Fet lo miró.
—¿Cómo se convirtió usted en el enemigo público número uno?
—Porque su arma es el silencio.
—Al diablo con eso. Alguien tiene que hacer ruido.
—Exactamente —dijo Eph.
Setrakian notó que Fet portaba una linterna en el cinturón.
—Permítame preguntarle algo. Si no me equivoco, las luces negras se utilizan en su profesión, ¿verdad?
—Claro que sí. Para detectar la orina de los roedores.
Setrakian miró a Eph y a Nora.
Fet le lanzó una mirada al anciano vestido con traje y chaleco.
—¿Sabe algo sobre fumigación de plagas?
—Tengo algo de experiencia —contestó Setrakian. Se detuvo para mirar al administrador, quien se había arrastrado para alejarse de los rayos solares y permanecía acurrucado en un rincón. Setrakian lo examinó con el espejo de plata y le mostró el resultado a Fet. El exterminador miró alternativamente al espejo y al administrador, cuyo reflejo vibraba en la superficie—. Pero tal parece que eres un experto en criaturas que hacen madrigueras para esconderse; en criaturas que anidan y se alimentan de seres humanos. ¿Tu trabajo consiste en erradicar este tipo de plaga? —le preguntó el anciano.
Fet miró a Setrakian y luego a sus acompañantes como un hombre que fuera en un tren expreso y acabara de comprender que había tomado la ruta equivocada.
—¿En qué está tratando de involucrarme?
—Díganoslo; Si los vampiros son unas alimañas, una infestación que se propaga rápidamente por toda una ciudad, ¿qué haría usted para detenerlos?
—Puedo decirle que, desde el punto de vista del control de plagas, los venenos y las trampas son soluciones inmediatas que no son efectivas a largo plazo. Coger a estos animales uno por uno no conduce a nada. Las únicas ratas que vemos son las más débiles, las estúpidas. Las inteligentes saben cómo sobrevivir. Lo que realmente funciona es el control: intervenir su hábitat, trastornar su ecosistema, eliminar su fuente de alimentos y hacerlas morir de hambre. Sólo así se llega a la raíz de la infestación y se corta de tajo.
Setrakian asintió lentamente y después miró a Eph.
—El Amo; él es la raíz de este mal. Actualmente está en algún lugar de Manhattan. —El anciano miró de nuevo a la criatura desgraciada que yacía acurrucada en el piso, y que se reanimaría en la noche convertida en un vampiro, en una alimaña nefasta—. Retírense, por favor —dijo desenfundando su espada. Decapitó al hombre acostado tras pronunciar las palabras rituales, asestándole un golpe certero con la espada que sostenía con las dos manos. Una sangre rosada y pálida brotó del cuello, pues todavía no se había transformado por completo, y Setrakian limpió la hoja en la camisa del hombre y la enfundó de nuevo en su bastón—. Si sólo tuviéramos un indicio sobre el refugio del Amo. Él debió aprobarlo, o incluso escogerlo. Una guarida digna de su condición. Un lugar oscuro que le ofrezca refugio y al mismo tiempo acceso al mundo de la superficie. —Se dio la vuelta y miró a Fet—. ¿Tiene alguna idea sobre de dónde pueden estar saliendo estas ratas, del epicentro de su desplazamiento?
Fet asintió de inmediato y su mirada se concentró en un punto lejano.
—Creo que sí.
Calles Church y Fulton
B
AJO LA LUZ AGONIZANTE
del día, los dos epidemiólogos, el prestamista y el exterminador estaban en la plataforma localizada en el extremo norte de la construcción del World Trade Center, donde la excavación tenía una calle de ancho y veintiún metros de profundidad.
Gracias a las credenciales oficiales de Fet y a una mentira piadosa —pues a fin de cuentas Setrakian no era un especialista en roedores de Omaha reconocido en todo el mundo— pudieron entrar en el túnel sin un escolta. Fet los condujo por la misma línea fuera de servicio que había recorrido anteriormente, alumbrándolos con su linterna. El anciano avanzó con cuidado por las traviesas de la vía férrea, apoyándose con su bastón. Eph y Nora iban detrás con las lámparas Luma.
—No es usted de Rusia —le dijo Setrakian a Fet.
—Sólo mi nombre y mis padres.
—En Rusia los llaman
vourdalak
. El mito imperante es que uno puede inmunizarse contra ellos si se mezcla la sangre de un
vourdalak
con harina y se hace un pan, el cual debe comerse.
—¿Y funciona?
—Tan bien como cualquier remedio popular. Lo que equivale a decir que no es muy efectivo. —Setrakian permaneció al lado derecho del tercer riel electrificado—. Esa varilla de acero parece ser útil.
Fet miró su barra.
—Es tosca como yo, supongo. Pero hace bien su trabajo, al igual que yo.
Setrakian bajó la voz para que el eco no retumbara en el túnel.
—Tengo otros instrumentos que te parecerán efectivos.
Fet vio la manguera del cárter en la que habían trabajado los albañiles. Más adelante, el túnel se ensanchaba en una curva y Fet reconoció el cruce de inmediato.
—Aquí —dijo, alumbrando con la linterna alrededor suyo.
Se detuvieron a escuchar el goteo del agua. Fet iluminó el suelo con su linterna.
—La última vez eché polvo para rastrear. ¿Lo ven?
El polvo tenía huellas humanas. De zapatos, de zapatillas deportivas y de pies descalzos.
—¿A quién se le ocurriría caminar descalzo en un túnel del metro? —se preguntó Fet.
Setrakian levantó su mano cubierta por un guante de lana. La acústica del túnel, semejante a la de un tubo metálico, les trajo gruñidos lejanos.
—Dios santo… —exclamó Nora.
—Sus lámparas, por favor —murmuró Setrakian—. Enciéndanlas.
Eph y Nora lo hicieron y sus potentes rayos UVC iluminaron el túnel, revelando unos colores extravagantes; innumerables manchas esparcidas en la pared, el piso, los montantes de hierro… en todas partes.
Fet se estremeció asqueado.
—¿Todo esto es…?
—Son excrementos —confirmó Setrakian—. Las criaturas defecan una sustancia blanca mientras se alimentan.
Fet miró sorprendido a su alrededor.
—Supongo que los vampiros no necesitan mantener una buena higiene.
Setrakian comenzó a retroceder. Le dio la vuelta al bastón para desenvainar la espada brillante y afilada.
—Debemos irnos de aquí ahora mismo.
Fet estaba escuchando los ruidos de los túneles.
—No me opongo en absoluto.
Eph tropezó con algo y saltó hacia atrás, pensando que eran ratas. Alumbró con su lámpara UVC y descubrió una pila de objetos en un rincón.
Eran teléfonos móviles, cien o más, apilados como si hubieran sido arrojados allí.
—¡Ja! —exclamó Fet—. Alguien dejó un cargamento de teléfonos móviles aquí.
Eph examinó algunos que estaban arriba. Los dos primeros estaban descargados. El tercero tenía sólo una barra titilando en la carga de la batería. Un icono en forma de X arriba de la pantalla indicaba que no había señal.
—Es por eso por que la policía no puede rastrear a los desaparecidos —dijo Nora—. Sus teléfonos están bajo tierra.
—A juzgar por esta evidencia —dijo Eph, arrojando a la pila el móvil que tenía en la mano—, la mayoría de los desaparecidos se encuentra aquí.
Eph y Nora le echaron un vistazo al montículo y se pusieron en marcha.
—Rápido —dijo Setrakian—, antes de que seamos detectados. —Los condujo fuera del túnel—. Debemos prepararnos.
A
comienzos de la cuarta noche, Ephraim pasó por su edificio antes de seguir hacia la tienda de Setrakian, donde iban a equiparse con las armas necesarias. No vio patrullas de la policía. Se estaba arriesgando, pero desde hacía varios días llevaba puesta la misma ropa; sólo necesitaba cinco minutos para subir y cambiarse. Les señaló la ventana en el tercer piso, y dijo que si no había problemas bajaría la persiana.
Cruzó sin contratiempos el vestíbulo del edificio y subió las escaleras. Encontró la puerta de su apartamento ligeramente abierta y se detuvo a escuchar. Los policías nunca dejaban la puerta así.
Entró y dijo:
—¿Kelly? —No hubo respuesta—. ¿Zack? —Ellos dos eran los únicos que tenían una copia de las llaves.
El olor lo alarmó inicialmente, pero recordó que eran los restos de la comida china que había en la basura desde la última visita de Zack, que ahora se le antojaba remota. Fue a la cocina para ver si la leche del refrigerador no se había estropeado… y se detuvo.
Miró, y tardó un momento en entender lo que estaba observando.
Dos policías uniformados yacían en el piso de la cocina, contra la pared.
Escuchó un ruido en el apartamento, que rápidamente se convirtió en algo semejante a un grito, como un coro de agonía.
La puerta de su apartamento se cerró de un golpe, y Eph se dio la vuelta.
Dos hombres estaban allí. O dos seres. Dos vampiros.
Eph lo supo de inmediato. Su postura; su palidez.
No conocía a uno de ellos. Pero el otro era Bolívar, el sobreviviente. Se le veía tremendamente muerto, muy amenazante y muy hambriento.
Eph sintió una presencia todavía más amenazadora en la habitación, pues estos dos transformados no eran la fuente del ruido. Girar su cabeza hacia la habitación principal le tomó una eternidad, aunque realmente tardó sólo un segundo.
Vio a un ser descomunal cubierto con una túnica larga y oscura. Era más alto que el apartamento, e incluso que el techo; tenía el cuello inclinado y miraba a Eph desde arriba.
Su rostro…
Eph se sintió mareado ante la estatura sobrehumana de aquel ser que reducía el espacio del cuarto con su presencia, y a él también. La visión hizo que le temblaran las piernas, incluso cuando se dio la vuelta para correr hacia la puerta y huir por el corredor.
El ser se interpuso, bloqueándole la única salida, como si no fuera Eph, sino el piso el que hubiera girado. Los otros dos vampiros, de estatura humana, estaban a cada lado suyo.
El ser estaba más cerca ahora. Inclinado sobre él. Mirándolo.
Eph cayó de rodillas. El simple acto de estar ante esta criatura descomunal tenía un efecto paralizante, igual que si lo hubiera derribado físicamente.
Hmmmmmmmmmm.
Eph sintió aquello de la misma forma en que la música en vivo se siente en el pecho: un ruido sordo retumbando en su cerebro. Desvió su mirada al suelo. Estaba paralizado por el miedo. No quería verle el rostro de nuevo.
Mírame.
Eph creyó que esa cosa lo estaba estrangulando con su mente. Pero su falta de aire se debía al terror físico, al pánico que hacía mella en su alma.
Levantó sus ojos ligeramente. Temblaba cuando atisbó el dobladillo de la túnica del Amo y sus manos al final de las mangas. Estaban asquerosamente descoloridas y sin uñas, eran inhumanamente grandes. Los dedos, de un tamaño desproporcionado, eran iguales de largos, salvo el del medio, que sobresalía de los demás por su grosor y por el espolón en la punta, semejante a una garra.
Era el Amo. Estaba allí por él. Iba a transformarlo.
Mírame, cerdo.
Eph lo observó, levantando la cabeza como si una mano lo agarrara del mentón.
El Amo lo miró desde arriba, su cabeza inclinada bajo el techo. Se llevó las manos inmensas a su capucha y la retiró de su cráneo. Su cabeza era lampiña y sin color. Su boca, labios y ojos no tenían tonalidad alguna, y estaban ajados y desteñidos como linos raídos. Su nariz era negra y desgastada como la de una estatua al aire libre, una simple protuberancia con dos huecos negros. Su garganta palpitaba con la pantomima hambrienta de la respiración. Su piel era tan pálida que parecía transparente. Visibles detrás de la carne, como un mapa difuso de un reino antiguo y en ruinas, sus venas desprovistas de sangre, rojizas y dilatadas; eran los gusanos sanguíneos circulando, los parásitos capilares arrastrándose debajo de la piel cristalina del Amo.
Es la hora de la verdad.
La voz se incrustó en la cabeza de Eph con un rugido terrorífico. Sintió vértigos. Todo se hizo confuso y oscuro.
Tengo a tu maldita esposa y pronto tendré a tu maldito hijo.
Eph sintió su cabeza a un paso de explotar de asco y de rabia. Se sintió como un lobo dispuesto a atacar. Deslizó un pie hacia atrás y se irguió ante aquel demonio inmenso.
Te lo arrebataré todo y te dejaré sin nada. Ése es mi estilo.
El Amo avanzó con un movimiento rápido y difuso. Eph sintió una sensación taladrante en la parte superior de su cabeza, así como un paciente anestesiado siente la presión de la fresa del dentista; sus pies se levantaron del suelo y él agitó sus brazos y piernas. El Amo le levantó la cabeza con una mano, como si fuera una pelota de baloncesto, y la alzó hasta el techo y frente a sus ojos, para que viera los gusanos de sangre revolcarse como una plaga de espermatozoos.
Soy el ocultamiento y el eclipse.
Alzó a Eph como si fuera una uva grande. El interior de su boca era oscuro, su garganta una caverna desolada, una ruta directa al infierno. La cabeza le colgaba precariamente del cuello, y Eph por poco pierde la razón. Sintió la garra del Amo atenazándole la parte posterior del cuello, y la presión sobre su columna vertebral. El Amo le echó la cabeza hacia atrás como si estuviera abriendo una lata de cerveza.
Soy un bebedor de hombres.
Se oyó un sonido húmedo y crujiente, y la boca del Amo comenzó a abrirse. Su mandíbula se retrajo, enrolló la lengua y sacó su monstruoso aguijón.