escena. Se había detenido frente a la ventana. Estuvo parada de espaldas a él durante un buen rato antes de volverse y dejar caer la mano que sostenía el retrato.

—Eva Karin es la única víctima heterosexual —dijo—. En todo caso, la única «aparentemente» heterosexual.

—¿Qué quieres decir... con «aparentemente»?

—Esto —dijo Inger Johanne sosteniendo el retrato frente a él—. Ésta no es la hermana ni de Lukas ni de Eva Karin. Es la amante de la obispo.

La casa se quedó en silencio. Nadie veía más películas en el piso de abajo. El viento se había calmado. Las tablas del suelo crujieron otra vez cuando ella caminó nuevamente hasta el sofá y se sentó al lado de él con cuidado, como sin querer abandonar un razonamiento complejo.

—No es posible —dijo Yngvar finalmente—. No hemos oído ni un solo rumor. Este tipo de cosas circula, Inger Johanne. De estas cosas se habla. No es posible que...

Se apoderó del retrato, un poco más bruscamente de lo que era su intención.

—¿Por qué se parece entonces tanto a Lukas?

—Casualidad, simplemente. Además, tú, y probablemente también Lukas, habéis observado este retrato con tanta intensidad buscando una u otra clave que hasta un parecido lejano os hubiese impresionado. Cosas así suceden. La gente se parece entre sí de vez en cuando. Tú, por ejemplo, te pareces mucho a...

—Pero ni siquiera hemos pensado en que Eva Karin llevase una doble vida, ¿cómo podrían saber esto los de The 25'ers? En caso de que tuvieses razón en esta absurda..., en caso de que de veras tuvieses razón en... —Tragó saliva y se pasó los dedos por el cabello en un gesto inseguro de capitulación—. ¡En todo caso no hay nadie que lo haya sabido! ¿Cómo saben The 25'ers... de una... amante lesbiana... —escupió las palabras, como si supieran amargas— cuando nadie más lo sabe?

—Alguien lo sabía. Una persona sí lo sabía.

—¿Quién?

—Erik Lysgaard. El marido. Tiene que haberlo sabido. Uno no convive durante cuarenta años sin saber algo así. Deben de tener..., de haber tenido alguna especie de arreglo.

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