—¿Stoneheart? —se extrañó Nora—. ¿Te refieres a la compañía de inversión de ese anciano?
—Al gurú de las inversiones —puntualizó Eph—. Creo que es el segundo hombre más rico del país. Se llama Palmer algo.
—Eldritch Palmer —señaló Setrakian.
Eph lo miró y vio la consternación en el rostro del profesor.
—¿Qué pasa con él?
—Este hombre, Jim Kent —dijo Setrakian—. No era amigo vuestro.
—¿Qué dices? —se indignó Nora—. Por supuesto que lo era…
Eph colgó después de recibir la dirección. Señaló el número en la pantalla del teléfono y hundió la tecla enviar.
La línea sonó, pero no hubo respuesta ni ningún mensaje de voz.
Eph colgó, todavía mirando el teléfono.
—¿Recordáis lo que nos dijo la administradora del pabellón de aislamiento después de que los sobrevivientes se marcharon? —preguntó Nora—. Dijo que había llamado, pero Jim aseguró que no lo había hecho, y luego dijo que había dejado de recibir algunas llamadas.
Eph asintió. Había algo que no encajaba. Miró a Setrakian.
—¿Qué sabes de Palmer?
—Hace años acudió a mí para que le ayudara a encontrar a alguien que yo también estaba muy interesado en encontrar.
—Sardu —adivinó Nora.
—Él tenía el dinero y yo los conocimientos. Pero nuestro trato terminó pocos meses después, pues me di cuenta de que ambos lo buscábamos por razones muy diferentes.
—¿Fue él quien te desprestigió en la universidad? —preguntó Nora.
—Siempre he creído eso —respondió Setrakian.
El teléfono de Jim vibró en la mano de Eph. El número no pertenecía al listado telefónico, pero era una llamada local. Probablemente era alguien de Stoneheart. Eph respondió.
—Sí —dijo la voz—. ¿Me contestan del CDC?
—¿Quién llama?
La voz era ronca y profunda.
—Estoy buscando al tipo del proyecto Canary que está metido en ese problema. ¿Podría pasármelo?
Eph sospechó que podría tratarse de una trampa.
—¿Para qué quiere hablar con él?
—Estoy llamando desde afuera de una casa en Bushwick, aquí en Brooklyn. Hay dos personas muertas en el sótano. Son víctimas del eclipse y alérgicas al sol. ¿Esto le recuerda algo?
Eph se emocionó.
—¿Con quién hablo?
—Con Vasiliy Fet. Trabajo con la Oficina de Servicios para el Control de Plagas de la ciudad. Soy exterminador y también estoy trabajando en un programa piloto para el control integrado de plagas en el Bajo Manhattan. El programa se ha financiado con setecientos cincuenta mil dólares aportados por el CDC. Es por eso por que tengo su número. ¿Estoy hablando con Goodweather, o tal vez me equivoco?
Eph vaciló un momento.
—En efecto, soy el doctor Ephraim Goodweather.
—Podría decirse que trabajo para usted. Es la única persona a la que he pensado contarle esto. Estoy viendo señales por toda la ciudad.
—No es el eclipse —dijo Eph.
—Eso mismo creo yo. Pienso que usted debería venir aquí, porque tengo algo que necesita ver.
Grupo Stoneheart, Manhattan
E
PH TENÍA QUE HACER
dos paradas en el camino: una con Nora y Setrakian, y la otra solo.
Pudo pasar por el control de seguridad del vestíbulo principal del edificio Stoneheart gracias a sus credenciales del CDC, pero no por el segundo control que había en el piso setenta y siete, donde era necesario cambiar de ascensor para tener acceso a los últimos diez pisos del edificio localizado en el sector de Midtown.
Dos guardias enormes estaban parados sobre el logo dorado del Grupo Stoneheart. Detrás de ellos, unos trabajadores en mono cruzaron por el vestíbulo empujando los soportes con ruedas que contenían equipos médicos de gran tamaño.
Eph pidió ver a Eldritch Palmer.
El más alto de los dos guardias por poco sonrió. El bulto que formaba la pistola era evidente debajo de su chaqueta.
—El señor Palmer no acepta visitantes sin cita previa.
Eph vio una de las máquinas desarmadas. Era una máquina de diálisis Fresenius, sumamente costosa, tanto que sólo se encuentran disponibles en las salas renales de los hospitales.
—Están empacando —comentó Eph—. ¿Conque de mudanza? Se van de Nueva York justamente cuando las cosas se ponen buenas. ¿Acaso el señor Palmer no necesita su máquina para el riñón?
Los guardias no respondieron, ni siquiera se molestaron en mirarlo.
Eph comprendió en ese momento. O creyó hacerlo.
S
e reunieron de nuevo fuera de la residencia de Jim y Sylvia, en un edificio alto del Upper East Side.
—Palmer fue quien trajo al Amo —señaló Setrakian—. Por eso está dispuesto a arriesgarlo todo, incluso el futuro de la raza humana, con el fin de lograr sus objetivos.
—¿Cuáles? —preguntó Nora.
—Creo que Eldritch Palmer está intentando alcanzar la vida eterna —contestó el anciano.
—No si hacemos algo al respecto —intervino Eph.
—Aplaudo su determinación —dijo Setrakian—. Pero gracias a su poder y a su inmensa fortuna, mi antiguo conocido lleva todas las de ganar. Debéis entender que ésta es su apuesta final, y que para él no hay marcha atrás. Hará lo que esté a su alcance para lograr su meta.
Eph no podía permitirse el lujo de considerar el asunto en términos globales, pues corría el riesgo de descubrir que estaba librando una batalla perdida. Se concentró en la misión que tenía frente a él.
—¿Qué descubriste?
—Mi breve visita a la Sociedad Histórica de Nueva York fue bastante fructífera —contestó Setrakian—. La propiedad en cuestión fue reconstruida totalmente por un contrabandista que amasó su fortuna durante la Prohibición. Su casa fue requisada varias veces pero nunca se logró encontrar más que media botella de alcohol ilícito a causa de sus destilerías subterráneas, que estaban dotadas de una red de túneles, varios de los cuales fueron ampliados posteriormente para las rutas del metro.
Eph miró a Nora.
—¿Y tú?
—Lo mismo. Que Bolívar compró la propiedad porque allí habían fabricado alcohol de contrabando, y porque se decía que el antiguo propietario celebraba ritos satánicos en un altar improvisado en la terraza a comienzos del siglo
XX
. Bolívar ha estado reformando esa edificación desde el año pasado para anexionarla con la de al lado. Juntas, las casas forman una de las residencias privadas más grandes de Nueva York.
—Bien —señaló Eph—. ¿Dónde encontraste eso? ¿En la biblioteca?
—No —dijo ella, pasándole un impreso con fotos del interior de la casa original, así como fotos recientes de Bolívar maquillado—. Las descargué de la edición digital de la revista
People
. Fui con mi portátil a un Starbucks.
Los anunciaron y subieron al apartamento localizado en el noveno piso. Sylvia abrió la puerta; llevaba puesto un vestido de lino muy apropiado para una astróloga, y su cabello recogido con una banda elástica. Se sorprendió al ver a Nora, y aún más a Eph.
—¿Qué estáis haciendo…?
Eph entró en el apartamento.
—Sylvia, tenemos unas preguntas muy importantes, y muy poco tiempo. ¿Qué sabes sobre Jim y el Grupo Stoneheart?
Sylvia, se llevó la mano al pecho como si no hubiera entendido.
—¿El grupo qué?
Eph vio un escritorio en el rincón, y un gato atigrado durmiendo sobre un computador portátil cerrado. Se dirigió allí y comenzó a abrir los archivos del computador.
—¿Te molesta si le echo una mirada rápida a sus documentos?
—No —respondió ella—. Si crees que servirá de algo, adelante.
Setrakian permaneció cerca de la puerta, mientras Eph y Nora examinaban el escritorio. Sylvia pareció recibir una fuerte vibración debido a la presencia del anciano.
—¿Alguien quiere beber algo?
—No —contestó Nora, sonriendo brevemente y reanudando la búsqueda.
—Regresaré en un momento. —Sylvia fue a la cocina.
Eph se echó para atrás confundido. Ni siquiera sabía qué estaba buscando. ¿Jim trabajando para Palmer? ¿Desde cuándo? ¿Cuáles podrían ser sus motivaciones? ¿Dinero? ¿Sería cierto que los había traicionado?
Eph fue a la cocina para hacerle una pregunta delicada a Sylvia sobre las finanzas de la pareja y vio que se disponía a hacer una llamada telefónica. Ella retrocedió con una expresión extraña.
Eph se sintió confundido inicialmente.
—¿A quién estabas llamando?
Nora y Setrakian se acercaron. Sylvia tanteó la pared y se sentó en una silla.
—¿Qué pasa, Sylvia? —preguntó Eph.
Ella respondió sin moverse, irradiando una extraña calma con sus ojos grandes y condenatorios.
—Vosotros perdéis.
Escuela pública 69, Jackson Heights
K
ELLY NUNCA MANTENÍA
encendido su teléfono móvil en el salón de clases, pero esta vez le quitó el volumen y lo dejó al lado izquierdo del calendario. Matt se había ausentado toda la noche, lo que no era inusual durante los inventarios nocturnos, después de los cuales acostumbraba a invitar a los empleados a desayunar. Sin embargo, siempre llamaba para dar noticias. Estaba prohibido utilizar teléfonos celulares en la escuela, pero ella lo había llamado algunas veces y siempre le respondía el buzón de voz. Tal vez él estaba sin señal. Ella trataba de no preocuparse, pero estaba perdiendo la calma. Por otra parte, la asistencia a la escuela fue muy escasa ese día.
Se arrepintió de haberle hecho caso a Matt y haber sucumbido a la arrogancia con la que él le había dicho que no se fuera de la ciudad. Sólo de pensar que hubiera puesto a Zack en peligro…
Entonces su teléfono se iluminó y ella vio el icono del sobre. Era un mensaje de texto del móvil de Matt.
Decía:
VEN A CASA
.
Eso era todo. Tres palabras sin puntuación. Intentó devolverle la llamada de inmediato, pero el teléfono sonó y luego dejó de hacerlo como si él hubiera respondido; sin embargo, no le hablaba.
—¿Matt? ¿Matt?
Sus estudiantes de cuarto grado la miraron extrañadas. Nunca habían visto a la profesora Goodweather hablar por teléfono en clase.
Kelly llamó a su casa, pero la línea estaba ocupada. ¿Habría dejado de funcionar el buzón de mensajes?
Decidió marcharse. Le pediría el favor a Charlotte, la profesora de al lado, de que cuidara a sus estudiantes. Pensó en empacar sus cosas y en recoger a Zack, pero desistió. Iría directamente a su casa para ver cuál era el problema, evaluar la situación y decidir qué hacer.
Bushwick, Brooklyn
E
L HOMBRE QUE SE ENCONTRÓ
con ellos en la casa vacía era tan grande que ocupaba casi todo el marco de la puerta. La sombra de una barba de dos días oscurecía su barbilla prominente como una mancha de hollín. Llevaba un costal blanco y una funda de almohada con algo pesado adentro.
Después de las presentaciones, el hombre se metió la mano en el bolsillo de su camisa y sacó una copia gastada de una carta con el sello del CDC. Se la mostró a Eph.
—Dijo que tenía algo para mostrarnos —le recordó Eph.
—Dos cosas. Primero ésta.
Fet aflojó la cuerda del costal y vació su contenido. Cuatro roedores peludos cayeron al suelo.
Eph retrocedió y Nora hizo un gesto de repulsión.
—Siempre he creído que si quieres llamar la atención de la gente, lo mejor que puedes hacer es mostrarles una bolsa llena de ratas. —Fet agarró a una de la cola, y el cuerpo de ésta se balanceó lentamente bajo su mano—. Están saliendo de sus nidos por toda la ciudad, incluso durante el día. Algo las está haciendo huir, y eso significa que algo no está bien. Sé que las ratas caían muertas en las calles durante la peste bubónica que asoló Europa en la Edad Media. Pero ahora no salen para morir, sino que están completamente desesperadas y hambrientas. Créanme si les digo que cuando se presenta un cambio importante en la etología de las ratas es porque algo muy malo viene en camino. Cuando las ratas comienzan a asustarse, es hora de vender todo y de marcharse. ¿Entienden lo que quiero decir?
—Entiendo perfectamente —aseguró Setrakian.
—Creo que no he entendido algo —señaló Eph—. ¿Qué tienen que ver las ratas con…?
—Son una señal —explicó Setrakian—, como ha dicho acertadamente el señor Fet. Es un síntoma ecológico. Stoker popularizó el mito de que un vampiro puede cambiar de forma y transformarse en una criatura nocturna como un murciélago o un lobo. No obstante, este principio falso se fundamenta en una verdad. Antes de que las edificaciones tuvieran sótanos o cavas, los vampiros anidaban en cuevas y guaridas en las afueras de las aldeas. Su presencia corruptora desplazaba a otras criaturas, especialmente a los murciélagos y lobos, y los expulsaba para apoderarse de las aldeas. Su aparición siempre ha coincidido con la propagación de la enfermedad y la corrupción de las almas.
Fet escuchaba con atención al anciano.
—Disculpe —se dirigió a él—. Le he oído decir la palabra «vampiro» en dos ocasiones.
Setrakian lo miró algo extrañado.
—Así es.
Después de una pausa y de mirar largamente a Nora y a Eph, Fet dijo:
—Ya veo —como si estuviera comenzando a entender—. Ahora permítanme mostrarles la otra cosa.
Los condujo al sótano. El olor era pestilente, como el de un cuerpo enfermo que hubiera sido quemado. Les mostró la carne y los huesos atomizados, reducidos a frías cenizas en el suelo. El rayo de luz que entraba por la ventana rectangular se había alargado y cambiado de dirección, brillando ahora contra la pared.
—El rayo estaba aquí, ellos recibieron la luz y quedaron carbonizados en un instante. Pero antes de eso me atacaron con esta…
cosa
que les salía de debajo de la lengua.
Setrakian le hizo un breve recuento: el Amo maligno camuflado en el vuelo 753; el ataúd desaparecido; los muertos saliendo de las morgues y regresando al «encuentro» de sus seres queridos; las guaridas en las casas; el Grupo Stoneheart; el efecto de la plata y de los rayos solares; los aguijones.
—Echaban la cabeza hacia atrás —les explicó Fet—, abrían la boca… y era como ese dulce para niños… que venía con los personajes de
La guerra de las galaxias.
Nora pensó un momento y dijo:
—Un dispensador Pez.
—Sí; les hundes el mentón y los dulces salen del cuello.
Eph asintió.
—Es una descripción acertada, salvo por el contenido.